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Capítulo 2

El sobre dorado entre mis manos era como una daga que mataba sin accionar, solo con mirarla presentía que me desgarraría. Estaba nervioso, contemplaba la duda y el terror de descubrir palabras de despedida en ese papel. Exasperado lancé la carta sobre el escritorio y comencé a dar vueltas por toda la estancia.

Mi despacho estaba algo oscuro y polvoriento, los sirvientes no tuvieron tiempo de limpiar, cuando entré estaban en pleno acto, pero les pedí que se fueran, necesitaba soledad, mentalizar todo y leer la carta.

Exhalé y la tomé otra vez, me paré frente a una de las ventanas cubiertas por las espesas cortinas rojas y las aparté, desde aquí podía ver la torre y más abajo la pequeña casita en donde mi hermano y yo solíamos quedarnos cuando queríamos escondernos, curiosamente mis padres y los cuidadores nunca buscaron allí, nadie imaginaba que un par de príncipes estuvieran en el recinto del jardinero descubriendo pasadizos secretos. Dejé de mirar para prestarle toda mi atención a la carta, rompí el sello real y vi la letra de Kadric plasmada como desprolijos garabatos manchados en tinta.

«Querido Elysian, me dirijo a ti a través de esta misiva para expresar lo que podrían ser mis últimas palabras.

La muerte toca mi puerta sin cesar y las esperanzas de escapar del desfallecimiento parecen ser menos realistas, por lo cual pido tu favor esperanzado. Sé que lo que te pediré está lejos de ser parte de lo que deseas, pero creeme que esto es más grande que cualquier cosa, incluso más que el trono.

Mi hija tiene que nacer y es probable que no esté ahí en ese momento, o al menos así lo ví en mis visiones, por eso te pediré que la cuides, ella es la clave, es la pieza que los mundos necesitan y cuando los demás se enteren querrán hacerle daño. Según mis visiones su nombre será Cyelle, la esperanza, pero no lo logrará si no tiene a alguien capaz y de confianza a su lado y por eso te necesito.

Debes cuidarla, ELysian. No importa los desafíos, no importa la corona, solo su protección. No puedo decirte todo lo que he visto en mis visiones porque eso podría afectar el curso de las cosas, pero quiero que sepas que no estas ni estaras solo...

Habrá luz en tu camino, alguien más te la dará, así que abre los ojos cuando veas el destello que irradia el mar.

Y en cuanto a Aenis, cuídala por igual, no dejes que se derrumbe, ella es fuerte, pero te necesitará para gobernar el reino, hazla feliz por mi.

Ellas te necesitarán más que nunca, al igual que el reino.

Te quiero, Elysian, se fuerte y objetivo.

Te escribe tu hermano, el rey Kadric Morthe.»

En algún punto mi respiración se cortó y un rastro de humedad descendió de mis ojos, pasé la mirada consecutivas veces por cada línea del papel en un intento desesperado por renegar lo que ya había leído e interpretado como una despedida. Él había escrito al borde del desfallecimiento palabras llenas de adiós, dejando grabado sus solicitudes en mi mente y un tumulto de preguntas que merodeaban en mi mente como flechas sin rumbo.

¿Cuidar a su hija no nata?

¿Estar junto a Aneis?

¿Gobernar?

¿Cómo podría yo hacer eso?

No había forma, yo no podía, ni siquiera comandaba mi ser, no esperaba hacerlo con toda una nación. No, no, no, Kadric me estaba imponiendo un castigo, él sabía que yo era un inútil en ese sentido, todos lo sabían, pero en su carta lo ignoró y me obligó a pensar en algo que solo causaba disturbios en mi interior.

«No puedo hacerlo»pensé haciendo una bola con la carta, intenté tirarla, pero tampoco pude. «¿Hacerla feliz? ¿Qué quiere decir con eso?». Arrastré mi larga melena azulada hacia atrás, un cosquilleo inquietante se apoderó de mis manos y piernas.

—Me dijeron que estaba... —La voz de alguien resonó en la estancia, voltee encontrándome con un peliblanco parado en la puerta a medio entrar —aquí.

Seth, quien había compartido toda su infancia conmigo, me observaba con sus cejas níveas dobladas.

—Estaba preparado para decirle unas cuantas cosas, pero se ve indispuesto, su excelencia —dijo entrando y cerrando tras de sí —, lamento lo del rey.

—Aún no muere, no debes lamentar nada —reñi aportando toda señal de lágrima de mi rostro.

—Si, tiene razón, fue estupido de mi parte —intentó enmendar con una expresión apenada.

—¿Puedes creer lo que me pidió?

Seth se mantuvo expectante, alcé la carta a la altura de sus ojos como si esa fuese la respuesta a su posible ignorancia ante el asunto.

—Quiere que me haga cargo de todo —completé sin dejar de moverme.

—Era algo que tenías que hacer de todas formas —obvió, dejándose de formalidades para tutearme, algo que probablemente sería razón de habladurías en el consejo, pero al estar solo los dos no resultaba problemático.

