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22 de agosto (Parte 2).

—El cinco de septiembre en el gimnasio No Angels, no faltes, ¿vale? —dije mientras entregaba a Tom dos entradas para mi último combate. Lo abracé de nuevo y le di un beso en la frente. Me quedé mirándolo a los ojos unos segundos—. Recuerda lo que me has prometido.

—No más líos, ni peleas —respondió asintiendo. Asentí yo también y me despedí de sus abuelos, a quienes les había dado la noticia de que, tan pronto como hablara con Rocco y me pusiera de acuerdo con la asociación donde asistía Tom, este podría empezar sus clases de viola.

—¿Por qué has venido? —le pregunté a Matt mientras me abrochaba el cinturón una vez que habíamos ocupado nuestros asientos en el monovolumen de Helen. Él se abrochó el suyo y encendió el motor sin contestar—. Te ha llamado Nanako, ¿verdad?

—No —respondió arrancando el coche y saliendo del aparcamiento.

Seguimos en silencio mientras avanzábamos por la ciudad de vuelta a Bel-Air. Aunque estaba deseando hablarle, temía lo que pudiera decirme. Sabía que no me había comportado con su madre tan bien cómo debía, y que la reprimenda que estaba tratando de evitar desde la cena de ensayo me la tenía más que merecida. Sin embargo, algo me decía que recibirla de los labios de Matt me dolería más que de cualquier otra persona.

Matt paró en un parking público y me llevó a una preciosa cafetería con aire pin-up del centro. Nos sentamos en la terraza, entre unos parterres llenos de tulipanes amarillos. Acaricié uno con ternura, el amarillo siempre me recordaba a Dylan. Continuamos sumergidos en un silencio que, extrañamente, no sentía incómodo. La camarera, una chica con aires orientales nos sirvió un batido de frambuesa y otro vegetal. Le di las gracias y me bebí el mío casi de un sorbo.

—¿Cómo puedes tomarte esa cosa verde? —preguntó Matt con cara de asco. Yo me encogí de hombros.

—Está rico —respondí—, ¿quieres un poco? —dije acercándole la pajita. Este negó y le dio un sorbo al suyo. Esperé hasta que terminara para interrogarlo—. Matt, ¿vas a darme alguna explicación o vas a seguir callado?

—Hace días que quiero hablar contigo —dijo jugueteando con la condensación de su bebida—, pero no sabía si debía llamarte. Así que hablé con Nanako y ella me dijo que esperase hasta que estuvieras preparada, pero... no podía esperar más.

—Pero, ¿cómo sabías que estaba en el gimnasio? —pregunté con una ceja en alto—. ¿Es que me has estado siguiendo?

Matt negó con la cabeza.

—Hace un rato recibí un mensaje de Rocco —respondió ligeramente avergonzado.

—¿Qué? —«Tom tenía razón: ¡Rocco era un chivato!»—. No me lo puedo creer, cuando lo vea se va a enterar —dije enfadada.

—Dakota, por favor —rogó Matt tomando mi mano con las suyas y acercándose mucho a mí. Sus ojos verdes me observaban tristes— Tenemos que hablar.

—¿No comprendes que me estás agobiando? —ladré soltándome de su agarre con violencia.

—No se trata de eso, Dakota —respondió serio—. Sino de la cena de ensayo. De lo que pasó con mi madre.

Tragué saliva. Al verlo plantado delante del gimnasio había dado por sentado que Matt no estaba enfadado conmigo por aquella discusión, pero su tono serio y su mirada decían todo lo contrario. Me mordí el carrillo interno y comencé a jugar con la pajita de mi batido. Rememoré la discusión con Helen y comencé a avergonzarme por mi comportamiento.

—Yo... —Comencé a decir.

—Siento que mi madre te pegara —me interrumpió Matt. De soslayo ví como acercaba su mano a las mías, pero se detuvo y luego la dejó caer sobre la mesa, tamborilenado con los dedos.

