35
14 de agosto
Salí del taxi y me hice sombra con la mano para ver el enorme hospital en el que estaba ingresada Lola y su pequeño recién nacido al que habían decidido llamar Daniel. Matt me puso una mano en la espalda con ternura y me entregó el oso de peluche que había comprado hacía sólo un rato. Lo cogí y lo alejé mí como si aquel juguete tuviera la peste; miré a Matt con una fingida mueca de asco.
—¿Era necesario? —pregunté. Matt inclinó la cabeza y soltó un suspiro.
—¿Cuantas veces lo vas a preguntar?
—Todas las que sean necesarias hasta que me expliques por qué narices tenías que elegir el oso más empalagoso de la tienda —respondí.
—Porque es bonito, tierno y achuchable —dijo quitándome el peluche y espachurrándolo entre sus manos repetidas veces para demostrarme que llevaba razón—. ¿Ves? Es el regalo ideal para un recién nacido y no esa botella de tequila que llevas en el bolso.
—No es tequila, es aguardiente. Y te aseguro que es mejor regalo que el tuyo —respondí con desdén. Me dirigí con paso presto hacia la entrada del hospital, Matt me siguió un par de pasos por detrás y se colocó a mi lado cuando accedimos al ascensor junto con un grupo de dos enfermeras, un niño con una pierna escayolada en silla de ruedas que su madre empujaba y una mujer que trataba de esconder su edad a base de maquillaje y una peluca mal colocada. La miré con cierta lástima al darme cuenta que no era la edad lo que deseaba esconder, sino las cicatrices de lo que parecía una enorme y vieja quemadura en la mitad izquierda de la cabeza y parte del escote.
—Te repito que una botella de alcohol no es un buen regalo para una mujer embarazada —susurró Matt en mi oreja. La mirada acusadora de la anciana y las dos enfermeras me hicieron encogerme. Sentía el calor de mis mejillas quemarme.
—Cállate —respondí propinándole un codazo en las costillas mientras sonreía tensa a todas las mujeres.
Las dos enfermeras comenzaron a cuchichear entre ellas y a mirarme de soslayo, por suerte para mí, el ascensor abrió sus puertas en la planta de maternidad y nadie salvo nosotros, salió del ascensor. Aunque entré resoplando en la habitación, mi ánimo cambió de golpe en cuanto Lola me dio un beso y David me dejó coger en brazos a su hijo. Matt me sonrió en cuanto me acerqué para enseñarle al recién nacido.
—¿No es una monada? Muchas gracias, Matt —dijo Lola mirando con cariño el peluche que Matt le había regalado.
—Es todo un detalle, gracias —respondió su marido sentándose en la orilla de la cama y pasándole un brazo a su esposa por los hombros. Lola apoyó la cabeza sobre el enorme pecho de David. Me acerqué a él y le entregué a Daniel con cuidado—. Dakota, los niños te cambian la vida. Deberías probar.
—Es una ricura, pero no entran dentro de mis planes —dije sin despegar la mirada del rostro regordete del bebé que dormía. Daniel me recordaba a su hermana Paula el día que esta nació.
—No tiene que ser ahora, cariño —me respondió Lola acunando a su bebé.
—¿Y tú qué, Matt? —preguntó David con un ademán de su cabeza. Matt se encogió de hombros como respuesta y David chasqueó la lengua—. Otro que no tiene las ideas claras, —sentenció y luego nos señaló con el índice—. Pues sabed que tener un hijo es la mayor expresión de amor que podéis dar y recibir.
Sonreí negando con la cabeza, sin prestar atención al comentario de David. Sabía cuanto le gustaban los niños y siempre que podía intentaba convencer a todo el que conocía de que ser padre era lo mejor del mundo. Saqué la botella de aguardiente y se la mostré a Lola con una sonrisa pícara.
—¡Eso sí que es una auténtica expresión de amor! —respondió Lola asintiendo con picardía—. Hay vasos de plástico en el baño.