—No, no Seth, si no hubiera leído esto te aseguro que sería menos el peso sobre mí... Probablemente estaría más tranquilo, sin sentir que la corona me asfixia —Mi voz se quebró mientras hablaba —, me condenó a esto aún siendo consciente de mi postura reacia a todo este teatro real, léelo por ti mismo.

Seth tomó el bollo de papel e hizo lo que le pedí. No tardó en terminar, su expresión sorpresiva lo decía todo, me causaba curiosidad saber el por qué estaba tan quieto, usualmente diría más e intentaría convencerme de hacer "lo correcto".

—¿Lo harás? —preguntó, pero solo recibió mi silencio —Elysian, tu hermano escribió esto por una razón, todos los habitantes y Gaelean Elfaire te necesitan ahora más que nunca.

Y ahí estaba, se había tardado en ser él mismo.

—¿Estás de acuerdo con todo esto, cierto? —dije incrédulo.

—No sé si debería decir lo que pienso lo que quieres escuchar.

—Siempre terminas diciendo lo que piensas, no te detendré ahora.

El de ojos profundamente negros y piel plomiza dejó la carta a un lado.

—Soy un guardián y conozco la situación del reino bastante bien —aseguró, se sentó en el sillón frente a mi escritorio —, se rumorea qué hay espías nevadeanos en Feir. Hemos aumentado la seguridad para que nadie salga de Gaelean, especialmente extranjeros, intentamos evitar que la noticia del encantamiento del rey se propague, porque si eso pasa estaremos acabados, seremos sometidos por los otros reinos, pero eso no es lo peor, es solo parte de ello, la reina tiene pocos meses de embarazo y es crucial que el heredero nazca sano y salvo, pero con la maldición es complicado... Cualquier mínimo descuido nos dejaría sin un futuro rey, y una nación sin rey es...

Hice un puño con una de mis manos y lo coloqué en mi cien. Todo era demasiado catastrófico, justo cuando comenzaba a acostumbrarme a la libertad, al verdadero libre albedrío, a no ser "el príncipe Elysian".

—Pero yo no puedo, Seth, soy un desastre... Tu lo sabes.

—No —alzó la voz ligeramente —lo que sé de ti es que eres brillante, inteligente y bastante práctico, pero tienes miedo de ti. Eres capaz de hacer lo que sea, no solo por tu posición, sino por tu determinación, como tú amigo te aseguro que puedes, pero tienes que quererlo y estar dispuesto a sacrificar mucho de ti.

No dije nada. No quería tomar el lugar de mi hermano en ningún aspecto. Hace unos años Kadric me hizo guardián y me ofreció un palacio en Chentra para gobernar el pequeño reino de los difuntos padres de Aenis, ese fue uno de sus peores errores.

Yo era un desmedido que hacía fiestas a diestra y siniestra, con un vacío ocupando cada vez más espacio y una necesidad de completar algo en mi interior con cosas banales, hasta que llegó esa terrible semana en la que un desastre natural de fuertes vientos y destellos destructivos en el cielo arrasaron con todo. Ante todo eso no hice nada, ni un movimiento para el pueblo que parecía, mi miedo a fallar me hizo someterme al auto confinamiento por meses, ignoré la realidad que azotaba las calles de Chentra y todo fue peor cuando abandoné mi lugar y quise regresar a Feir. las miradas ajenas me juzgaban y mi corazón estaba comprometido sin correspondencia.

Cuando las cosas salían mal solía encerrarme en mí mismo y estaba negado a someter a Gaelean a mis excentricidades, prefería buscar alternativas.

—¿Volverás a huir? —preguntó Seth acabando con el silencio.

Moví la cabeza en negación. No podía huir, no era una opción. Los Morthe habían luchado por dejar un legado, nuestra casa tenía tres siglos en pie y jamás se habían rendido en sus luchas, si me iba todo esa historia, toda la sangre derramada, todo habrá sido en vano y alguien más ocupará ese lugar No me iría, haría algo mejor que eso, mucho más arriesgado, algo con lo que todos estarían felices.

—No será necesario. Mi hermano no morirá, estará junto a su hija, seguirá siendo el rey y yo seguiré siendo el príncipe —aseguré tomando el libro verde de la escribanía y encaminado a ir en busca de mi padre —. Iré a Valaryn.

—Elysian eso es...

—Lo haré.

—Es un riesgo que puedes evitar —intentó convencer, pero yo ya tenía mis ideas en mente, y como él mismo lo había dicho, mi determinación era una de mis fuertes.

Podía ser un cobarde, resuelto sin reparo y todos los adjetivos negativos que se dijeran de mí, pero cuando me proponía algo lo lograba sin importar qué. Caminé hacia la salida.

—Si lo haces solo tendrás un deseo, ¿Lo sabes, no? —dijo deteniendo mis pasos en seco —, en el caso hipotético en el que las mouras decidan concedértelo, lo cual es muy improbable, solo será uno, sin importar la cantidad de oro o lo que sea que les ofrezcas.

—¿Quiere decir que...

—Tendrás que elegir entre la heredera o tu hermano.

—¿Es la única forma? —preguntó mi padre tras hablarle de mi decisión.

