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17


Madrugada del 15 de julio.

Entreabrí los ojos y miré la hora en la pantalla de mi teléfono. Apenas eran las tres de la madrugada y alguien se había empeñado en aporrear la puerta y no dejarnos dormir. Me puse una sudadera mientras, aún con medio cerebro en la almohada, atravesaba el pasillo de literas hasta la entrada. Los ojos marrones de Rocco me miraron por la rendija del umbral enrojecidos. «¿Qué narices se había fumado para estar así?». Fruncí el ceño.

—¿Sucede algo? —preguntó a mi espalda una de las chicas.

—Volved a dormiros, no pasa nada —respondí abriendo la puerta y saliendo para hablar con más tranquilidad. Volví a mirar a Rocco que se restregaba las manos asustado; no pude evitar soltar una risita al ver su pijama de Lord Vader—. ¿Qué cojones te pasa? Son las tres de la madrugada —lo reprendí susurrando y cruzándome de brazos al sentir el frío de la noche en mis piernas desnudas.

—¿Has visto a Tom? —me preguntó mirando a todas partes.

—¿Has perdido a un niño? —inquirí ojiplática—. ¡Joder, Rocco! ¿Cómo se puede perder un niño? ¡Y en mitad de la noche!

Rocco siseó y me agarró por los hombros.

—¡Tranquila! ¡Y no grites! —susurró mirando hacia el barracón en el que dormía Matt—. Si Matt se entera me liará una buena. Por favor, necesito que me ayudes a encontrarlo.

Puse los ojos en blanco y asentí con un suspiro. «¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Dejar que al pobre de Tom se lo comieran los lobos?».

—¿Has mirado bien en el barracón? —pregunté mirando hacia la cabaña de la que el gordinflón había salido. Asintió—. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

—Estaba en su litera, charlando con Ronald y Eddie —respondió rascándose la cabeza. «¿Qué? ¿Con el matón en miniatura y su secuaz?». Entrecerré los ojos y gruñí. Sabía que Ronald volvería a molestar a Tom pero no esperaba que lo hiciera solo unas pocas horas después de que lo amenazara con arrancarle una oreja. Pisando con fuerza con mis Havaianas sobre el césped me encaminé hasta el barracón de Rocco, abrí la puerta con rabia y encendí las luces.

—¿Ronald? —grité despertando a los chicos, uno se dio un fuerte golpe en la cabeza con la litera superior, dos se incorporaron rápidamente y el resto trataba en vano de abrir los ojos—. ¿Dónde cojones estás maldito matón en miniatura? ¡Sal de la cama!

Me fui acercando mirando en cada litera hasta llegar al otro extremo del barracón. Se restregaba un ojo con la mano mientras me miraba con dificultad con el otro.

—¿Qué pasa? —preguntó desorientado. Lo agarré por el pijama y acerqué mi rostro al suyo.

—Te dije que te arrancaría una oreja si volvías a molestarlo —le gruñí furiosa—. ¿Dónde está Tom?

El niño me miró asustado y confuso. Tras unos instantes comenzó a temblar bajo mis manos. Y en ese momento, me di cuenta del monstruo en que la rabia me había convertido. Cerré los ojos fuertemente y solté aire. Repetí mi mantra varias veces a la vez que soltaba al crío asustado y daba un par de pasos atrás, golpeándome con la otra fila de literas.

—¡Dakota! Estás asustando a los niños —dijo Rocco entrando y cerrando la puerta detrás de él—. Vamos, chicos, volved a la cama. No pasa nada.

Rocco se acercó a nosotros y le puso una mano en el hombro a Ronald que seguía mirándome aterrado detrás de sus sábanas. Tragué saliva con dificultad y me llevé una mano al pecho. Sólo me había sentido así de asustada y furiosa una vez en la vida. Zarandeé la cabeza tratando de borrar aquel recuerdo que no me llevaría a ninguna parte. Tomé aire de nuevo y agaché los hombros.

