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18 de agosto - La cena de ensayo
Resoplé enfadada y cansada mientras removía mi primer café de la mañana, que a la vez era el décimo desde que comenzara a trabajar en mi artículo la noche anterior. Al día siguiente tendría que entregar el artículo en la revista de la madre de Nanako y hacer una entrevista con ella y dos de sus mejores periodistas y mi trabajo aún no estaba terminado. Aunque lo tenía practicamente listo y sólo me quedaba retocar algunos aspectos muy concretos, el resultado obtenido hasta esa mañana no era el que yo esperaba de mí misma. Sabía que podía hacerlo mejor, pero también sabía que el haberme marchado al campamento, el viaje a Monterrey, los entrenamientos matutinos y todo el problema con el tema de Matt y sus ansias por dar un paso más, me habían vuelto descuidada y había dejado de lado mi artículo. Por eso, desde hacía dos días, me las pasaba encerrada en mi habitación, completamente desconectada de todo y todos, apenas dormía y sólo despegaba mis ojos de los libros y la pantalla de mi ordenador para comer algo o salir al servicio.
—Princesa, ¿cuánto haces que no te das una ducha? —preguntó mi padre al verme. Me encogí de hombros.
—Ni idea, ¿dos días? Tal vez, ¿tres? —respondí indiferente. No pensaba hacer otra cosa que no fuera terminar de pulir mi artículo. Salí de la cocina con mi taza de café caliente entre las manos mientras mi padre me decía algo sobre una cena esa noche en no sé qué restaurante. Asentí y respondí sin interés alguno, pues mi única prioridad ese día era terminar el dichoso artículo.
Me encerré en mi cuarto de nuevo hasta las siete, más o menos, hora en la que Eli entró y me interrumpió mientras terminaba de leer un capítulo sobre las actividades de Hans Günter von Dincklage, pareja de la diseñadora francesa durante la Segunda Guerra Mundial. La miré por encima de las páginas y me mordí la lengua para evitar gritarle. «La chica no tenía la culpa de que fuera tan retrasada con mi artículo». Traté de tener paciencia.
—¿Ya sabes qué vas a ponerte? —preguntó paseándose por mi cuarto.
—¿Para qué? —pregunté distraída y tomando notas en el margen del libro antes de repasar mi artículo y rectificar algunas frases de acuerdo con la nueva información que había encontrado de última hora.
—Para la cena de esta noche, ¿no te acuerdas? —respondió sorprendida.
—¡Ah! Sí, ya... esa cena —respondí fingiendo que la recordaba—. No voy a ir.
—¿Cómo que no vas a ir? —preguntó, ahora enfadada—. ¡Tienes que ir!
—Estoy ocupada, Eli, no tengo tiempo para cenas y tonterías —respondí pasando la página del libro y repasando las anotaciones del siguiente capítulo. Recordaba que había dejado escritas algunas frases que me parecieron perfectas para mi trabajo, pero no era capaz de encontrarlas. Eli me arrancó el libro de las manos con violencia—. ¿Pero qué cojones haces? —grité enfadada. Me levanté de la silla y volví a recuperar mi libro—. ¿Es que no ves que estoy trabajando? ¡Esto es importante!
—¡Y la cena de esta noche también lo es! —respondió roja por la rabia mientras se revolvía el pelo. La miré de arriba a abajo y fue entonces cuando me percaté de que se había vestido más elegante de lo que normalmente solía hacerlo. Fruncí el ceño y debió notar mi vacilación porque respondió—: ¿No recuerdas qué día es hoy?
—No, no lo recuerdo. ¿Es tu cumpleaños? —pregunté encogiéndome de hombros y volviendo de nuevo a mi escritorio. Abrí el libro por donde lo había dejado y lo apoyé en el resto de mis apuntes. Abrí la tapa de mi portátil y comencé a reescribir según las notas que había hecho.
—Es la cena de ensayo —respondió. «No me jodas». Dejé de teclear y la miré entre avergonzada y molesta. Chasqueé la lengua.
—Lo siento, no me acordaba —respondí.
—Mamá y George se fueron al restaurante sobre las seis y media porque tenían que hablar con Margot y recibir a los invitados —explicó más calmada—. Matt y yo saldremos en media hora, así que dúchate y vístete.
—Aún no he terminado —respondí ofuscada sin saber muy bien qué hacer.
—¡Tienes que venir! —repitió. Me mordí el labio inferior y asentí.
—Tienes razón —respondí con una sonirsa—. Tengo que ir, pero no puedo dejar esto a medias. ¿A qué hora comienza la cena?
—A las nueve —respondió con el ceño fruncido. Miré el reloj y constaté que apenas eran las siete y media, de manera que podía darme una ducha muy rápida y terminar lo que me quedaba del artículo antes de las nueve menos cuarto, luego llamar a un taxi y si el tráfico acompañaba, no me retrasaría más de quince o veinte minutos de la hora. Le expliqué a Eli mi plan y terminó aceptándolo a regañadientes.
Salí de la ducha y me puse el vestido negro que Eli me había dejado sobre la cama antes de marcharse con su hermano, al que por suerte, no tuve que ver. Me calcé los zapatos y me senté frente al ordenador de nuevo.
—¡Joder! ¿Ya es la hora? —grité fastidiada cuando oí mi teléfono sonar a todo volúmen. Mientras me duchaba pensé en programar una alarma en mi teléfono para que sonara a las ocho y media y así poder llamar con tiempo un taxi que me llevara al restaurante—. No me jodas —mascullé al darme cuenta que no era la alarma lo que sonaba, sino una llamada de Eli.
—¿Dónde estás, Dakota? —preguntó enfadada desde el otro lado de la línea.
—Eli, lo siento. He estado trabajando en el artículo y...
—¡Ven ya! —dijo y luego colgó la llamada.
Llegué al restaurante a las diez y media de la noche, todos los invitados estaban sentados en sus respectivas mesas y el primer plato ya se había servido.
—Llegas tarde —me dijo mi padre cuando me senté en la silla vacía que había a su lado.
—Lo siento —respondí abriendo la servilleta y dejándola sobre mis rodillas, como estipulaba el protocolo.
—Lo hablaremos en casa —respondió serio sin mirarme.
Durante la cena, ni Helen ni mi padre me dirigieron la palabra. Aquello hacía que, junto al cansancio y la frustración por saber que no había terminado de corregir mi artículo (por lo que tendría que pasar la última noche despierta), mi enfado aumentara notablemente. Mi padre se levantó de la mesa en cuanto trajeron el postre y fue a saludar a algunos de sus invitados; Helen se sentó a mi lado.
—¿Dónde has estado? ¿Sabes lo importante que es esto para tu padre y para mí? —preguntó molesta mirando al gentío que charlaba entre ellos. Cogí aire.
—Ya me he disculpado —respondí chirriando los dientes.
—¡Has llegado una hora y media tarde! —continuó susurrando para que nadie de nuestro alrededor nos pudiera oír.
—Ya lo sé —respondí cerrando los puños—. Pero estaba...
—¿Qué? ¿Estabas tan ocupada que no podías sacar tiempo para tu familia? —preguntó elevando la voz.
—Ya he dicho que lo siento, ¿vale? —respondí levantándome con violencia.
—¡Tus disculpas no me sirven, Dakota! —gritó levantándose ella también. Todos los invitados se callaron y comencé a sentir sus miradas clavándose en nosotros. Miré a la futura esposa de mi padre a los ojos y tragué saliva cuando descubrí que había empezado a llorar—. Se suponía que todo debía salir perfecto —dijo entre sollozos—. Que llegarías a la hora y serías la madrina de mi boda. ¡Pero no! La princesita tenía cosas más importantes que hacer antes que pensar en la felicidad de su familia. ¡Lo has estropeado todo! —respondió enfadada.
—Ahora eres tú quien lo está estropeando, Helen —respondí tratando de permanecer serena. No quería que mi padre se enfadara conmigo más de lo que ya se había enfadado. Helen gruñó y sin que me diera tiempo a reaccionar, me asestó una bofetada delante de todo el mundo.
Abrí mucho los ojos cuando sentí el golpe sobre mi mejilla izquierda. Mi corazón se aceleró hasta el punto de no oír nada más que mis propios latidos. Me llevé una mano hasta mi rostro y la miré incrédula.
—He tenido paciencia contigo, Dakota. He soportado tus berrinches, tu mal comportamiento y tus respuestas hirientes. Siempre he esperado que cambiaras, que me aceptaras, ¡pero es imposible! —gritó histérica—. ¡Eres una niña malcriada, una egoísta y una egocéntrica! ¡Y me tienes harta!
—¿Qué esperabas, Helen? —grité con lágrimas en los ojos yo también—. ¿Esperabas llegar y formar una gran familia feliz? ¿Que te iba a aceptar de la noche a la mañana? —Tomé aire unos instantes—. Dime Helen, ¿de verdad creías que sonreiría y fingiría que todo iba bien? —Continué furiosa, incapaz de controlar lo que decía. La miré de nuevo a los ojos y negué—. Mi vida era perfecta hasta que llegaste y lo estropeaste todo —respondí escupiendo con rencor cada palabra que salía de mis labios.
—¿Por qué me odias tanto? —susurró entre lágrimas
—¡Porque me has robado lo único que me quedaba! —grité antes de salir corriendo de allí.
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