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Extra

Ángelo.

Los trillizos nacieron a mitades de noviembre, dos niños preciosos y una niña hermosísima.

La mayor, por un minuto fue nuestra niña, Carina. Una preciosa pequeña con un escaso cabello rubio como el de su madre, la nariz perfilada y unas pestañas que, a pesar del escaso largo, podían mirarse onduladas. Tiene la piel tan blanca que la rojez en su rostro fue completamente visible,

Luego vino Matteo, un niño que, según en palabras de mi esposa, es mi total retrato. Con el cabello oscuro, la nariz perfilada y la piel blanca, pero no tanto como la de su hermana. Matteo llegó llorando, con unos pulmones tan fuertes que supimos de inmediato quien sería el encargado de despertarnos.

Y, por último, llegó Taddeo, con los rasgos combinados, el único de nuestros hijos que poseía risos un poco definidos. Tiene la misma nariz que Daphne y la piel menos blanca que la de sus hermanos y el cabello de un rubio más oscuro, apenas y lloró cosa que nos alertó a Daph y a mí, pero la alerta desapareció tan pronto como el doctor hizo lo correspondiente, y un fuerte llanto se dejó oír.

Ahora, los trillizos tienen nueve meses, y llegar a este punto ha sido todo un reto. La casa se había convertido en una especie de guardería, o es eso lo que Antoni decía siempre que venía de visita.

El señor "no me agradan mucho los niños" terminó pasando más horas en casa debido a nuestra niñera. Parece que al final tenemos algo en común, nos enamoramos de chicas que adoran a los niños.

Antoni a pesar de ser casi quince años mayor que Sally, no había podido evitar caer ante los encantos de la niñera de mis hijos y sobrinas.

Y era curioso ver como una chica de veintidós, podía fácilmente mandar sobre un hombre de treinta y cinco.

—No, la comida no es para el cabello, Cari —murmuro mientras aparto la mano con papilla de su bonito cabello —o conseguirás que ese bonito cabello tenga aroma a calabaza.

—Los niños así aprenden —Daphne ingresa con Matteo en brazos. Mi hijo suelta un chillido en cuando me ve y mi esposa resopla— me quitas el amor de todos mis hijos.

Sonrío con diversión mientras tomo el paño para poder limpiar el rostro de Carina y me acerco hasta dejar un rápido beso en su regordeta mejilla. Ella ríe y me observa con sus bonitos ojos grises.

Nuestros dos niños eran los más parecidos, no llegan a ser idénticos, pero había rasgos en ellos que eran demasiado similares, Carina y Matteo tenían los ojos de un bonito gris, un color que cada día parecía hacerse más intenso, Taddeo por su parte había heredado unos preciosos ojos del tono azul como los de su madre, el mismo brillo, la misma mirada iluminada.

—¿Dónde está Taddeo? —inquiero mientras limpio las pequeñas manos de mi hija.

—Con la nana —informa.

Sally se encargaba de mis sobrinas y Jacob, y Marie, una nana que tenía experiencia con recién nacidos, cuidaba de los trillizos cuando nosotros estábamos lo suficientemente ocupados como para poder atender a seis niños.

—Y los desastres...

Los gritos emocionados que vienen de la sala nos hacen sonreír a los dos.

—Los desastres acaban de volver de la escuela —dice Daphne riendo levemente—. Y los tendremos aquí en tres, dos, uno...

—¡Papá! ¡Tío! —Bella y Jacob entran corriendo hasta la sala. Su atención pasa inmediatamente de nosotros hacia nuestros hijos.

Matteo lanza un nuevo grito en cuanto mira a su hermano, y Jacob extiende las manos para poder tomarlo.

—Con cuidado, amor —dice Daph mientras se lo entrega.

Cuando nuestros hijos nacieron, creímos que sería complicado con los desastres. Lía aún es pequeña y requería constantemente nuestra atención, a sus tres años parecía querer a Daphne todo el tiempo y eso se incrementó cuando los trillizos nacieron.

No podíamos explicarle que no sería posible siempre, tres recién nacidos acababan de llegar a la casa y la herida de la cesárea fue complicado para mi esposa, así que no podía estar tan al pendiente de Lía como nos gustaría.

Sin embargo, nos adecuamos a las necesidades de nuestros niños. Conforme los trillizos crecieron los hicimos partícipes, tanto que Lía pronto se adecúo a ellos y comenzó a querer estar siempre cerca.

