32
9 de agosto.
A pesar de llevar más de dos horas de viaje y de que me quedaba media más hasta cambiarme con Helen y seguir conduciendo yo, apenas era capaz de despegar los párpados. Había pasado la noche leyendo una tesis sobre la influencia socioeconómica de la posguerra en la manera de vestir de la europa occidental y estaba muy cansada.
—Y dime, ¿qué tal vas con ese artículo? —preguntó Helen mirándome de soslayo. La miré y me encogí de hombros.
—Estoy muy agobiada, la verdad —resoplé recordando que me estaba costando más de lo que esperaba darle un nuevo enfoque a mi idea—. No hay mucha información sobre las actividades nazis de Chanel y, la poca que hay, apenas son unas pocas sospechas. Es difícil contrastar la información, de forma que sólo puedo especular con ella.
—¿No has pensado en hacer sencillamente un análisis de la evolución de sus diseños? —preguntó Helen meditativa.
—Eso es lo que hace todo el mundo, quiero que mi trabajo sea diferente —respondí con un leve tono de fastidio.
—Lo harás bien —respondió alegre. Luego posó su mano en mi rodilla y me sonrió. Asentí sintiéndome, por primera vez en mi vida, reconfortada. «¿Era así cómo se sentía uno cuando su madre le animaba?».
—¿Y tú? —pregunté haciendo un esfuerzo por corresponder a la amabilidad de Helen—, ¿Se solucionó el problema de las flores? —Hacía un par de días la había oído llorar desconsoladamente al teléfono porque las flores de los centros de mesa que había elegido no estarían a tiempo para el banquete y por lo tanto tenía que cambiarlos por otros.
—Al final Margot consiguió los lirios, pero no del color que queríamos —respondió con una mueca de fastidio. Me encogí de hombros y le acaricié con ternura. «Los nervios de una novia enamorada» pensé al recordar cómo, el día anterior y en contraste a su berrinche por las flores, gritaba y daba saltitos de alegría cuando Margot pasó con algunas muestras para la tarta.
El silencio se interpuso en el interior del Tesla en el que sólo íbamos Helen, Eli y yo. Mis pensamientos volaron hasta el BMW en el que mi padre y Matt estaban, seguramente, sumidos en una charla aburridísima sobre la historia del automóvil y de cómo mi padre se apasionó por ellos.
—Y dime, Dakota —dijo Helen con una sonrisa traviesa después de un buen rato de habernos cambiado el lugar. La miré con una ceja en alto—, ¿qué tal te va con los chicos? Tu padre cree que le ocultas algo y cree que ese algo tiene nombre y ocupará un lugar en la mesa principal de la boda.
—¿Y qué le hace pensar eso? —pregunté a medio camino entre la incredulidad y el terror.
—Me ha contado que normalmente te pasas el verano de fiesta en fiesta, sin embargo, desde que hemos vuelto de Hawaii sólo has ido a la fiesta de Margot —respondió.
—También fui a la pasarela —respondí mirando el navegador de abordo y deseando que las dos horas que nos quedaban de camino se transformaran en sólo unos segundos. Aquella conversación me incomodaba.
—¿Y bien? ¿Tiene tu padre motivos para preocuparse? —preguntó socarrona. La sonrisa de Matt se coló en mis pensamientos, al igual que los besos furtivos que habíamos disfrutado antes meternos cada uno en un coche. No pude evitar sonreír y sonrojarme—. Vaya, vaya... Eli, cariño, —Continuó girándose sobre su asiento para mirar a su hija—, cuando lleguemos al hotel, recuérdame que debo llamar a Margot para que le haga un hueco en la mesa nupcial al novio de Dakota.
—Está bien —respondí con un suspiro—, tal vez haya un chico pero no pienso pedirle que me acompañe a la boda. Aún es pronto... nos estamos conociendo —dije cada vez más suave hasta que mi voz se quebró cuando mi mirada se cruzó con la de Eli, a través del retrovisor. Sus ojos verdes y la mueca tensa de su mandíbula me hicieron preguntarle—: Eli, ¿te pasa algo?
