44.- Intentar no siempre es suficiente.
Ángelo.
No sé cuánto ha pasado, he perdido la noción del tiempo, sé que no es mucho, pero pareciera como una maldita eternidad.
Las ataduras en mis manos duelen, el contacto de las cuerdas contra la piel quema con el mínimo movimiento, pese a eso, no dejo de intentar librarme de las cuerdas.
Han llamado a Antoni, le han pedido cinco millones para dejarnos ir, pero es claro que se traen algo más entre manos, algo que probablemente involucre el dejarme sin vida.
La cabeza me duele, y lo hace más con cualquier leve movimiento del cuello. Gracias al cielo Renata se ha mantenido lejos de mí, y por mi propio bien, he decido cerrar la boca.
No quiero seguir explorando el límite de su locura.
Lía no ha vuelto a llorar y eso me tranquiliza en una cierta parte, puedo verla a través de la pantalla de la computadora que Renata ha dejado abierta para vigilarlos, y una parte de mí quiere encontrar una forma de liberarme de esto.
Muevo el cuello soltando un leve quejido que esta vez no es fingido. Renata me mira entornando los ojos hacia mí.
—¿Qué? ¿No puedo quejarme? —inquiero—. Creo que es lo menos que puedo hacer.
Rueda los ojos y vuelve la atención al celular.
—Espero que tu hermano sea rápido para pagar —dice sin mirarme.
—Le diste cuarenta y ocho horas, apenas han pasado, ¿Cuánto?
—Dos horas.
—Ahí tienes, faltan cuarenta y seis.
Un nuevo silencio nos envuelve. Mis brazos comienzan a sentirse entumidos por la posición en la que se encuentran así que abro y cierro los puños, intentando deshacerme de la sensación.
Russell no se encuentra en el edificio, según lo que pude escuchar fue a casa, y esperaba realmente que alguien se diera cuenta de que ha estado mintiendo todo este tiempo.
Mis pensamientos vuelven a Daphne, en lo idiota que fui al no decirle nada de esto, pero una parte de mí sabe que es mejor así. De saber en dónde me encuentro, sería capaz de venir ella misma, y no planeo arriesgarla de esa manera.
Anto y Bella la necesitan en casa, necesita que alguien cuide de ellas.
El movimiento de Renata incorporándose capta mi atención, cuando se acerca demasiado mi cuerpo se pone rígido.
—No te alarmes —dice tomando la camisa para acomodarla—. Solo que tenerte con la camisa abierta es una maldita tentación. Y no quiero que Russell nos asesine a ambos, o al menos, no a ti antes de tiempo.
Me mantengo en silencio mientras cierra los botones, y acomoda el pantalón.
—¿Qué? ¿Has decidido quedarte en silencio? —inquiere divertida.
—No quiero provocarte —admito elevando los hombros—. Me he dado cuenta de que en verdad has perdido la cabeza.
Sonríe, se aparta y vuelve al banco en donde ha estado todo este tiempo. Mira la pantalla de la computadora por un corto tiempo y luego regresa la atención a mí.
—Quiero ver a Lía.
—La estás viendo.
—No, quiero verla —repito—. Por favor.
Entrecierra los ojos mirándome con detenimiento. Parece considerar sus opciones, mantengo la esperanza de que entre la lista se encuentre soltarme,
No dice nada, se incorpora y sale de la habitación. Suelto un suspiro pesado mientras una maldición abandona mis labios.
Muevo el cuello a pesar del dolor, enderezo la espalda e intento mover los pies porque pasar casi seis malditas horas en una misma posición comienza a pasar la factura.
Cuando miro la pantalla de la computadora, veo a Renata tomando a Lía en brazos, Jacob y ella intercambian algunas palabras y parece advertirle algo.
Maldita sea, luego de esto realmente juro que Jacob no volverá a su lado. Recuerdo la orden del juez, si ambos cometían de nuevo alguna especie de crimen, podría quedarme con la custodia de Jacob.
Y esto definitivamente es un crimen grave.
—Parece que alguien te extraña —me alivio cuando miro a Lía, además de un poco de suciedad en la ropa, no hay nada más. En cuanto me ve, extiende los brazos hacia mí e inclina el cuerpo hacia adelante.
