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Capítulo 4

Valaryn

Poco menos de un minuto después de la agitada lucha, mi equipo y yo nos aseguramos de alejarnos al menos un metro de la cueva. La oscuridad dominaba los cielos y los inquietantes cantos postnocturnos susurraban en mis oídos. Todo aquí se veía "normal", me había imaginado algo más tenebroso, con telarañas y cadáveres dispersos por doquier, pero era una selva convencional, con búhos ululando y vientos helados, nada que no hubiese visto antes en mis primeras expediciones como guardián de Gaelean.

Todos estábamos dispersos, algunos analizaban el lugar y yo... Bueno, yo le quitaba la cáscara a mi manzana.

—¿Nadie está herido? —preguntó Emori quien había cargaba con artículos de sanidad.

—Creo que todos estamos bien —Seth se volteó a mi dirección  —. Ahora debemos encontrar un lugar seguro donde pasar la primera noche y...

—¿Tú quién eres? —interrumpió Azriel. Sus ojos estaban puestos en el pequeño elfo rubio que tiritaba en el suelo bajo mi preciada gabardina aterciopelada.

El niño que no rondaría los doce años, se hizo un ovillo en el suelo.

—Soy... Soy Khaz —respondió en un susurro apenas audible.

—¿Khaz? —Azriel se aproximó al muchacho cubriéndolo con su cuerpo. Por su posición sólo podía verle la espalda, pero por la forma en la que los ojos de Khaz brillaban de terror y se encogía, podía asegurar que el guardián no le estaba dirigiendo una expresión afable.

Milenka, quien había estado detrás de Emori, —pese a que ella curaba las heridas del niño— se apresuró a intermediar entre ambos elfos.

—Viene conmigo,  los monstruos de la cueva lo tenían apresado, pero Emori y yo logramos salvarlo a tiempo.

—¿Apresado? Entonces es un carroñero.

Él muchacho alternó la mirada entre Milenka y el elfo fornido. Su piel y cabello brillaban por el líquido verdoso de la cueva.

—No, no lo es.

—No creo que pueda asegurar eso, pero...  —murmuré sisañozo ganándome una mirada odiosa de su parte.

—Princesa —El sub guardián regresó la atención de la Elfa hacia él —. Admito que sus intenciones son muy nobles, pero es una imprudencia. No vamos a arriesgarnos con un desconocido cuya procedencia es tan cuestionable.

Ella se plantó frente a él dándole la espalda a su protegido.

—¿"No vamos"? —repitió con recelo —¿Y qué haremos? ¿Dejarlo en esta selva para que algo malo le pase? O ¿Mataremos a un niño?

Esto se ha vuelto entretenido.

—Usted no tiene que hacer nada, alteza, yo me encargaré.

Azriel desenfundó su espada tomándome por total sorpresa. Ni en mis más profundos sueños imaginé que presenciaría algo tan entretenido como esto; Azriel, el perfecto, el ejemplo de todos los concejales, quien nunca falla, y Milenka, la sumisa de sus padres, ambos enfrentadose a una riña calurosa.

—Le sugiero que se aparte, voy a acabar con esto lo más rápido posible.

—Por supuesto que no, no lo voy a permitir —advirtió entre dientes la de cabello rosa —, he comprobado que Khaz pertenece a mi pueblo, es de Gartha —Los ojos de la elfa no se apartaron en ningún momento de su contrincante —, si bien, estuvo en contacto con los carroñeros, pero ya está a salvo y evidentemente no es uno de ellos. No permitiré que le pongas un dedo encima, ni tú ni nadie más.

Seth me lanzó una mirada de «¡Haz algo!», yo solo me encogí de hombros y le di un mordisco a mi manzana. Mi amigo dio unos pasos hacia delante y carraspeó.

—Deberíamos calmarnos, somos un equipo... Además, aunque el príncipe Azriel tenga razón sobre el peligro, no sería correcto abandonar a un niño a su suerte y mucho menos matarlo, así que creo que deberíamos atarlo y...

Los hombros de Azriel temblaron junto a unas carcajadas, se giró hacía mi mejor amigo y pude ver una mirada despectiva en sus ojos amarillos. Por la oscuridad los tatuajes azules en su rostro resaltaban como si tuvieran luz propia, eran como runas, los soldados más condecorados solían hacérselos como signo de poder, el lugar era opcional.

