43.- Negociaciones
IMPORTANTE, NO SE SALTEN LA NOTA DEL FINAL.
__________________________________________________________________________
Ángelo.
Franco tuvo listos los documentos con rapidez, en menos de una hora mi firma contenía un escrito en donde dejaba a Daphne a cargo de todo, en donde especificaba claramente que ella sería la única persona con la custodia total de todas mis sobrinas, tendría los fondos para ella, las acciones, y la herencia.
Pero no le dije absolutamente nada.
—Ángelo, al menos dime a dónde vas —Franco ha intentado persuadirme, convencerme de que hable con la policía, de que diga lo que sé.
Pero sé bien que, de hacerlo, que de hablar con la policía y decirles el paradero de Renata, ella no dudará en dañar a Lía. Tan pronto como se vea acorralada, verá en mi sobrina a su método de salvación, y no planeo arriesgar más a mi niña.
—Te mandaré mi ubicación tan pronto como tenga a Lía y Jacob conmigo —murmuro—. No antes.
—Ángelo...
—Cuida de Daphne —pido—. Y ya sabes lo que tienes que hacer.
Subo al auto, guardándome el arma que nunca he sacado de la caja fuerte hasta el día de hoy. Arma que perteneció a mi padre, y nunca pensé tomar en mis manos.
Me la coloco en la parte trasera de la espalda, lo suficientemente firme y al alcance para utilizarla si es necesario. Activo la función de ubicación del celular porque si Franco quería rastrearme en este momento, podría hacerlo, no voy a impedírselo.
He respondido el correo de Renata, diciéndole que la veré en el sitio que ha indicado. No obtuve una respuesta, pero confiaba lo suficiente en que lo ha recibido y leído.
Mientras avanzo por las calles de Milán, no me fijo en la velocidad, simplemente conduzco con rapidez, con tanta como me es posible deseando llegar a ese sitio y recuperar a mi sobrina.
No será tan sencillo.
Si me citó ahí, si lo hizo sin pedir ni un solo centavo, entonces significaba que algo más se traía entre manos, y debía de estar preparado para lo que sea que intentaba hacer.
Mi pulso se acelera conforme ingreso a Silicia, la cantidad de edificios abandonos y casi en ruinas es impresionante, las personas no parecen preocuparse por lo que ocurre a su alrededor, mucho menos en si alguien viene aquí teniendo un plan criminal en mente.
Sigo la dirección que el navegador me marca, avanzando por las estrechas calles hasta que llego a la bodega correspondiente. Un viejo edificio se alza frente a mí, las paredes están llenas de humedad y parece tan antiguo que puede venirse abajo el cualquier momento.
¿Quién me aseguraba que Lía está aquí? ¿Cómo saber que no solo se trata de una trampa?
Sacudo la cabeza, no he llegado hasta aquí para comenzar a dudar. Nadie me garantiza que mi sobrina está en ese viejo edificio, pero sí lo está, si en verdad está y yo me marcho, jamás podría perdonármelo.
—Lucca si deseas aparecer en modo de fantasma...creo que es buen momento para que lo hagas —mascullo bajando del auto—. Al menos impide que esa mujer me asesine.
Me reprendo de lo patético que luzco hablándole a mi hermano muerto, pero ese pensamiento consigue bajar la tensión en mi cuerpo.
Me detengo frente a la vieja madera que funciona como puerta, cierro los ojos por un par de segundos y empujo, un chirrido se deja escuchar y la puerta se sacude ante el movimiento. Ingreso, llevando una de mis manos por debajo de la chaqueta para conseguir dejarla cerca del arma.
Un silencio me envuelve, el olor es bastante desagradable así que arrugo la nariz mientras avanzo. Hay varias puertas que deduzco conducen a unas habitaciones, y luego una escalera al fondo.
Una tenue luz consigue colarse por los cristales opacos, así que es difícil ver si hay alguien más.
—Viniste —elevo la mirada ante la voz femenina que se deja escuchar.
Una parte de mí se alivia al ver a Renata sosteniendo a mi sobrina en brazos, Lía no llora, mantiene una paleta de color rosa en una de sus manos y la mujer que la sostiene me mira con una sonrisa de suficiencia.
—Dije que lo haría —respondo con firmeza—. Ahora dime que es lo que quieres.
Hace un chasquido y niega.
—No te conviene presionar —advierte señalándome—. Has aceptado venir, así que seguirás mis reglas.
—¿Tus reglas? —inquiero—. Solo dime porque haces todo esto, porque te llevas a una bebé que no tiene la culpa de nada. Si quieres dañarme, hazlo directamente conmigo, pero no las metas en esto.
Sonríe, baja un par de escalones y entrecierra los ojos.
—Vaya, las quieres más de lo que pensé —murmura—. Bien, así será mucho más sencillo.
—¿Qué...?
Un golpe en la parte trasera del cuello me sacude, mis rodillas flaquean mientras mi cuerpo entero pierde fuerzas. Llevo una de mis manos a la parte trasera de mi cabeza y suelto un quejido.