—Tío —se remueve entre los brazos de Renata y ella resopla, se inclina y la deja en el suelo.
Lía no tarda en caminar hacia donde me encuentro y una sonrisa se posiciona en mis labios cuando consigue caminar toda la distancia sin caerse. Sus pequeñas manos se colocan sobre mis piernas y luego las extiende a mí.
—Tío.
—Hola, princesa —me inclino hacia adelante y las ataduras me hacen formar una mueca. Dejo de mirar a mi sobrina para mirar a Renata—. ¿En serio? ¿Planeas solo dejarla aquí?
—No voy a soltarte.
—No intentaré escapar, si eso te preocupa —mascullo—. Si no me matan ustedes lo harán las personas de este barrio.
Nunca creí que fuese fácil convencerla.
—Si intentas huir, o hacer cualquier cosa, recuerda que aún tengo a Jacob en mi poder —dice señalando la pantalla—. Tan pronto como salgas, él pagará por ti.
—¿Lastimarás a tu propio hijo? ¿De verdad? ¿Qué clase de madre eres?
No me responde, me rodea hasta colocarse detrás de mi espalda y siento sus manos en mis muñecas. Observo a Lía, ella me mira con atención y luego sonríe.
La presión de las manos desaparece y la zona se siente aliviada, colocar los brazos por delante se siente como la gloria. Los muevo ligeramente antes de observar la zona amoratada de mis muñecas, sitio en donde la cuerda se encontraba.
—Ven aquí, preciosa —tomo a Lía en brazos, ella envuelve las manos alrededor de mi cuello y me siento aliviado de comprobar que efectivamente no está herida de ningún modo.
Renata se aparta, se coloca justo a un costado de la puerta, apoyándose en ella y cruzándose de brazos.
—Eres adorable con bebés —vuelvo la atención a Renata. Sonríe con ligereza mientras mira a Lía—. Siempre supe que como padre serías estupendo.
—Bueno, me quitaste la oportunidad de comprobarlo —musito.
—¿Sabes algo? Si nunca te hubieses enterado, si no hubieses escuchado esa llamada, nunca te hubiese dejado —apego a Lía a mi cuerpo, quien parece demasiado entretenida con uno de los botones.
—¿Esperas que lo crea? Dijiste que ibas a dejarme apenas tuvieras lo suficiente.
—¿Me crees idiota? Nada de lo que pudiera conseguir se comparaba con lo que tendría si me quedaba a tu lado. Tienes razón, sería tu esposa, sería dueña en parte de todo lo que posees, nunca iba a dejarte, Ángelo.
—Eso no importa ahora —mascullo—. No iba a quedarme contigo sabiendo que me engañaste.
Suspira.
—Mantenía la esperanza de que sí —confiesa.
Sonrío, sacudiendo la cabeza con ligereza. Lía se remueve entre mis piernas y me incorporo. Renata parece alarmarse cuando lo hago, mis piernas se sienten aliviadas y camino con ligereza unos pasos, sosteniendo a mi sobrina contra mi pecho.
Su celular suena antes de que pueda decir algo, mira la pantalla por un par de segundos y luego a mí.
—Quédate aquí —advierte saliendo.
Tan pronto como se marcha, saco el celular de mi bolsillo. Gracias al cielo aún tiene pila y señal.
Considero a quien llamar, alguien sensato llamaría a emergencias, pero la única persona a la que quiero llamar es Daphne. Los celulares están intervenidos así que localizarán la llamada.
Marco el número con rapidez, y miro en dirección a la puerta.
—¿Ángelo?
—Daph...
—Gracias al cielo —su voz se rompe—. ¿Estás bien? ¿En dónde estás?
—Daph, escucha, dile al oficial que estamos en la bodega 209 en Mirabella, tengo a Lía ahora conmigo, pero Jacob está abajo. No sé si Russell está aquí pero no le digas nada, él tiene todo que ver, él planeó esto.
El sonido de varias voces al otro lado de la línea me confirma que no está sola.
—Lo sabía, sabía que mentía —dice y retengo la sonrisa.
—No tengo mucho tiempo, Daph. Recuerda, bodega 209 en Mirabella, diles que vengan ahora.
—Rastrearon tu celular, van en camino...
