36
15 de agosto
A causa de la discusión y el mal rato que había pasado la noche anterior durante mi paseo con Matt, apenas había podido pegar ojo. Debo admitir que después de dejarlo plantado en mitad de un parque cogí un taxi y me dediqué a deambular por las calles de Los Ángeles. Aunque había pensado en llamar a Nanako y pasar la noche con ella, lo cierto es que no me apetecía hablar del tema con nadie. Así que, después de tomarme un perrito caliente mientras daba otro paseo por el paseo de la fama y deambulear por la zona hasta pasadas las doce de la noche, tomé otro taxi que me llevaría a casa.
Al llegar a casa, había visto que alguien seguía despierto en el salón y, para evitar el riesgo de que fuera Matt quien me estaba esperando, decidí rodear la casa y entrar por la verja de la piscina. Por suerte para mí, no era Matt quien estaba viendo la tele en el salón, sino Eli, que se había quedado despierta haciendo un maratón de Harry Potter, cosa que descubrí cuando a las cinco de la mañana (sólo cuatro horas después de mi llegada a casa) pasé de puntillas por el salón y la encontré tirada de mala manera en el sofá.
—Eli —susurré dándole un suave golpecito en el hombro. Murmuró y entreabrió los ojos.
—¿Qué pasa?
—Te has quedado dormida en el salón, vete a tu cuarto o te dolerán hasta las pestañas —dije ayudándola a incorporarse.
Eli se restregó el ojo izquierdo con el puño cerrado y miró la hora en la pantalla de su móvil.
—Son las cinco y cuarto —bostezó extrañada—, ¿a dónde vas?
—A entrenar un rato y luego a la biblioteca. Tengo que terminar mi artículo —respondí recogiendo mi bolsa de deporte del suelo.
—¿Por qué no lo terminas aquí? —«¿Qué narices le pasa a esta niña? ¿Es que no tiene sueño?».
—Me concentro mejor en la biblioteca —respondí mientras salía hacia el vestíbulo.
—¡Dakota, espera! —dijo en alto. Me paré y me di la vuelta ante la urgencia de su voz.
—¿Sucede algo? —pregunté. Eli me miró mientras se mordisqueaba el labio inferior. Fruncí el ceño y la miré de arriba a abajo; di un paso hacia ella—. Eli, ¿qué sucede?
—Es que... —masculló retorciendo el bajo de su camiseta. Cerró los ojos unos segundos y suspiró. Luego me miró de una manera que me erizó la piel. Me acerqué a ella un paso. Nunca había visto a aquella niña tan turbada y, desde hacía unos días, no podía dejar de pensar que le pasaba algo. En su semblante se dibujó una sonrisa exageradamente grande y luego se encogió de hombros—. Nada, tonterías mías —respondió.
Observé extrañada e incapaz de decir nada mientras ella salía a paso ligero hacia mi viejo dormitorio o, mejor dicho, hacia su dormitorio. Suspiré y salí de mi casa en cuanto creí oír cómo cerraba la puerta tras de ella al final del pasillo. Como había dicho al principio, me pasé el resto del día fuera de casa con la única intención de poder pensar y evitar ver a Matt. Estaba segura que querría hablar después de lo que había sucedido, pero yo sabía que si volvía a sacar el mismo tema, terminaríamos discutiendo de nuevo.
Entrené hasta casi la hora de comer, luego almorcé con Paco y fui con David a visitar a Lola al hospital. Me alegré al saber que al día siguiente le darían el alta y podría volver a casa.
—Creo que podremos practicar un par de bailecitos antes de la boda —me dijo mientras acunaba a Daniel—. Te enseñaré un par de pasos muy sexys para que termines de enamorar a ese chico tan guapo que trajiste ayer. —Añadió con una sonrisa.
—A ese no le hace falta movimientos sexys para enamorarse, ¿no viste como miraba a Dakota? —respondió David sentado junto a su mujer. Esta le sonrió y yo me despedí de ellos cuando, un rato más tarde, me llegó un mensaje de mi padre en el que me recordaba que a las cinco teníamos cita en Alessandra's para las elección y prueba de los vestidos de novia y damas de honor.
Como siempre, llegué algo tarde.
