Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

18

15 de julio - El parque de atracciones (Parte 1)

Con los párpados hinchados por el sueño y mal humor, me desplomé en uno de los asientos traseros del autobús. Esa mañana había amenazado a todas las chicas del barracón con dejarlas sin helado esa noche si armaban jaleo o provocaban algún problema durante el viaje. Las ocho chicas entraron por parejas y en silencio, se sentaron en sus respectivos asientos y comenzaron a charlar tranquilamente. Sonreí orgullosa de mi grupo y de la obediencia que me mostraban, la verdad es que más que obediencia sabía que me tenían miedo. Todas habían oído cómo uno de los chicos les contaba que había entrado en el barracón y había asustado a Ronald hasta casi hacerse pis en el pijama. No estaba orgullosa de mi actuación de esa noche, amenazar a un crío, «aunque sea un enano con ínfulas de matón callejero», no está bien y tampoco forma parte de mi persona hacerlo, pero... «Está bien, no tenía excusas para hacerlo. Estuvo mal y punto».

Me recliné en mi asiento, crucé los brazos y dejé que el pelo me tapara la cara, cerré los ojos y dejé que el sueño me apresara de nuevo.

—¿Puedo jugar a los animalitos? —preguntó Telma mientras me clavaba su dedito en mi muslo. Parpadeé algo desorientada.

—Claro —respondí con la voz aún pastosa por el cansancio. Me levanté para coger mi bolso del porta-equipajes superior y rebusqué hasta dar con mi Iphone. Lo desbloquée y le busqué la dichosa aplicación que me había visto obligada a descargar para que estuviera entretenida y no se marease en los trayectos.

Una vez Telma estaba entretenida con mi móvil, me abracé a mi bolso y me dispuse a dormitar. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que Rocco apareció y me zarandeó con violencia.

—¡Joder! ¿Qué cojones te pasa? —le grité enfadada.

—¡Bote! —gritó desde el fondo Dalia. Giré la cabeza hacia ella y cuando nuestras miradas se cruzaron, la niña tragó saliva y volvió a sentarse en su asiento con el bote en su regazo. Miré de nevo a Rocco y pregunté más calmada.

—Tom se ha encerrado en uno de los baños —explicó casi en un susurro mirando de reojo a todas partes—, Matt está con él, pero no quiere salir.

Asentí con un suspiro y seguí al monitor rechoncho hasta el barracón del baño donde Matt se apoyaba de espaldas en la puerta de unos de los cubículos con la mirada perdida en el suelo. Me restregué un ojo y le dediqué una media sonrisa tensa. No sé por qué, pero mi corazón se aceleró en cuanto se acercó a mí.

—No quiere salir —me dijo apático señalando la puerta. No le respondí. Sino que sencillamente me acerqué a la puerta, apoyando mi oreja izquierda y tratando de girar el pomo. Tom había cerrado el pestillo por dentro de manera que se había quedado encerrado. Chasqueé la lengua y entré en el cubículo de la derecha, sonreí al darme cuenta que, si bien la puerta llegaba al suelo, las paredes eran como los aseos de muchas discotecas, por lo que tenía el espacio justo para poder pasar por debajo de él.

—Ten —le dije a Rocco tendiéndole mi bolso.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó inclinando la cabeza. Me encogí de hombros y señalé el hueco de la parte baja del panel que separa los aseos.

—Si él no quiere salir, entraré yo —respondí como si aquella fuera la solución más lógica del mundo y nadie se hubiera dado cuenta.

Me agaché y metí la cabeza. Tom estaba acuclillado en la taza cerrada del váter, agarrándose las rodillas. Me miró ojiplático. Le sonreí y me impulsé con las piernas, de la misma manera que había hecho muchas veces en los entrenamientos y en algún que otro baño de las discotecas cuando alguna novia celosa me había seguido hasta los lavabos para agarrarme de las extensiones.

—Dakota, ¿necesitas ayuda? —preguntó Rocco.

—¡No! —respondí con dificultad mientras hacía fuerza con los brazos y trataba de sacar mi trasero.

—Estás atascada —dijo Tom serio, como si todo lo que estaba pasando no fuera con él. Gruñí y empujé de nuevo. «Sí, definitivamente, me había atascado».

—¿Alguien puede ayudarme? —pregunté al aire. De pronto, sentí unas manos en mis nalgas, grandes y fuertes.