—Ronald —dijo Rocco calmado—. Nadie va a regañarte ni castigarte, pero por favor, es importante que nos digas dónde está Tom.

—Yo, yo... —balbuceó pestañeando y negando con la cabeza—. No lo sé... estaba ahí —dijo señalando la litera que había detrás de mí—. Y yo me dormí y...

—¡No mientas! —dijo el chico que había en la litera de abajo. Luego me miró y siguió hablando—. Cuando apagaron las luces Ronald se metió con su madre y luego Tom se cambió de cama. Se puso en aquella —dijo señalando a una de las literas que estaban cerca de la ventana abierta.

—¿Dejaste una ventana abierta? —pregunté enfadada a Rocco mientras me acercaba a la cama deshecha.

—No, claro que no. Las ventanas estaban todas cerradas —respondió.

—¿Lo comprobaste antes de salir a...? —miré al monitor sin terminar la frase. Ambos sabíamos que cuando Rocco apagaba las luces salía un rato a fumarse un pitillo.

—¡Mierda! —maldijo chasqueando los dedos con furia. «Eso es que no». Puse los ojos en blanco y suspiré.

—¿Alguno de ustedes lo ha visto salir? —pregunté con los brazos en jarra. Algunos no respondían, otros negaban y uno o dos se encogieron de hombros. «Genial» maldije para mí—. Está bien, volved a la cama y no salgáis de aquí. Rocco, ven conmigo.

Cerré la ventana, le puse el pestillo de seguridad y cuando salimos del barracón echamos la llave para que a ningún otro crío le diera por escaparse. Hice lo mismo con el barracón de las chicas, asegurándome que ellas tampoco saldrían de allí.

—¿Por dónde buscamos? —preguntó el grandullón entrando en pánico. Lo agarré por los hombros y lo miré a los ojos.

—Tranquilo, ve al baño de los chicos y yo miraré en el de las chicas, luego buscaremos en el barracón de los trastos y si no está allí... —susurré desviando la mirada hacia el barracón dónde Matt seguía durmiendo.

—Si no está, ¿qué? —preguntó histérico.

—Si no está, tendremos que despertar a Matt —dije lo más calmada que pude, sin embargo, después de mirar por todas partes, no nos quedó más remedio que despertar a Matt.

—¿Qué? —preguntó Matt cuando Rocco le explicó la situación—, ¿has vuelto a perder a Tom?

—Un momento... ¿qué? —pregunté con una ceja en alto. Me dirigí al monitor con el pijama de Vader—. ¿No es la primera vez que pierdes a Tom?

—¡Joder, Rocco! Te dije que dejaras a Tom en el barracón conmigo, pero no... —comenzó a quejarse Matt mientras se paseaba en círculos en mitad del pequeño rellano que separaba los barracones—. Tenías que insistir y cuidarlo tú...—continuó señalando a Rocco que miraba el sueño culpable. Lo cierto era que sentía una lástima inmensa por Rocco, pero la preocupación por saber qué había pasado media hora desde que se había escapado era más fuerte.

—¿Qué querías que hiciera? El crío no te soporta, lo tratas como si fuera un delincuente —comenzó a culpar Rocco a Matt.

—¡Basta! Dejad de discutir —dije en alto para que los dos se callaran—. Yo lo buscaré por el lago y el parque —Continué decidida mientras desbloqueaba la pantalla de mi Iphone y encendía la linterna—. Rocco, ve a buscarlo por los jardines y Matt, por el bosque. Ya seguiréis discutiendo cuando lo encontremos.

Sin darle tiempo a que me respondieran, me di la vuelta y me encaminé por el camino que atravesaba el pequeño bosquecito hasta el parque. Tardé unos quince minutos en llegar, «Sí, lo admito, me perdí... pero qué esperabais, eran casi las cuatro de la madrugada y no veía un pimiento».