Cuelgo la llamada, guardando el celular en mi espalda, sujetándolo con el cinturón en el momento exacto en el que Renata vuelve.
—¿Qué hiciste?
—Nada —respondo acomodando a Lía entre mis brazos—. ¿Qué podría hacer en menos de dos minutos?
Rastrearon el celular, solo debía esperar.
Y conseguir que dejara a Lía conmigo.
Vuelvo a tomar asiento, centrándome en mi sobrina.
—¿Mamá? —pregunta y acaricio su cabello.
—Pronto iremos con mamá —digo acomodándole el rizo que cae por su frente—. Seguro te extraña.
—¿Le dice mamá a tu novia? —inquiere—. Vaya, al parecer vas en serio con la niñera.
—Tan en serio como se puede —respondo—. ¿Verdad cariño?
Lía ríe cuando dejo varios besos en su mejilla.
—Tío, leche —elevo la mirada hacia Renata—. Leche.
—Tiene hambre —murmuro—. ¿No le diste comida? Dijiste que le diste de comer.
—Le di, si un par de galletas cuentan como comida.
—Renata...—me incorporo y ella vuelve a su posición defensiva—. Es una bebé, no puedes tenerla sin comida por más de seis horas.
—Entonces dile a tu hermano que pague, así puedes alimentarla —dice y sonríe—. Ahora, vuelve a la silla si no quieres que me la lleve.
—Intenta quitármela, y verás de lo que soy capaz —reto.
Renata tensa la mandíbula, aprieta los puños y parece entender que cometió un error al soltarme.
—Tío, leche —repite Lía removiéndose en mis brazos.
—¿Tienes algo para que coma? —inquiero—. No puedes esperar que realmente no coma nada.
Ella suspira, dejo a Lía en la silla, y ella nos mira por un segundo antes de darnos la espalda.
Ubico una madera que sostiene la puerta, Renata está demasiado concentrada buscando algo en la bolsa que apenas y me mira, camino hacia ahí y me apodero de la vieja madera.
—¿Crees que...? —gira hacia donde se supone que estaba antes.
Solo un golpe, Ángelo, no vas a matarla.
No lo dudo, es una fracción de tiempo en la que mis brazos se mueven, impulsando con fuerza la madera y el golpe seco contra ella es todo lo que se escucha mientras su cuerpo se desvanece frente a mí.
El cuerpo se Renata cae contra el suelo de la habitación, joder, joder.
—Bien, esto es en defensa propia. Te tenía secuestrado y actuaste en defensa propia, dudo que vaya a la cárcel por esto —mascullo para mí mismo caminando hacia Lía—. Vamos, amor, tenemos que salir de aquí.
Me apresuro a tomarla en brazos, le doy una última mirada a la mujer en el suelo y luego salgo.
Bajo las escaleras con rapidez, intentando no caer por ellas.
—¡Jacob! —grito cuando estoy abajo—. ¡Jacob!
—¡Papá! —el eco de la voz viene de alguna habitación—. ¡Papá estoy aquí!
Camino hacia el pasillo, todas las habitaciones están abiertas, excepto una. Cuando intento abrir la puerta, esta no cede.
—Jacob, estoy aquí —hablo empujando con más fuerza, pero es casi imposible de abrir.
—Papá quiero irme, ya no quiero estar aquí —dice con voz rota—. Quiero ir contigo, a casa.
—Sí, hijo, iremos a casa —seguramente han cerrado la puerta con seguro. Considero subir de nuevo y buscar la llave con Renata, pero sería perder tiempo.
—Bien, princesa, quédate aquí —dejo a Lía en el suelo y luego examino la puerta—. Jacob, necesito que te apartes porque la puerta puede caer.
Sus pasos se escuchan así que deduzco que ya se ha alejado, tomo una inhalación antes de golpear mi cuerpo contra la puerta, polvo cae mientras repito la acción y la madera se inclina.
—Vamos —mascullo mientras vuelvo a golpear con fuerza y algo cruje—. ¡Vamos!
Un último golpe me basta para que la madera caiga con un golpe seco.
—¡Papá! —Jacob corre hacia mí pasando por encima de la vieja madera.
—Vamos, tenemos que irnos —apresuro. Me acerco para tomar a Lía, y luego sujeto con firmeza la mano de Jacob.
