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Capítulo 0

Gaelean Elfaire, castillo Nueva Feir

Elysian

Entrar a una habitación no debería representar un problema, y mucho menos cuando la única cosa que la protegía era una débil e insípida puerta que podría derribar, incluso, con un dedo si así lo quisiera... Aunque para ser sincero conmigo mismo, el problema real no tenía nada que ver con el pedazo de madera mohosa frente a mi, sino mis pies, los malditos estaban pegados al suelo incapaces de moverme del pasillo.

«Por los mil demonios del inframundo, Elysian, haz algo» pensé retorciéndome en mi posición.

—Creo que su alteza real debería entrar —avisó el viejo y calvo erudito del rey después de aclararse la garganta.

Contraje los párpados divisando entre el viejo y mi oponente. No estaba seguro de tener la suficiente valentía para hacer nada, así que con las manos metidas en mis bolsillos y el semblante vacilante dije:

—Esperemos un poco más... Solo dame unos minutos.

«O la eternidad preferiblemente».

Chasquee la lengua. Esta torre nunca fue mi lugar favorito, representaba muerte y enfermedad, así como desgracia y miseria, incluso su estancia abrumaba los sentidos. A pesar de la calidez de la primavera elfica, aquí dentro se sentía frío y sombrío; como estar en un ataúd con muros de ladrillo, aquí me asfixiaba y jodía en partes iguales.

Causaba un poco de gracia visualizarme a mi mismo.

¿Cómo había acabado en esta situación? ¿Cómo me convertí en este ser pusilánime y obligado al deber? Hace unas horas mi vida era emocionante y feliz, mis problemas más graves eran huir de un séquito de guardianes o uno que otro prestamista.

En ese entonces me había deshecho de todas mis ataduras nobles, no era el príncipe de Elfaire, ni el hermano del rey y mucho menos formaba parte de las interminables reuniones de la corte élfica, solo un artista del circo Amoral cuyo seudónimo era tan inapropiado como robarle a un limosnero, pero ¿A quién le importaba? A nadie, ser alguien sin vínculos nobles significaba pasar desapercibido sin importar que mi cabellera y mis facciones gritaran a los cuatro vientos mi linaje.

El público solo quería ver mis actuaciones y yo amaba ese hecho.

Pero eso terminó, todo terminó. Los días de gloria se esfumaron cuando los guardianes de Elfaire me acorralaron en mi propia cama, «He de señalar que  estaba apunto de cumplir uno de mis tantos fetiches» todo para comunicar las recientes afecciones que atacaban a mi hermano, el mismísimo rey de Gaelean Elfaire.

Ahora estaba aquí, desde lo alto de la torre de la diosa Emrys, parado en frente de la estancia en donde mi hermano estaba deshecho. El viento suave de la madrugada se colaba entre los enormes ventanales aumentando el frío.

Podría vomitar como un asqueroso mortal en este preciso momento, pero me reservaré mis ácidos estomacales por el bien de mi reputación.

—¿Sabes qué? Prefiero no hacerlo, estoy bien así... no estoy listo, puedo no hacerlo, ¿cierto? —hablé atropelladamente.

Santhus, el único que se había prestado a venir conmigo, movió la cabeza de un lado a otro con lentitud, sus manos estaban entrelazadas bajo su túnica guardando un aspecto sereno.

—Debe ver por sí mismo el estado del rey, es su deber como príncipe.

—Pero es que yo no...

—Usted puede —insistió.

Asentí no muy convencido. Me moví unos cuantos pasos hasta atravesar la puerta y entrar a la redonda habitación de ladrillos, al instante sentí una intensa carga mágica hormigueando en mi piel, aunque eso quedó en segundo lugar al ver al rey Kadric suspendido en una burbuja amarillenta, con unas raíces penetrando su carne podrida y  los ojos  que estaban aterradoramente abiertos— inyectados en oscuridad de nada.

Me estremecí, la imagen fue peor de lo que imaginé.

—¿Cómo... Cómo fue qué pasó esto? —Mis labios temblaron.

—Fue un hechizo.

Alterné mis ojos hacia aquel que me hablaba, la incredulidad estaba en la punta de mi lengua.

—Cómo sabrá la reina está en cinta, su majestad estaba teniendo complicaciones y temía perderlo como con los otros embarazos, así que buscó a una Aliciente para proteger al heredero de una tragedia —Santhus tomó una bocanada de aire antes de continuar —, esta aliciente es la esposa de uno de los concejales menores y... Resultó ser una hechicera humana.

»Ella se ofreció a curar el vientre de su majestad porque según estaba maldito, le advertí a sus altezas que era un error, pero se negaron y esa mujer... —hizo otra pausa mucho más extensa que la primera, por su expresión supe que lo que diría a continuación sería aún más desagradable—, escapó.

—¿Se escapó? —repetí escéptico —¿dices que salió de aquí como si nada?