Una corriente de frío me atravesó la piel cuando llegué hasta la orilla del lago, lo fui bordeando prestando atención a todos los ruidos que me rodeaban. Los grillos cantaban bajo la luz de la luna y se callaban con mi paso, para, después de avanzar un par de metros, volver a recuperar su canto. Una lechuza ululaba y revoloteaba haciendo que la copa de un árbol crujiera y las hojas se removieran como cascabeles. Nada. El lugar parecía la escena de una película de terror barata. Cuando casi había completado el recorrido, me acerqué al parque infantil. Metí la cabeza dentro de las construcciones de madera para asegurarme que Tom no estaba allí. Nadie.

Suspiré agotada y cada vez más asustada y preocupada. Un recuerdo oscuro y lluvioso me recorrió la espina dorsal. Volví a sentir el agua fría de la lluvia de aquella noche de otoño empaparme la trenza. Me humedecí los labios y cerré los ojos tratando de frenar las lágrimas. El rugido del motor de un coche me aceleró el corazón de nuevo. Abrí los ojos de golpe y me giré en busca de un fantasma que no quería desaparecer.

—Nada puede hacerme daño, soy de titanio —dije en voz alta. Mi mantra era esa pequeña frase que siempre me repetía cuando tenía miedo, estaba nerviosa o sentía que algo podía atravesarme el alma; pero siempre la susurraba o la repetía mentalmente nunca en voz alta.

Sin embargo, el miedo crecía a medida que los minutos pasaban y no encontraba a Tom, y se había anudado tan fuerte a mi corazón que, en ese momento, era incapaz de dar un paso al frente sin oírme decir mis palabras de ánimo.

Seguí avanzando por la orilla del lago, repitiendo aquellas siete palabras en voz alta hasta que el chapoteo del agua me sacó de mis recuerdos. Elevé la mirada e iluminé con el teléfono hacia el borde del bosque. Había un viejo árbol tirado en el suelo, la madera estaba corroída y vieja y si Tom no hubiera pisado una de las raíces secas y la hubiera roto, estoy segura que no lo hubiera visto.

—¡Tom! —suspiré aliviada corriendo hacia él. El chico trató de salir corriendo, pero para mi suerte, tropezó con otra raíz más grande y cayó de bruces. Me agaché a su lado para socorrerlo—. ¿Te has hecho daño?

Tom negó con la cabeza pero en sus mejillas brillaba el reguero de las lágrimas y sus manos se agarraban con fuerza a su rodilla lastimada. Dejé caer los brazos y lo ayudé a sentarse contra el tronco caído. Me coloqué a su lado y apagué la linterna, guardando mi teléfono en el bolsillo de mi sudadera. Dejé que el silencio nos abrazara unos minutos.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó ceñudo después de limpiarse el rostro con las mangas de su pijama.

—Pues... —dije arrastrando las sílabas. Sonreí traviesa—. La verdad es que me encanta llenarme de barro los pies y pasar frío en mitad de un bosque oscuro lleno de lobos —dije moviendo mis pies para que los tenues rayos de la luna los iluminara y mostrara lo sucio que estaban por caminar tan cerca de la orilla. Tom sonrió y me enseñó sus zapatillas.

—Yo también los tengo sucios.

Sonreí y esperé unos instantes. Tom suspiró y abrió la mano izquierda, dejando a la vista una fotografía arrugada. Aunque no podía verla, sabía bien quien aparecía en aquella imagen arrugada y sucia.

—Sé por qué estás aquí —le susurré acercándome a su oreja—. No les hagas caso.

Tom comenzó a temblar presa de la disputa entre el orgullo y el llanto.

—Se fue por mi culpa —susurró abrazándose a sus rodillas y escondiendo su rostro—. Pero no sé qué hice para enfadarla.

Una lágrima cálida me atravesó la mejilla al oírlo. Me moví hasta arrodillarme a su lado y sin más, abracé a Tom de la misma manera que yo había deseado que me abrazaran así, hacía mucho tiempo. Lo oí llorar en mis brazos, de la misma manera que yo había llorado sola tantas noches.