—Es curioso que lo defiendas, aunque tiene bastante sentido, es un cruzado como tú, un ser impuro —La forma en la que esas palabras salían de su boca causó una llama en mi interior —, no iré con esta abominación a ningún lado.

»Los seres como él no deberían mezclarse.

La situación había cambiado de una forma turbia. Mis puños se tensaron al ver el rostro de Seth deshecho, evidentemente Khaz y Seth eran híbridos, ambos tenían cola,  eran hijos de sátiros y elfos, pero eso no los hacía menos en ningún sentido, y estaba dispuesto a  meterle un puñetazo de razonamiento a Azriel ya que sabía que mi amigo no sería capaz pese a que era su superior.

No obstante, no toleraría que se dirigiera a él de esa forma, no en mi presencia.

—Retira tus palabras —Salí de mi comodidad para plantarme frente al de larga melena negra, sus ojos amarillos me recordaban nuestro parentesco, el simple hecho de  compartir sangre con ese malnacido era repugnante.

—Este niño no debería estar con nosotros, su alteza real —dijo sin inmutarse

Apreté la mandíbula.

—Elysian... —susurró Seth mirándome compasivamente.

Sabía que no debía suscitar a sus provocaciones, tenía que controlarme por el bien de la misión. Tomé una bocanada de aire.

—Haremos lo que Seth dijo, ataremos a Khaz y vendrá con nosotros, después de todo Milenka tiene razón —La aludida se notó sorprendida —, no podemos dejar a uno de los nuestros a la deriva.

»Debemos encontrar un lugar seguro para pasar la noche, ya hemos perdido demasiado tiempo en debates sin sentido.

Azriel se quedó mirándome con incredulidad.

—¿Es en serio? ¿Está de acuerdo con esto? —No le respondí dado el tono irónico que desprendía su voz, solo le di la espalda, pero luego añadió entre dientes; —debí imaginarlo.

Sonreí y le vi a la cara.

—¿Qué dijiste?

—Debí imaginarlo. Su alteza tiende a tomar decisiones como esa, no le importa ponernos en peligro —señaló al intruso con su espada —, ese niño podría fácilmente convertirse en un carroñero e infectar a alguno de nosotros... Pero eso no le importa, ¿cierto?

Saboreé mis dientes.

—No eres quien para cuestionar mis decisiones, Azriel, así que baja tu espada de una maldita vez.

No hizo ningún movimiento, siguió aferrado a su arma.

—Él no debe estar entre nosotros, debemos...

No permití que terminara su oración, hice un puño con el cuello de su ropa. Siempre había odiado esa forma que tenía de mirar y dirigirse a los demás, como si nadie tuviera más razón que él, desde pequeño era así, nunca formó parte de ningún grupo ni hablaba con nadie, se creía muy inteligente, engreído, un engreído silencioso.

—Cuando te dije que bajaras tu espada no te lo estaba pidiendo, sino ordenando —refunfuñé sin soltarlo —, seguro olvidaste que sigo estando en una posición más arriba que la tuya, soy el príncipe Morthe y sabes bien que me vale muy poco matarte aquí mismo.

—Yo también soy príncipe, pero usted lo olvida cada que puede.

—Nunca lo olvido, simplemente no me importa.

La tensión entre nosotros chispeaba. No solía prestarle mucha atención a Azriel, eso se lo dejaba a Keenan, pero estaba cruzando una línea peligrosa.

—Debería, vine hasta aquí arriesgando mi vida por el rey y esta es la forma en la que me paga.

No me contuve a reír, desganado.

—¡Cuéntame otro chiste...! —exclamé — Escucha, Azriel, te concedo que creas que soy un idiota. No he tomado las decisiones más sensatas, pero ten en cuenta que sé que tu presencia aquí no se debe a la bondad o al servicio. Es posible que, al final, te otorguen un lugar destacado en el consejo o, como suele ser tu estilo, esperas que el rey muera para reclamar la corona. No necesitas buscar agradecimientos de esa manera tan mezquina.

Azriel hizo una mueca que quería parecer una sonrisa complaciente al mismo tiempo que asentía. Había algo en sus ojos, un brillo distinto, si bien solía ser un hijo de puta la mayor parte del tiempo, nunca se había atrevido a enfrentarme directamente.

—Bien, su alteza, haremos lo que diga.

Aflojé el agarre y acomodé su ropa, luego le di la espalda.

—Ata a tu amigo y larguémonos de aquí —pedí a Milenka, la cual no se hizo esperar.

Milenka se quitó la pequeña correa mágica que envolvía su hombro —la misma que me había salvado en la cueva, pero que estaba en su forma original— y con un poco de magia sacó una extensión de soga centelleante para envolverla en las muñecas de Khaz.

—Por cierto, si intentas hacer algo extraño perderás las manos al instante —Le avisé al "prisionero" alejándome de ellos para comenzar a emprender la marcha.

Las cosas habían resultado medianamente bien tras pasar la cueva, si quitaba la parte en la que se ocasionó la riña podría decir que fueron perfectas.

Emori nos guió hasta una cueva con sus habilidades, ella podría no ser la más precavida, pero sabía muy bien dónde ubicarse y conocía los aspectos de la intemperie, era una de las razones por las que el padre de Azriel, Guardián mayor, la había encomendado a la misión. El grupo hizo una fogata dentro, comían y conversaban como si lo de hace un rato no hubiera ocurrido, yo por mi parte estaba de guardia a pocos metros, en mis manos tenía la pequeña piedra Lunar y la carta de Kadric.

Las letras se distorsionaban ante mis ojos, un reflejo de cuántas veces las había escrutado. La carga de tomar una decisión inminente descansaba sobre mis hombros: la vida de mi hermano, con quien había compartido tanto y a quien no deseaba perder, o la vida de un frijol que apenas florecía.

¿Por qué tendría que elegir salvar a alguien que ni siquiera había nacido sobre la de mi hermano? ¿Valía la pena? Las respuestas a mis cuestionamientos llegaron al instante. La pequeña Cyelle era el rayo de esperanza de nuestra nación, ¿por qué? No lo sabía, pero debía confirmar en el buen juicio de Kadric aunque eso me costaría una parte de mi.

—Maldición —gruñi aparentando la piedra bajo mis puños.

El sonido de un crujido se escuchó entre la maleza, miré al instante, pero no había nada.

Me puse en pie guardando la carta y la piedra lunar en mis botas y me metí entre la espesura de la noche, no alcancé a dar ni dos pasos cuando mis pies fueron atrapados por un nudo de raíces. Pronto estaba colgado de cabeza a una distancia mortífera del suelo, el cuarzo canalizador que colgaba de mi cuello se encendió en alerta, y lo peor no vino hasta después, cuando una ola de humo azul me rodeó, mis párpados se hicieron pesados y las palabras se deshacían en mi boca. Resistí todo lo que pude, pero no logré prevenir una fuerte golpiza en la cabeza que me hizo perder todo el sentido.

...

Mis ojos se abrieron con dificultad, aún estaba oscuro y frío. Unas gotas se deslizaban por mi cien y con ellas una pequeña punzada de dolor.

—Mierda... —gruñí a la par que miraba de un lado a otro.

Todo estaba... Todo estaba mal, el suelo rocoso bajo mi cabeza amenazaba con partirme el cráneo si caía, la firmeza de las sogas en mis piernas tironeaba mi sensibilidad. Busqué el indicio de mi atadura, pero no había nada y eso solo significaba que había magia implicada, de hecho podía sentir el cosquilleo en las venas.

Era más que evidente que todo era una trampa ¿de quién? No tenía idea, pero debía zafarme de allí lo antes posible. Cargué mi peso hacia arriba hasta que logré tocar mis pies con mis manos, pero solo bastó con tirar un poco de las raíces para que esta se ciñera por cuenta propia a mis pies.

Seguí insistiendo, pero por desgracia mis actos desesperados causaron que la piedra lunar en mis botas se cayera lejos de mi alcance, me quedé unos segundos mirándola en el suelo mientras apretaba mis dientes, dejé un gruñido salir de mi garganta antes de volver a intentar deshacerme de mis ataduras.

—Maldita basura...

No iba a lograr nada si se trataba de un hechizo.

El crujido de unas ramas me alertó, dejé caer mi cuerpo y agudice la vista entre la maleza, mi cabello flotaba en el aire.

–¡Sal de ahí cobarde! ¿Por qué no das la cara? —vociferé zarandeándome, aquello causó que mis extremidades me dolieran más —. Mierda. ¡Ven aquí, enfréntame de una maldita vez!

Una sombra apareció y formó una curvilínea figura acompañada de una maraña de cabello blanco.

No era muy alta, lo que me hacía pensar en  una humana, no obstante,  la forma en la que sus poros se computaban con los astros para brillar como lentejuelas cegadoras me hacía dudar de esa posibilidad. No podía ser humana, más bien parecía una hada de presencia inteligible y gloriosa, o una Ninfa de los bosques, pero al tiempo en el que se aproximó gran parte de esa magia se esfumó transformándola en un ser común y corriente de piel acaramelada y gruesos rulos de nieve.

Bueno, en realidad si era una beldad, pero no fue hace mucho había sido drogado con el humo azul, eso me hacía dudar de mi buen juicio, además, no debería estar pensando en sus atractivos, especialmente porque  acababa de clavar la filosa hoja de su sable en mi yugular.

—¿A quién le dijiste cobarde, eh? ¿Acaso quieres morir, sabandija? —La comisura de sus labios se alzó sugestiva en una sonrisa de serpenteo y sus ojos felinos eran tan hostiles como fascinantes —¿Qué hace un sucio elfo en la selva más peligrosa del continente? 

Me quedé callado analizando la situación en la que me encontraba. Estaba de cabeza con una espada que se clavaba cada vez más en mi cuello, «No puede ser peor». Patrañas, siempre puede ser peor. Mis manos fueron instintivamente hacia mi cuello en busca de mi cuarzo canalizador, al menos podría intentar usar mi don y asustarla, pero la maldita cosa no estaba allí.

—¿Buscas esto? —La mujer alzó el collar entre sus pequeños dedos, brillaba como una bola de lava —Seguro pensabas que era tan estúpida como para dejarte con ella.

»Sé que los de tu calaña son inútiles sin sus piedritas mágicas —Su sonrisa no se apartó en ningún momento —. En fin ¿Quién eres y por qué estás aquí?

No dije nada ni hice ningún movimiento. Ella chasqueó la lengua.

—Ay, no. No me digas que piensas hacerme la ley del hielo —suspiró con una falsa indignación, tenía un acento extraño.

Reparé la presencia de dos cuerpos tras ella, eran grandes y calvos, sus cabezas hacían contraste con la luz lunar y cataratas de barba colgaban tiesas hasta sus clavículas. Uno de ellos tenía las orejas destartaladas, mientras que el otro parecía tener la mitad de la boca sellada con una cicatriz.

—Me gusta mucho cuando hacen eso, es más entretenido —Me guiñó un ojo y señaló a uno de sus compinches —. Basilius, por favor, haz los honores.

Era el de las orejas perforadas. Se aproximó a mí con una expresión diabólica, tenía un mazo esférico con picos entre manos

«¿Qué hará con eso?». Pensé ladeando el rostro instintivamente.

—Voy a quitarte esa linda cara, luego arrancaré esas horrendas orejas puntiagudas y me las pondré como collar.

—¡¿Espera, qué, qué dijiste?!  —grité echándome atrás —¡Mis orejas no... ¡No son horrendas!

—Yo digo que sí, son como las orejas de esos extraños jabalís rojos y salvajes —dijo el tal Basilius causando estridentes risas entre los presentes.

—¿Acabas de compararme con un jabalí salvaje? —pregunté, incrédulo.

—Es exactamente lo que hizo, ¿Harás algo al respecto, elfito? —La mujer arqueó una de sus cejas inquisitiva.

Endurecí el rostro.

—Cuando me desate les juro que voy a...

—¿A que? ¿Matarnos? ¡Joder, mira como temblamos de miedo! ¿Cómo algo tan aterrador puede salir de esa boca? —exclamó curvando sus espesas cejas oscuras  —. Mira, deja decir estupideces y dinos quién carajos eres.

Apreté los labios, ella rodó los ojos.

»Agh, para ser sincera, me importa una mierda quien eres, porque para mi solo eres una cosa; la mina de oro que llenara mis bolsillos, te venderé a los nevadeanos y seré tan rica que mis dientes serán de oro.

—También podríamos comerlo, aunque sea un trozo —añadió Basilius —dicen que la carne élfica es un manjar.

La forma en la que la cara se me deshizo no fue natural.

—¿Ustedes... co-comen elfos? —balbuceé.

—No, pero podría estar en nuestra pirámide alimenticia —contestó la mujer —, es una excelente idea Basil.

Ambos rieron a carcajadas, se burlaban de mí, y esto ni siquiera era uno de mis espectáculos en Amoral, estaba lejos de ser eso.

—Ustedes... No saben quién soy, ¿verdad?

Ella frunció los labios.

—Te pregunté hace un rato, pero te hiciste el difícil, cariño —Se encogió de hombros —, pero por ese tono puedo asegurar que eres un engreído.

Volvieron a reírse, ¿qué rayos les causaba tanta gracia?

Me aclaré la garganta.

—Soy Elysian Morthe, príncipe de Gaelean Elfaire, hermano del rey supremo, parte de la gran corte del Elfaire, hijo de un rey soldado y exijo que me bajen de aquí ahora o me veré en la obligación de...

—¡Lo sabía! —gritó la mujer dando saltos.

El tal Basilius gruñó y puso unas cuantas monedas en  las manos de ella, yo solo me quedé ahí colgado y desconcertado.

—Otra vez te gané, te dije que era un Morthe, ese cabello azul no se puede pasar por alto —Ella me señaló con el dedo, algo que se podía considerar una razón de decapitación, los nobles de la realeza no podía ser señalados —, además, solo escucha lo que dice, es un noble engreído. La próxima vez apostaré más.

—Siempre nos ganas —refunfuñó Basilius.

—Es mi don —chistó —. Y bien, ahora que confirmé mis sospechas me siento mucho más dispuesta a darte a los nevadianos —aquello lo dijo mirando mis manos y oídos, llevo conmigo unos zarcillos de oro blanco que cubren la curva de mis orejas y unas cuantas sortijas en mis dedos —. Eres un maldito aristócrata, eso explica por qué tantas opulencias.

—Si... Soy algo como eso —contesté entrecerrando los ojos, si quería sobrevivir a ellos tendría que bajarme a su altura —, sabes, sería más práctico si tuviera los pies en el suelo, la sangre se me baja a la cabeza...

Ella sonrió ladina mientras que el otro grandote, quien no había dicho nada, comenzó a quitarme mi joyería.

—Me muero de curiosidad por saber ¿Qué hace un príncipe por estos lares? ¿Qué buscas elfo? —se acercó levantando su sable.

Su entonación de "elfo" era muy despectiva, estaba comenzando a disgustarme.

—Si me bajas de aquí te recompensaré con oro, mucho más de lo que los nevadeanos —intenté persuadir, pero su expresión y posición eran la misma —, toneladas y toneladas.

—Agh. Típico de los de tu raza, creer que pueden comprar a todos, eso los hace tan insípidos —dijo con retintín.

—¿Qué quieres entonces?

—Divertirme, por supuesto... ¡Oh! —su cara cambió rápido, como si una lamparilla se encendiera en su cabeza —, quizá podría regalarte a los humanos para que experimenten contigo hasta que no quede ni una extremidad.

Tragué pesado, pero no desistí.

—¿Donde está tu líder? Seguro él es más sensato.

Me miró como quien aún usaba baberos para comer.

—Basilius —llamó —, dile quién es el líder.

El tipo pareció confundido al principio, pero aún así contestó.

—Es usted, mi señora —Él se volvió hacia a ella  —. Ella es Thea, la líder de la tripulación 14 de los exiliados, alias las calaveras.

Tras esa respuesta inesperada quedé totalmente descolocado... Con más preguntas qué respuestas.

...

Capítulo de la semana y aquí un personaje más de este mundito loco:)

Azriel Dregnus

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