Aunque David estaba totalmente en contra, Lola había decidido no amamantar a su segundo hijo, de manera que pudimos brindar los cuatro con un poco de aguardiente la llegada de su segundo hijo. Durante toda la tarde y hasta que la enfermera jefe de la planta nos echó por pasarnos de la hora estipulada para las visitas, Matt, Lola, David y yo disfrutamos viendo cómo David hacía su mejor papel de padre cambiando a Daniel, dándole el biberón y acunándolo con ternura mientras Lola nos hacía reír con la historia de su parto y todo el mal rato que David había pasado asustado por el estado del bebé. Aunque la hipertensión en un embarazo tan avanzado es algo muy peligroso y Daniel había estado a punto de no nacer, la suerte estaba de parte de mis amigos y Lola había tenido la última revisión el día anterior, de manera que los médicos se habían percatado de lo delicado de su situación y habían tenido que provocarle el parto. Aunque tanto Lola como David se habían asustado, y no era para menos, todo había salido a la perfección y Daniel había nacido dos semanas antes de lo previsto.
—Ha sido una suerte que tuviera una revisión, ¿no crees? —dijo Matt mientras paseábamos. Aunque podíamos haber cogido un taxi nada más salir del hospital, la noche estaba perfecta para un paseo por las afueras de Los Ángeles.
—Lola dice que ha sido un designio de Dios —respondí encogiéndome de hombros. Levanté la mirada y la fijé en los ojos verdes de Matt—. ¿Tú crees en Dios?
—No —respondió negando con la cabeza.
—¿Y en el destino? —pregunté curiosa.
—Tampoco —negó de nuevo. Fruncí el ceño y me paré en seco.
—¿No crees, entonces, que hay personas destinadas a estar con otras? —pregunté completamente extrañada. Sabía que Matt era un romántico y, a mi juicio, la mayoría de los románticos creían en el destino, de manera que, el hecho de que no creyera en él me descolocaba.
Matt me sonrió.
—Creo en la teoría de Sternberg —respondió con una sonrisa.
—¿La teoría de Sternberg? —pregunté con el ceño fruncido—. Eso suena a clase de filosofía —me mofé burlona. Matt sonrió y me tomó de la mano.
—Sternberg es un psicólogo, y dice que el amor está compuesto por tres cualidades, —explicó levantando tres dedos de la mano que tenía libre—: intimidad, pasión y compromiso.
—No lo entiendo —respondí—, ¿Es que no está implícita las tres cualidades siempre cuando te enamoras?
—No tiene por qué. Stenberg lo extrapola para explicar la existencias de todas las clases de amor que existen —dijo y nos desviamos entrando en un pequeño parque. Seguimos caminando mientras Matt me explicaba aquella extraña teoría—. Según las cualidades que combines puedes ver el tipo de amor que hay según el tipo de relación; por ejemplo, en una relación de amistad, sólo hay intimidad, ya que los amigos se cuentan todo el uno al otro, pero no sienten pasión ni compromiso hacia el otro, ese es el primer tipo de amor, denominado cariño; si dos personas sienten compromiso y pasión hacia la otra, pero no tienen intimidad, estamos ante el amor fatuo. Y así, si vas conectando las cualidades entre sí obtendrás un total de siete tipos de amor: cariño, encaprichamiento, amor romántico, amor fatuo, amor vacío, amor sociable y por último el amor consumado.
Me paré en seco y miré a Matt con picardía y una ceja en alto.
—¿Amor consumado? Creo que ese me gusta —respondí juguetona. Matt se sonrojó y desvió la mirada.
—No es lo que piensas —respondió—. El amor consumado nada tiene que ver con el sexo.
—Vaya —respondí dejando caer los hombros con un falso tono de fastidio y emprendiendo la marcha de nuevo por el pequeño parque.
—El amor consumado es el amor con mayúsculas —dijo poniendo énfasis en las últimas palabras—. Si las tres cualidades están presentes, entonces nace el amor consumado.
—¿No piensas que la gente esté destinada a amar a otra persona? —pregunté meditando la teoría de Matt. Negó con la cabeza.
—¿Es que tú crees en el destino? —me preguntó. Me encogí de hombros.
—No exactamente —respondí y no pude evitar pensar en Dylan—. Creo en las almas gemelas. En que hay alguien que nos completa y que, cuando lo encontramos, el amor, sencillamente, nace entre ambas.
—¿Alguna vez te has enamorado, Dakota?
—Una vez —solté en un susurro sin poder esconder una sonrisa al recordar a Dylan.
—¿Y qué sentiste? —preguntó serio. Me encogí de hombros y me dejé llevar por los recuerdos. Matt no insistió y siguió caminando a mi lado en silencio.
—¿Sabes? —pregunté volviendo de nuevo a nuestra conversación—. Nunca me había planteado el amor de la manera que me has explicado —respondí meditabunda—. Aunque tiene bastante sentido.
