4
13 de junio
Los siguientes cinco días los pasé tratando de alejarme de George, Helen y el resto de la tropa. Mi rutina consistía básicamente en playa, alcohol, fiestas y más playa. «Estoy de vacaciones, ¿no?». Sin embargo, mi padre se había empeñado en que hiciera vida familiar, de manera que organizó un día de chicas. No me hacía mucha gracia pasar el día con Helen y su hija, pero las vacaciones se terminaban y cuando llegara a Los Ángeles tendríamos que convivir bajo el mismo techo, de manera que acepté darles una oportunidad. «Al menos a la cría».
Bajé al restaurante a la hora que mi padre me había indicado para desayunar, decidí ponerme un precioso vestido floreado de tirantes y escote en forma de corazón que estilizaba mi figura, unas sandalias de tiras finas a juego y me había hecho una trenza de cuatro cabos que caía sobre mi hombro derecho. «¿Está mal que diga que estaba preciosa?». Resoplé cuando me di cuenta que había llegado tarde, «otra vez».
—Siento llegar tarde —«Mentira, no lo sentía en absoluto». Dije mientras me ponía las gafas de sol.
—Siéntate aquí —dijo Eli quitando su bolso de la silla que la separaba de su hermano mayor. Le sonreí y acepté el ofrecimiento.
—Bueno y, ¿qué harán mis mujeres hoy? —preguntó mi padre mirándonos a las tres con una sonrisa ancha que se fue tensando a medida que el silencio se prolongaba.
—Había pensado que podríamos ir de compras —soltó Helen nerviosa mirándome con aquellos ojos verdes abiertos como platos. Me encogí de hombros mientras cogía una manzana del cuenco de fruta que había en el centro y la limpiaba con la servilleta.
—Está bien —dijo George levantándose—. Disfrutad del día, nos veremos en la cena. —Tras eso le dio un beso a Helen, le acarició el pelo a Eli y se acercó a mí. «No creas que porque haya aceptado pasar el día con ellas te he perdonado» pensé mientras levantaba la mano para rechazar aquel beso de despedida—. Está bien —susurró decepcionado. Luego posó sus manos en los hombros de Matthew—. ¿Nos vamos, campeón?
Matthew aceptó la invitación poniendo los ojos en blanco y asintiendo muy a su pesar. «Así que no soy la única a quien esto no le hace ni pizca de gracia, ¿eh?». Sonreí pérfida y no pude evitar mirar cómo mi padre desaparecía con Matt y su culito prieto. «¿De verdad he dicho eso?».
—Bueno, Dakota... ¿qué te parece si vamos de tiendas, almorzamos y luego pasamos la tarde en la playa o la piscina? —preguntó Helen.
—Claro —dije sonriéndole.
El día fue avanzando rápido y debo admitir «muy a mi pesar», que me divertí con Eli y Helen. Primero pasamos por algunas tiendas donde compramos un par de bikinis y un pareo para cada una, luego tomamos batidos de helados, dimos un paseo en barco por las playas más cercanas a nuestro hotel y volvimos al restaurante para almorzar. Tras terminar, nos cambiamos y nos tumbamos al borde de la piscina hasta que el sol comenzó a caer.
Me quité mis gafas de sol y miré a mi alrededor. Los chicos eran guapos y me sonreían traviesos, pero aquel día le había prometido a mi padre que lo pasaría con Helen y Eli, «y yo siempre cumplo mi palabra», de manera que, haciendo oídos sordos a mis ganas de divertirme, los ignoré y seguí hablando de banalidades con la futura esposa de mi padre y su hija.
—¡Mamá! ¿Se lo has propuesto ya? —dijo Eli mientras nos tomábamos unos cócteles en el bar de la piscina. El sol ya se había escondido y estábamos esperando a que tanto mi padre como Matthew aparecieran para ir a cenar todos juntos. Helen se removió nerviosa en su sillón. «¿Proponerme? ¿El qué?».
—No creo que sea aún el momento, Eli —respondió Helen suavemente. Aquella evasiva me molestó.
—¿Alguién va a decirme qué está pasando? —pregunté con el ceño fruncido mientras sentía cómo la paciencia desaparecía por momentos de mi cuerpo.
—Mamá quiere que seamos sus damas de honor. ¿No es genial? Llevaremos el mismo vestido —explicó Eli ilusionada y dejándome de piedra. «¿De verdad espera que sea una de sus damas de honor? ¿Cómo se atreve?».
