Una noche en un millón
En mis divagaciones pensé que podía ser mía, aunque prefiero ser un frío rompecorazones apto para amar. No quisiera romperle el corazón a las dos hermanas, pero mi siniestra mente se emociona imaginando que podría dejarla durmiendo en la cama de un hotel y antes que ella despierte, estar muy lejos. No será nada nuevo para ella, puesto que ya ha pasado por eso. Realmente no me siento capaz de controlar mis pensamientos.
—Tenemos un asado hoy en la
noche —anunció Matheus.
—¡Ah! No olvides que seré la portadora de todos sus obsequios —chilló Mathilde, al salir del hipermercado.
—¿Es hoy tu cumpleaños?
—Demetrius, es mañana. Pero partiremos el pastel a las doce de la noche ¿De acuerdo? —dijo la cajera.
—¡Ja! Son tus últimas horas de veinteañera —gritó Matheus, mientras señalaba su reloj pulsera.
—¡Cállate, subnormal! —dijo la rubia en voz grave levantando una mano.
—¡Entrá al auto! —exclamé— ¡Ven!
—Demetrius, no soy un animal para obedecer tus órdenes —respondió mi amiga ladeando la cabeza violentamente.
Mathilde se sentó en el fitito y me lanzó una mirada agresiva, frunciendo el entrecejo.
—¿No estás emocionada por pasar tiempo con nosotros?
—No me emociono, porque ustedes siempre cuentan anécdotas vergonzosas sobre mi — respondió mirándome sobre mi hombro.
—Amiga, algo raro está aconteciendo contigo.
—Seguro —contestó de manera evasiva.
—¿Qué sucede?
Mathilde me lanzó una mirada inquisitiva. Pensé que a lo mejor, estaba pudorosa y avergonzada por haber aceptado frente a Matheus que ponía palos en la rueda, en cuanto a su hermana Rubí.
—Sabés qué, ustedes hablan de su fetiche con mucha frecuencia —agregó ella.
No supe que contestar, pero sentí que su respiración se volvía más pesada.
—Bueno, creo que eso no es tan terrible.
—¿Qué es lo más perturbador que has hecho?
—Yo no... pero te puedo contar un chisme — agregué curvando la comisura de mis labios.
—¿Por qué te ries como un cínico? Cuéntame —exclamó, golpeando mi hombro.
—Está bien, lo diré pero jurá no decirle a nadie sobre lo que te voy a contar.
—Está bien.
—Una vez entré a una de las oficinas del fondo y sorprendí a Matheus en una conversación telefónica.
—¿Y eso, que? —dijo Mathilde elevando una ceja.
—Entré sigilosamente y pude verlo sentado en un escritorio teniendo sexo telefónico — grité exaltado — , literalmente, él estaba gimiendo y quien sabe que más estaba haciendo en esa oficina oscura.
En lugar de reírse a carcajadas, Mathilde me lanzó una mirada de disgusto. Su rostro cambió, sus ojos celestes se volvieron dos glaciares.
—Demetrius... él tiene todas las mujeres a sus pies, comiendo de su mano. ¿Para qué querrá charlar con prostitutas?
—Algo raro le debe suceder para que recurra a las líneas calientes — evalúe.
Mathilde resopló.
—¿Tú que opinas? Vos sos hombre — preguntó la rubia con brusquedad.
—No lo sé. Hoy es un día importante, tenemos que estar bien lejos de las paranoias —mascullé.
—Ustedes son tan extraños, como una combinación peligrosa de fuego y combustible —dijo, lanzando un grito ahogado.
—Estoy seguro que Matheus es un hijo de puta con suerte —respondí, mientras estacionaba en la puerta de la casa de Mathilde.
Ella descendió de mi auto y me dijo que el corazón nunca obedece a la lógica.
....
Después de dejar a Mathilde en su casa, pasé a comprar carne, cerveza y algunos productos de cotillón. Llegué a mi casa y recordé que había olvidado decirle a mi madre que íbamos a celebrar el santo de mi amiga en casa.
—Hijo, si que eres distraído —inquirió mi madre.
—Lo siento, olvidé avisarte —dije, sintiendo derepente un escalofrío.
—Pero si me hubieses avisado antes, podrías haber usado el taller de papá —dijo mi madre rápidamente.
—¡Oh, no! Solo digo esto: No quiero entrar y recordar a papá sin vida. No se me va quitar de la mente ¿Entiendes?
—No sea temeroso de la muerte, mi hijo— dijo mi madre mostrándome absolutamente confianza.
—No se preocupe —dije— . También quiero divertirme con mis amigos, sin amarguras del pasado. Tengo la intención de pasar un buen rato a mi manera.
—Entonces me voy a lo de Lalo —inquirió mamá.
—¡Espere! ¡Espere! —grité detrás de mamá. No nos precipitemos. Estoy seguro que podemos festejar aquí en el patio.
Mamá se apresuró para mirar la hora en el reloj cucú de la cocina.
—De acuerdo hijo. Son las siete y está anocheciendo —chilló y puso la mano sobre mi rostro.
—Tengo que apresurarme —susurré.
—Ve a bañarte y a ponerte guapo y no olvides rasurarte —gritó mi madre observándome por el rabillo del ojo—, ahora bien, ¿Te gusta tu compañera del trabajo?
—Ciertamente, no sé, no sé —repliqué confundido.
—La semana pasada le di una ojeada a tu diario, que estaba lleno de poesías incongruentes, llenas de metáforas y otras cosas que una madre no desea saber...