—No. Nada —negó con la cabeza y se escondió detrás de sus manos—. Es sólo que... me ha bajado la regla y no me siento muy bien.
—¿Quieres que paremos, tesoro? —preguntó Helen preocupada. La cría negó y se recostó sobre el cristal. La observé de nuevo unos instantes por el cristal del retrovisor y volví a centrarme en la conducción.
***
El hotel en el que nos alojábamos era el mismo de todos los años, la diferencia radicaba en que esa vez, yo compartiría con Eli la habitación. Cenamos en una sala del hotel que estaba reservada sólo para los asistentes de la Classic Week. Resoplé aburrida cuando los camareros se llevaron los platos de los postres y miré a Eli que seguía jugueteando con la esquina del mantel.
—¿Aún te sientes mal? —pregunté. Eli asintió sin mirarme y luego se levantó.
—Creo que me voy a dormir —dijo sin detenerse cuando su madre le dijo que la acompañara a dar un paseo.
—¿Y vosotros? —preguntó Helen mirándonos a Matt y a mí—, ¿queréis venir a dar un paseo?
Asentí y me levanté siguiendo los pasos de mi padre. Sin embargo, apenas nos habíamos adentrado en el jardín, cuando sentí una caricia furtiva en mi espalda. Miré a Matt y me guiñó un ojo mientras señalaba con disimulo hacia lo que parecía un pequeño laberinto de setos, al que se dirigió mientras fingía una llamada telefónica. Asentí comprendiendo lo que me estaba pidiendo. Esperé hasta que Matt entró en el laberinto y se perdió de vista, luego carraspeé y llamé la atención de mi padre, que abrazaba a Helen por los hombros con ternura.
Al mirarlos, sentí una punzada en el estómago de celos y rabia. Sin embargo, la felicidad que emanaban los ojos azules de mi padre me apaciguó.
—Sé que mi compañía es maravillosa —dije altiva y me encogí de hombros—, pero ya me he hartado de ver cómo os hacéis arrumacos mientras a mi ni me miran. —Continué girándome sobre mis talones fingiendo indiferencia—. Buenas noches, ¡portaos bien!
—Buenas noches, princesa —respondió George.
Di una vuelta por el jardín hasta que me aseguré de que ni Helen ni mi padre podía verme entrar en el laberinto. Reí y me abracé. Me mordí el labio inferior mientras paseaba casi a oscuras por el interior de la arboleda recién podada. Olía a césped y jazmín recién cortado.
Una punzada de nostalgia se abrió paso en mi corazón. Volvía a sentirme libre y feliz. «Dylan». Tragué saliva y metí la mano en el bolsillo de mi pantalón, jugueteando así con el pequeño colgante de plata que siempre llevaba. Mi mente trató de volar al pasado, sin embargo, el olor a colonia fresca de Matt y el calor de su abrazo me obligó a quedarme en el presente.
Cerré los ojos cuando sentí sus antebrazos rodearme por la cintura mientras sus labios posaban un beso tierno en la curva de mi cuello.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó en un susurro—. Llevo todo el día deseando besarte.
Me separé de él y enredé mis dedos con los suyos. Le di un suave beso en los labios y aspiré su aroma sólo por el placer de disfrutarlo.
—¿Así que llevas todo el día pensando en mí? —pregunté traviesa contoneándome mientras tiraba de él y nos adentrábamos más en la oscuridad del laberinto.
—No. Todo el día no... —respondió tajante. Fruncí el ceño molesta pero solté una carcajada cuando Matt me apretó contra su pecho y me agarró del trasero con picardía—, sólo las cinco hora que he pasado encerrado con tu padre en su descapotable, ¿sabes las cosas que se podrían hacer en ese coche?
—¿Además de aguantar las aburridas lecciones sobre coleccionismo de mi padre? —pregunté divertida con una ceja en alto. Me separé de él y dejé que la tensión que se acumulaba en mi pecho desapareciera.