—Lo sé —respondió.
—Y dime, ¿alguna vez te has enamorado? —pregunté. Matt se sonrojó y asintió.
—¿De qué tipo de amor hablamos? —inquirió.
—Pues al amor con mayúsculas.
Matt se paró y frunció el ceño pensando. Luego, dejó caer todo su peso sobre un pié y se metió las manos en los bolsillos. Me sonrió:
—Sólo de ti.
Reí nerviosa.
—No te creo —respondí—. Eli me ha contado que quisiste ir a vivir con una de tus novias.
—Está bien —dijo levantando las manos y mostrando las palmas—. Me has pillado; le pedí a mi ex-novia que viviésemos juntos, pero me dijo que no. Lo cierto es que me rompió el corazón —dijo ligeramente abatido.
—¿No es posible que fueras muy rápido y la asustaras? —pregunté recordando que me había pedido avanzar un paso más en nuestra relación hacía sólo unos días.
—¿Asustarla?
—Bueno, seis meses es muy poco tiempo —respondí tratando de hacerle ver que su impaciencia podía haber sido la causa de sus problemas con las chicas—. Es decir, ¿cómo estabas tan seguro de que la querías si apenas la conocías? —pregunté y antes de que respondiera seguí hablando—. No entiendo muy bien tu teoría, pero estoy segura de que se necesita algo de tiempo antes de estar completamente seguro de que te has enamorado.
—Tal vez tengas razón en que fui muy deprisa —respondió mesándose el mentón y meditando la respuesta—. Pero sabía que estaba enamorado. Igual que lo sé ahora.
—Vas demasiado rápido, Matt —respondí algo asustada. Aunque nunca me había escondido sus sentimientos, hablar de amor después de las pocas semanas que hacía que lo conocía, me parecía excesivo.
—¿Rápido? ¿Es que vas a negarme lo que sentimos el uno por el otro? —preguntó molesto.
—No, claro que no —respondí—. Pero llamarlo amor me parece demasiado.
Matt me cogió de la mano y tirando de mí hacia él me embutió en un abrazo. Me quitó un mechón de cabello del rostro y me sonrió con ternura. Tragué saliva y me perdí en su mirada verde unos instantes mientras sentía el aire fresco de la noche acariciarme la piel.
—Dakota —dijo con suavidad mientras me acariciaba la espalda con la yema de sus dedos. Sentí cómo me erizaba bajo su contacto—, tú y yo tenemos un vínculo íntimo que hemos ido trabajando y reforzando desde la noche que hablaste con Tom en el campamento—. Asentí ante la verdad de sus palabras—. También tenemos pasión —dijo con una sonrisa traviesa y se acercó a mis labios—, porque ambos nos deseamos, ¿no es cierto? —Volví a asentir mientras cerraba los ojos y me inclinaba buscando el calor de su boca. Matt capturó mi labio inferior con los suyos con ternura para luego invadir mi boca con su lengua. «Nunca una teoría filosófica me había excitado tanto»—. La única cualidad que nos queda para alcanzar el amor consumado, el amor con mayúsculas, es el compromiso. —Abrí los ojos y lo miré asustada. «¿Es que no se daba cuenta de que me estaba haciendo lo mismo que a esa chica?»—. Como te dije en Monterrey, es el momento. Nuestro momento. —Continuó y me soltó para agarrarme las manos. Me besó el dorso sin dejar de mirarme a los ojos. Tragué saliva y desvié la mirada. Me sentía mareada y todo daba vueltas a mi alrededor. Matt volvía a insistir para dar un paso más y yo aún no me había aclarado—. Dakota, ¿quieres comprometerte conmigo y hacer que esto sea amor con mayúsculas?
Lo miré asustada y debió notarlo, porque cuando se humedeció los labios dijo:
—Dakota, sé que el amor da miedo, pero lo que tenemos es perfecto: tenemos intimidad, pasión y yo estoy dispuesto a comprometerme, lo único que falta es que tú también des el paso —dijo acercándome a él y rodeándome con los brazos. En ese instante, su abrazo más que calmarme, me agobió, casi podía sentir cómo me asfixiaba bajo su cuerpo. Negué con la cabeza mientras trataba de separarme de él.
—¡Basta! —grité descontrolada—. ¡Deja de presionarme!
Y, de nuevo, dejé a Matt sin respuesta a su pregunta ni explicaciones a mi comportamiento.
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