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29 de julio. El bólido de George (parte 1)
Guardé mi Iphone en el bolso de mano y salí de mi cuarto con mi mejor sonrisa preparada para conseguir lo que le había prometido a Nanako días antes. «Grande, negro y potente» pensé repitiendo sus palabras mientras reía por el pasillo de mi casa. Entré en la cocina donde mi padre ayudaba a Helen a lavar los platos de la cena.
—¿No es una noche increíble para salir a lucir modelito en un BMW 507 del 56? —pregunté apoyándome sensual en el marco de la puerta.
Matt levantó la mirada de su libro y se sonrojó al instante. Helen me miró con los ojos abiertos y se acercó a mí.
—Estás increíble, Dakota —dijo agarrándome de las manos y tirando de mi para ver el vestido que la madre de Nanako me había conseguido para esa noche.
—Gracias —respondí con una sonrisa y luego miré a mi padre que se esforzaba por darme la espalda. Me acerqué a él y con las manos en las caderas carraspeé—. ¿Y bien, George? ¿Qué te parece?
Me giré y mi padre me sonrió. Luego me estrechó entre sus brazos y me regaló un beso en la frente.
—Estás preciosa, princesa, pero no pienso dejarte el coche —respondió volviendo a su tarea de enjuagar los platos.
—¡Oh! Vamos, George —me quejé siguiéndolo por la cocina de manera ridícula—. Préstame el descapotable, porfi. Se lo prometí a Nanako.
—He dicho que no —respondió tajante guardando los vasos en el estante correspondiente. Hice un puchero y miré a Helen. Si había aprendido una cosa era que, si le lloraba a ella, podía conseguir mucho más. Helen asintió y me sonrió acercándose a mi padre. Le pasó los brazos por la cintura y lo abrazó con cariño. Tragué saliva y apreté la mandíbula. Aún me costaba mucho verlos juntos. Desvié la mirada hacia Matt y este me miró descarado de arriba abajo con una sonrisa traviesa que me hizo sonrojarme. Me mordí el labio inferior sensual y él se sonrojó de nuevo.
—Vamos, cielito —ronroneó Helen. «¿Cielito? ¿En serio?» —. Dale el coche. Es una lástima que, con lo bonita que está tu princesa no pueda lucirse en una de esas fiestas.
—¡Eso, George! ¿Vas a dejar que me vaya en un coche vulgar con este vestido de diseño? —pregunté siguiéndole el hilo a Helen. Mi padre resopló mirando al cielo.
—He dicho que no —respondió de nuevo. Fruncí el ceño y me crucé de brazos dispuesta a montar una buena bronca, sin embargo, no me dio tiempo. Helen se acercó al oído de mi padre y le susurró algo entre risitas sospechosas. Él sonrió también y al mirarme de reojo se sonrojó. Los miré ojiplática y avergonzada por lo que seguramente le estaba proponiendo Helen a cambio de prestarme el bólido, desvié mis ojos hasta la punta de mis Louboutin—. ¿En serio? —preguntó mi padre con una ceja en alto. Helen asintió con una sonrisa traviesa. Matt volvió a su lectura aún más rojo que antes—. Está bien.
—¿Puedo llevármelo? —pregunté.
—Cógelo —respondió mi padre sacando de su bolsillo el manojo de llaves que habría el armario de las llaves de los bólidos y lanzándomela. Luego abrazó de nuevo a Helen y le dio un beso que nos obligó a Matt y a mí a desaparecer.
Entramos en el garaje y, en cuanto Matt cerró la puerta, me agarró por la cintura y me aprisionó contra la pared, capturando mis labios con los suyos en un beso apasionado. Me abracé a su cuello y le respondí con la misma intensidad. Sentía su calor contra mi cuerpo, su excitación aumentaba la mía. «Hacía mucho que no disfrutaba de un orgasmo, ¿vale?». Gemí cuando me mordió con ternura. Sus jadeos, cuando yo lo mordía, me volvían loca. Su olor a colonia me envolvía y se mezclaba con mi perfume. Gemí molesta cuando se separó de mí con la mirada puesta en la puerta cerrada. Siseó sellándome los labios con sus dedos. Se había quedado rígido mientras trataba de oír.
—¿Qué? —susurré asustada. No era una idea muy descabellada que mi padre apareciera para asegurarse del coche que cogía. Matt me sonrió y volvió a besarme con más tranquilidad.
—Estás increíble —susurró bajando sus manos hasta mis caderas. Sonreí y me separé de él para abrir la vitrina donde estaban las llaves de los cinco bólidos que George tenía—. ¿Dónde irás?
—Voy con Nanako a un desfile de moda y luego, creo que el diseñador ha organizado una fiesta en un nuevo local —respondí abriendo la vitrina y cogiendo las llaves del BMV como si fuera la joya más cara del mundo. Cerré la puerta y me paseé por los coches escondidos bajo fundas protectoras de lona. Me paré frente al que estaba más cerca de la puerta—. Te llevaría, pero se supone que voy a hacer contactos y esas cosas. Será muy aburrido —dije agarrando la tela que protegía el coche más preciado que tenía mi padre. Suspiré y acaricié la carrocería cuando me deshice de la funda protectora.
—Es precioso —dijo Matt dándose una vuelta a su alrededor mientras admiraba aquel coche de colección.
—Grande, negro y potente —dije repitiendo las palabras de Nanako mientras me acercaba a la puerta del conductor. Le sonreí a Matt cuando éste me abrió la puerta, caballeroso—. Justo como le gusta a Nanako.
—Tienes una amiga muy rarita, ¿lo sabías? —dijo Matt. Reí y asentí.
—Rocco tampoco es muy normalito que digamos —respondí acariciándole el pecho sugerente. Matt me acarició la espalda acercándome a él.
—Harían buena pareja.
—No digas tonterías —respondí. Le di un beso tierno en la comisura de la boca y me metí en el descapotable.
Tres horas más tarde, estaba paseándome por la terraza del Way to Heaven, un local nuevo que se había puesto muy de moda porque contaba con las mejores vistas de Los Angeles, ya que estaba localizado en la última planta de un enorme rascacielos. Vacié mi copa de un sorbo y jugueteé con la aceituna que lo acompañaba. Las luces de los coches y la ciudad llegaban hasta donde podía alcanzarme la vista. Sin embargo, estaba a tanta altura que, por mucho que me esforzara, era imposible oír más allá que la música y las charlas aburridas y banales de los asistentes al desfile.
—¿Te diviertes? —preguntó Nanako apoyándose en la barandilla que nos separaba de una caída de treinta pisos. Asentí.
—Muchas gracias —respondí sincera. Desde que habíamos llegado al desfile, tanto Nanako como su madre no habían dejado de presentarme periodistas, fotógrafos y columnistas de moda que trabajaban para las diferentes revistas de Los Ángeles. Aquella noche había conseguido el teléfono de tres importantes periodistas de moda que buscaban una estudiante para ayudarle con sus trabajos y que me animaron a enviarle un par de artículos para ver la calidad de mi trabajo—. Esto supone una gran oportunidad para mí.
—No tienes que darme las gracias, cielo —respondió mi amiga dándome un golpecito con su codo y sonriéndome cómplice. Le dio un sorbo a su copa y con una mano llamó a un camarero que pasaba por allí recogiendo las copas vacías. Dejamos nuestras copas y Nanako aceptó una nueva de champán mientras que yo la rechacé—. Ahora háblame de Matt, ¿cómo te va?
Resoplé exasperada al cielo y negué con los ojos entornados.
—Nos estamos conociendo —respondí desviando la mirada hacia un hombre elegante que me sonrió travieso desde la barra. Elevó la copa como si quisiera brindar conmigo a la distancia y, sin saber por qué, me sonrojé. Nanako frunció el ceño.
—Robert Emmerson III —dijo dándole un sorbo a su copa—. Es agente de modelaje. Aunque creo que también es director de una revista de moda independiente.
—¿En serio? —pregunté interesada. Tal vez entablar amistad con un hombre con esos contactos podría ayudarme en mi carrera. Lo miré de nuevo de arriba abajo, aunque tenía unas ligeras canas cubriendo su pelo, su porte elegante y su sonrisa perfecta le restaban tantos años que apenas se le notaba la cuarentena recién cumplida. Me mordí el labio inferior y aquello fue el detonante para que se acercara con dos copas en las manos.
—Creo que empiezo a sobrar —dijo Nanako con un tono ligeramente molesto. Luego me agarró del codo y me obligó a mirarla—. No hagas tonterías, Dakota. Una gilipollez esta noche puede costarte algo más que un par de artículos en una revista de moda.
Tragué saliva sin entender a qué se refería mi amiga. Pero cuando quise preguntarle, Robert ya estaba a mi lado y Nanako había desaparecido entre la gente. Maldije para mí misma apretando la mandíbula con rabia.
—Buenas noches. —La voz ronca y masculina de Robert hizo que el resto de los sonidos se acallasen en mi mente. Mi corazón se aceleró en cuanto su olor a aftershave fresco invadió mi espacio. Tragué saliva y lo miré a los ojos. Unos ojos almendrados y negros como la noche, escondido bajo unas cejas perfectas. Me humedecí los labios al descubrir lo jugosos que parecían los suyos.
—Hola —dije sintiéndome desnuda frente a aquel titán que se alzaba elegante dentro de un traje de chaqueta marengo y camisa de seda negra. Entre los botones abiertos de su cuello pude intuir un vello oscuro como su cabello.
—Te he estado mirando —ronroneó acercándose a mí mientras me daba una de las copas—, y no he podido resistirme. ¿Eres modelo?
—No —respondí fingiendo avergonzarme.
—¿Estás segura? Con esa sonrisa conquistarías algo más que las pasarelas. Yo podría ayudarte —dijo travieso elevando su copa. Reí ligeramente excitada por su cercanía. Hacía mucho que no disfrutaba de un poco de sexo y mi cuerpo lo notaba, de manera que decidí probar suerte con Robert esa noche.
—La verdad es que no me interesa el modelaje —respondí elevando mi copa y golpeándola con suavidad con la suya.
—¿Y qué te interesa, preciosa?
—El periodismo —respondí escueta dándole un sorbo a mi copa mientras lo miraba lasciva—. Quiero ser columnista de moda.
—Ya hay muchas columnistas de moda —respondió acercándose a mí sugerente. Tragué saliva y me mordí el labio. Tomé aire.
—También hay muchas modelos y sin embargo quieres convertirme en una —susurré sin despegar mis ojos de los suyos. Me sonrió y me acarició la mejilla con suavidad. «Dylan...». Parpadeé con fuerza cuando sentí que la piel se me erizaba.
—¿Qué me propones? —me preguntó dispuesto a escucharme sin separar sus dedos suaves y cálidos de mi piel. Me separé de él y me dirigí hasta uno de los sofás contoneándome. Sabía que, en mi paseo, sus ojos negros analizaban cada contoneo de mis caderas, de manera que las exageré un poco más. Me senté y crucé mis piernas, apoyé mis codos en el respaldar y esperé que se sentara a mi lado.
—He oído que diriges una revista de moda independiente —respondí con el mentón en alto. Robert asintió. Me acerqué a él y el perfume que desprendía junto al poco alcohol que había ingerido me nubló la mente—. ¿Pensarías muy mal de mí si te digo que me gustaría probar suerte en tu revista?
—Para nada —respondió con una sonrisa franca—. Pensaría que eres una mujer con agallas y que sabe lo que quiere —Continuó pausadamente, como si pensara cada palabra—. Lamentablemente, la plantilla está completa. —Agregó encogiéndose de hombros. Chasqueé la lengua molesta por aquel descubrimiento. Sin embargo, no me dio tiempo a darle muchas vueltas cuando sentí cómo Robert pasaba un brazo por encima de mis hombros y me estrechaba contra su pecho. Elevé la mirada y me encontré con sus ojos observándome lascivamente. Me sentí desnuda de nuevo. Tragué saliva. «Dylan...»—. Lo siento, preciosa —susurró acercando su nariz y frotándola contra la mía con suavidad.
—Te arrepentirás cuando Vanity Fair apueste por mí —respondí burlona con aire de suficiencia, tratando de esconder lo dolida que estaba.
—Estoy seguro, pero hay algo de lo que no pienso arrepentirme —respondió divertido.
—¿Y de qué es? —pregunté clavando mi mirada en la suya.
—De besarte —susurró capturando mis labios con los suyos. Suspiré y respondí a su beso de manera inconsciente. Como siempre hacía cuando deseaba enredarme en las sábanas de algún hombre por pura diversión. Sin embargo, algo me impedía disfrutar de los labios suaves de Robert sobre los míos. Y esta vez, no era la sensación de traicionar a Dylan que siempre me sobrevenía cuando estaba con algún hombre, sino otra sensación diferente, más fuerte, más grande y completamente nueva.
—Espera, por favor —gemí abriendo los ojos y separándome de Robert.
—¿Qué pasa? ¿Es que acaso tienes novio? —preguntó burlón.
—¡No! No tengo novio — respondí con una sonrisa avergonzada por mi comportamiento. Zarandeé la cabeza para borrar los restos de aquel extraño sentimiento y me acerqué a él de nuevo—. Lo siento —susurré acercándome a sus labios.
Sus manos grandes y fuertes me estrecharon de nuevo. El calor de su cuerpo y la suavidad de su pelo salpicado de gris me excitaron rápidamente otra vez. Sin embargo, como si de un tsunami se tratase, aquella nueva sensación me golpeó el corazón con fuerza. Traté de rechazarla centrándome en el deseo de acostarme con Robert y la necesidad de sexo que tenía desde hacía bastante, pero, cuando abrí los ojos de nuevo y por casualidad vislumbré entre la gente a Nanako, aquella sensación se descubrió dejándome verle el rostro.
Y ya no era un sentimiento desconocido. Supe en ese instante lo que era, mientras las manos de Robert bajaban por mi espalda, mientras sus labios bebían de los míos y su lengua invadía mi boca. Aquel sentimiento era la sencilla sensación de estar traicionando a Matt.
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