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17 de julio – El combate (parte 2)

Los ojos verdes y profundos de Matt se clavaron en el moretón de mi mejilla. Creo que podía oír cómo sus dientes rechinaban de rabia.

—Matt, puedo explicarlo —dije con las manos en alto. Se acercó a mí, despacio, como si temiera hacerme daño y me acarició la mejilla. Pude sentir cómo respirabaa entrecortado mientras analizaba el hematoma.

—¿Dakota? —La voz de David me asustó y di un respingo bajo el abrazo de Matt. Miré por encima de mi hombro: David había salido del coche y nos miraba preocupados desde la lejanía. No me dio tiempo a reaccionar cuando Matt salió a su encuentro.

—¡No! ¡Matt, te equivocas! —grité, pero unas manos grandes me sujetaron por los codos fuerte. Miré a Rocco a los ojos—. Suéltame, ¡le va a dar una paliza! —grité.

—¡Dale, Matt! ¡Pártele la cara a ese idiota! —gritó animando a su amigo. Me revolví en los brazos de Rocco que no me soltaba, mientras miraba impotente cómo Matt recorría los últimos pasos hasta los puños implacables de David.

—¡Joder, Rocco! ¡David es boxeador profesional! Va a destrozar a Matt —expliqué deshaciéndome de sus manos—. Tenemos que pararlo.

Salí corriendo hasta acercarme al coche. Matt agarró a David por el cuello de la camiseta y lo empujó hasta el centro del jardín.

—Más te vale soltarme, tío —dijo David calmado. Me mordí el labio inferior temerosa de que Matt diera el primer golpe. Sabía que David evitaría a toda costa pelearse, pero si alguien le golpeaba se volvía imparable y, por norma general, sus contrincantes no salían muy bien parados.

—Le has pegado, ¡desgraciado! —le gritó Matt empujándolo con violencia.

—Te estás equivocando, Matt. ¡No ha hecho nada, déjalo! —grité agarrando a Matt del codo y tirando de él con fuerza.

—Hazle caso, chaval —respondió David. Matt me miró unos instantes.

—Déjalo, por favor —rogué al borde del llanto. Matt volvió a acariciarme el mentón con ternura.

—No —respondió escueto. Y sin darme tiempo a reaccionar, Matt se giró y golpeó a David en el abdomen. Este se inclinó llevándose una mano al vientre, sin embargo, cuando Matt se preparó para golpearlo de nuevo, David lo cogió por la muñeca tiró de Matt hacia él. Con la mano libre le propinó un golpe en la cara, partiéndole el labio y provocándole una hemorragia nasal.

—¡Basta! —grité desesperada sujetando a Matt, pero, de nuevo, trató de alejarse para continuar con la pelea de la que saldría mal parado. Resoplé cansada de aquel comportamiento inmaduro y le asesté un derechazo de la misma manera que él había golpeado a David, consiguiendo que cayera de rodillas agarrándose el abdomen. Levantó la mirada aturdida hacia mí—. He dicho que se acabó —respondí seria mirando a los dos hombres. Rocco apareció detrás de Matt y le ayudó a levantarse.

—David —dije acercándome a él—, lo siento. Pero será mejor que vuelvas a casa.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —preguntó mirando de soslayo a Matt. Asentí.

—Ha llegado el momento.

David me dio un abrazo y me susurró al oído que lo llamara si necesitaba cualquier cosa. Luego felicitó a Matt por su golpe y le dijo a Rocco que le pusiera hielo en la cara. Después de eso, cogí mi bolsa de deporte y seguí a Matt y Rocco hasta el interior de la casa, mientras David desaparecía calle abajo.

***

Resoplé cansada, dejé un bote de yodo y varios algodones en la barra de la cocina, al lado de mi Iphone. Matt estaba sentado con una bolsa de guisantes en el rostro mientras Rocco se paseaba arriba y abajo por la cocina completamente nervioso.

—Deberíamos llamar a la policía —dijo Rocco restregándose las manos—. Este tipo es peligroso.

—David no es peligroso —repliqué exasperada mientras empapaba un algodón.

—¿Has visto lo que le ha hecho? —preguntó casi a gritos. Cogí una silla y me senté frente a Matt. Retiré la bolsa de guisantes y sonreí aliviada al descubrir que la hemorragia nasal había parado—. ¿Es tu novio? ¿Es él quien te ha marcado la cara? ¡Ese tío es un maltratador! —sentenció golpeando la mesa. Negué mientras limpiaba los restos de sangre del cuello de Matt. Tras unos segundos de silencio, Rocco se acercó a mí—. Dakota, ¿quién te ha enseñado a golpear así? —preguntó con una ceja en alto.

Dejé caer los hombros y me humedecí los labios. Asentí para mí misma porque sabía lo que iba a pasar: había llegado el momento de decir la verdad. Tomé aire y me armé de valor.