El silencio nos abrazó y nos acompañó durante la siguiente media hora en la que paseamos. Salimos del laberinto y nos adentramos en un pequeño jardín secundario con una fuente de mármol escondida entre rosales en flor. Me senté en el borde de la fuente y comencé a juguetear de nuevo con mi colgante. «Dylan...».
—¿Sucede algo? —preguntó Matt. Guardé el colgante de vuelta al bolsillo del que no debía haber salido y me encogí de hombros.
—Pensaba en... —En ese instante la pantalla del teléfono de Matt se iluminó, llenando de luz el bolsillo de su pantalón de lino. Fruncí el ceño al sentir una extraña punzada en el pecho—. ¿No es un poco tarde? —pregunté molesta.
—Lo siento —se disculpó apagando la pantalla y cambiando de lugar el teléfono. Lo metió esta vez en el bolsillo trasero—. ¿Qué decías?
—Nada... —suspiré encogiéndome de hombros. TRagué saliva sonreí—, dime, ¿qué tal te lo has pasado? Cinco horas con George dentro de un BMW es casi como si te clavaran mil astillas entre las uñas —me reí.
—La verdad es que no ha estado tan mal —respondió divertido—. Hablamos un poco de todo. De coches, de activos, hablamos de mi madre, de tí y...
—¿Y...? —pregunté al ver que no terminaba la frase. «¿De qué narices habían hablado?».
—¿No quieres saber qué me dijo tu padre de ti? —preguntó con una ceja en alto. Me encogí de hombros.
—¿Que soy una cría inmadura y que está harto? —pregunté indiferente.
—Lo cierto es que me preguntó si salías con alguien. Dice que te comportas diferente pero que parece que estás más feliz —respondió. Luego se humedeció los labios y me miró serio, tomándome de las manos y entrelazando sus dedos en los míos—. Dakota —susurró con la vista clavada en nuestras manos—, ¿te hago feliz?
Tragué saliva ligeramente asustada. Sin embargo, recordé lo que Eli me había contado y lo apasionado que podría llegar a ser Matt en sus relaciones. Le sonreí y apoyé mi frente en la suya.
—Aún es pronto para saberlo, ¿no crees? —dije en un susurro. Matt cerró los ojos y asintió. Le di un suave beso en los labios—. ¿De qué más hablásteis? —pregunté removiéndome hasta sentarme en su regazo y pasar mis brazos alrededor de su cuello. Matt se encogió de hombros y miró pensativo el cielo.
—Nada interesante... —respondió—. Volvió a insistir para que terminara mis estudios en Stanford —Continuó y me miró con una ceja en alto y una media sonrisa traviesa—, ¿sabes que eres tan obstinada como tu padre?
Reí cuando las manos de Matt se metieron bajo mi blusa para hacerme cosquillas. Me dejé acunar por la ternura de las caricias de Matt y sus besos traviesos que no dejaba de repartir por la curva de mi cuello.
—¿Por qué no aceptas? Podríamos compartir piso —solté sin pensar.
—¿Compartir piso? ¿Como una pareja estable? —preguntó.
—Yo... eh, bueno, no quería decir... es muy pronto... yo... —balbuceé mirando a todas partes incapaz de reaccionar.
—Dakota, tranquilízate —dijo Matt con una sonrisa dulce— Estoy bromeando.
Dejé caer mis hombros y solté un largo suspiro de alivio. Nos levantamos unos minutos más tarde y emprendimos el camino de vuelta a nuestras habitaciones.
Nos apeamos en el ascensor uno al lado del otro, en silencio. Un señor con pinta de sureño y un bastón de marfil entró cojeando tras nosotros y se bajó en nuestra misma planta. Sin embargo, en cuanto oí que la puerta de su dormitorio se cerraba tras él, los brazos de Matt me rodearon y me aprisionaron contra una pared.