Había ido directo con él para confirmarle que iría a Valaryn, y aunque se había mantenido en silencio mientras le explicaba mi plan, al final dió uso a su voz para hacerme esa pregunta cuya respuesta no estaba totalmente clara para mi.

—Así es, debo hacerlo —Me convencí.

—¿Y qué pasará cuando llegues a la cueva y tengas que elegir?

Y seguía haciéndome preguntas complicadas.

—Mi hermano debe vivir, podrá tener otros hijos...

—No creo que eso haya sido su voluntad —murmuró con los ojos fijos en alguna parte.

Alce una de mis cejas.

—Dijiste que no leíste la carta.

—No lo hice, pero vi con mis propios ojos como demostraba su amor hacia el bebé, además, afirmó que tenía algo especial, tuvo sueños extraños de los cuales no me habló lo suficiente —explicó —, no sé de qué se trata, pero ha de ser importante.

—Lo decidiré en la selva.

Él asintió sin más.

—Entonces iré también —soltó relajado.

No me resistí a soltar un bufido.

—Tu tiempo ya pasó padre, estás viejo para esos riesgos —brame ganándome una mirada intimidante.

—No seas insolente.

—Soy sincero, los años te pasan factura —me encogí de hombros.

—¿Sabes que aún puedo darte una buena tunda? —amenazó, Kalyan tenía una postura recta, fingía estar tranquilo, pero era ese movimiento nasal que hacía cuando algo le inquietaba que revelaban su verdadero estado.

—Estaré bien, te lo aseguro.

—Supongo que no puedo intentar convencerte de que no hagas esto, por lo que solo te dire que escojas a algunos guardias de confianza.

Negué rápido.

—No los obligaré a ir conmigo a perder sus vidas.

—¿Y qué? ¿Irás solo? Porque si ese es tu plan estaré en la obligación de retenerte.

—Padre...

—Eres muy obstinado, pero te concedo eso porque no somos un reino tirano como los nevadeanos —Se quedó callado mirando a la nada, las arrugas en su rostro eran cada vez más notorias—, ten mucho cuidado hijo. Confío en ti, así que toma a esos guardias y haz lo que tengas que hacer.

Asentí. En ese mismo instante apareció mi tío Rhades, el general de la guardia, justo a quien necesitaba. Le solicité que reuniera a los guardias y así lo hizo, pero antes de ir a su encuentro primero me reuní con algunos miembros del consejo y la reina para informarles de mis siguientes acciones, como era de esperarse aplaudieron esto, no había forma de que se opusieran porque de todas formas había sido su plan.

Después de escucharlos alabarme por mi supuesta valentía fui al salón del trono, en donde esperaban cuatro filas de cinco con los diez mejores guerreros del reino élfico. Algunos ya los conocía, habían príncipes, princesas, entre otros.

—Guardianes de Feir, atravesamos tiempos difíciles por los malestares del rey, masas están creando rumores al respecto y es algo que no podemos tolerar, por eso debemos enfocarnos en la salud de nuestro rey. Los nevadeanos han estado atentos a nuestros pasos muy de cerca, algunos de nuestro pueblo nos han traicionado, así que estamos en un momento de vulnerabilidad, pero esto no irá más lejos porque hay una solución. —di una breve pausa para mirarlos a todos, luego proseguí —. Muchos de ustedes habrán escuchado hablar de las Mouras, son criaturas extremadamente poderosas y hábiles.

Los murmullos se dieron a oír entre la multitud. Era un secreto para los Gaeleanos esta realidad, era normal que se asombraran.

—Existe una cueva en Valaryn llamada pirithias, está llena de tesoros fantasmas que se vuelven tangibles solo en noches de eclipse. Se ha confirmado qué hay un grupo de mouras allí, ellas necesitan algo que nosotros tenemos, así que pactaremos un trueque.

Todos se miran entre sí como si estuvieran al borde de la demencia.

»No estoy aquí para obligarlos a ir, conozco los peligros de Valaryn y nuestra historia con las mouras, es una decisión que queda bajo su propia jurisdicción —avisé en un intento de apaciguar —. Necesito a cinco guardianes capaces y lo suficientemente valientes para arriesgar su vida por el rey, y por supuesto, los que decidan ir tendrán su peso en oro y serán reconocidos como héroes, además, el rey podría otorgarles títulos.

Todos se miraron entre sí levantando un ambiente tenso, hasta que alguien al fondo preguntó:

—¿De qué nos servirá el oro y los títulos si morimos?

—Escribirán en una carta a quienes desean heredarlo —contesté, eso me lo había inventado ahora, la verdad es que no tenía respuesta para todo y menos cuando hice este plan de un momento a otro —. Escuchen, sólo tenemos unas cuantas noches para llegar a Pirithias antes del eclipse, si deciden no ir no serán amonestados, me marcharé con la primera luz del sol, los que vayan dejen sus cartas con el concejal mayor, póngase sus armaduras de expedición y lleven lo necesario, los estaré esperando en la entrada del castillo con un plan más detallado y con un mapa guía.

Dicho esto les di la espalda y me marché con el corazón en mano y la esperanza a flote.

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