—¡Mamá! —el grito de Lía hace que Daphne desvíe la atención.

—Oh, mi niña, ven aquí —la recibe en brazos sin perder la atención de Jacob.

Me causa adoración la bonita mochila que cuelga de su espalda, que es de un tamaño diminuto que apenas y caben las cosas necesarias.

La idea de la guardería fue sugerida cuando Lía tuvo la edad, todos sus hermanos iban a la escuela y parecía que ella también deseaba hacerlo, así que la inscribimos en una guardería, asegurándonos que era la mejor posible, y ella estaba encantada.

—Papá, quiero chocolate —Lía me mira y mi corazón se retuerce.

A los dos años, dejó de llamarme tío para decirme papá. Fue de la nada, tan repentino que casi sufro un colapso de la emoción.

—¿Te has portado bien? —inquiero sacando a Carina de la sillita. Lía asiente con rapidez y sonríe, enseñándome los pequeños dientes que posee—. Bueno, entonces puedes decirle a Sally que te de un poco de la reserva de...

—¡Siii! —Matteo se sobresalta con el grito tan cercano de Lía y Jacob lo sostiene con más fuera.

—¿Nosotros también podemos comer chocolate? —preguntan los dos niños mayores.

—Solo un poco.

—¡Sí!

—¡Cuidado! —exclama Daphne cuando Jacob gira aún con su hermano en brazos—. Nada de giros, amor, nada de giros.

Pronto los tres mayores se han marchado en búsqueda de su chocolate y Daphne vuelve a tener a Matteo entre sus brazos.

—A veces me pregunto como es que sobrevivimos —dice soltando una leve risa.

—Ni siquiera yo sé la respuesta —concuerdo —con seis niños y una adolescente la cual... ¿en dónde se ha metido?

—Los Bianchi la invitaron a almorzar hoy, ¿lo olvidaste?

—Ah —arrugo la nariz y mi esposa ríe—. Sí, lo olvidé.

—Oh por favor, llevan casi un año con relación formal, ¿aún no te acostumbras?

Sacudo la cabeza en forma de negación.

—Principessa espero que tu no tengas novio hasta los treinta —musito hacia mi hija apretujando una de sus mejillas—estoy seguro de que tus hermanos estarán de acuerdo conmigo.

Daphne resopla, sin embargo, mantiene una sonrisa divertida en el rostro.

—Iré arriba —expresa. La miro darme la espalda y decido seguirla, abandonando la silla con el resto de la comida de mi hija.

Las risas llenan toda la casa, y un televisor reproduce caricaturas supongo en la habitación de Bella. Sigo a Daphne por el pasillo hasta la habitación de los trillizos, Marie eleva la vista cuando nos mira entrar, tiene a Taddeo en brazos quien nos mira con esos bonitos y grandes ojos azules.

—Señores Lombardi —saluda la chica—. Estaba por hacerlo tener la siesta.

—Nosotros nos encargamos, Marie —expresa Daph dejando a Matteo sobre la alfombra—. Gracias.

Cuando la chica sale, Daphne se acerca hasta la cuna de Taddeo.

—Hola mi hombrecito —se inclina para tomarlo en brazos y algunos balbuceos se dejan escuchar.

Cuando ya tiene asegurado a Taddeo, se vuelve a inclinar para tomar a Matt y camina hasta la mecedora, con nuestros dos hijos en cada brazo. Toma asiento, y sonríe cuando ambos bebés balbucean.

Ella responde algo, y por esos instantes solamente permanezco mirándola. Observándola mecer en la silla con nuestros hijos en brazos y la manera tan amorosa en la que lo mira.

En la que nos mira.

Llevamos casi tres años juntos, y se siente como si la conociera de toda una vida. Creo que esto ocurre cuando encuentras a tu alma gemela, ¿o no? ¿Es de esta manera que se siente estar con la persona correcta?

Despertar por las mañanas y mirar su rostro tranquilo, volver del trabajo y saber que hay alguien esperando por ti, que venga a ti luego de una discusión, o acepte las disculpas cuando cometes un error.

Que no se canse nunca de luchar.

Daphne vino de manera imprevista, llegó como un encuentro casual, o tal vez no, en aquel pasillo del supermercado. No se si fue el destino, o si fue solamente una casualidad que ambos hayamos estado en el mismo espacio, al mismo tiempo, aquella mañana.

Ella desde el momento de su llegada, lo cambió todo. Me hizo darme cuenta del hombre que siempre había querido ser, y se quedó conmigo, aún cuando fui un idiota, aún cuando no la merecí...ella se quedó.

Mi pequeña emite un balbuceo y la miro, sus ojos grises me reciben, se entrecierran un poco cuando sonríe y yo lo hago también. La acomodo entre mis brazos mientras comienzo a dar algunas palmaditas en su espalda.

Con lentitud, Cari va dejando caer su cabeza contra mi hombro. Un corto y adorable suspiro brota de su pequeño cuerpo y extiende la mano hasta dejarla sobre mi pecho, con la palma extendida.

La sostengo con mi brazo izquierdo y con el derecho tomo esa diminuta mano, ella la cierra, envolviendo algunos de mis dedos. Me muevo por la habitación y esta vez, cuando Daphne comienza a cantar la canción de cuna para los trillizos, me doy cuenta de que lo conseguí, lo conseguimos.

Que ese deseo de tener una familia, que esa añoranza de arrullar a mis hijos, de verlos crecer. De verlos dar sus primeros pasos, escuchar sus primeras palabras, estar ahí en su nacimiento. Ese deseo tan profundo de encontrar una mujer que me amara de manera tan real como Daphne lo hacía, se ha cumplido.

Los desastres son todo para mí, Jacob es todo para mí y los trillizos son mi mundo entero. Y nada de esto, hubiese sido posible sin ella.

Porque Daphne es esa parte que me hace ser mejor cada día, es el motor por el que quiero convertirme en un mejor tío, un mejor padre, un mejor esposo.

—Se han dormido —su dulce voz se escucha—. Soy buena, ¿no lo crees?

—Claro que sí, mia regina —respondo

De un momento a otro, Cari se remueve en mis brazos y llora.

—Oh, stellina mia —susurro palmeando su espalda—. Ya, ya.

—Es adorable que la llames tu estrellita —dice Daph mirándome con una sonrisa.

—Bueno, tengo que ser creativo con los sobrenombres —expreso consiguiendo que Carina calme su llanto y vuelva a acurrucarse sobre mi pecho.

Me muevo un poco más por la habitación y luego, Daphne vuelve a hablar.

—Parece que el tres es el nuestro numero de la suerte, ¿no lo crees? —inquiere.

—¿Por qué lo dices?

Parece pensárselo, mira a nuestros hijos y luego dirige la mirada hacia la foto familiar que cuelga de una de las paredes.

—Nuestras niñas, son tres —susurra—. Y en lugar de un bebé, vinieron tres.

Una leve risa me invade mientras elevo mis hombros.

—No lo sé, supongo que los desastres vienen de a tres —cuando ríe, centro mi atención en ella.

El precioso gesto que hace al sonreír se coloca en su rostro, la sonrisa de mi esposa es una de las cosas más preciosas que posee. Un gesto cálido, lleno de ternura y sentimiento, un gesto que es capaz de devolverte toda la fuerza que necesitas cuando parece que se ha acabado.

—¿No dejarás de llamarlos desastres? —inquiere—. Míralos, son tan tranquilos.

—Claramente, solo espera que lleguen a los terribles dos —advierto—. Se convertirán en unos desastres por completo.

Echa la cabeza hacia atrás, sus hombros se sacuden ligeramente mientras retiene la risa para no despertar a nuestros hijos. Sin embargo, el leve sonido consigue escaparse de ella.

—No lo creo —responde.

—¿Quieres apostar?

—¿Una apuesta de dos años? —inquiere arqueando una de sus cejas.

—Soy un hombre de casinos —elevo mis cejas un par de veces lo que la hace reír de nuevo.

Su mirada viaja por nuestros hijos, deteniéndose en cada uno de nuestros niños y luego la fija en mí.

—Entonces creo que tenemos una apuesta, señor Lombardi.



Dos años después...

Daphne.

Los gritos no cesan, de hecho, nuestra casa en realidad parece una pista de atletismo.

—¡Carina vuelve aquí! —retengo la maldición cuando nuestra hija cruza tan cerca de mí que casi me hace tirar el florero que llevo en las manos.

—¡Papá está jugando al toque! —grita Matteo.

—¡Yo no estoy jugando al toque! —exclama mi esposo—. ¡Carina!

—¡Yo también quiero jugar! —grita Taddeo corriendo detrás de su padre.

—¡Mia regina! —retengo la risa cuando la voz desesperada de Ángelo me llama—. Esta niña va a dejarnos en la ruina.

Baja las escaleras con rapidez, tiene el cabello desordenado y está agitado por la carrera de varios minutos que ha estado detrás de nuestra hija. Sostiene un papel arrugado en las manos que deduzco es uno de sus informes en los que ha estado trabajando.

—¡Papá! —Ángelo maldice por lo bajo cuando Carina se cuelga de uno de sus pies.

Carina Lombardi, a sus dos años de edad, casi tres, tenía el mismo temperamento que Ángelo. Le gustaba el orden, odiaba que sus colores estuviesen desordenados, le gustaba dar ordenes a todo mundo, incluido a sus hermanos y primas. Era una mini mujer de negocios, la llamaba Antoni.

—Deja a tu padre, Carina.

Stellina mia, hazle caso a tu madre —pide Ángelo inclinándose hacia nuestra hija.

—¿Vas a llevarme al parque?

—No me harás chantaje con el parque —advierte mi esposo señalándola.

—Entonces no te suelto —dice y se aferra a él.

Ángelo se incorpora, coloca las manos en la cintura y me mira. Se acomoda las gafas y suspira.

Da un paso con el pie libre, y luego arrastra el otro haciendo que Carina ría.

—Tío necesito...—Antonella se detiene cuando mira a su tío con Carina aferrada a su pie—. Oh, una berrinchuda.

—¡No soy berrinchuda! —se defiende nuestra hija.

Antonella me mira con una ceja arqueada, y sé lo que piensa.

La mayor de los desastres estaba por cumplir los veintiún años, en menos de cuatro meses obtendría la mayoría de edad y sería toda una mujer independiente, como Jodi solía decir.

Me ponía tan nostálgica pensar en eso, pensar que la adolescente de dieciséis que conocí comenzaba a crecer.

—Claro que eres una berrinchuda —dice ella con una sonrisa—. ¿Verdad tío? ¿A quien te recuerda?

Ángelo resopla.

—Parece que le heredaste el carácter a Bella —dice Ángelo intentando deshacerse del agarre de nuestra hija.

—¿Quién sacó mi carácter? —Bella ingresa mirándonos con extrañeza.

Nuestro segundo desastre con once años de edad, ha cambiado los berrinches por la elegancia, Jodi decía que estaba convirtiéndose en una niña mimada, pero agradable.

Se convirtió en una fanática de la moda y ser la consentida de su tío no ayudó demasiado, tenía más ropa que Antonella y yo juntas.

—¿Vas a soltarme? —inquiere Ángelo hacia la niña que aún se mantiene con las piernas y brazos cruzados por la pierna de su padre.

—No.

Bella ríe, Antonella también y le lanzan una mirada divertida a su tío antes de darnos la espalda y subir las escaleras.

Stellina mia —murmura Ángelo empleando un tono dulce—. ¿Podrías soltarme? Necesito trabajar.

—¿Vas a llevarme al parque? —mi esposo resopla—. Y quiero un chocolate también.

—No son peticiones exageradas —intervengo.

—No me ayudes, Daph —pide con suplica.

—Te llevaré al parque por la tarde.

—No, ahora.

—Por la tarde y se acaba —sentencia.

—Por la tarde, pero me compras chocolate.

En este punto es imposible retener mi risa, ver a un adulto y un niño negociar es la cosa más graciosa del mundo.

—De acuerdo.

Nuestra hija suelta el pie de su padre y Ángelo se aparta.

—Gracias —responde mirando a la pequeña—. Eres un pequeño desastre andante.

—¿Nosotros también iremos al parque? —Matt y Tadeo regresan, mirando a su padre con reproche.

Los trillizos estaban por cumplir tres años, pero a su corta edad cada uno había desarrollado una personalidad distinta. Matt era serio, el más serio de los tres. Reía pocas veces por las bromas de sus tíos y solo con Franco parecía congeniar.

—Será un abogado —solía decir Franco para molestar a Ángelo.

Taddeo por otro lado, era el risueño. El niño encantador que repartía sonrisas a todo el mundo, Ángelo decía que teníamos la misma sonrisa, que poseíamos el mismo ánimo y vibra.