—La verdad es que... —dijo Helen interrumpiendo a su hija y colocando una mano sobre las suyas para tratar de apaciguarla—. Quería pedirte que fueras la madrina de mi boda.
—¿Qué? —pregunté aturdida.
—¿La madrina? ¿No iba a ser la abuela? —preguntó Eli extrañada y descolocándome más aún. «¿Ya han elegido a los padrinos, las damas de honor y el resto de la comitiva? ¿Sin contar conmigo para nada?». Comencé a sentir un fuerte dolor en el pecho que me impedía respirar con normalidad. Todo me daba vueltas.
—¿Estás de coña? —grité a Helen levantándome de la silla y tirándola al suelo.
—Dakota siéntate, por favor —dijo tratando de agarrarme por los hombros. Sin pensar la empujé para apartarla de mí.
—¡No pienso sentarme! —grité dando un paso atrás—. ¿Pero a tí qué cojones te pasa, Helen? Irrumpes en mi vida, te metes en mi casa, me robas a mi padre y encima, ¿quieres que sea la madrina de tu boda? ¿De verdad crees que iba a aceptar?
—¡No le hables así a mi madre! —gritó Eli levantándose con la intención de golpearme, sin embargo la mano de Helen se lo impidió.
—Eli, márchate —ordenó en un tono que no admitía discusión. La niña tardó en reaccionar, pero finalmente se alejó—. Siéntate —me dijo a la vez que ella lo hacía. Sin responder tomé mi bolso y saqué un cigarrillo. Me senté tras darle la primera calada y percatarme que todo el hotel nos estaba mirando. «Eso y que uno de los gorilas de seguridad se había acercado disimuladamente hasta apostarse a unos metros de nosotras».
—Siento mucho si el comentario de mi hija te ha molestado, no quería que te enterases de esta manera —dijo más sosegada.
—Al parecer no queréis que me entere de nada, ¿no es así, Helen? —respondí escupiendo con asco su nombre mientras soltaba el humo de otra calada.
—Estás comportándote como una cría, Dakota.
—No eres mi madre para darme lecciones —respondí con un tono tan gélido que me sorprendió.
—No, no lo soy, pero si me dejas, podría...
—¿Qué? —la interrumpí—. ¿Convertirte en ella? Ya tengo una madre, Helen; y está muerta. No necesito que nadie la suplante.
—Iba decir que podríamos ser amigas —respondió y me fijé que sus ojos comenzaron a brillar, sus lágrimas se agolpaban a la espera de las palabras que las hicieran salir.
—¿Amigas? ¿Pero tú te estás oyendo? —pregunté soltando una carcajada.
—Pensé que... —respondió abrumada.
—¿Pensaste? ¿Qué pensaste? ¿Que podrías robarme a mi padre y yo lo aceptaría? ¿Qué viviríamos todos juntos bajo el mismo techo como una familia feliz? —grité levantándome y apagando la colilla en uno de los cócteles a medio beber. Una lágrima comenzó a rodar trémula por la mejilla de aquella mujer. «Joder, no llores Helen porque entonces lo haré yo». Y sin decir ni una sola palabra más, subí a mi dormitorio, me encerré en él y lloré como no lo había hecho desde que saliera del avión.
Al cabo de una hora, mi padre llamó a la puerta y discutimos. Él quería que me disculpara con Helen y yo, simplemente quería que la dejara. La verdad es que no recuerdo bien lo que me dijo y tampoco lo que le respondí, pero lo que recuerdo es, que después de salir de mi habitación, aparecí en la playa con una botella de tequila y un cigarrillo entre mis dedos. Recuerdo la luna grande al final del horizonte sacándole escamas plateadas a las aguas claras de Honolulu, el sonido de la música de una de las muchas fiestas que se daban a lo largo de la playa me llegaba amortiguado por el sonido del océano. Le di un sorbo a la botella y la tiré con rabia. Estaba muy cabreada y sabía perfectamente cómo podría desquitarme. De manera que salí en dirección a aquella fiesta.
Eran pasadas las doce de la noche y la mayoría de los asistentes eran clientes jóvenes de los hoteles cercanos. Pude reconocer a al menos cinco o seis clientes de mi propio hotel y con los que me había cruzado varias veces en la piscina y el bar. Sonreí a un mulato que se acercó para invitarme a tomar algo. Acepté encantada y tras eso me senté en uno de los sofás de estilo chill out desde el que podía controlar todo lo que se movía a mi alrededor. El cóctel unido a la cantidad ingente de tequila que me había tomado en la playa comenzó a hacer mella en mi albedrío.
La risa de un chico llamó mi atención, era la primera vez que veía a Matthew reir mientras hablaba con una chica. Elevé una ceja y una sonrisa maléfica se dibujó en mi boca. «Aquella noche prometía». Me acerqué hasta ellos y me fijé que Matthew aceptaba un palo de billar y se acercaba a la mesa para lanzar. Me apoyé en la mesa con las palmas de las manos, justo frente a él y le sonreí.
—¿Hay sitio para una jugadora más? —pregunté mirándolo fijamente. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero ya estaba allí. «¿Y para qué engañarnos? Soy la puta ama jugando al billar».
—¿Sabes jugar? —me preguntó elevando las cejas cuando se incorporó. Me deslicé hasta dar la vuelta a la mesa y colocarme frente a él. Su olor a colonia fresca y mar me hipnotizó más.
—Sé hacer muchas cosas —ronroneé casi en un susurro, acercándome a él. Matthew se humedeció los labios y se acercó un poco más, clavando sus ojos verdes en los mío.
—¿Además de montar escándalos en los restaurantes y hacer llorar a los demás, también juegas al billar? —me preguntó apretando la mandíbula. Gruñí molesta unos segundos, pero luego lo pensé mejor y mostré mi mejor sonrisa.
—Soy muy buena, tomattito —dije con retintín. Eli me había contado durante el día que llamaba a su hermano con aquel apelativo porque siempre se sonrojaba. Me dio con rabia el palo de billar y se alejó para colocar las bolas.
—Muy bien, princesita —soltó mordaz mi apodo sin mirarme—. Billar americano, modalidad: bola ocho. Diez pavos la bola, ¿qué te parece? —preguntó una vez que hubo colocado las bolas en su posición. Miré el local y comprobé que todos nos observaban, incluída la chica con la que Matthew había estado tonteando. Le sonreí y me acerqué a él lo más sugerente que pude; me llevé una manos hasta la piel de mi clavícula, acariciándola lentamente mientras lo miraba a los ojos.
—Veinte pavos la bola —respondí sensual subiendo la apuesta y sonriendo traviesa. «Eli tenía razón, sacarle los colores a Matt era muy fácil y de lo más divertido». Matthew carraspeó y desvió su mirada dando un paso atrás.
—Está bien —respondió—. Las damas primero.
Sonreí y rompí el juego colando la número siete, lo que hacía que yo fuera a lisas y él a rayas. Los primeros minutos de juego fueron maravillosos, la cosa empezaba muy bien para mí, puesto que conseguí colar cuatro bolas más, de manera que sólo me quedaba la azul, la violeta y, por supuesto, la ocho negra para ganar. «Esto es pan comido» pensé cuando me percaté cómo se le marcaban los pectorales bajo aquella camisa blanca. «Joder, estaba como un tren». Sin pensar, me relamí los labios deseando poder clavar mis uñas en aquella espalda musculada mientras me corría de placer bajo su cuerpo. Aquel pensamiento me hizo fallar y perder el turno.
—Vaya —dijo con una sonrisa torcida—. Me toca.
—Todo tuyo —respondí mirándolo de arriba a abajo con todo el descaro del que era capaz, y sonreí al ver que volvía a sonrojarse. Se colocó en posición y, tras un par de segundos, chasqueó la lengua y se incorporó mirándome a los ojos.
—Hagamos un trato —dijo apoyándose con las caderas en el borde de la mesa. Fruncí el ceño entre curiosa y molesta—. Si pierdo, pagaré a cuarenta dólares la bola, pero si gano, te disculparás con mi madre y mi hermana.
—¿Qué? —pregunté sorprendida. «¿Me está chantajeando? ¿Pero qué coño se ha creído?». Miré a mi alrededor unos segundos, la gente que nos observaba no entendían nada de lo que pasaba, sin embargo, todos sabían que Matthew había subido la apuesta y si no la aceptaba quedaría como una perdedora. Me erguí, acepté la apuesta y, simplemente, perdí.
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