Santhus se movió inquieto por mi subida de tono.

—Si, su... su alteza —tartamudeó, tragó pesado antes de seguir —. La guardia la buscó por todos los rincones de Gaelean, pero ella se esfumó, fue como si nunca hubiera estado aquí.

Tensé la mandíbula. «Tiene que ser una maldita broma, un juego» pensé.

—No, ustedes no... —Unas risas sin gracia salieron de mi boca —No pudieron haber permitido algo así.

—Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos .

Moví la cabeza frenéticamente.

—No. Hicieron. Nada —dije paulatinamente.

—Su alteza real debería...

—¡Su alteza real y una mierda! hicieron un juramento ¡Un maldito juramento! Dijeron que protegerían a su rey bajo cualquier circunstancia, que serían su sombra, su espada... pero está aquí... muriendo y ahora me dices que esa humana solo se fue y que debe estar por ahí regodeándose en su victoria —Las palabras salieron de mi boca sin pensarlas del todo, estaba en llamas y no me importó escupirle en la cara al concejal.

—Lo lamentamos —murmuró el elfo echándose atrás y bajando la cabeza —, fue un hechizo del tercer mundo, no puedo afirmar que fuera una humana común, nuestros dones no funcionan contra eso.

Apreté mis dientes y aparté la mirada para enfocar a mi hermano, de pronto la visión me ardía, pero me contuve, tragué mi dolor y me quedé allí parado, arropado con un silencio que sólo suscitó pensamientos destructivos.

«Es mi culpa».

Todo esto no habría sucedido si me hubiera quedado en palacio, pero fui incapaz de estar a su lado, de hacer lo que se suponía que debía hacer como príncipe, me marché del reino, hice lo que todos esperaban de mí porque odiaba estar en el castillo, odiaba sentir que todos esperaban que cambiara o que fuera mejor o peor, detestaba las expectativas que ponían en mí y el hecho de que yo fuera considerando un soez o desagradecido, pero esa no era la única razón, también estaba ese pequeño detalle de amar a la equivocada, a la que nunca podría tener, a la que jamás me miraría como yo deseaba y a la cual llamaba reina, pero no "mi reina".

Nunca había envidiado a mi hermano, no quería su corona, ni su silla en el trono ni deseaba nada de lo que él poseyera excepto a su esposa, la reina consorte.

Ella no me amaba «por supuesto que no lo hacía, ¿quién podría amar a alguien como yo?»,  me resultaba insoportable quedarme mientras los veía vivir su amor. Fue peor cuando supe que engendraba a un hijo,  luego verlos perderlo y sentir placer... ¿por qué sentía eso? Debí haber estado tan triste como el resto, pero no podía y eso era más doloroso, era una traición y quien traicionaba a los reyes no merecía nada. Por eso me fui, huí del castillo, huí de mi hermano y huí de ella; de sus hermosos ojos y sus labios, y su aroma, y su voz y...

«¿Ser príncipe impediría que me decapitaran por pensar de esa forma sobre la reina?».

—No, no —murmuré intentando acallar mi mente. Me aclaré la garganta preparado para tomar parte en todo lo que estaba pasando —. ¿Qué ha pasado con la reina? ¿El heredero está bien?

—No, de hecho el riesgo de que no sobreviva es muy alto, no sabemos qué utilizó la hechicera, pero la reina ha estado más debilitada y con síntomas inusuales, los chamnes dijeron que el hechizo iba dirigido al heredero, pero el rey intercedió.

Asentí taciturno, Santhus se aproximó más a mi.

—Su alteza real debe saber que algunos integrantes del consejo han hecho insinuaciones de que usted debe ser coronado como rey por ser el siguiente en la línea sucesora, eso en el caso de que el heredero no nazca y que el rey no despierte.

No, imposible. La simple idea me entumeció todo, ¿A quienes se le ocurrían tales barbaridades? mi hermano no iba a morir y yo jamás sería rey, además ponerme en el trono sería como exigirle a un ciego que vea o tirar un pájaro al mar para que nade.

Nunca me prestaría para algo así.

Santhus hizo una línea con su boca, seguro notaba mi negativa, él siempre veía esas cosas.

—En el caso de que se niegue optarán por elegir a algún príncipe de otra casa, lo cual rompería la larga trayectoria de los reyes Morthe.

Reí a secas.

—Son unos malditos traidores, mi hermano ni siquiera está muerto y ya planean una sucesión.

—No es sorpresa, la corte siempre intenta sacar provecho.

—No lo permitiré —Me sorprendí a mí mismo por mi certeza.

—Estoy seguro de ello, su alteza —confesó caminando hacia la salida, luego se detuvo en el marco  —. Quizá no hallamos a la mujer hechicera, pero logramos capturar a su esposo, intentó huir de su juicio, si desea interrogarlo lo llevaré con él.

Asentí.

—Por supuesto que lo voy a  interrogar. Vamos ya.

Fui tras el erudito hasta el Hipogeo, la prisión en la que iban todos los traidores, asesinos y degenerados sin importar su raza o posición, se encontraba a unos metros del castillo Elfaire en el suelo subterráneo, rodeado por rocas, musgo y el asqueroso hedor que provenía de las alcantarillas.

Dejé al concejal afuera y pasé sin prisa junto a los sirvientes que atendían la zona, me llevaron hasta la celda de rocas en la que estaba el tipejo y entré allí en silencio. El elfo del que Santhus me había hablado estaba sentando en el suelo lodoso, una de sus manos estaba encadenada y se veía sucio, como la peste. Él levantó la mirada, sus ojos aterrados confesaban que sabía quién era yo y lo que era capaz de hacer.

Di un paso adelante, el prisionero se apresuró a ponerse de rodillas como si eso lo fuera a salvar.

—Mi señor, no soy culpable, yo no sabía que ella era una humana y tampoco conocía sus intenciones —comenzó a parlotear entorpecido —. Le juro que le soy totalmente devoto al rey y a usted, pido compasión, pido compasión, compasión...

Estiré la boca, él estaba dispuesto a extinguir mi poca paciencia y ni siquiera había iniciado. Si había algo que todos en Gaelean Elfaire sabían de mí era que tenía una creatividad especial por las torturas, y el hecho de que aún conservaba parte de mi don solo me impulsaba. Podía enloquecer de pavor a quien quisiera con solo una mirada.

—Ugh, siento un zumbido en mis tímpanos, es como una mosca tiritando ¿No la escuchan ustedes? —cuestioné a los sirvientes y sin verlos supe que habían asentido —. Si me estás diciendo algo, te juro que soy incapaz de escucharlo, solo veo tu sucia boca moverse.

Se arrastró hasta mí y puso su cabeza sobre mis botas mientras sollozaba. Imbécil.

—Mi señor, esto es un malentendido, se lo juro por los dioses.

—Blasfemias en mi cara. Permitiste que esa sucia humana entrara a mi castillo y hechizara a mi hermano, a tu rey y al heredero, ¿Cómo podría ser un malentendido? —Me agaché a su altura—. Voy a decirte algo una sola vez, si no respondes asertivamente tendré que satisfacer esta ira dentro de mí y  te prometo que no te gustará.

Conecté mis ojos con los suyos, sus pupilas celestes se dilataron poco a poco y vi en él el terror, ese que incentiva mi mal genio.

—Dime ¿Por qué esa mundana estaba en mi castillo? ¿Dónde se esconde la escoria a la que hiciste tu esposa? ¡Habla de una maldita vez o extirparé tus ojos de sus cuencas y te los daré de tragar!  —grité. Saqué de mi riñonera la nudillera con picos que siempre me acompañaba y tras colocarlo miré a través de ellos al elfo.

—No sé... No sé dónde está, lo juro, su alteza.

—¿No sabes? —vacilé, mi voz comenzaba a perder su tono habitual, estaba colérico, ya no me controlaba —, no lo sabes.

—No miento... Ella nos engañó a todos —titubeó encogiéndose cada vez más —, me  sedujo y se fue, pensé que me amaba, que éramos el uno para el otro, pero solo me usó, le juro que no tengo idea de a dónde fue.

Decía la verdad. Lo sentía, pero en ese momento no me importó nada, solo quería que alguien sangrara por mi hermano. Me enderecé, apreté mis puños y golpee su hombro haciéndolo estrellarse contra el pavimento, me tiré sobre él y seguí estampando mi puño de acero contra él, tosía desesperadamente mientras balbuceaba palabras que en este momento no eran de mi interés. «No estoy satisfecho». Pensé. Descargué toda mi fuerza y mi dolor hasta deformar la cara de aquel que yacía tendido en el suelo con la sangre dibujando su malestar. Cuando noté que estaba al borde de la muerte me detuve solo para ponerme en pie, con una sola mano levanté al inútil y lo estampé contra la pared hasta que estuvo unos centímetros más alto.

—No creas que no quiero cortarte el cuello ahora mismo, pero no es suficiente, morirás aquí, agónico y comiendo tu propia mierda, me encargaré de que nadie de tu estirpe vuelva a pisar mi castillo jamás, nunca.

Tras decir eso lo dejé caer al suelo, escupí y me marché de allí peor de lo que había entrado. No había forma de aminorar lo que sentía y no estaba listo para afrontar la realidad que ocultaba toda esta tragedia.

Tampoco podía salir corriendo. No ésta vez.


***
:) Gracias por leer.
Recordar que esta es una versión extendida y mejorada de "El deseo del príncipe"

Aunque son libres de imaginarlo a su gusto, he aquí a mi elfito:)

Príncipe Elysian Morthe

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