Tenía que salir, es seguro que el auto lo hayan movido para que no pueda ser rastrado, sin embargo, antes de que siquiera pueda salir, alguien me detiene.
—Si no quieres que te dispare, detente —Renata está a mitad de las escaleras, tiene una mano en la parte trasera de su cabeza y en la otra, el arma.
—Déjame ir —mascullo—. O tú serás la que acabe perdiendo todo.
Lía se remueve en mis brazos, Jacob se esconde detrás de mi cuerpo y yo le sostengo la mirada a la mujer que se acerca cada vez más, bajando los escalones dando un par de traspiés.
—Te dije que detesto que las personas intenten pasarse de listas —sonríe y me apunta con el arma—. ¿Creíste que podías solo intentar matarme?
—No quería matarte, ese golpe no fue para matar —aclaro.
—Como sea, no voy a dejar que me arruines de nuevo —sentencia—. No dejaré que arruines nuestros planes.
—Mamá, no le hagas nada a mi papá —la voz de Jacob se deja oír—. Por favor.
—Jacob, cielo, ven aquí.
—No —se aferra más a mi costado y cruzo uno de mis brazos por sus hombros—. Eres mala, tú y Russell son malos. Quiero ir con papá.
—¿Vas a matarme? ¿Delante de tu hijo? —inquiero—. ¿Lo harás mientras sostengo a una bebé en brazos?
Su mirada vacila, y no espero ni por asomo, lo que hace.
El disparo retumba y el dolor explota en una de mis piernas, suelto un grito de dolor mientras me aparto, sostengo a Lía en brazos aun cuando mi cuerpo cae.
—¡Papá!
—Si no quieres que le dispare a tu padre, ven aquí, Jacob —ordena Renata.
Lía llora, su llanto me taladra los oídos mientras mi respiración se corta. La sangre brota de la herida y cuando Renata se acerca para arrebatarme a Lía, no puedo detenerla.
—¡Joder! —pongo la mano en la herida.
—Ahora, esperaremos a que Russell venga y entonces, si tu familia no nos paga lo correspondiente, juro que te mato aquí mismo —advierte.
Toma el brazo de Jacob y lo arrastra con brusquedad por el pasillo, la sangre mancha las palmas de mis manos mientras miro la herida.
Solo debo esperar porque lleguen, ella dijo que habían rastreado el celular.
Intento mover la pierna, pero el dolor es insoportable, así que solo presiono, tanto como me es posible intentando detener el sangrado.
—Son solo niños —mascullo cuando Renata vuelve—. Déjalos fuera de todo esto, si quieres tenerme aquí, hazlo. Pero por favor, Renata, déjalos ir.
—Ángelo Lombardi suplicando —dice sonriendo. Me apunta con el arma y creo que es capaz de dispararme otra vez.
—La policía ya sabe la ubicación —le informo en un último intento—. En cualquier momento estarán aquí, Russell no vendrá porque probablemente ya sabe que la policía viene hacia la bodega.
—No...
Llevo la mano hacia la espalda, tomo el celular y se lo enseño. Su rostro se contrae con rabia mientras se aparta.
—Rastrearon mi celular, llegarán en cualquier momento. No habrá dinero, no tendrás nada así que, si quieres matarme, hazlo. Dispárame, pero la policía irá detrás de ti, o puedes escapar, irte ahora.
—Russell vendrá.
—Llámalo —retengo el dolor, lo tolero aun cuando sobrepasa el límite—. No te cogerá el teléfono, lo puedo asegurar.
Me mira, parece considerar todo lo que he dicho y cuando los llantos de Jacob y Lía se escuchan, parece desesperarse.
Toma el celular, me da la espalda y marca el número, se mueve con desesperación por el sucio pasillo. El dolor aumenta cada vez más, se hace más fuerte a cada segundo y mi cuerpo se estremece.
Necesito detener el sangrado o no saldré de este sitio.
—¡Maldita sea! —grita y lanza el celular con fuerza hacia una de las paredes—. ¡Maldita sea!
—Vendrán en cualquier segundo —repito, me apunta con el arma y mi cuerpo se pone rígido—. Me matas aquí, ¿Qué harás luego? No podrás ir a un aeropuerto, seguramente están buscando a Jacob y a Lía, estarán buscándote también.