Cuando cocinaba, Taddeo subía a uno de los bancos y siempre miraba, no tenía preferencias por ninguno de mis hijos, todos eran mi adoración, pero Taddeo era quien pasaba más tiempo a mi lado, Carina lo hacía con Ángelo, a pesar de que cada dos horas escuchabas discusiones y negociaciones entre el hombre y la niña de tres.

Matteo es algo así como convenenciero, sabe elegir sus bandos, decía Ángelo.

Pero lo cierto es que los tres eran nuestro mundo entero. La casa nunca estaba en silencio, mucho menos cuando nuestros dos niños iban con su hermano mayor a jugar los videojuegos, a Jacob le encantaba que sus hermanos pasaran tiempo en su habitación.

Eran unidos, y eso es algo que Ángelo y yo habíamos querido fomentar, todos eran importantes para nosotros, Anto, Bella, Lía, Jacob y los trillizos, los queríamos tanto que no deseábamos que ninguno se sintiera desplazado.

—Bien, todos iremos al parque por la tarde —promete el hombre a unos pasos—. Incluyendo a sus hermanos y sus primas.

—¡Sí! —los trillizos gritan con énfasis y las comisuras de los labios de Ángelo se tensan, aprieta los labios intentando retener la sonrisa, pero no lo consigue demasiado bien.

—Ahora iré a trabajar antes de que alguno de ustedes decida chantajearme con otra cosa —dice mirando una última vez a nuestros hijos.

Cuando cruza por mi lado, se detiene algunos segundos y se inclina para besar mi frente.

Dejo el florero que he estado sosteniendo todo este tiempo y parecía haber olvidado. Sigo a mi esposo hacia el estudio, tomo una inhalación mientras toco levemente la puerta e ingreso.

—Mia regina —dice con una sonrisa ladeada.

—Mi sexi italiano —saludo como si no nos hubiésemos visto hace algunos minutos—. No quiero robarte mucho tiempo...

—Tengo todo el tiempo del mundo para ti —dice rodeando el escritorio—. ¿Qué pasa?

—¿Recuerdas nuestra apuesta? —inquiero.

Arruga la frente, como si intentara recordar.

—¿Cuál?

—La de si los trillizos serían unos desastres o no.

Una carcajada brota de él mientras asiente.

—Santo cielo, ¿Cómo la recuerdas? —inquiere—. Pero sí, ya me he acordado. Creo que gané, ¿no lo crees?

Sonrío, apartándome un poco y asintiendo.

—Lo hiciste —aseguro—. Y es por eso que tengo algo para ti.

Ángelo arquea una de sus cejas, se quita las gafas mientras sus labios forman una sonrisa un poco más leve.

—Ah, ¿sí? —me toma de la cintura, apegándome a su cuerpo—. ¿Y eso que es?

Meto la mano en el bolsillo trasero de mi pantalón y tomo la pequeña fotografía. Luego me aparto, aún manteniendo la mano detrás de mi espalda.

—Creo que podremos hacer otra apuesta.

Arruga la frente, la curiosidad se filtra en sus ojos mientras se mantiene expectante.

Tomo una inhalación mientras llevo la mano hacia adelante, y le entrego la fotografía.

—Hay un nuevo desastre en camino —Ángelo permanece en silencio por un tiempo que me parece eterno.

Toma la imagen de la ecografía con lentitud, sus hombros se elevan y algo en mi explota cuando no tengo la reacción esperada.

—¿Estás...estás embarazada? —inquiere con cautela—. ¿Realmente embarazada?

Asiento.

—Oh, por Dios —exclama y algo en él se activa—. ¡Oh por Dios!

Me rodea de pronto con sus brazos, me aferro a él cuando me eleva y gira sobre su eje, rio con fuerza cuando no se detiene, sino que continua.

—Y buenas noticias, esta vez es solo uno —le aseguro.

—Pero, ¿hace cuanto...?

—Tres meses —informo—. Me di cuenta apenas y fui con Jodi. Quería estar cien por ciento segura, porque las pruebas rápidas mostraron negativo.

—Mia regina...esto es...—la emoción explota en sus ojos, me toma del brazo y tira de mí hasta poder abrazarme de nuevo. Mi visión se nubla mientras me apego a su cuerpo— esto es un sueño.

—Creo que será nuestro último desastre —murmuro divertida—. Tenemos los suficientes.