—No hiciste nada, tesoro —susurré dejando que mi llanto también aflorara. Conocía perfectamente la sensación de vacío, de culpa y de dolor que Tom estaba sintiendo desde hacía dos años. Un nudo se agarró en mi garganta y mi corazón comenzó a acelerarse—. Eres un buen chico.

—¡Déjame! —me gritó revolviéndose. Sin embargo, cuanto más se revolvía más fuerte lo agarraba. Sabía que necesitaba mi abrazo, mi calor, de la misma manera que yo lo había necesitado a su edad—. ¡Tú no sabes nada! ¡No soy bueno, por eso se fue!

—Claro que eres bueno, Tom —respondí acunándolo mientras se deshacía en sollozos cada vez más desconsolados. «¿Por qué?» volví a preguntarme después de tanto tiempo. Pero esta vez, no lo preguntaba por mí.

—No soy bueno —susurró dejando de luchar y apoyando la cabeza en mi pecho—. Soy malo, me peleo con los demás y robo en las tiendas.

—Lo sé —respondí—. Pero eso no te hace ser malo —agregué separándome de él. Lo miré a los ojos y le sonreí. Le sequé las lágrimas con mis pulgares y le di un beso en la frente. Me senté de nuevo con la espalda apoyada en el tronco y le pasé un brazo por los hombros. Tom se dejó caer sobre mi regazo y puso a mirar la fotografía.

Los grillos volvieron a cantar, la lechuza a ulular y el aire removía las hojas. Comencé a acariciarle el pelo negro a Tom y poco a poco, con el pasar de los minutos, nuestros ojos se acostumbraron a los haces lunares. Fue entonces cuando vi a la madre de Tom por primera vez. Su mirada triste y deshecha, su extrema delgadez y su tez cenicienta nada tenían que ver con las de su hijo. Me mordí el labio inferior y decidí bajar las barreras de titanio que recubrían mi corazón.

—Yo era mucho más pequeña que tú cuando mi madre se marchó —dije sin dejar de acariciarle el pelo.

—¿Tu madre también se fue? —preguntó extrañado.

—Sí, al igual que la tuya, la mía también me abandonó —respondí ahogándome en mis pensamientos. Haces de un pasado que volvía a dejar salir después de tantos años. Recuerdos que me atravesaban el alma como agujas al rojo vivo—. Y al igual que tú, crecí pensando que no me quería porque era una niña mala. ¿Pero sabes una cosa? —pregunté acercándome a su oído—. No es verdad. Yo no era una niña mala, ni había hecho nada malo. Y tú tampoco.

Tom se incorporó para poder mirarme a los ojos. Tragó saliva y frunció el ceño.

—Y si no he hecho nada malo, ¿por qué se ha ido? —preguntó. Tomé aire, porque no tenía respuesta a su pregunta.

—No lo sé. Yo sigo haciéndome esa pregunta —respondí sincera—. Pero, si se ha ido, estoy segura que tenía un motivo.

—¿Y por qué no me lo ha dicho? ¿Por qué no me llama o viene a verme para decírmelo? —inquirió rompiendo a llorar. Lo abracé de nuevo acunándolo contra mí y regalándole otro beso en la coronilla.

—A veces, los adultos hacemos cosas que ni siquiera nosotros entendemos —dije sin saber qué más responder. Dejé pasar unos minutos para que se calmara antes de seguir hablando—. La vida que te espera no será fácil sin ella. Pero si te culpas, te llenarás de miedo y odio. Y esos sentimientos te corroerán el corazón, te transformarán en un monstruo incapaz de perdonar y de seguir adelante.

—¿Y qué hago? Todos dicen que se fue por mi culpa —respondió apenado. Lo agarré por las mejillas y apoyé mi frente en la suya.

—Repite conmigo —dije—. Nada puede hacerme daño, soy de titanio —susurré—. Repítelo.

—Nada puede...

—Nada puede hacerme daño, soy de titanio —repetí y Tom me secundó—. Repítelo siempre que alguien trate de hacerte daño. Y poco a poco aprenderás a ignorarlos —le expliqué. Tom asintió y repitió dos veces más mi mantra. Las siete palabras que siempre me han ayudado a superar todos mis miedos y dolores—. Nada puede hacerme daño, soy de titanio —repetí con él por última vez.

El ruido de la hojarasca romperse hizo que Tom, asustado, girara la cabeza.

—¿Lo has oído? —preguntó buscando entre la arboleda. Fruncí el ceño y esperé unos segundos. Nada.

—Habrá sido algún animalillo —respondí encogiéndome de hombros y abrazándolo de nuevo.

—Dakota —susurró pensativo y con un tono triste—. Si yo no he hecho nada malo, ¿entonces? ¿se ha ido porque ya no me quiere?

—Lo que voy a decirte es, seguramente, lo más difícil que aprenderás en tu vida. Yo tardé muchos años en comprenderlo —dije. Mi voz se rompió con la última frase. Tragué saliva y sentí cómo el nudo de mi garganta recorría mi pecho hasta presionarme el corazón—. Tu madre te quiere, y si se ha ido es porque cree que es lo mejor para ti.

—No lo entiendo —respondió confuso.

—Lo entenderás con el tiempo, Tom —dije acunándolo de nuevo—. Recuerda lo que te he dicho: tú no tienes la culpa, ¿vale?

Tom asintió y una linterna iluminó el espacio entre la linde del bosquecillo y la orilla del río a unos metros de nosotros. Elevé la cabeza y me fijé en que Rocco seguía buscando desesperado a Tom. Sonreí y obligué al crío a girarse—. Será mejor que vayas con él. Le has dado un buen susto.

—Está bien —respondió asintiendo al cabo de unos instantes. Nos levantamos y antes de que saliera corriendo en busca de Rocco, agarré al niño de la mano y lo retuve unos segundos.

—Repítelo —dije seria.

—Nada puede hacerme daño, soy de titanio —respondió dibujando una trémula sonrisa. Después de eso, lo solté y le hice un ademán para que volviera con Rocco al barracón.

Suspiré y esperé a que desaparecieran, dejándome sola de nuevo. Necesitaba tranquilizarme y volver a forjar las barreras que protegían mi corazón. Sin embargo, no me dio tiempo cuando la voz de Matt me asustó.

—Lo que le has dicho a Tom —dijo acercándose hasta colocarse a un par de metros de mí. Lo miré de arriba abajo y una rabia intensa comenzó a recorrerme—, ha sido...

—Ha sido una mentira —lo interrumpí abrupta y fríamente.

—¿Qué? Pero todo ese discurso... —balbuceó acercándose de nuevo. Me abracé a mí misma y apreté la mandíbula, sintiendo cómo los muros que protegían mi corazón volvían a cerrarse de nuevo.

—Mentiras, Matt —respondí—. La madre de Tom no es más que una desgraciada que no merecía ser madre —dije rabiosa—. Igual que la mía. Dos mujeres que no saben querer. Que no quieren querer.

—No te entiendo, Dakota. —Matt se revolvió el cabello y dio dos pasos más hacia mí, hasta colocarse frente a frente. Me giré al sentir las lágrimas caer por mi rostro—. ¿Y entonces? ¿Por qué le has dicho todas esas cosas?

—Porque sé lo que es crecer culpándome, preguntándome a diario qué cojones había hecho para que dejara de quererme —respondí escondiendo mi cara tras mis manos y dejando que el llanto saliera—. ¿Sabes lo duro que llega a ser? Tuve que aprender —agregué secándome las lágrimas y llenándome de orgullo—, a vivir con la culpa y la inseguridad. Aprendí a vivir con miedo a enfrentarme a su ausencia y por eso me repetía constantemente que... —callé porque no aquellas siete palabras eran sólo mías. Mías y de Tom.