Gruñí cuando sus besos chocaron con los míos. Enredé mis dedos en su cabello y mordí sin piedad su labio inferior. Jadeé cuando de un movimiento Matt me elevó y me obligó a cerrar mis piernas alrededor de sus caderas. Dejé que su lengua explorara el interior de mi boca y deseé que siguiera sondeando el resto de mi cuerpo.
Su calor avivaba el mío. Y la tensión que se acumulaba entre nosotros era desorbitada.
—Vamos a tu cuarto —jadeé sin pensar. Matt sonrió y me mordió el cuello sin piedad. Grité excitada. Sentía mi corazón palpitar al ritmo que el de Matt, el calor de nuestros cuerpos se complementaban y el deseo nos había poseído por completo. Sin embargo, la magia y la pasión del momento desapareciendo en cuanto oímos unos tacones atravesar el corredor en nuestra dirección seguido por la inconfundible risa de Helen.
Abrí los ojos asustadas y me separé de Matt, quien, en un rápido movimiento abrió la puerta que había a sólo un metro de nosotros y me empujó dentro.
—¿Qué cojones...? —pregunté. Matt selló mis labios con sus dedos y observó por la rendija abierta de la puerta. Miré a mi alrededor, descubriendo que había sido secuestrada en el cuarto de la limpieza. Aunque habría sido una historia digna de contar con todo lujo de detalles escabrosos, lo que oí en aquel momento me puso el vello del cuerpo como escarpias.
—Has sido muy mala, jovencita —le decía mi padre ebrio de deseo a Helen.
—No me jodas —susurré empujando a Matt y acercándome a mirar.
George tenía a su futura esposa aprisionada contra la pared a sólo un par de metros de nosotros y la besaba como si no hubiera un mañana. Enterré el rostro entre mis manos avergonzada y asqueada por la imágen. Lloré en silencio por la pérdida de mi líbido.
—¡Id a un hotel! —gritó una anciana que pasaba en aquel momento por su lado.
—Ya estamos en un hotel —respondió George mordaz sin despegarse de Helen. Helen se disculpó con la mujer y obligó a mi padre a entrar en el dormitorio.
—Qué vergüenza —susurré haciendo presión en el arco de mi nariz mientras salía de mi escondite unos minutos después.
Matt me acompañó hasta la puerta de mi habitación y apoyó una mano en la pared, por encima de cabeza.
—Me he quedado con ganas de más —susurró cerca de mi oído.
—¿Con ganas de más? ¿En serio has visto cómo mi padre seducía (si es que eso se puede llamar seducir) a tu madre y te has quedado con las ganas de saber cómo acaba? —pregunté incrédula. Matt se acercó sensual y me agarró por la cintura, acercando sus labios y rozando los míos con suavidad.
—No me refiero a eso —susurró con tanta sensualidad que mi líbido se reactivó al instante—, me refiero a ti y a mí. —Continuó y capturó mi labio inferior con sus dientes—. Quiero más, Dakota. Mucho más.
En ese instante, percibí movimiento dentro de mi habitación, lo que me obligó a separarme rápidamente del hombre que me haría perder la cabeza y las bragas si seguía besándome como lo estaba haciendo.
—Será mejor que vuelva a mi cuarto —respondí sacando la tarjeta que hacía de llave de mi bolso e introduciéndola en la cerradura. Un pitido y un leve clic indicaba que se había abierto.
—Buenas noches —dijo Matt dando un paso atrás y girándose para encaminarse hacia su dormitorio.
—Matt, espera —lo llamé antes de que avanzara mucho más—. Me gustaría que aceptaras la oferta de mi padre. Stanford es una buena universidad y... —Cerré los ojos y tomé aire. Sonreí mordiéndome el labio inferior y sintiendo cómo me temblaban las rodillas. Aunque estaba asustada, dejé que mi corazón tomara las riendas en aquel momento por primera vez en mucho tiempo—. Bueno, no me importaría compartir piso contigo, al fin y al cabo, ya vivimos juntos, ¿no?
Matt asintió con una sonrisa dulce mientras seguía avanzando de espaldas hacia su cuarto.
—Lo pensaré.
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