—Yo no odio a tu madre —dije al cabo de unos segundos de silencio. Lo miré a los ojos unos instantes y me removí en mi asiento—. Pero no es fácil para mí todo esto.

—No es fácil para nadie —respondió. Luego acercó su mano a una de las mías y me acarició con el índice. Con suavidad y casi con timidez. Sonreí.

—Cuando mi madre se marchó yo apenas era un bebé —dije al cabo de un rato—. Crecí creyendo que había muerto, pero cuando cumplí diez años oí a mi padre hablar por teléfono y descubrí que no era verdad. —Me sequé los ojos, tratando de evitar que el llanto me estropeara el poco maquillaje que llevaba.

—Eso debió ser...

—Déjame acabar —lo interrumpí antes de que dijera alguna de las típicas frases huecas que siempre se sueltan cuando no sabes qué decir. Matt asintió—. Odié a George y me pasé varias semanas sin hablar con él. Cuando entraba en mi cuarto le gritaba o le tiraba mis juguetes, cuando intentaba abrazarme le empujaba y salía corriendo. No quería acercarme a él. Me había traicionado. —Suspiré al recordar todo aquello—. Durante los dos años siguientes, me había inventado mil historias acerca de mi madre. —Solté una suave risita nerviosa—. Llegué a imaginarme que mi madre había sido secuestrada y que la tenían retenida en algún lugar y por eso no podía volver. ¿Te lo puedes creer? Las cosas que llegamos a pensar cuando somos unos niños.

—¿Tu padre no te contó nada? —preguntó con el ceño fruncido. Negué.

—Mi padre se negó a contarme la verdad y le prohibió a mis abuelos hacerlo —respondí—. Decía que debía estar preparada y que era muy pequeña. Pero con doce años, me rompí los dientes. —Miré a Matt de soslayo y sonreí esperando que comprendiera a qué me refería.

—¿La pelea con Margot? —preguntó con una ceja en alto. Asentí y le conté la razón que me había llevado a provocar la pelea—. Margot no debió decir aquello. Fue cruel.

—Cuando se lo conté a George me dijo que había llegado el momento —respondí desviando de nuevo la mirada hacia los grumitos de mi bebida. Jugueteé un poco más con la pajita y el hielo de mi vaso que poco a poco iba desintegrándose—. Recuerdo que habíamos salido del dentista y aún me dolía mucho la encía y el labio —dije llevándome la mano hasta la boca y rozándome con la yema del dedo el punto exacto en el que me había roto el labio al caer—. Estaba en la cocina, me senté en la silla que hay más cerca de la puerta y mi padre se arrodilló delante de mí. Mi miraba serio y triste. Recuerdo que le temblaba la voz tanto como las manos, pero dijo que había llegado el momento de que conociera la verdad sobre mi madre. —Aspiré con fuerza y cogí una servilleta de papel para sonarme. Luego me sequé de nuevo las lágrimas que luchaban con más fuerza por salir y estropearme el maquillaje. Esperé unos segundos, armandome de valor.

—Dakota —susurró Matt apoyando su mano en mi espalda y acercándose a mi—, no tienes que...

Llevé una de mis manos hasta sus labios y lo obligué a guardar silencio.

—Era alcohólica —solté de pronto y sin más comencé a llorar. No sé cómo pasó, pero en cuestión de segundos estaba llorando en el pecho de Matt, arropada en un abrazo tierno—. Mi padre le dio a elegir, debía rehabilitarse o marcharse. —Continué—. Eligió marcharse.

—Dakota —susurró Matt mientras cerraba con más fuerza su abrazo. Cerré los ojos y dejé que su calor me consolara, que el latir de su corazón contra mi mejilla me calmara el dolor. Cerré mis puños sobre su camisa y lloré durante un rato con fuerza. Hacía mucho tiempo que no permitía salir aquellos recuerdos, aquel dolor lacerante.

—Se fue, Matt —gemí—. Prefirió abandonarme.

—Lo siento —respondió Matt apartándose un poco cuando me tranquilicé. Me miró a los ojos—. No lo sabía.

—¿Podemos irnos? —pregunté deseosa de salir de allí. Todo el mundo nos miraba. Matt miró en derrededor y asintió.

Después de pasar por los baños para lavarme la cara, Matt y yo nos dirigimos en silencio hasta el coche. El parking donde había dejado el coche estaba en un sótano ligeramente oscuro. No había nadie, salvo nosotros y el guardia de seguridad en su garita. Antes de que Matt sacara las llaves del bolsillo trasero de su pantalón, me apoyé de espaladas en la puerta del conductor y lo tomé de la mano. Aún no había terminado mi historia y necesitaba liberarme.

—Me costó mucho recuperarme de aquello. —Comencé de nuevo con la vista clavada en nuestros dedos entrelazados—. Sólo era una niña y aceptar la verdad era difícil. Mi padre me había mentido y mi madre seguía viva en algún lugar.

—¿No la buscaste? —preguntó acercándose un poco. Asentí.

—Cuando cumplí dieciséis fui con... —mi voz se rompió. Zarandeé la cabeza y miré a Matt a los ojos—. Cuando cumplí trece años, —empecé de nuevo mirándolo a aquellos ojos verdes como la hierba—, encontré por casualidad los papeles del divorcio de mi padre. Mi madre se lo había enviado desde Utah, no recuerdo el lugar. Envié algunas cartas a aquella dirección, un tiempo más tarde, recibí respuesta. Un agente inmobiliario me escribió para devolverme mis cartas y decirme que la dueña de la casa había muerto y que su familia, su marido y sus hijos, habían decidido ponerla en venta.

—Debió ser muy duro —dijo Matt abrazándome de nuevo. Asentí secándome una nueva lagrimita que caía solitaria por mi rostro.

—Mi madre está muerta, Matt. —respondí sin emoción alguna—. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? —pregunté con una sonrisa nerviosa—, que había rehecho su vida. Se había vuelto a casar, había formado una nueva familia y se había olvidado de mí.

—Pero...

Negué y tomé aire.

—¿Comprendes lo difícil que me resulta aceptar que nuestros padres van a casarse? —pregunté mirándolo a los ojos. Matt me agarró de las mejillas y me dio un beso en la frente—. Sé que Helen es buena y quiere a mi padre, pero cuando los veo juntos, no puedo evitar pensar que... No podría soportarlo. —Suspiré desviando la vista—. Sé que es egoísta y que no tengo derecho a pedirle a mi padre que no rehaga su vida pero... ¿y si me abandona? ¿y si se olvida de mí como lo hizo mi madre?

—Me hago una idea de lo duro que debió ser crecer pensando que... —respondió Matt. Fruncí el ceño ante sus palabras y lo empujé con rabia antes de que terminara de hablar.

—¡No sabes qué se siente cuando te abandonan! ¿Cómo te atreves a decirme que te lo entiendes? —grité rabiosa mientras lo golpeaba en el pecho ofendida por su comentario. Matt me agarró de las muñecas y me aprisionó entre su cuerpo y el coche.

—¡Basta! —me dijo molesto.

—La odio —susurré con rencor.

Matt me abrazó con fuerza y el silencio se interpuso entre los dos. Por instinto, me abracé a su cuello. Necesitaba aquel abrazo, aquel calor, aquel cariño que Matt me ofrecía. En un arranque de tristeza, busqué sus labios.

Lo besé y Matt me devolvió el beso con más ahínco. Sus labios fueron como un bálsamo suave que fue calmando poco a poco mi agitada alma. La rabia y el dolor de aquellos sentimientos lejanos, se fueron apagando. No sabía cómo había pasado, ni cuando, pero Matt siempre conseguía hacer que me sintiera protegida.

—Lo siento —susurré cuando me alejé de él. Matt tenía sus manos en mi cintura y no me soltó, sino que me acercó más a él. Lo miré avergonzada por mi arranque de ira.

