21
17 de julio – Antes del combate.
Los nervios por el combate de aquella noche se habían alojado desde muy temprano. Lo cierto es que me había despertado un par de horas antes de que las chicas se levantaran, de manera que me puse un short, una camiseta deportiva y mis zapatillas de entrenamiento, me vendé los nudillos y salí a correr un rato por el pequeño bosquecillo. Me encanta salir a correr porque me relaja mucho y me ayuda a pensar y recapacitar sobre todos mis problemas sin embargo, aquella mañana salir a correr fue una tortura. Los sentimientos que me recorrían desde hacía varios días me golpeaban con fuerza cada vez que trataba de bloquearlos. Aunque yo protegía todos los flancos de mi corazón, la masa informe de emociones, tanto buenas como malas, no me dejaban respirar. Aceleré el ritmo de mi carrera hasta el punto en que todos mis músculos aullaban de dolor por el cansancio, los pulmones me quemaban y mi marcador deportivo comenzó a pitar a causa de mi pulso acelerado.
Después de una rápida sesión donde apenas pude repetir el saludo al sol más de cinco veces, me di una ducha, ayudé a las chicas a hacer la maleta y recoger el barracón, desayunamos todos juntos y nos metimos en el bus. Las dos horas de vueltas, aunque algo más entretenidas, se me hicieron largas; en parte porque Matt no dejaba de mirarme con aquellos ojos verdes con los que, al menos en mi mente, me pedía un minuto a solas, en parte porque sabía que tendría que despedirme de Tom, quien volvería a su soledad hasta que se adaptara a vivir sin su madre.
Cuando, finalmente me despedí de todos, le di mi número de teléfono a los abuelos de Tom para que me llamaran si el chico necesitaba algo y le envié un mensaje a David para que pasara a recogerme, Rocco nos llevó a casa en un Mustang con bastante solera.
—¡Vaya! ¿Este es tu barrio? —preguntó Rocco bajando la velocidad y observando todas y cada una de las casas colindantes a la mía.
—Sí —respondí escueta. Mirando mi teléfono para comprobar la hora. Aún era pronto, de manera que tenía tiempo para almorzar algo ligero y darme una ducha relajante.
Entré en casa seguida por Matt y Rocco.
—¿Hay alguien en casa? —grité soltando mi bolsa en un rincón de la entrada—. ¿Papá? ¿Helen?
—¡Por fin llegáis! —Eli apareció con una sonrisa enorme por la puerta que daba a la cocina. Abrazó a su hermano y le dio un beso—. ¿Qué tal el campamento? —preguntó después de saludar a Rocco y abrazándose a mí.
—¿Dónde está mi padre? —le pregunté con una ceja en alto.
—Se ha marchado con mi madre a no sé qué reunión en Pasadena, dijo que volverían el jueves o el viernes —respondió alegre. Luego volvió a centrarse en su hermano y en Rocco quienes la siguieron hasta la cocina.
Me desperecé contenta de volver a casa. Aunque estaba deseando ver a mi padre, saber que no estaría esa semana me daba tiempo para pensar en una solución al tema de Paco y Matt. Me encerré en mi cuarto y preparé dos bolsas. La primera la saqué de una caja que escondía en el fondo del altillo de mi armario; era la de los combates, donde siempre guardaba: mis guantes de la suerte, mi sujetador deportivo, los shorts y la camiseta con el dibujo del cóndor de los Andes, logotipo que Paco siempre nos hacía lucir en todos los combates a los que nos presentábamos, mis zapatillas y las vendas que siempre usaba tanto para los tobillos como para los nudillos. Sin olvidar mi neceser y mi funda protectora de los dientes. Esta, aprovechando que Eli, Matt y Rocco estaban entretenidos charlando en la piscina, la escondí entre los cubos de basura de la entrada, lugar donde David la cogería en cuanto llegara. La razón por la que evito que alguien vea esa bolsa es porque lleva el cóndor de las narices serigrafiado en dorado.
La segunda, no era más que mi maleta de Louboutin con todo lo que necesitaría para pasar fuera la semana que necesitaría para recuperarme. Esta la dejé en la puerta sin miedo a que alguien se diera cuenta de que pasaría unos días fuera con mi mejor amiga.
Cogí mi Iphone y salí a la piscina, sentándome en una de las tumbonas junto a Eli.
—¿De qué habláis? —pregunté.
—Les estaba contando a Matt mi semana con Marie —respondió Eli—, pero creo que, comparada con vuestras aventuras en el campamento, ha sido una semana muy aburrida.
Sonreí y seguí charlando con ellos hasta que el timbre sonó. Di un respingo y desbloqueé la pantalla de mi teléfono por enésima vez. Seguía sin noticias de David. Me percaté entonces de la mirada seria de Matt. Tragué saliva.
—¿Quién será a esta hora? —pregunté nerviosa levantándome de mi asiento.
—Seguramente la pizza que he encargado hace una hora —respondió—. Vamos a la cocina.
Eli pagó al pizzero y luego dejó la caja abierta sobre la mesa de la cocina. El olor a pizza de peperoni colapsó mis fosas nasales y me hizo salivar de una manera exagerada. Mis tripas rugieron desesperadas y por un instante estuve tentada de coger un trozo y devorarlo. Estaba hambrienta, pero en pocas horas tenía que combatir y lo peor que podía hacer era llenarme el estómago en exceso. Resoplé y abrí el frigorífico; saqué todos los ingredientes necesarios para hacerme un buen sándwich de pavo, lechuga y tomate que acompañé luego con una manzana y una botella de agua.
—¿No vas a coger un trozo? —preguntó Rocco mostrándome el suyo a medio comer. Negué con la cabeza mientras me obligaba a darle un mordisco a mi insípido almuerzo.
—Gracias —respondí con la boca llena y una sonrisa tensa. El sonido de un mensaje entrante en mi teléfono me sobresaltó de nuevo. Era Nanako.
Rocco y Eli seguían charlando sobre mil temas diferentes, pasando de uno a otro sin más. Por mi parte, yo sentía que los nervios me exprimían el estómago, arrebatándome poco a poco el hambre. Cuando llegué a la mitad de mi sándwich, lo aparté a un lado y volví a mirar la hora.
—Dakota, ¿sucede algo? —preguntó Matt con un tono molesto. Parpadeé y sonreí.
—No, nada —balbuceé—. ¿por qué tiene que pasarme algo? Estoy bien, ¿te sucede algo a ti? —Continué casi sin respirar traqueteando un pie. La hora de irme se acercaba y con ello el combate con Ary lo que no me ayudaba mucho a tranquilizarme.
—Estás muy nerviosa —sentenció Eli mirándome con el ceño fruncido. Resoplé y cogí los restos de mi almuerzo. Miré a mi alrededor sin saber qué responder y, cuando creía que el tiempo se me terminaba, así como las excusas y las mentiras, mi teléfono comenzó a sonar. Solté los platos en el fregadero con un fuerte golpe y corrí hasta la mesa. Mi corazón se paró cuando Matt cogió el teléfono y miró quien llamaba.
—¡Dámelo! —grité arrebatándole el teléfono de las manos y cortando la llamada.
Los ojos verdes de Matt desprendía odio y preocupación a partes iguales. Eli y Rocco me miraban sin entender nada. Mi respiración se transformó en un jadeo y mi mente se quedó en blanco. La severidad de Matt hacía que me sintiera despreciable por no decirle la verdad sobre Paco. Sabía que su preocupación era indistinta a los sentimientos que yo creía que lo llevaron a besarme la noche anterior, pues, por lo que Eli y Rocco me habían contado de Matt, era un hombre dulce con un sentido de la responsabilidad enorme y eso me confirmaba que, pasara lo que pasara, fuera quien fuera, Matt se preocuparía si creía que alguien de su entorno sufría malos tratos.
—Dakota... —dijo dando un paso adelante. Negué con la cabeza y, llevándome el Iphone hasta mi pecho me alejé de él.
—Tengo que irme —susurré.
Salí a paso ligero de allí, pero antes de llegar a la entrada, la mano de Matt se cerró sobre mi codo derecho, obligándome a girarme y mirarlo a los ojos.
Tiró de mí y apoyó su frente en la mía. Cerré los ojos y aspiré su perfume. Aún podía oler la tierra y el césped del campo entremezclado con el olor a jabón. «Dylan...».
—No vayas con él... —me rogó en un susurró. No sabía si era el amasijo de sentimientos que me asediaban, los recuerdos de Dylan que nublaban mi mente o sencillamente el tono dolorido de Matt al pronunciar aquellas cuatro palabras lo que me llevó a darle un sencillo beso. No era un beso como en las típicas escenas de película en las que el chico preocupado envuelve a la chica con sus brazos y la besa con pasión desmedida, ni siquiera aquello podía decir que fuera muy diferente al beso en la frente de Tom, sin embargo, un sentimiento nuevo y frágil se había agarrado en mitad del amasijo de emociones y recuerdos que me asediaban incansables, como una pequeña velita en mitad de una tormenta.
—Tengo que irme —susurré apagando la velita con mi aliento. Y sin darle tiempo a reaccionar, salí de mi casa hasta el coche de David.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro