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Capítulo 3

No dormí en toda la noche. Mi cama no se sentía mía; cada vez que cerraba los ojos me despertaba súbitamente con la sensación de estar en un lugar desconocido.

Pasé el resto del tiempo en mi despacho frente al mapa de la selva y el libro de Aenis repasando cada detalle que resultara de utilidad. Cuando el sol salió y los ruidos de la servidumbre comenzaron a resonar por todo el castillo, me preparé para lo que venía, envainé mi espada junto a la daga que mi hermano me regaló y me puse mi collar canalizador de magia, que consistía en un pequeño cuarzo carmesí cuyo objetivo principal era que mis dones no se desbordaran en dado el caso que los necesitara, el mundo no era el mismo después de todo, la magia estaba desequilibrada y todo ser que la poseyera requería de algo en específico para controlarla.

Salí directo hacia la torre en donde terminé por encontrarme con la presencia de mis padres.

Mamá discutía "sobre Elysian y sus decisiones"  y papá intentaba pasar de ella, al verme ambos se lanzaron a mí para abrazarme como si fuera a morir... y si que cabía la posibilidad, pero prefería sucumbir a mi egocentrismo y creerme invencible.

Algo que estaba lejos de ser real, ser inmortal y ser invencible estaban lejos de ser lo mismo.

Al final de una extensa charla de padres preocupados, mamá me cedió la piedra lunar y me hizo prometer que volvería con vida.

Me alejé de ellos, busqué mi caballo y fui hacia el lugar de encuentro pactado con los guardianes, pero estaba prácticamente desolado, solo vi a los centinelas que aguardaban en la entrada del castillo. Sentí mi estómago vacío e inquieto y no precisamente se trataba de algo que podía aliviar con comida.

—¿Y los guardianes? —decidí preguntarle a uno de ellos.

—Aún no han llegado, su alteza.

Chasquee la lengua. Mi pura sangre, Rhys, se removió bajo de mi como si mí preocupación lo alcanzara, intenté calmarlo acariciando su espeso pelaje negro, pero ¿a quien quería engañar? Yo estaba peor que él.

«Debí hacerle caso a mi padre, obligar a los guardianes a ir conmigo... Malditos cobardes». Pensé apretando los dientes.

Contemplé la idea de ir solo a Valaryn y tuve un vistazo invasivo de mi cuerpo tendido entre maleza. Solo imagina, piensa. Completamente solo en una selva oscura, rodeado de magia negativa y peligros, con suerte al morir mis cenizas se convertirían en un jardín floreado como el de todos los elfos, sería hermoso, eso sí una bestia demoníaca no termina degollando y separando mis extremidades.

Moví la cabeza de un lado a otro y enredé mis dedos en mi cabello.

«Basta, Elysian, eso es demasiado turbio, debo mantener la calma».

Compostura. Compostura. ¿Compostura?

A la mierda con la compostura. ¡Ni siquiera estaban Seth o Keenan! ¿Acaso era eso posible? Y así se hacían llamar mis mejores amigos, pero eran unos desleales y miedicas. Esos idiotas, ah, pero ya verán, me las cobraré en cuanto regrese, los ignoraré hasta que rueguen que les vuelva a hablar.

—Malditos engendros... —Mis blasfemias fueron interrumpidas por unas pisadas tras de mí, me di la vuelta y ahí estaban mis almas gemelas, mi querido y verdoso Keenan, y el peliblanco Seth.  Sus cabellos se batían heroicamente por el viento, casi lograba ver una luz salvadora reflejandose sobre sus hombros —¡Lo sabía! ¡Sabía que no me dejarían! No son tan idiotas después de todo.

—Si hace unos segundos no hubiera visto tu cara arrugada te creería —bromeó Keenan, quien venía con ambas manos metidas en los bolsillos.

—Y te equivocas sobre ser idiotas, si fueramos mas inteligentes no iriamos a Valaryn —Le siguió Seth tirando de su yengua.

—Tomaron la decision correcta. Si no hubiera venido por si solos me pondrían en una posición difícil en la que tendría que obligarlos, los arrastría si fuera necesario.

Seth movió la cabeza de un lado a otro.

—No dudo que serías capaz... —dijo — Aunque de todas formas no íbamos a abandonarte a tu suerte.

—¿Y por qué no avisaron desde ayer? Hubiera podido descansar en paz con esa información.

—De mi parte quería torturate un poco —El peliblanco se encogió de hombros lleno de un cinismo que no reconocía, me esperaría ese comportamiento de Keenan, pero de él, que traición —. Además, hicimos un pacto de sangre.

—¿No estarás hablando de esa vez en el burdel? —La voz de Keenan tomó un tono irónico —. Estábamos ebrios en un bar de mala muerte, por lo menos yo no estaba en mis cinco sentidos, no cuenta como una promesa legítima —el elfo bostezó antes de continuar, de alguna manera siempre estaba somnoliento —, además, yo no iré con ustedes.

Mi atención se volvió solo a él, no esperó a que formulara mis dudas para contestar.

—Mi padre quería, pero mamá lo convenció de que debía quedarme en Nueva Feir por si pasaba algo... —exhaló desganado, nada sorpréndete en él, pero en esta ocasión sí se percibía algo de frustración en su semblante —Se que no debería decir esto, pero ellos creen que si al rey le ocurre algo yo sería uno de los candidatos al trono.

No era un secreto para nadie que los príncipes de Balacor, padres de Keenan, eran ambicioso, pero eso nunca me había hecho dudar de mi mejor amigo y sus intenciones.

—Pero no te preocupes, princesito, mi trasero verde está muy cómodo en su posición actual, no me apetece ser rey y perder mi libertad. Ah, y lamento no poder ir contigo a Valaryn, estaré maldiciendo entre dientes por la pérdida de oro que ofreciste, eso de mi peso en oro me incentivaría a subir unos kilos.

Puse los ojos en blanco. Como siempre Keenan dejando a la vista su espíritu codicioso, ese flacucho amaba el oro y las mujerzuelas, su aura espiritual era ser un galán.

Él era más que solo un amigo, nos unía un lazo sanguíneo y cómo había dicho Seth, un pacto.

—Voy a hacer caso omiso a tus palabras, finjamos que dijiste que me amas y darías la vida por mí incluso sin oro de por medio —Hice trotar a mi caballo hacia las rejas de salida.

—Difícil de imaginar, pero así es —aseguró encogiéndose de hombros —, te amo tanto que te follaría, pero como eres tú me conservaré ciertos sentimientos para tu funeral.

Seth se interpuso entre nosotros, nos miró de hito en hito como si fuéramos seres anormales.

—¿Acabas de insinuar que te follarías un cadáver? —Su inocencia me hizo soltar unas carcajadas que pronto contagiaron a Keenan.

Era sorprendente que después de tantos años juntos aún no fuera al ritmo de nuestras bromas, quizá porque era el más cuerdo de los tres.

—Son unos desquiciados... A veces dan miedo...

Las risas continuaron, era su sorpresa la que causaba tanta gracia. Eventualmente Seth se incluyó en ese momento de sonoridad vocal, por segundos dejamos atrás la realidad que se avecinaba. Después de tanto tiempo lejos del castillo había olvidado lo relajante que era estar con ellos.

Me quedé un momento en silencio mientras ellos seguían con las bromas.

—Gracias por estar aquí —murmuré creyendo que no escucharían.

Keenan hizo un mohín, burlón.

—Tampoco te pongas sentimental, amigo, si mueren plantaré un hermoso árbol multiflor con sus restos.

—Que sea de moras doradas y cerezos —sugirió Seth.

Miré al cielo un instante, el sol ya estaba totalmente afuera.

—Concuerdo con sus ideas, pero deberíamos irnos para llegar a tiempo.

—¿No deberíamos esperar? Por si alguien más se nos une —preguntó Seth.

—No creo que...

Mis palabras quedaron en el aire cuando un pequeño grupo comenzó a aproximarse, entre ellos estaba el comandante Rhades junto a su indeseado hijo el príncipe Azriel, una elfa joven a la cual no reconocí y Milenka, esta última era la princesa de Gartha —un pequeño reino helado cerca del norte de Gaelean—, se suponía que era mi prometida de nacimiento, pero tuvo la osadía de rechazarme.

Milenka y yo no habíamos quedado en las mejores condiciones cuando me marché de Elfaire, era evidente que yo no le agradaba, siempre me lo dejó en claro excepto cuando estaban cerca sus padres, los cuales no tenían idea de su "rechazo matrimonial", aunque considerando que llevaba dos años fuera quizá ya había contraído nupcias.

Ella posó su mirada coral sobre mí, no parecía muy complacida de verme, le guiñé un ojo con toda la intención de mortificarla. Que yo le cayera mal solo me daba motivos para querer importunar su existencia.

Frontera

El viaje a través de las afueras de Elfaire estaba próximo a terminar, los guardianes y yo estábamos a una colina de distancia de la entrada a Valaryn, podía percibir la tensión y angustia de todos y no precisamente por mis poderes de influencia.

Habíamos dejado a nuestros caballos unos kilómetros lejos en manos de los gnomos campesinos que residían en estas áreas, no podíamos darnos el lujo de ir con ellos a la misión, solo los tomamos para apresurar la salida de Freevalburgo.

—El cielo se ve hermoso —dijo Emori, la única entre nosotros que no conocía, se veía bastante joven. Según tenía entendido era algún tipo de cartógrafa e investigadora.

Elevé el rostro hacia el firmamento. Sobre nosotros el día desfallecía, los rayos del sol eran cada vez menos intensos y el arrebol del atardecer pintaba las nubes de escarlata, una imagen que prometía ser de admirar a no ser por el aspecto escalofriante del otro lado de la frontera, que a diferencia tenía un tinte gris tétrico.

La división entre Freevalburgo y esas tinieblas resultaba insultante, apenas nos separaba una cueva rodeada de cercas. Los reinos cercanos a Elfaire como Nevadea tenían más protección en sus fronteras que la selva caótica, aquí solo había una muralla de cactus y señales en letras rojas que advertían "NO PASAR" "CARROÑEROS, PELIGRO", lo peor era que había un gran hueco libre que daba paso a quien quisiese, no había que esforzarse mucho para arriesgar la vida.

Bajamos la colina y quedamos allí, frente a la muerte.

—Deberíamos entrar —dijo Seth.

—Si, deberíamos —concordó Azriel.

Pero nadie hizo ningún movimiento

Alguien gruñó.

—Hagamos esto de una vez por todas —habló Milenka mirando fijamente la cavidad oscura —¿O nos quedaremos parados aquí?

—Concuerdo, no debemos perder más tiempo, solo tenemos cinco días y mañana serán cuatro —Tomé la delantera parándome a menos distancia de la entrada.

Unos sonidos extraños provenían de la cueva, como siseos y susurros, además estaba oscura, señal de que tendríamos que caminar una gran distancia antes de estar formalmente en la selva.

—Conocen las instrucciones y los peligros qué hay aquí, si alguno quiere irse es libre de hacerlo ahora —hablé con seguridad, dentro de mí rezaba para que nadie se rindiera.

—Podemos hacerlo —aseguró Seth. Extendió una de sus manos en el centro y todos lo seguimos uniendo nuestras palmas.

—Perfecto. Al atravesar la cueva debemos mantenernos en silencio absoluto, cuiden sus pisadas y si se cruzan con un carroñero no lo vean directamente a los ojos, son ciegos, pero perciben muy bien —avisé antes de quitar mi mano y darles la espalda para ser el primero en entrar.

Los carroñeros o también llamados "come niños", eran dueños de cientos de cuentos de terror para infantes traviesos o meones, aunque no podían estar más cerca de la realidad.

Eran seres que no se encontraban en ningún espacio terrenal ni espiritual, sólo existirían sin alma. No podían ver ni escuchar del todo —según el libro de Aenis—, vivían en cuevas, especialmente en esta. Mataban porque sí y porque no, algunos seres con pésima suerte se transformaban en ellos al tener contacto.

En mis manos llevaba una pequeña roca lumínica, daba la suficiente luz como para ver el camino sin llamar la atención, metí mis nervios en los bolsillos de mi gabardina y seguí.

El hedor era nauseabundo, como sangre, mierda y otro toque de podrido. El suelo, por su parte, estaba irregular y emitía sonidos viscosos, como caminar sobre sesos.

Íbamos de dos en dos, solo yo y Seth llevábamos lámparas, los demás eran guiados por nosotros. Adentro las paredes rocosas desprendían un material pulposo y «creo» verdoso. No alcanzaba a distinguir mucho, y hubiera preferido no ver nada turbio, no obstante bastó con llegar al centro, Justo donde estaban los tres caminos, para que una de esas cosas aterradoras pasara frente a mi y mí corazón se detuviera al igual que mis pasos.

La elfa, Emori, emitió un grito ahogado —estaba tras de mí— y Seth extendió una de sus manos para evitar que los demás avanzaran.

La cosa era horrenda. Apretaba los dientes y le colgaban las extremidades, su cara estaba magullada eliminando todo rastro de lo que sea qué haya sido antes, tenía los ojos blancos y su cuerpo era tan esquelético como un perro callejero, o más.

Cuando terminó de pasar Seth hizo una señal para que siguiéramos. En realidad yo era el guía, pero le había cedido ese título mentalmente desde que que vi esa cosa. No soy tan valiente como quiero creer.

Dimos un paso, luego otro y luego el tercero con más seguridad creyendo que ya pasó todo. Pero qué equivocados estábamos. Un grupo de carroñeros estaba en un rincón destripando un cuerpo, entre ellos se peleaban y tironeaban las extremidades.

—¡Mierda, maldición, joder! —balbuceó Emori en un chillido.

—Shhh —sisearon Seth y Azriel al unísono al tiempo que nos apresuramos a escondernos, pero ya era tarde, dos aparecieron de la nada y por desgracia nos vio.

Las cosas corrieron como caballos hacia nosotros y, maldiciones, vinieron directo hacia mi. No tuve tiempo siquiera de desenfundar mi espada porque se lanzaron sobre mí y seguido del par vinieron otros cuatro, la roca lumínica que sostenía se calló cuando me tomaron por las piernas y me arrastraron a gran velocidad por el suelo.

Saqué mi espada con esfuerzo y lancé dos estocadas a una de las manos zafándola del cuerpo del carroñero, este ni se inmutó.

—¡Maldito engendro, suéltame de una puta vez! —vociferé dándole más estocadas, pero todo era inutil, me estaban arrastrando hacia lo que parecía ser una segunda cueva, de donde provenían unos gritos ajenos.

Clavé mis dedos en el suelo intentando resistirme; estaba tan oscuro que no tenía forma de defenderme.

De pronto una soga luminiscente envolvió mis muñecas. Milenka. Ella y su látigo de acero mágico me sostuvieron con fuerza, dio un primer tirón sin éxito, luego plantó sus pies al suelo con más ahínco y logró su cometido, no tardé en ponerme en pie y comenzar a atacar a los esqueletos una estocada tras otra.

A poca distancia de mí, alcancé a distinguir a Azriel gracias a las bolas de fuego que corrían por sus manos, lanzaba una y otra tras los carroñeros, al mismo tiempo Seth se encargaba de los que estaban a sus espaldas con su espada.

El eco de un grito se escuchó desde el fondo de la segunda cueva.

—¡Socorro, por favor! ¡Estoy aquí!

Pude despejar mi área y vi el cabello púrpura de Emori ir  hacia los gritos.

No, no, no.

Fui tras ella.

Lo que estaba gritando era un pequeño elfo, aunque no podía asegurar que siguiera siendo elfo, pese a que su cuerpo estaba impregnado en la pared rodeado por una viscosa y negruzca piel que lo sujetaba hasta quitarle el color. Sus venas estaban oscurecidas y sus ojos blancos como los carroñeros, lo único que lo diferenciaba de uno era que parecía tener conciencia.

—Por favor... Ayúdenme, ayud... —siguió suplicando.