—¿Qué hago? —preguntó Rocco algo confuso. «¿En serio? ¿Tiene sus manos en mi trasero y pregunta qué hace?».

—¡Empuja! —le grité mirando al techo.

Después de un par de empujones y de rasparme la parte baja de la espalda con el borde del panel separador, mi trasero pasó y pude sentarme en las baldosas frías.

—¡Estás loca! —gritó Matt desde el otro lado de la puerta. Sonreí, porque algo me decía que él también estaba sonriendo. Levanté la cabeza y agaché los hombros. Tom tenía entre las manos la foto vieja de su madre, tenía unas ojeras enormes y las mejillas húmedas por el llanto. Señalé la imagen y esperé en silencio hasta que decidiera hablar. Por respuesta, Tom escondió su rostro entre las rodillas y negó con la cabeza. Suspiré mirando al techo.

—¿Matt? —grité al aire.

—Estoy aquí —respondió desde el otro lado. Giró el pomo de la puerta, pero sus esfuerzos eran en vanos. Aunque podría haber abierto la puerta, sabía que Tom necesitaba alejarse de los demás, necesitaba un lugar en el que sentirse a salvo. Y como yo ya lo estaba invadiendo, no me parecía bien obligarle a salir—. Dakota, abre la puerta. —Tom abrió los ojos asustado en cuanto Matt golpeó la puerta para tratar de abrirla. Le sonreí a Tom y le acaricié en una rodilla.

—No saldremos hasta que tú quieras, ¿vale? —le susurré. Tom asintió. Después me levanté y abrí el cerrojo, aguantando la puerta con fuerza para evitar que Matt la abriera. Saqué la cabeza por el hueco y me dí de bruces con los ojos verdes de Matt. Su olor a colonia fresca invadió mis fosas nasales. «Dylan...». Por un instante deseé salir corriendo de allí. Zarandeé la cabeza.

—¡Genial! Ya podemos irnos —dijo aliviado con una media sonrisa.

—Marchaos, necesito hablar a solas con Tom —respondí seria, tras eso, cerré la puerta de nuevo.

—¡Dakota! ¡Abre la puñetera puerta! —gritó de nuevo Matt enfadado. Me apoyé de espaldas a la puerta y suspiré.

—¡Salid! ¡Dejadnos solos! —grité.

—Vamos, Matt —dijo Rocco—. Dakota sabe lo que tiene que hacer.

Esperé unos segundos hasta que oí la puerta del barracón cerrarse. Luego le sonreí a Tom.

—Lo has cabreado —le dije señalando la puerta. Tom se encogió de hombros y miró la fotografía. Me acuclillé y lo miré.

—¿Quieres contármelo? —pregunté suave.

Durante más de media hora, Tom estuvo hablando, llorando y hablando de nuevo. Contándome una historia en parte igual a la mía, en parte desconocida y aterradora para mí. A pesar de todo, no había conseguido convencerlo para que saliera y fuera de excursión.

—Chicos —dije saliendo del barracón. Matt se acercó a mí, seguido por Rocco.

—¿Ha salido? —preguntó Matt mirando por encima de mi hombro. Asentí.

—No —respondí. Matt trató de avanzar para entrar en el barracón, pero lo frené poniéndole mi mano sobre su pecho. Mi corazón se aceleró de nuevo. «Dylan...»—. Déjalo. Necesita espacio.

—¿Podemos irnos ya? —preguntó Rocco.

Ignoré su comentario y volví mi mirada hacia Matt.

—Hoy es el cumpleaños de Tom —dije y tomé aire—. Aún necesita un poco de tiempo. Es difícil cumplir años sin una madre.

Matt desvió la mirada hacia sus zapatos y se humedeció los labios. Tragué saliva.

—Matt, los chicos están impacientándose —dijo Rocco señalando el bus.

—¿Por qué no vais vosotros en el bus y yo os sigo con el jeep? —pregunté mirando el todoterreno que el director del complejo nos había prestado durante esa semana para las urgencias y las compras.

—No lo sé —dudó Matt mesándose el mentón.

—Vamos, lo está pasando fatal —dije con lástima.

—¿Sabrás llegar al museo? —me preguntó con una ceja en alto.

—Matt, no seas así. El jeep tiene un navegador de abordo. Sólo tiene que poner la dirección y el GPS la guiará —dijo Rocco fastidado por la falta de confianza de Matt—. Ten las llaves. —Continuó entregándome la llave del Jeep y mi bolso—. Nos veremos allí.