—Estábamos esperándola, señorita Campbell. —dijo la dependienta en cuanto entré. La miré con una ceja en alto. «¿Cómo narices sabía quién era?». Y como si aquella chica me hubiera leído la mente dijo—: En Alessandra's no atendemos a más de un cliente por cita. De manera que la tienda está a disposición de su madre.
—¡Oh! Helen no es... —traté de explicarme, pero la chica no parecía interesada en lo que ledecía, de manera que le entregué mi bolso y la seguí por el local.
—Su familia la espera, por aquí, por favor —dijo parándose en la esquina del pasillo por el que habíamos accedido y abriendo una puerta enorme de cristal—. Alessandra y yo les atenderemos. Por cierto, soy Fanny.
Asentí y entré en la sala detrás de la dependienta. Era un enorme salón que disponía de muchos espejos y una tarima en el centro; frente a la tarima, pegado a una pared había un enorme sofá beige con una mesita auxiliar elegantemente decorada con flores naturales cuyo perfume envolvía el lugar. Me llamó la atención una bonita lámpara de araña que colgaba y en cuyos cristales se refractaba la luz de manera que parecía que cientos de arcoiris pequeñitos bailaban por el techo. Entré en silencio y me senté en el reposabrazos, al lado de mi padre. Margot hablaba con Helen y una mujer que supuse debía ser la tal Alessandra. Le sonreí a Eli cuando me saludó y traté de ignorar la mirada verde de Matt, quien estaba sentado en el otro extremo del sofá. Miré la pantalla de la tablet que tenía mi padre entre las manos.
—¿Qué haces? —susurré a su oído. Se encogió de hombros.
—Trabajar —respondió sin levantar la mirada de sus extraños gráficos y números rojos y verdes que corrían por la pantalla a toda velocidad. Resoplé.
—Muy bien —dijo Margot dando una palmada y llamando la atención de todos—. Los hombres, por favor, seguid a Fanny, ella se encargará de ayudaros a elegir los esmóquines.
Fanny sonrió y se acercó a la misma puerta por la que había entrado.
—Caballeros —dijo servicial—, por aquí, por favor.
Matt y George la siguieron obedientes.
—Helen, lamento mucho tener que dejarte, pero tengo que organizar un par de bodas más—dijo Margot tomándola de las manos—. Te dejo en las mejores manos que existen.
Margot le sonrió a Alessandra y luego se despidió de nosotras.
—Perfecto, señoritas —dijo la diseñadora con una voz tan aguda que creí que me taladraría los tímpanos—. Vamos a divertirnos.
Alessandra nos explicó que, entre sus clientes, podíamos encontrar a varias esposas de políticos, actores y varias actrices de fama tanto nacional como internacional. Nos explicó también el tipo de corte y los colores que mejor nos podrían quedar. Después de más de media hora de consejos y charlas aburridas sobre telas, colores y el porqué no debíamos llevar una falda corta con un escote muy pronunciado, Alessandra nos dejó solas para que eligiéramos varios modelos.
Finalmente, elegí cinco modelos que contaban con la aprobación de Helen y uno que cogí de la percha cuando ni Helen ni Eli me prestaban atención.
—Una gran elección —me susurró la diseñadora cuando me vio entregárselo a una de sus ayudantes para que lo llevase al probador. Me sonrojé y seguí a la chica.
Volvimos a la sala de la que habíamos salido y Alessandra abrió tres puertas camufladas entre los espejos de las paredes. Helen entró por la puerta central, que daba, al parecer, al probador más grande. Eli y yo entramos por las puertas laterales.
Accedí a una pequeña sala algo austera pero igualmente llena de espejos. En un rincón tenía otro habitáculo separado por una cortina de terciopelo rosa en el que me esperaban los vestidos que había elegido, colgados con esmero de varias perchas. Me fui probando uno a uno hasta que llegué al que más me había gustado de todos.
—Mi princesa. —La voz de mi padre me hizo dar un respingo. Aunque estaba rodeada de espejos, no me había percatado que George había entrado en el probador—. Estás increíble.
Mi padre me abrazó desde atrás y ambos nos quedamos mirando mi vestido en el espejo.
—No he podido resistirme —respondí entre risas y algo avergonzada. El último vestido que había elegido a escondidas era, ni más ni menos, que un vestido de novia de estilo romántico y corte de sirena. Las mangas recorrían semitransparentes y decoradas con bordados de flores mis brazos desde el hombro hasta el dorso de mis manos, donde terminaban con una hoja triangular en los nudillos. El cuello cisne y el busto eran también semitransparentes, mientras que el cuerpo del vestido estaba completamente brocado con flores y hojas, siguiendo el dibujo de las mangas. Me mordí el labio inferior sintiéndome como una niña traviesa que juega a probarse los tacones de su madre. Tras unos segundos de silencio embutida en el abrazo de mi padre, los recuerdos de la noche anterior rompieron mi sonrisa.
—¿Qué te sucede, princesa? —preguntó mi padre con el ceño ligeramente fruncido mientras me giraba para mirarme a los ojos. Me encogí de hombros.
—¿Te acuerdas de Dylan? —pregunté y mi padre asintió.
—Un padre nunca olvida al tipo que le rompió el corazón a su hija —respondió.
—Papá —susurré abrazándolo mientras una lágrima caía por mi mejilla—, ¿y si nunca vuelvo a enamorarme? ¿Y si Dylan rompió en mí algo más que mi corazón?
—¿Qué quieres decir, Dakota? —preguntó acariciándome el pelo. Tragué saliva y me separé de él. «Nunca tuve secretos para mi padre, así que no iba a empezar en ese momento».
—He conocido a alguien —sentencié.
—Ya sabía yo que había un chico —respondió triunfante—. Helen me decía que no, pero yo sabía que sí. Mi princesa no tiene secretos para mí. Anda, dime, ¿cómo se llama?
Sonreí cansada y negué con la cabeza.
—George, ese chico me gusta...
—¿Pero?
—Pero él quiere una relación y yo... creo que no estoy preparada —Me callé con un suspiro girándome y dándole la espalda a mi padre. Tragué saliva.
—¿Crees que yo estaba preparado para una relación cuando comencé a salir con Helen? —preguntó mi padre. Me encogí de hombros de nuevo y lo miré a través del reflejo del espejo—. Cuando tu madre se fue, creí que no volvería a enamorarme. Que no había nadie para mí salvo ella, pero me equivoqué. —Continuó y apoyó una mano en mi hombro. Me giré y lo miré a los ojos. Aquellos ojos azules que me calmaban y me salvaban de mis temores—. Tenía miedo, princesa. ¿Qué digo miedo? Tenía pánico de empezar una relación con Helen. Pero el deseo de estar con ella y todas las cosas que siento cuando estamos juntos es mucho más fuerte que los temores y las dudas. —Guardé silencio y me humedecí los labios. Mi padre carraspeó y volvió a abrazarme—. Cariño, sé que cuesta salir del cascarón y que te asusta el hecho de que te hagan daño. A mi también me aterra la idea de verte llorar de nuevo. Pero no puedes negarte el intentarlo.
—¿Crees que debería aceptar y empezar una relación? —pregunté dubitativa. Mi padre se encogió de hombros.
—No, si no es lo que quieres.
—Es que no sé —respondí agitada—. Siento un nudo enorme aquí. —Agregué llevándome una mano al pecho y cerrándola sobre el vestido—. No sé si lo que siento por él es simple atracción o es algo más fuerte que eso.
—Claro que lo sabes —respondió mi padre con ternura—. Sólo tienes que abrir los ojos, princesa.
—¿Abrir los ojos? —pregunté extrañada.
—Sí. El amor, la alegría y todo lo que sentimos cuando estamos con alguien a quien queremos, son como estrellas blancas que iluminan nuestro corazón; mientras que el miedo, las dudas y el remordimiento son como agujeros negros que roban la luz de esas estrellas.
—¡Estás chiflado! —me reí. Pero mi padre me miró con más intensidad aún, agarrándome con fuerza por los brazos.
—Dakota, abre los ojos y descubre si la luz que esa persona provoca en tí te ilumina incluso cuando tus temores traten de robar la claridad de tu corazón.
Mi padre me dio un beso en la frente y me dejó sola con el eco de sus palabras martilleando mi mente. Cuando me giré hacia el probador, de soslayo pude ver como Matt me observaba en silencio desde la puerta. Lo miré a los ojos unos instantes, suspiré y corrí la cortina de terciopelo.
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