—Claramente —asegura colocando las manos para acunar mi rostro—. Ti amo tanto amore mio.

All'infinito.

Sonríe cuando escucha la respuesta, se inclina hasta posar sus labios contra los míos, el contacto esta cargado de emoción, de ese sentimiento que hemos experimentado a lo largos de los años.

—Siempre hasta el infinito —responde—. Mia regina.

—Mi sexi italiano —su rostro se ilumina y vuelve a besarme.

Cuando se aparta, vuelve a centrar la atención en la fotografía, la mira por varios minutos antes de conseguir mirarme a los ojos.

—Va a ser un pequeño desastre igual que sus hermanos.

—No lo creo —aseguro y él arquea una de sus perfectas cejas.

—¿Quieres apostar? —inquiere divertido.

Una risa me invade mientras extiendo la mano hacia él.

—Somos una pareja de casinos —le recuerdo—. Así que acepto la apuesta, señor Lombardi.

—Le ganaré de nuevo, señora Lombardi —responde con aire socarrón, pero con una sonrisa encantadora.

Sellamos la apuesta con ese gesto antes de reír con fuerza, vuelve a abrazarme esta vez con el entusiasmo disminuido luego de la noticia, pero sigue sintiéndose igual.

Tan cálido, tan seguro, tan él.

Y por si tienen duda, no, esta vez él señor Lombardi no ganó la apuesta.

Dante Lombardi fue nuestro último hijo, nació a mediados de verano, con un clima precioso en Italia, un niño idéntico a su padre, tan parecido desde el segundo en el que lo sostuve por primera vez en mis manos.

Fue nuestra calma, nuestro respiro. Después de siete desastres, merecíamos un poco de calma, ¿o no?

Dante conforme creció se convirtió en el intermediario entre sus hermanos, el que siempre conseguía que los trillizos se salieran con la suya interviniendo con su padre, el que, a pesar de ser mucho menor, cuidaba de Carina y de Lía, se convirtió en la adoración de Bella por la forma tan dulce que lo caracterizaba.

De todos los Lombardi, Dante fue la calma, fue esa lluvia que apaga los fuegos, esa calidez que disminuye la fuerza de tornados, fue el protegido de sus hermanos, y a su vez, él les correspondía con tanto amor y dulzura.

Fueron tan distintos, pero al final, son nuestros niños, tan amados y únicos, cada uno nos ha cambiado de formas impensables, cada uno viene con una consecuencia maravillosa, forma parte de un todo, se han incrustado y dejado una marca.

Y al final del camino entiendes que tal vez, la destrucción no siempre está asociada a la tragedia, a veces, tenemos que destruirnos para volver a surgir de una manera tan maravillosa e increíble, como el mayor de los desastres.

Hay una palabra en italiano a la que ninguna otra lengua le ha podido encontrar traducción, es Sovramagnificentissimamente. Una palabra de 27 letras con la que se puede mostrar una desenfrenada felicidad, un sinónimo de algo más que maravilloso, algo que va mucho más allá de "increíble" o "excepcional"

Y si tuviera que elegir una sola palabra para describir como fue mi vida con Ángelo y mi familia, sin duda alguna sería: Sovramagnificentissimamente.

Una sola palabra, veintisiete letras, un sentimiento imposible de explicar eclipsado en ellas.

Ángelo y yo fuimos felices, con cada uno de nuestros niños, tuvimos una familia preciosa y nos amamos hasta el infinito.

Como prometimos el día de nuestra boda, nos amaríamos hasta el infinito, siempre hasta el infinito, hasta el último día de nuestra existencia, con nuestra promesa intacta de esperarnos el uno al otro, siempre al final del camino. 

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Ahhhh, ahora sí, esta historia ha llegado a su final de manera definitiva T-T estoy tan encariñada que me cuesta dejarla, no quiero hacerlo pero la historia concluye en este punto y solo puedo decir...¡GRACIAS! por tanto apoyo, por tanto comentario tan bonito, por todas sus palabras de aliento.

Gracias por estar conmigo en cada aventura... no tengo más para decir...besos y ahora me iré a llorar de lo emocionada y nostálgica que estoy.

-¡Adiós a nuestro sexi italiano!

En otras noticias.... ¡TENEMOS HISTORIA DE ANTONI! LA PUEDEN ENCONTRAR EN MI PERFIL YA PUBLICADA



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