Asentí y esperé a que el bus desapareciera para volver a entrar en el barracón. Después de una hora de más charla con Tom, logré convencerlo para montarse en el Jeep.

Llevábamos media hora de trayecto cuando miré a Tom de reojo. Estaba apoyando con la cabeza en la ventanilla, aburrido y molesto. Con el índice izquierdo jugaba con la espuma que sobresalía de la tapicería de la puerta.

—No estés triste, seguro que... —dije, pero decidí callar al darme cuenta de lo inútil que resultaba mi comentario. Seguimos diez minutos más en silencio, sólo acompañados por la voz robótica del navegador de abordo. Los carteles anunciaban que había una pequeña feria local en un pueblo a no más de seis millas en la siguiente salida.

—Siga recto veinte kilómetros y tome la cuarta salida —dijo el navegador mientras yo me desviaba a la izquierda. Tom se incorporó y frunció el ceño.

—Te has equivocado de salida —dijo mirando el navegador. Lo apagué y le sonreí traviesa.

—Yo creo que no —respondí con una sonrisa traviesa mientras apagaba el GPS.

—¿Qué hacemos aquí? —me preguntó Tom cuando aparqué el Jeep. Me removí en mi asiento y miré a Tom.

—Sé que no será el mejor cumpleaños de tu vida, pero pasarlo en un museo es mucho más aburrido, ¿no crees? —solté con una sonrisa. Tom asintió y sus ojos se iluminaron al instante—. Vamos, —dije cogiendo mi bolso y abriendo la puerta—. Hoy es tu día, haremos lo que quieras.

Paseamos por la feria de la mano, almorzamos un par de perritos calientes, engullimos un par de algodones de azúcar y vimos actuar a un mimo, dos payasos y una amazona que bailaba con dos caballos en un pequeño rodeo que había en el centro. Después nos montamos tres veces en la montaña rusa, dos en una atracción que no paraba de dar vueltas hacia todos los lados y tres veces más en los coches de choque, donde por cierto terminé golpeándome con el volante en la frente mientras que Tom se golpeaba en la rodilla.

—No hemos salido muy bien parados de aquí —dije mientras le pasaba a Tom un trozo del hielo de mi bebida en una servilleta de papel por su rodilla.

—No, pero ha sido divertido —respondió con la mirada perdida en una caseta de tiro al blanco. Sonreí.

—¿Quieres probar? —pregunté levantándome del suelo y guiándolo hasta el mostrador—. Deme dos —pedí al feriante. Me entregó dos escopetas con tres corchos para cada una. Cargué la de Tom y luego la mía—. Soy muy torpe, pero, dime, ¿qué quieres?

Tom se encogió de hombros. Miré los premios, y elegí un bonito oso de peluche, «muy típico, lo sé, pero era bonito». Para poder hacerme con el premio, tenía que romper tres palos de helado que había en una estantería justo encima de cada juguete. Apunté y disparé. Fallé las tres veces.

—Lo siento señorita, ¿quiere probar de nuevo? —me preguntó el feriante cogiendo tres corchos más de un cubo que tenía a su lado. Negué.

—Es cierto, eres muy torpe —dijo Tom cogiendo su escopeta. Sin más, apuntó con su fusil y acertó en los tres palos de helado, rompiendo dos de ellos.

—Lo siento, chico. Pero has estado muy cerca. ¿Quieres pedirle a tu madre que te deje probar de nuevo? —preguntó el feriante mirándome.

El rostro de Tom, que hasta ese momento se veía feliz, se ensombreció hasta el punto de hacer que deseara arrancarle la cabeza a aquel tipo.

—Vamos, demos un paseo —dije guiando a Tom por los hombros entre la muchedumbre.

Paseamos en silencio durante un rato hasta que, llegados al aparcamiento, nos dimos cuenta que había un cine de verano al otro lado de la feria. Aunque aún estaba algo apagado, convencí al chico para ver Toy Story en el remolque del todo terreno mientras nos poníamos ciegos a palomitas, un par de hamburguesas y refrescos.

—Gracias —susurró Tom recostado en mi regazo mientras los créditos del final de la película.

El camino de regreso se me hizo eterno. En el navegador de abordo vi que eran más de las doce de la noche. Aunque para mí no era tarde, sí lo era para un niño que acababa de cumplir los doce años, sin embargo, ¿qué importaba la hora si la felicidad del día eclipsaba el cansancio? 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro