12
4 de julio (la cena)
Agaché la vista sintiendo todas las miradas acusadoras puestas en mí. Me senté en la mesa, en el extremo opuesto a mi padre. A mi derecha tenía a C.J y Nanako a los que miré ceñuda sin comprender qué cojones hacían allí; a mi izquierda tenía a Matt y a Eli. En el extremo opuesto de la mesa y presidiéndola, «cómo acostumbraba», estaba mi padre, a su derecha estaba Helen y a su izquierda estaba la madre de Nanako.
—Bien —dijo George con rabia—. Al menos el postre podremos tomarlo juntos.
Miré a mi padre unos segundos y fingí sentirme avergonzada. Después de que Helen y Eli sirvieran el postre, una tarta de tres chocolates que olía de maravilla, «la jodida Helen sabía cocinar como nadie», la conversación se fue imponiendo en la mesa y el ambiente se relajó ligeramente.
—¿Qué cojones hacéis aquí? —pregunté a C.J y Nanako en un susurro.
—Te mandé un mensaje esta mañana, te dije que te recogería para pasar la tarde en el spa, pero no me respondiste —susurró Nanako acodándose en la mesa.
—¿Por qué no me llamaste? —inquirí molesta.
—¡Lo hice!, te he llamado como cinco o seis veces.
—Sigo sin entender qué haces aquí —repliqué al recordar que había visto e ignorado los avisos de llamadas.
—Me preocupé y vine a buscarte —«Típico de Nanako, si no respondes en menos de una hora le entra la histeria»—. Tu padre insistió mucho en que nos quedáramos a cenar.
Miré con rabia a George. Lo había hecho con la única intención de tocarme las narices al percatarse de que le había mentido. «¡Joder!». Luego miré a C.J y levanté una ceja.
—¿Y tú?
—Me aburría en mi casa y he venido —respondió encogiéndose de hombros y pinchando un trozo de tarta con el tenedor—. Esto está buenísimo.
Suspiré y me llevé un trozo de tarta a la boca mientras miraba a mi alrededor. Nanako conversaba con Matt, Eli con C.J y la madre de Nanako charlaba con George y Helen, sin embargo, se le notaba en la cara que se sentía incómoda.
—Dakota, tienes sangre en la barbilla —me dijo Eli. Me llevé una mano hasta el corte del labio y miré la yema de mis dedos manchadas de sangre. Cogí rápidamente una servilleta. Eleanor me miraba asustada y C.J enfadado.
—¿Has estado con Paco? —preguntó mi amigo elevando el tono de voz y haciendo que Nanako se callara. Matt me miró extrañado.
—¿Podrías gritar un poco más? Creo que los canadienses no se han enterado —respondí irónica. Me quité la servilleta y constaté que seguía sangrando. Miré a Nanako en busca de ayuda.
—¿Quién es Paco? —me cuestionó Eli.
—Nadie—respondió mi amiga levantándose de la silla con torpeza—. No te preocupes. Vamos, Dakota, ¿te ayudo a limpiarte?
Asentí y la seguí hasta el baño. Una vez dentro, le conté todo lo que me había pasado: desde mi caída durante el entrenamiento, pasando el momento en que Paula me tiró sin querer la cerveza y terminando mi apoteósica odisea en la operación de fémur que sufrió la pequeña de David y Lola.
—Eres incorregible, Dakota —me dijo sentada en la taza del váter mientras yo me aplicaba un poco de alcohol en el labio—. Deberías hablar con tu padre y decirle la verdad de una vez.
—No puedo—respondí tirando el algodón a la papelera y restregándome el codo que aún me dolía.
—¿Y cómo saldrás hoy de esta? —preguntó mirándome a los ojos—. Está muy cabreado.
Me encogí de hombros.
—Ya se me ocurrirá algo.
En ese instante, George llamó a la puerta, abriéndola y entrando en el aseo.
—¿Puedes dejarnos solos, Nanako? —preguntó sin despegar su mirada gélida en mí. Nanako se levantó del váter.
—Claro, Sugar Daddy —dijo fingiendo que no pasaba nada. Nanako salió y cerró la puerta tras ella. Me aclaré la garganta y di un paso hacia George.
—Papá, escucha...
—¡No, Dakota! ¡Escúchame tú a mí! —me interrumpió tajante—. Estoy cansado, ¿qué digo cansado? ¡Estoy harto de tu egoísmo! —gritó señalándome.
—Pero, papá...
—Ni, papá ni papi. Te he soportado muchas cosas, Dakota. Soporté que montaras un espectáculo en el avión, soporté tus pataletas y rabietas en Hawaii. Soporto que no quieras pasar tiempo con nosotros y que no te molestes en conocer a Helen, pero estoy harto —soltó casi sin respirar. Me senté en la taza del váter completamente abrumada. Jamás había visto a George tan enfadado conmigo, ni me había hablado así. Aquello comenzó a taladrarme el corazón—. Me prometiste que estarías aquí a las ocho y llegas apestando a cerveza, despeinada y sangrando, ¿qué cojones ha pasado, Dakota?
Tragué saliva sin saber qué responder. No se me ocurría ninguna mentira que sonara creíble. «¿Me había emborrachado y me había caído?» Era lo único que se me ocurría, pero sabía que podía enfadarlo mucho más. «¿Había llegado el momento de decir la verdad sobre Paco y el boxeo?». Cerré los ojos y descarté ese pensamiento. No estaba preparada. No respondí. Sólo agaché la mirada y suspiré dejando que él decidiera lo que quería creer. Silencio.
—Me has decepcionado, Dakota —respondió con tristeza. Lo miré a los ojos y me sentí el ser más cobarde de la tierra—. Nunca pensé que mi hija podía ser tan egoísta como para estropear el primer cuatro de julio que hemos tenido en familia.
Apreté la mandíbula y me mordí la lengua con rabia para evitar responder. «Aquello me estaba costando la misma vida, porque estaba deseando soltarle un par de cosas a mi padre con respecto al tema de la familia». El silencio nos envolvió unos instantes y yo suspiré. Me encogí de hombros.
—Lo siento —susurré fingiendo arrepentimiento. «Deberían darme un óscar por mi actuación».
—Creo que no entiendes la suerte que tienes, Dakota —dijo más calmado.
—¿Suerte? ¿Por qué? —solté sin pensar con un bufido—. ¿Por qué tu secretaria te ha echado el lazo y me toca a mí soportar esta situación de mierda? —«Lo sé, debí callarme y no empeorar las cosas, pero algo se apoderaba de mí y no podía controlarme».
—¡Basta! —dijo y el tono de su voz me asustó—. Helen se está esforzando porque esto funcione y sus hijos también. He tenido mucha paciencia, esperando que recapacites pero está visto que no voy a conseguir nada. Así que se acabó: quiero que te marches, Dakota.
—¿Qué? —«Me lo estaba diciendo en serio?».
—Quiero que te marches. Si no eres capaz de alegrarte por mi felicidad, de aceptar a Helen y tratar de hacer que esta familia funcione, significa que eres más egoísta de lo que esperaba —dijo completamente decepcionado. Mi corazón se rompió al oír a mi padre decir que no lo quería—. Está claro que esto te hace daño y no quiero que sigas sufriendo. Si te marchas a Stanford todo se arreglará. Ni tú tendrás que aceptar esta situación, ni yo tendré que ver cómo la sufres.
Negué con la cabeza, asustada. No podía ni quería separarme de mi padre. Lo quería, era lo único que tenía en la vida y me negaba a separarme de él. Me abracé a su pecho sin pensar. Las piernas me temblaban, el tobillo me dolía y el llanto se hizo con el control de mi cuerpo.
—No, papi. Por favor, no quiero irme —balbuceé entre llantos—. Te quiero. Por favor, no me hagas esto. Haré lo que sea, pero no pienses que no te quiero —lloré cerrando mis puños sobre su camisa—. Te quiero mucho, papá. No me abandones. Tú no, por favor.
Tras unos segundos, sentí el abrazo cálido de mi padre rodearme. No podía dejar de llorar y empapar su camisa de algo más que lágrimas saladas. Absorbí fuerte y levanté la mirada hasta sus ojos azules.
—Dakota —suspiró—, quiero a Helen. Estoy enamorado y necesito que mi hija me apoye. Pero tampoco quiero imponerte algo que no deseas.
—No es eso —dije escondiéndome de nuevo en su pecho—, es que pensaba que eras feliz. Que nuestra vida te hacía feliz.
—Y me hace feliz, princesa —respondió—. Tú me haces el hombre más feliz del mundo. Pero Helen llena el único vacío que un hijo no puede llenar. Y necesito que lo comprendas y lo aceptes.
—Pero... —lo miré de nuevo y antes de poder continuar, George me selló los labios con su pulgar.
—Princesa, eso que piensas, eso que tanto temes que suceda, no va a pasar. ¿De acuerdo?
Sentí una extraña ola de pánico cerrarse sobre mí. Los ojos azules de mi padre me miraban francos y sinceros, pero, aunque asentí, sabía que me estaba zambullendo de nuevo en aquel oleaje del que creí haber salido hacía años.
—Está bien —dije tratando de sonreírle. Mi padre me espachurró contra su pecho.
—Gracias, princesa —dijo algo más alegre. Lo empujé para alejarme de él.
—¿Y ahora qué? ¿qué se supone que tengo que hacer? —pregunté.
—¿Qué te parece si te das un baño, te arreglas un poco y nos acompañas a ver los fuegos artificiales a la playa? —inquirió con una media sonrisa. Asentí con un suspiro y esperé que saliera del aseo para hacer lo que me había dicho.
***
Me senté en la arena a la espera de que los fuegos artificiales comenzaran. La playa estaba llena de familias que habían decidido pasar el cuatro de julio allí. Miré a mi padre que hablaba con Eli y le contaba una de sus batallitas de oficina. Helen llegaba de dar un paseo por la orilla con Matt. Me levanté y me acerqué a Helen.
—¿Podemos hablar? —pregunté y le señalé la orilla de nuevo. Asintió y le dio sus zapatos a Matt. Yo tiré los míos cerca de mi padre y la seguí hasta que el agua fresca me relajó el dolor del tobillo.
—Parece que lo tienes más hinchado que ayer —dijo mirándome el pie. Tragué saliva y recordé la caída durante el entrenamiento.
—Estoy bien —respondí y di un paso hacia dentro de océano—. La verdad es que quería disculparme por llegar tarde —dije mirando al horizonte. Era una noche despejada, sin embargo, las luces de Los Ángeles eclipsaban el cielo y evitaba que se pudieran ver las estrellas.
—No te preocupes —respondió poniendo una mano en mi espalda—. Tu padre me ha contado que habéis estado hablando—. Asentí.
—Quiero que nos llevemos bien, Helen. Dime qué puedo hacer para que esto funcione —respondí suplicante. La mera idea de volver a oír de labios de mi padre que no le quería me rompía el alma.
—No lo sé —Se encogió de hombros y elevó su vista hasta el cielo—. ¿Qué te parece si empezamos por conocernos un poco? —Asentí—. Muy bien, pues... ¿qué quieres saber?
—Lo siento —dije al cabo de unos segundos—. Esto es muy raro. Me siento estúpida preguntándote cosas que ya sé. Es decir, nos conocemos desde que tengo once años.
—Es cierto —rió —, aún recuerdo lo asustado que estaba tu padre cuando te encerraste en el baño aquella tarde. Fue muy difícil convencerte para que salieras.
—Y qué lo digas. Me moría de vergüenza —admití sin pensar y sonreí al recordar la tarde en la que conocía a Helen y me bajó la regla por primera vez. «Se suponía que debía ser mi madre la que tenía que estar al otro lado de la puerta». Suspiré apesadumbrada.
—¿Sucede algo? —preguntó. Negué con la cabeza y me sequé una lágrima rebelde.
—No, nada —dije—. Oye, ¿puedo hacerte una pregunta? —Helen asintió—. ¿Dónde está el padre de Matt y Eli?
—Mi marido murió hace mucho —respondió. Sin embargo, la frialdad con la que habló me extrañó—. Eli era un bebé, el único que lo recuerda es Matthew —respondió girándose y buscando a su hijo entre el gentío—. Pero a veces dudo de si Matt... —Helen se calló al instante y me sonrió—. ¿Volvemos? Los fuegos estarán a punto de empezar.
Asentí sin preguntar. Ese tema parecía ser importante y seguramente doloroso para Helen. Si quería tratar de hacer que todo funcionara, lo mejor era dejar ese tipo de cuestiones a un lado, enterrándolos al fondo del océano.
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