—Que, ¿nada puede dañarte? ¿Que eres de titanio? —preguntó acercándose de nuevo hasta que el calor de su cuerpo me obligó a cerrar los ojos y suspirar. Podía sentir su olor a colonia y aftershave. Sentí de pronto el calor de sus manos recorriendo mi espalda para embutirme en un abrazo. Suspiré incapaz de revolverme y separarme de él. «Bueno, vale... no quería separarme de él».

—Sí —confesé hundiendo mi rostro en su pecho y cerrando mis manos alrededor de la tela de su sudadera—. Hubo un tiempo en que quise buscarla —susurré sin entender qué me hacía abrirle mi corazón a Matt. Tal vez fuera la tensión del momento o tal vez fuera el sentimiento de volver a sentirme protegida. La imagen de Dylan apareció en mi cabeza borrando de un plumazo la realidad. Suspiré perdiéndome en sus recuerdos. Cerré los ojos y continué hablando olvidándome de con quien lo estaba haciendo—. Pero tenía miedo. No sabía qué podía encontrarme, así que dejé que los años pasasen uno tras otro. Hasta que cumplí dieciséis y me armé de valor.

El silencio nos envolvió y aunque mi cerebro me decía que no era Dylan quien me abrazaba y acariciaba mi cabello con suavidad, mi corazón se negaba y me hacía sentirlo de nuevo conmigo. Aspiré su aroma, ahora diferente al que recordaba y elevé mis manos hasta enredar mis dedos en su cabello y escondí mi rostro en la curva suave de su cuello. Tal y como siempre había hecho.

Suspiré y mi mente viajó de nuevo hasta aquel fatídico día en que decidí enfrentarme a la realidad. Nunca entendí por qué tomé la decisión de buscarla.

—¿La encontraste? —Asentí y aspiré su aroma una vez más—. ¿Averiguaste por qué te abandonó?

—Eso ya no importa —sentencié—, porque está muerta.

De pronto, mil recuerdos, imágenes, sonidos y llantos se agolparon en mi cabeza formando un remolino de colores, sentimientos y sensaciones. Comencé a tiritar y lo único que sentía era el calor de los brazos que me rodeaban y de las lágrimas que caían por mi tez para morir en el cuello de mi sudadera. Abrí los ojos de golpe, como si aquel remolino me escupiera fuera de mi propio corazón y miré a Matt. La luna colgaba pequeña y redonda en lo alto del manto oscuro de la noche. Los grillos seguían cantando a pesar de que, durante un rato, yo había dejado de oírlos. Fui entonces consciente de lo desbocado que latía mi corazón, de los latidos acelerados del corazón de Matt. Sus labios pálidos y algo agrietados por el frío se me antojaban suaves y llenos de deseos por atrapar los míos. Pero sabía que aquello no era más que el producto de mi imaginación, del resultado del amasijo de sentimientos que había dejado salir desde que encontrara a Tom.

Mi respiración se fue acelerando en cuanto la frente de Matt se apoyó en la mía. Tenía los ojos cerrados y su aliento se fundía con el mío. Cerré yo también los ojos y de nuevo la sensación de estar en los brazos de Dylan me arropó. Me mordí el carrillo interno y tragué saliva.

—Será mejor que volvamos —susurré separándome de Matt y abriendo los ojos. Sin embargo, la oscuridad de la noche y mi deseo de volver a ver a Dylan hicieron que lo confundiera. «Me estaba volviendo loca! ¡No podía dejar de verlo!». Zarandeé la cabeza y me giré, encaminándome de vuelta a la realidad. Cerrando así el muro que enterraba a mi madre muerta y a Dylan en el fondo de mi corazón. «Nada puede hacerme daño, soy de titanio» murmuré antes de quedarme dormida en la cama de mi barracón. 

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