—Rocco —dije sin despegar mis ojos de los verdes de Matt—, por favor, déjanos solos —pedí.

—¿Y que ese pirado vuelva para pegaros a los dos? Ni de coña —replicó cruzándose de brazos y apoyándose en la encimera de la cocina. Cerré los ojos y resoplé.

—Rocco, es tarde, lárgate a casa —gruñó Matt casi en un susurro. Rocco se humedeció los labios y miró a su amigo. Tras unos segundos se desinfló y asintió con la mirada perdida en sus zapatos.

—¿Dónde está Eli? —pregunté cuando oí que la puerta de la entrada se cerraba detrás de Rocco.

—En casa de una amiga —respondió Matt llevándose una mano hasta la nariz. Aulló en cuanto se rozó. Le agarré por las mejillas y lo observé con más detenimiento.

—Tienes la nariz fracturada —dije al reconocer el leve desplazamiento del arco. Llevé mis manos hasta colocarla a los lados de las fosas nasales—. Uno, dos, ¡tres! —dije y antes de que Matt reaccionara. Con un simple movimiento, que había hecho cientos de veces, le coloqué de nuevo el tabique.

—¡Joder! —gritó llevándose una mano a la frente. Parpadeó unos instantes y luego me miró—. ¿Dónde has aprendido a hacer eso?

—En el mismo sitio que aprendí a boxear —respondí empapando otro algodón.

—¿Qué?

Suspiré y me removí en mi silla, acercándome un poco más a Matt. Le puse el algodón empapado en el corte del labio y apreté contra la herida.

—Todos los golpes, los moratones y las lesiones, no me las hago jugando al tenis —expliqué calmada—. Y tampoco me las hace Paco —Agregué rápidamente cuando me di cuenta de que Matt iba a replicar—. Aunque, debo admitir que algún que otro moretón los ha provocado los guantes de David.

—¿Quién es David? —preguntó. Lo miré extrañada y elevé los hombros.

—¡David! —dije sin comprender señalando al jardín con una mano—. El tío que te acaba de dar una paliza. ¿Es que además de partirte la cara te ha dejado sordo?

—¿Ese no era Paco?

—No, —reí —. David es su yerno.

—No comprendo —respondió con el ceño fruncido y revolviéndose el pelo. Sonreí porque comenzaba a darme cuenta de los tics y manías que caracterizaban a Matt. Se sonrojaba con cualquier cosa, chirriaba los dientes si estaba enfadado y se revolvía el pelo cuando algo lo confundía y no lograba comprender lo que sucedía a su alrededor.

—Paco es mi entrenador —confesé bajando la mirada y jugueteando con el trozo de algodón lleno de sangre. Suspiré. Matt me agarró por la barbilla y me obligó a mirarlo, me acarició con ternura el hematoma del moflete. Sonreí—. Boxeo desde que tengo, no sé... desde que era una niña.

—Entonces, ¿no tienes un novio que te pega? —preguntó sin dejar de acariciarme. Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza en la palma de su mano.

—No, no tengo ningún novio y si lo tuviera, te aseguro que lo último que haría en su vida sería pegarme —respondí con una sonrisa. El olor de Matt me invadía lentamente, el calor de su mano sobre mi piel dolorida me calmaba. La imagen de Dylan volvió a mi mente. Abrí los ojos de golpe y me deshice de su caricia levantándome para recoger los restos de algodón—. Todos los veranos hay un campeonato femenino clandestino en el que participo... —aclaré nerviosa por su cercanía. Tiré los algodones a la basura y me apoyé en la encimera de la cocina de espaldas. Matt se levantó y se colocó delante de mí—. Hace unas horas me clasifiqué para el combate final —agregué orgullosa.

—Pues te han dado una buena paliza —rió acariciándome de nuevo con ternura. Tragué saliva aún más nerviosa. Matt se empeñaba en acercarse y en acariciarme. Por una parte entendía que necesitara cerciorarse de que estaba bien, por otro, tanta cercanía y contacto me asustaba.

—Mi contrincante acabó mordiendo la lona —respondí con chulería—. Y tú también has terminado por los suelos —Añadí haciendo un movimiento con mis manos como si quisiera volver a golpearlo en el vientre, consiguiendo así que se separara lo suficiente. Necesitaba mi espacio y tenerlo tan cerca me nublaba el pensamiento.

—Ha sido un buen golpe, tengo que admitirlo —dijo sonriente levantando las manos en señal de paz—. Pero, ¿por qué lo ocultas?

Suspiré y negué con la cabeza completamente vencida. Ahí estaba de nuevo la misma pregunta que siempre me hacía Nanako, C.J., David y todo el mundo que sabía lo que hacía. Decidí darle la explicación corta y guardarme la verdad para mí.