—Tienes razón —dijo apoyando su frente en la mía—, no sé qué se siente cuando te abandonan, pero... —susurró con los ojos cerrados. Tragué saliva y le acaricié en la mejilla, borrando el rastro de una lágrima—. Odias a tu madre por lo que te hizo, y eso sí lo comprendo porque yo también odiaba a mi padre.

—Pero tu padre te crió, estuvo a tu lado —dije sin comprender nada. Matt asintió—. Entonces fue un buen padre.

—Asistir a unos cuantos recitales o estar presente durante tu infancia no hace que alguien sea un buen padre —respondió serio. Funcí el ceño y lo miré extrañada.

Nunca antes había visto aquella expresión que se movía entre la sinceridad y el rencor. Le acaricié con ternura y lo besé. Algo me decía que ahora era él quien necesitaba consuelo. Capturé sus labios con los míos y dejé que nuestras lenguas se reconocieran de nuevo. Yo lo consolaba y dejaba que el me consolara. Ambos necesitábamos aquello. Nos necesitábamos.

—Creo que ahora te toca a ti contarme tus secretos —susurré en sus labios. Matt asintió sin dejar de besarme.

—Estaba enfermo —dijo cuando me separé de él—. Cáncer de páncreas. Eli era un bebé, pero yo lo recuerdo bien.

—¿Sufrió? —Matt asintió—. ¿Lo viste morir?

—No —respondió y volvió a besarme con suavidad—. Pero iba a verlo al hospital. Quería asegurarme de que... no sé de qué quería asegurarme. Tal vez, de que sufría todo lo posible —dijo encogiéndose de hombros. Fruncí el ceño—. Mi padre le pegaba a mi madre.

Abrí los ojos sorprendida por aquella confesión. De pronto, mi mente viajó hacia la noche en la que Helen me había contado que su marido había muerto con una frialdad que me heló la sangre. Comprendí entonces la reacción de Helen al hablar de su marido fallecido. Miré a Matt y me mordí el labio preocupada.

—¿Te pegó alguna vez? —pregunté asustada. Matt lo negó.

—Nunca. Sólo a mi madre —respondió—. El día que murió fue el día más extraño de mi vida. Por un lado, me alegraba que no pudiera volver a acercarse a ella, por otro, lloraba su muerte. —Matt me miró y se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, era mi padre.

Asentí y con ternura le retiré un mechón del flequillo de la frente. Matt no quiso contarme mucho más, así que nos metimos en el coche y emprendimos el camino hacia la casa de Nanako. Al cabo de unos minutos, estacionó frente al edificio.

—Dakota —dijo Matt pasando un brazo por la parte trasera del reposacabezas de mi asiento. Lo miré a los ojos.

—¿Si?

—Al principio no acepté a tu padre —dijo serio—, no me fiaba de él. Pero cuando te conocí, cuando te vi en aquella isla, me di cuenta de que, si George había conseguido que su hija lo amara tanto, no podía parecerse en nada a mi padre.

—Matt... —susurré.

—Dakota, pasado mañana es la boda, por favor, vuelve a casa. A nuestra casa —dijo llevando su mano hasta mi mejilla—, dale a esta familia una oportunidad.

Cerré los ojos unos segundos, disfrutando de sus caricias una vez más. Al cabo de unos instantes, me acerqué hasta él. Lo volví a besar, con suavidad, con tranquilidad. Tal vez, la intensidad de todos los recuerdos era lo que alejaba el miedo a estar a su lado, tal vez el hecho de lo que me hacía sentir, o sencillamente, porque en aquel momento no me sentía presionada, sino que me sentía tan vulnerable y expuesta como seguramente se sentía Matt después de haberme confesado la verdad sobre su padre.

En aquel instante, el teléfono de Matt sonó con fuerza, asustándonos.

—Lo siento —dijo alarmado azorado cortando la llamada. Fruncí el ceño y él guardó el smartphone en el bolsillo de su pantalón. Me miró y me sonrió—. ¿Lo pensarás?

Asentí con un suspiro y salí del monovolumen con un mal presentimiento sobre mí. Me quedé frente a la entrada del edificio hasta que Matt desapareció entre la circulación. 

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