—No siempre vas a ganar.
—¿Crees que gané? —inquiero—. ¿Crees que lo hice? ¡Tienes a mi hijo y sobrina en una maldita habitación! ¡Me has disparado! ¿Crees que yo considero esto una victoria? ¡Me has jodido! ¡Por cinco años te saliste con la tuya! Me quitaste todo cuanto pudiste.
—¡Y lo recuperaste!
—Porque te metiste con lo que más amo en el mundo, porque te advertí que si dañabas a mis niñas no iba a quedarme de brazos cruzados. Y cumplí. Por ellas, para tenerlas, para recuperarlas, no fue por mí.
No responde, se aleja y lanza un grito frustrado.
—Es tu oportunidad de irte y al menos poder escapar, o intentar hacerlo.
—Me llevaré a Jacob.
—¡No! —grito cuando camina hacia el pasillo—. ¿No lo entiendes? ¡Será imposible que salgas con él! Su fotografía está circulando, alerta amber, Renata.
—Ya sé lo que haces —dice volviendo—. Quieres que me vaya, quieres que te deje a Jacob y harás que me atrapen, harás que me lo quiten, ¿no es cierto? Eso es lo que planeas.
Una risa la asalta y sacude la cabeza.
—No soy estúpida, Ángelo.
El dolor se intensifica y cierro los ojos, mis manos han comenzado temblar, y una sensación helada me envuelve.
—Renata...—mi voz brota en un susurro—. Solo detente. Solo para. Nuestro hijo está llorando, asustado en esa habitación por lo que acaba de verte hacer, ¿realmente esto es lo que quieres?
Cada vez es más complicado respirar, me repito que solo debo mantenerme despierto, que debo ignorar la sensación de fatiga en mi organismo.
—¿Quieres que recuerde como me disparaste? ¿Cómo hiciste que el hombre que considera su padre muriera? Porque tengo un disparo, una maldita herida que no deja de sangrar y es cuestión de minutos para que quede inconsciente. Y cuando eso pase, estarás perdida.
—Cállate.
—Si lo quieres, si lo amas tan solo un poco, detente.
Su barbilla tiembla, mira en dirección al pasillo y cierra los ojos.
—La puerta tiene seguro —dice mirándome fríamente—. Suerte intentando abrirla.
Y luego se va.
—¡Joder! —un grito brota de mis labios cuando ella se marcha.
Intento incorporarme, el dolor explota en mi pierna y vuelvo a caer contra el polvo. Apoyo una de mis manos contra el suelo y con la otra me sostengo de la pared, apenas y consigo ponerme de pie, cierro los ojos reteniendo la maldición y la sensación caliente de la sangre brotando de la herida me da escalofríos.
—¡Papá! —ubico con rapidez la puerta de donde viene la voz de Jacob.
Mi cuerpo se siente débil, un leve mareo me aturde y cuando volteo, miro la cantidad considerable de sangre que ha brotado de la herida.
Me toma más tiempo del que me gustaría llegar hasta la puerta, esta vez está como la anterior, atascada con el seguro. Empujo la madera, pero esta es más resistente, más firme.
—Jacob, apártate —pido.
—Ya —habla con voz temblorosa desde el otro lado.
Dicen que, en una situación de riesgo o estrés, el cuerpo es capaz de producir tanta adrenalina que puede conseguir cosas que, en un estado de calma, no pueden ser posibles.
Una dosis de fuerzas extra lo suficientemente fuerte como para ayudarnos a hacer lo que deseamos, y creo que es así como aún con la herida en la pierna, con el dolor incrementando de forma exponencial, con el mareo y el frío en mi cuerpo, soy capaz de echar la puerta abajo.
El golpe seco que hace al caer levanta una nube de polvo, me cubro la nariz y escucho a Jacob toser.
Cuando el polvo se dispersa, lo miro. Sostiene a Lía en sus brazos mientras cubre el rostro de su prima con su pequeña mano.
—Ven aquí, hijo.
—Estás herido —dice mirando el pantalón—. Mamá te hizo daño.
—Está bien, debemos salir de aquí —me inclino para tomar a Lía, la rojez en sus ojos y los leves respingos que hace es señal clara del tiempo que ha pasado llorando—. Está bien, está bien.