—Porque George me mataría si se enterase que su hija va por la vida partiéndole la cara a la gente por gusto —respondí fingiendo serenidad.

—¿Por qué tengo la sensación de que esa no es la única razón? —preguntó Matt con una ceja en alto. Sonreí.

—Hay otra razón, pero... —suspiré y lo miré a los ojos. «¿Qué me estaba pasando? ¿Estaba abriéndole de nuevo mi corazón a Matt?». Zarandeé la cabeza. Poco a poco un extraño nudo se hizo con mi pecho, clavando sus garras en mi corazón. El amasijo de sentimientos volvía a golpearme violentamente. Sentí una lágrima recorrerme la mejilla dañada.

Matt se acercó y me agarró por la cintura apoyando su frente en la mía.

—Puedes contármelo, ¿sabes? —susurró suavemente, enciendo la pequeña velita que yo había apagado la noche antes. Negué con la cabeza. «Dylan...». El silencio se impuso entre nosotros durante los siguientes minutos en los que sencillamente me quedé bajo su abrazo, tratando de entender qué significaba aquel pequeño sentimiento que nacía cuando Matt se acercaba a mí y que me calmaba y alteraba a partes iguales cuando pensaba en Dylan.

—¿Qué me estás haciendo, Matt? ¿Qué quieres de mí? —pregunté un susurro sin controlar las palabras que salían de mis labios e incapaz de abrir los ojos. Sentía el calor de su cuerpo rodearme, su respiración se mezclaba con la mía, casi podía oír nuestros corazones latiendo al unísono.

—Creía que anoche te lo había dejado claro —susurró. Sentía su aliento suave sobre la piel de mis labios. Mi corazón se aceleró y mis rodillas temblaban violentamente. Los labios de Matt capturaron los míos con suavidad. Mi cuerpo se relajó en el momento en que dejé que invadiera mi boca, me abracé a su cuello y respondí a su beso. Lo besé como no había besado desde hacía mucho. Una lágrima cálida se perdió en el cuello de mi camiseta. La pequeña velita se había hecho un poco más grande y comenzaba a fundir las barreras que protegían mi corazón. «Dylan...». El amasijo de sentimientos entremezclados y furioso me golpeó de nuevo, sacándome de mi remanso de paz, cerrando con fuerza las barreras que me protegían. Abrí los ojos y me separé de Matt.

—¡No! —dije zarandeando la cabeza—. Esto no está bien. Tú y yo... —dije señalándonos mientras me movía por la cocina tratando de alejarme de él—. Lo nuestro no puede ser.

—¿Por qué no? —preguntó Matt—. Me gustas, Dakota, y creo que yo te gusto. Somos adultos y no le hacemos daño a nadie. ¿Qué problema hay en que lo intentemos?

—Tú no lo entiendes —respondí nerviosa. Matt me miraba entre triste y sorprendido. Tenía el pelo rubio lleno de pegotes de sangre, igual que el cuello de la camiseta y parte del mentón. El labio hinchado y la nariz amoratada le conferían un aspecto desastroso y sin embargo, me resultaba el hombre más atractivo de la tierra. El chico perfecto del que una se enamora. El chico perfecto que me rompería el corazón si se lo permitía. «El chico perfecto al que no podía dejar de comparar con Dylan»—. No saldría bien.

—Eso no lo sabes —contraatacó dando dos pasos y agarrándome de nuevo por la cintura. Me acercó hasta él y su calor volvió a envolverme. Cerré los ojos y deseé perderme en su cuerpo.

—La última vez que me enamoré no salió bien —sentencié segura de lo que pasaría si cedía.

—Es normal tener miedo, ¿crees que yo no estoy asustado? —respondió con una media sonrisa apoyándose en mi frente de nuevo. Suspiré y lo miré a aquellos ojos verdes que poco a poco iba considerando el cielo en la tierra.

—No quiero que me rompas el corazón —susurré. Matt negó con la cabeza y me acercó más a él.

—Nunca te haría daño.

—Un tío me prometió lo mismo hace mucho —respondí negando—, y la herida que me hizo aún me duele.

Matt me apartó un mechón de pelo de la frente y luego pasó las yemas de sus dedos por mi rostro hasta mi cuello. Jadeé.

—Sal conmigo. Dame la oportunidad de cerrar esa herida —rogó. Me humedecí los labios. No respondí. Una parte de mí deseaba creerle, «¿podría olvidar a Dylan si le daba la oportunidad a Matt de romper las barreras de mi corazón?», sin embargo, otra parte, la que me había mantenido a salvo tantos años, cerraba la puerta a cualquier tipo de riesgo. Los segundos pasaban y el silencio se hacía aún más tenso entre nosotros—. ¿Qué dices? ¿Saldrás conmigo?

El timbre de la entrada sonó y yo suspiré aliviada por la llegada de Nanako. 

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