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21 de agosto - El spa (Parte 1).

—Tesoro, ¿por qué no dejas de dar vueltas y te metes en el dichoso jacuzzi de una vez? —preguntó Nanako llevándose una uva a la boca mientras me seguía con la mirada desde el interior de su jacuzzi. Resoplé cansada y accedí.

—Es que no lo entiendo —respondí encogiéndome de hombros mientras me internaba entre las miles de burbujas que masajeaban el cuerpo de mi amiga desde hacía veinte minutos. Cogí una uva roja que me ofrecía y, antes de darle un mordisco, volví a mirar a mi amiga—. Me llamó malcriada, egoísta y egocéntrica.

—Bueno... un poco malcriada sí que estás y adoras ser el centro de atención —respondió mi amiga—. Y no me negarás que eres muy egoísta en lo que se refiere al cariño de Sugar Daddy.

Resoplé y recosté mi cabeza sobre el borde del jacuzzi con la mirada perdida en el firmamento de Los Ángeles. Cerré los ojos y disfruté de la tranquilidad que se respiraba en la terraza de aquel spa al que Nanako me había llevado para pasar unos días las dos solas. Suspiré.

—Debería disculparse con Helen —interrumpió el señor Huang cruzándose de brazos mientras se recostaba sobre su sillón orejero.

—¿Disculparse? —replicó Arthur—, es Helen quien tiene que disculparse con ella. ¡No tenía derecho a golpearla! Eso ha estado muy mal.

—Lo que ha estado mal desde el principio ha sido el comportamiento de Dakota —respondió la señora Dorothy dando un golpe con su bastón—. Debía tener paciencia con Helen, está claro que lo único que le pasaba era que estaba nerviosa por la boda.

Angus asintió ante el comentario de la señóra Dorothy.

—Creo que tienes razón, Dorothy —dijo asintiendo ante el comentario de su vieja amiga—, sin embargo, Helen debía haberse dado cuenta que ella también estaba nerviosa. Llevaba días sin dormir por culpa de ese libro que estaba escribiendo.

—¡Era un artículo para la revista de su amiga! —respondió Arthur.

—Lo que sea —se quejó la anciana con un ademán de su mano—. Las dos estaban nerviosas y poco les ha faltado para tirarse de los pelos. Ambas deben disculparse.

—¡Helen no debe disculparse y tampoco debería perdonarla! —dijo casi a voz en grito el señor Huang—. Esa niña ha sido muy egoísta y se ha comportado muy mal desde el principio. No debería perdonarla.

—Bueno, bueno, señor Huang —dijo Arthur dándole una palmadita al anciano en el hombro—. La pobre Dakota ha crecido sin madre, es normal que le cueste aceptar que su padre quiera rehacer su vida. ¿No le parece?

—Pero ya es mayorcita —respondió Dorothy con un golpe de su bastón—. Dakota debería aprender a ponerse en el lugar de los demás más a menudo.

—Y a no salir corriendo —respondió el señor Huang con un dedo en alto como reforzando su opinión.

—¿De verdad creen que Dakota es una cobarde? —preguntó Eli con el diario apoyado en el regazo y el ceño fruncido.

—¿Es que no ha quedado claro? —saltó el señor Huang—. Cada vez que discute o pasa algo sale corriendo. No sabe enfrentar la realidad.

—Es cierto que lo hace —dijo meditabunda la señora Dorothy.

—¿Cuándo ha salido corriendo? —preguntó confundida la señora Angus.

—En muchas ocasiones —respondió el anciano oriental—. Al principio cuando la pillaron con el tipejo que tenía novia, luego se escondió en los baños del avión cuando su padre le dijo que iba a casarse, en Hawaii salió corriendo del hotel cuando Helen le dijo que fuera la madrina de su boda, también ha salido corriendo todas las veces que Matt le ha propuesto salir como una pareja estable... y estoy seguro de que se me olvida más de una vez.

—Vaya... —respondió el señor Arthur mesándose el mentón con la mirada perdida en la punta de sus zapatillas—. Son muchas veces.

—Es una cobarde —respondió con ahínco el señor Huang.

—Yo no creo que sea una cobarde —respondió Angus con una leve sonrisa—. Sencillamente es una niña que no ha madurado. Y confío en que madurará.

Dorothy y Arthur asintieron y miraron al señor Huang.

—Estáis locos si pensáis que madurará —soltó altivo el anciano.

—Entonces, ¿crees que Helen tenía razón para ponerse así? —susurré.

—Para ser justos, llegaste una hora y media tarde —respondió mi amiga.

—Estaba trabajando en el dichoso artículo y, además, ¡Ya me había disculpado! —dije molesta tirando la pequeña uva con la que jugueteaba entre mis dedos de vuelta a la bandeja de la que Nanako la había sacado—. Ella ha ganado la partida: se ha quedado con el cariño de mi padre. No entiendo por qué tiene que ser tan cruel conmigo.

—Dakota —dijo mi amiga colocándose a mi lado y recostando su cabeza junto a la mía—, nadie está siendo cruel contigo. Y hasta que no entiendas que esto no es un juego en el que Helen gana y tú pierdes no serás felíz.

—¿Y si no quiero entenderlo? —respondí casi como retando a mi amiga—. Estoy en mi derecho de no aceptarlo, ¿no?

—¿Dices que no quieres aceptar la realidad? —preguntó con una ceja en alto, incorporándose para mirarme. Yo también me incorporé y la miré a los ojos.

—Exactamente eso es lo que digo —respondí altanera.

—Pero, ¿qué narices te pasa? ¿Cómo vas a negarte a aceptar la realidad? ¡No puedes hacer eso! —replicó mi amiga.

—¡Claro que puedo hacerlo! Simplemente haré como si no fuera real y seguiré adelante —respondí indiferente como si aquello fuera una opción.

—Vamos a ver —dijo Nanako moviendo las manos para tratar de traer la calma a su vida de nuevo—. Supongamos que eso se pudiera hacer, ¿de acuerdo? —Asentí con la cabeza—. Supongamos que te niegas a aceptar la realidad tal cual es. Ahora, yo te pregunto: ¿por qué narices ibas a hacerlo?

—Porque la última vez que acepté la realidad descubrí que mi madre me había abandonado y tenía otra familia —respondí casi con un susurro.

Nanako no respondió y yo salí del jacuzzi. Me puse mi albornoz, cogí una botella de agua y me apoyé en el barandal de la terraza. La brisa nocturna me acariciaba la piel húmeda. Sentí la mano de Nanako sobre mi espalda.

—Cariño —susurró mi amiga abrazándome—, no es justo que te enteraras de la existencia de esa realidad cuando tu madre había muerto. Y nadie te culpa si no eres capaz de perdonar que se marchara y que nunca te diera ninguna explicación. Tampoco te culpamos por no saber enfrentarte a ese dolor, pero esto es diferente.

—¿En qué es diferente? —mascullé sintiendo las lágrimas caer por mis mejillas—. Mi padre tiene una nueva familia. ¿Es que no lo ves? Cuando se casen ella será la mujer de su reino, ella tendrá su corazón y yo me tendré que hacer a un lado.

—¡Oh! Dakota, ¿por qué distorsionas la realidad? —preguntó mi amiga apenada. La miré unos segundos y me apoyé en su hombro.

—¿Y cuál es la realidad, Nanako?

—La realidad, tesoro —dijo con ternura—. Es que tu padre se ha enamorado y ha decidido rehacer su vida junto a otra mujer. La realidad es que tu padre no ha dejado de quererte ni te apartará a un lado, porque te quiere.

—Yo no lo veo así —respondí.

—Lo sé —dijo mi amiga con un suspiro. En ese instante mi teléfono comenzó a sonar. Me deshice a regañadientes del abrazo de mi amiga y me acerqué hasta la tumbona donde lo había dejado.

—¿Sí? —respondí.

—¿Dakota? Por fin te localizo —La voz del monitor gordinflón sonaba preocupada.

—¿Rocco? —pregunté extrañada. Nanako me miró de soslayo—. ¿Rocco qué sucede?

Mi amiga acercó el oído hasta el auricular para oír lo que decía. Puse el manos libres.

—Es Tom —respondió Rocco—. Hace dos semanas que no aparece por las actividades del centro a las que sus abuelos lo apuntaron. Les he llamado y no sabían nada de él. Al parecer les decía que venía al centro pero no era verdad. Pero eso no es lo peor de todo.

—No me jodas, —mascullé con rabia pensando en los mil y un líos en los que un chico de la edad de Tom y con sus problemas podía meterse.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nanako.

¿Eh? ¿Hola? —respondió Rocco confundido—. ¿Nanako?

Mi amiga se sonrojó y se tapó el rostro con las manos.

—Estoy pasando unos días en su casa —expliqué rápidamente a Rocco deseando saber qué había hecho Tom.

Ah, genial —respondió Rocco aún desorientado—. Me alegra volver a hablar contigo, Nanako. La última vez que nos vimos estabas muy guapa y...

—¿Por qué no nos cuentas qué ha pasado con el chico, Rocco? —lo interrumpió Nanako. «¿Qué cojones estaba pasando allí?».

—Quería decírtelo, pero... —Rocco seguía con su conversación.

—¡Oh! Vamos, cuéntame qué le ha pasado a Tom y luego te ligas a Nanako con tranquilidad, —solté molesta. Mi amiga me golpeó en el hombro y sus labios dibujaron la palabra idiota. Sonreí para mis adentros.

Sí, bueno —balbucéo Rocco—. Eh... ¿qué estaba diciendo?

—Me ibas a contar qué narices ha hecho ese crío —respondí aún más nerviosa.

—Sus abuelos me han llamado esta tarde para decirme que lo han pillado robando en una tienda.

—¿Que ha hecho qué? —pregunté sorprendida.

—Lo han pillado robando —respondió Nanako.

—Ya lo he oído —dije sin dar crédito a lo que oía. Aunque el chico ya me lo había dicho y Rocco confirmado antes que él, una parte de mí se negaba a creer que aquel niño que tanto había sufrido fuera capaz de hacer algo así. 

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