Emori extendió su mano hacia él. Corrí como nunca para impedirlo, pero ya estaba hecho, ella lo jaló hasta sacarlo de su "tumba" y este cayó al suelo como un costal y completamente desnudo.

—Hey, ya está, estarás bien —dijo poniéndose de cuclillas.

Aceleré el paso y tiré de su brazo sin cuidado alejándola de la cosa. Afinqué mis manos en sus hombros para encararla.

—¡Qué mierda crees que haces! ¿Estas loca?

Sus ojos estaban encendidos y logré entender, en parte, la razón de sus acciones. O su don era empatía o había perdido la noción.

—Necesita ayuda...

—Es un maldito carroñero, lo único que necesita es destrozar tus secos —espeté colmado —. Acabas de tocarlo... Vámonos de aquí a menos que prefieras ser una de ellos.

—Yo... Lo siento, no quería, digo sí, pero...

Milenka se acercó hasta nosotros ceñuda.

—¿Qué ocurre? —Miró detenidamente todo a nuestro alrededor hasta que cayó en cuenta del niño tirado en el suelo —¿Es un elfo?

—No, tenemos que irnos de aquí, los demás nos necesitan —dije. Comencé a alejarme, pero me detuve al momento en el que me percaté que ninguna de las dos me hacía caso —¿Milenka?

—Elysian, no podemos... No podemos dejarlo aquí, es un elfo, uno de mi raza.

Ah, cierto. El niño elfo tenía el signo de los garthaneanos en la muñeca.

—Ya no lo es, ¿Acaso no ves? ¿No pueden verlo? —Lo señalé —. En el libro decía que...

—Si, yo también leí ese libro, Elysian, es la razón por la que sé qué hay una posibilidad de que no se convierta en uno de ellos —refutó plantándose frente a mi.

Esta era una de las razones por las que nunca concordabamos, sus acciones eran irracionales, lo más gracioso es que sus comportamientos desaparecían cuando tenía que enfrentar a sus padres.

—Así como cabe la posibilidad de que si lo haga —rebati —, así que vámonos de aquí de una maldita vez

—Ninguno de los dos sabe si será o no uno de ellos —miró al niño —¿Cuánto tiempo tienes aquí?

—Desde ayer —contestó en un hilo de voz. Abrazó su cuerpo.

—Es imposible que se convierta en uno con tan poco tiempo. No me iré y dejaré a un niño en estas condiciones.

Milenka me dio la espalda y fue hacía él, el cual ya no tenía los ojos blancuzcos y parecía poder hablar con normalidad.

—Dame tu gabardina, necesita cubrirse —pidió más como una exigencia.

Bufé.

—¿Y por qué la mía?

—Porque eres el único que lleva tanta ropa, todos vamos cómodos como lo pediste en tu discurso motivacional —señaló con cierto tono poco agradable.

—No tengo la culpa de tener sentido del estilo.

Ella forzó una risa. Exhalé fuerte, me quité la gabardina y se la di de mala gana. Esto no estaba bien, elfo o no era peligroso, pero las dos féminas estaban seguras y reacias a hacerme caso. Ayudaron al "elfo" a ponerse en marcha y juntos fuimos de regreso al centro, en donde Azriel y Seth derribaban al montón de esqueléticos.

—¡No se queden ahí y ayúdenos! —gritó el peliblanco.

Nos apresuramos y nos adentramos entre el montón, los espadazos resonaban como ecos y las bolas de fuego de Azriel calentaban el aire. Abrirnos paso se volvía cada vez más difícil, pero no desistimos, la luz de salida ya estaba cerca.

...

Milenka, princesa de Gartha.

...

Carroñeros: Los animales carroñeros (también conocidos como necrófagos) son aquellos que se alimentan de animales muertos. También se le llama carroñeros a un tipo de zombie en The walking death, y en Harry Potter, eran los seguidores fieles de Voldemort. Aquí son algo así como zombies de criaturas de este mundo feérico.

Nevadeanos: especie creada por mi, pertenecen al reino Nevadea, próximo a Gaelean Elfaire.

Creo que eso fue todo por esta semana, dejen sus votos, dudas y comentarios 🤎.

Niu

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