Cuando mi madre dijo que había revisado mi cuaderno de notas, mi mente se enfrió como nieve, con el aire helado atrapado en mi pecho. Observé a mi madre con tanta fijeza a la de pronto se convertiría en una carcel de secretos nunca revelados.
—Bien; en cuanto a mi respecta eso que dices puede ser verdad gran parte del tiempo, pero por otra parte también me gusta su hermana gemela —contesté con pudor.
—¡Aja! No sabían que eran hermanas. Hijo eso no suena a un buen plan —agregó ojiplática.
Mamá ladeó la cabeza mientras me echaba una mirada de fría curiosidad.
—¿Qué te gusta de ellas? —exclamó mientras guardaba las cervezas en la heladera.
—No lo sé. No importa. Ahora si me iré a bañar —mascullé.
Mamá continuaba viéndome raro con la cabeza ladeada.
—Demetrius, no dejes que jueguen contigo —susurró— , mantén tu corazón lejos, escóndete para que no te dañen.
Asentí con la cabeza y abrí el grifo de la bañadera. Gradualmente, comencé a relajarme y retraje mis rodillas cerca de mi pecho. Mientras observaba el agua tibia caer incesante. Cerré los ojos y comencé a pensar en los consejos de mi madre, que estaban lejos de lo superfluo.
....
Después de una agradable cena entre amigos, me sentí satisfecho por haber compartido un momento importante para Mathilde y su hermana ya que ambas cumplían treinta años. En realidad todos estábamos extasiados, después de unas cuantas cervezas y algunas copas de champagne. Entonces sus rostros adquirieron un peculiar dinamismo: no era enfado (aunque estaban ebrios), sino mero dinamismo por hacerme una pregunta transcendente.
—¿Podemos dormir aquí? —dijo Rubí, jalandome del brazo.
—¿Donde está Matheus y Monique? — pregunté— ¿se han ido?
—Están en el cuarto de baño —agregó Mathilde con una risa energética.
Me asomé y pude ver a través del vidrio esmerillado color azul de la puerta de madera, una silueta que se movia frenéticamente.
—Bien; estos dos no pierden tiempo. Matheus tiene un proyectil en sus pantalones —mascullé.
—El rubio está hechizado —interrumpió Rubí— en Luxemburgo la gente hacía magia negra y es evidente que Monique le hizo algo.
—¡Ja! Debe tener algún muñeco vudú —dijo Mathilde en un tono risible.
—Hablá con prudencia, porque si te oye te estrangulará —susurré, mientras sacudía el mantel de la mesa—; vayamos a la cocina para hablar de esto.
Las muchachas se sentaron en la mesa y siguieron hablando sobre Monique.
—Verás, Matheus es un niño bien. Es rubio de ojos claros, tiene un buen poder adquisitivo. ¿Por qué andaría tras la falda de esa mugrienta? —agregó Rubí, mirándonos con los ojos dilatados.
—Es cierto. Monique es descuidada con su higiene personal, siempre anda con su cabello alborotado y su indumentaria deja mucho que decir —inquirió Mathilde.
—Lo sé. ¿Qué es el vudú? —exclamé desorientado.
—Bueno, el vudú no es una religión en sí misma, aunque lo mas parecido es la definición que afirma que es una mezcla de creencias religiosas cristianas y africanas. Es algo muy similar a la quimbanda brasileña, combinado con el vudú de Haití, el haitiano —afirmó Rubí, emocionada por la plática.
—No lo sé. ¿Cómo es que sabes de estás cosas en particular? —pregunté, mientras le servía una copita de moscatel a las damas.
—Los luxemburgueses son muy cerrados de mente, pero tienen sus secretos —dijo Rubí vigorosamente.
—¿Ellos hacen hechizos con fines maléficos? —pregunté.
—Naturalmente, aunque es un país cristiano, pero también hay musulmanes, judíos y budistas —dijo balbuceando.
—¡Aja! Estás ebria, muchacha. Ahora tú estás arrastrando las palabras —chillé.
—¡Cállese! Eso dices para alimentar tu
ego —gritó mientras me apartaba con un suspiro.
—Lo dices como si esta celebración hubiese sido bastante desdichada —agregué—
fíjate como disfrutan ese par de conejos.
Mathilde alzó la cabeza para mirar la hora en el reloj cucú.
—Vaya, vaya. Están encerrados en el baño hace una hora —agregó e hizo un gesto con la mano, como si necesitara silencio total para poder oír— Demetrius, apaga la radio por favor.
Con la cabeza inclinada, Rubí estaba intentando descifrar lo que decían, pero solo eran gemidos. Su semblante se había endurecido y sus ojos azules habían adquirido una expresión intensa.
—Tengo una idea, hagamosle una broma — dijo Mathilde curvando la comisura de sus labios rojos.
—¿Qué sucede?
—Saquemosnos las camisetas y vayamos los tres a tu cama —dijo la cajera con una risa demente.
Mi respiración se entrecortó durante un instante, pero acepté en un santiamén, aunque tenía un cierto temor que mi madre saliera de la cama y viera semejante espectáculo.
—Cuando ellos terminen de hacer sus cosas inmediatamente irán a ver donde
estámos —inquirió Rubí— es una buena idea.
Fuimos a mi habitación y las muchachas comenzaron a desvestirse, arrojando la ropa por los suelos. Rubí lanzó su blusa color dorado y su sujetador por los aires.
En ese preciso instante tuve la sensación de que toda esa situación la había provocado el alcohol. Sin embargo las treintañeras estaban esperandome en mi cama con los senos erguidos, bajo un edredón que le había pertenecido antiguamente a mi abuela.
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