Avanzamos por los pasillos, pero el dolor en la pierna me impide continuar, me apego a una de las paredes, sintiendo mi respiración pesada y el cuerpo cansado.
—¿Papá? ¿Estás bien?
—Lo estoy —respondo sonriéndole.
La oscuridad comienza a colarse por las ventanas, así que deduzco que es tarde, por Dios, ¿qué tanto demorarían en llegar?
Casi no siento la pierna para cuando salimos, la brisa nos golpea y me basta una mirada alrededor para mirar mi auto, sigue en el mismo sitio. Al parecer no eran tan listos como se esperaba.
—¿Papá? —volteo hacia Jacob—. Sangras mucho.
—Estoy bien —miento.
El brazo en el que sostengo a Lía comienza a cansarse así que la dejo en el suelo, tanteo el bolsillo hasta encontrar las llaves del auto y quito la alarma.
Hay un grupo de personas, nada amigables, que vienen en esta dirección, necesito detener el sangrado en la herida y ponernos a salvo.
—Vamos, debemos ir al auto.
Antes de que pueda tomar a Lía, Jacob lo hace. Sonrío cuando él me mira y avanza, tambaleándose con ligereza. Tomo una inhalación antes avanzar y hacer una mueca por el dolor, tan pronto como llegamos y los he subido al auto, voy hacia el asiento del conductor.
Muevo el asiento y tomo una de las frazadas que supongo son de Daphne, me quejo y retengo la maldición cuando la coloco cerca de la herida y hago presión, tan fuerte que la sangre deja de fluir.
Cuando lo he colocado tan firme como puedo, tomo el celular. Antes de que pueda hacer algo, las luces y sonido de patrullas se escuchan, las luces rojas y azules se distinguen a la distancia y me alivio.
Están aquí, han llegado.
—No bajes del auto, ¿de acuerdo? —inquiero hacia Jacob—. Cuida de Lía.
—¿A dónde vas? —inquiere en un hilo de voz.
—A decirles en donde estamos.
Abro la puerta del auto, bajo y camino, o lo intento, hasta colocarme a la vista, los autos de las patrullas se detienen, varios oficiales bajan y me alivio. Alguien hace una seña al aire, una expresión que puedo distinguir bastante bien.
—¡Apártese del camino!
Las luces de un auto encienden, enfocan el camino y es una fracción de segundo, un escaso tiempo en el que volteo y distingo el auto acelerando en mi dirección.
Es demasiado pronto como para correr, muy poco tiempo como para apartarme, está a menos de tres metros, dos, uno...
La parte delantera del auto me impacta, escucho algo crujir y la ola de dolor me envuelve mientras mi cuerpo se proyecta hacia adelante con velocidad, como si fuese una ráfaga que me impulsa hasta estrellarme en el concreto.
Mi mente es aún consciente cuando caigo sobre el pavimento, mi cabeza golpea con fuerza, pero mi cerebro no se apaga. No puedo respirar, los sonidos se intensifican, una sensación abrumadora mientras siento el dolor expandirse a un grado que jamás creí sentir.
—No te dejaré ganar.
—¡Baje el arma! —el grito de los oficiales me envuelve—. ¡Baje el arma ahora!
—Antes de caer, voy a arrastrarte conmigo, no volverás a arruinarme —la imagen de Renata aparece frente a mí, necesito respirar, pero no puedo hacerlo, mis pulmones arden, mi pecho quema con fuerza y el dolor parece incrementarse muchísimo más—. Ni tú ni Russell volverán a arruinarme, porque voy a arrastrarlos conmigo.
Cierro los ojos.
Daphne
Mis niñas.
Jacob.
Los oficiales se acercan, deduzco que Renata ha soltado el arma, pero mi mente comienza a nublarse. Escucho las voces, pero son demasiado lejanas, tanto que soy incapaz de prestarles atención.
Lo siento, mis niñas. Lo siento, Jacob.
Lo siento, mia regina.
Lo siento. Una lágrima desciende por el costado de mi rostro.
Lo intenté, juro que lo intenté.
Lo siento, lo siento, lo siento.
Solo ahí todo se apaga, el dolor desaparece, y la oscuridad me consume por completo.
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