Antes de que siquiera pueda hacer algo más, un nuevo golpe me hace caer. Mi cuerpo impacta contra el suelo polvoriento y la visión se vuelve tan borrosa que no consigo ver nada.
—Dios, sigues siendo tan malditamente ingenuo —su voz irónica me llena—. Sabes que hacer ahora.
Intento no dormirme, intento por todos los medios reaccionar, pero no lo consigo. Dos golpes en la cabeza son suficientes para apagar todo, y tras unos segundos, el dolor se va, todo desaparece y no soy capaz de sentir nada.
Por alguna razón, mi mente solo decide apagarse, desconectarse de todo y sumirme en un estado de completa oscuridad.
El dolor en la cabeza me hace quejarme, intento abrir los ojos, pero los siento demasiado pesados como para conseguirlo.
El dolor aumenta cuando intento mover el cuello, una punzada dolorosa me taladra las sienes y siento mi espalda húmeda por algo.
¿A caso podrá ser sangre?
Me muevo, mis muñecas se sienten presionadas por algo y me toma unos momentos más conseguir abrir los ojos, y entender que rayos ocurre.
—Al fin despiertas —busco la voz, la visión es borrosa aun así que parpadeo y sacudo la cabeza aun cuando eso me provoca dolor—. Ya era hora.
Cuando consigo ver con claridad, la imagen de las personas frente a mí me deja confundido.
Russell está aquí, a lado de Renata y no parece confundido en lo absoluto.
—¿Russell? ¿Qué...?
—¿Te sorprende? —inquiere acercándose—. Eres tan ingenuo como antes, supongo que hay cosas que nunca cambian.
Me muevo, estoy en una especie de silla de madera, con las manos atadas por la espalda.
—Ni lo intentes —dice señalándome y reconozco el arma que trae en la mano—. De nada te sirvió traer protección, ¿o sí?
—¿Qué es lo que quieres ahora?
Ellos comparten una mirada.
—¿Realmente creíste que viajé a Italia solo para traer a Jacob contigo? ¿Realmente crees que deseo que pase tiempo a tu lado? Por favor, Ángelo. Eres más idiota de lo que pude imaginar.
—No pretendías que nos quedáramos con los brazos cruzados luego de que nos quitaras todo —añade Renata acercándose—. Nos arruinaste, es justo que recuperemos algo.
—¿Y qué? ¿Vas matarme? —ella ríe mientras se acerca más a donde me encuentro.
—No —dice con firmeza—. Voy a pedir dinero por ti, y por tu preciosa sobrina. Este no era el plan, pero creo que podemos obtener mucho más, dos en uno.
—Estás loca.
—Tal vez —dice encogiéndose de hombros—. Pero de ninguna manera voy a dejarte ganar. Ahora llamarás a tu madre, o a Antoni, y le dirás exactamente lo que te diremos, una cantidad específica por cada uno, eres un millonario, Russell lo comprobó, no tendrás problema en pagar lo que pedimos.
—¿Dónde tienes a Lía?
Renata resopla.
—Justo ahora está bien, pero eso depende del grado en el que tú estés dispuesto a colaborar —dice—. Así que más vale que convenzas a tu familia de pagar lo que sea que pidamos, o la adorable Lía conocerá el dolor por primera vez.
—Es una bebé, no te atrevas a hacerle daño.
—Entonces no nos obligues a hacerlo —musita con seriedad—. Y solo haz lo que se te pide.
Tenso la mandíbula, aprieto los puños y siento la ira abrirse camino a pasos agigantados en mi sistema. Me siento impotente al no poder hacer absolutamente nada por mi sobrina, nada más que hacer lo que esos hijos de perra deseen.
—¿Así que llevar a Jacob fue solo parte de tu plan? ¿Qué clase de padres son ustedes?
—Jacob siempre fue parte del plan —dice Russell—. Llevarlo a tu casa, convencerte con una patética disculpa, hacerte creer que Renata y yo no estamos juntos, y luego todo ocurriría exactamente como pasó.
—Claramente Lía no entraba en la ecuación —Renata resopla—. Pero al llevarme a Jacob y cruzar por la habitación, la vi. Tan pequeña, esa tierna y dulce niña, así que dije, ¿por qué no hacer una modificación? Hubiese traído a Bella conmigo, pero claramente la escuincla no dejaba de gritar.
—Bien, si lo que quieres es dinero entonces solo llama, y pídelo. No sigas perdiendo tu tiempo.
Russell chasquea la lengua.
—Es demasiado pronto, la policía está cerca —dice y maldigo porque yo mismo le di detalles de todo—. Tendremos que esperar unas horas, al menos hasta que la atención se desvíe un poco.
—¿Cómo sé que no le has hecho daño a Lía? —inquiero.
Ellos se miran, Renata suspira y camina hacia la computadora que está a un par de metros, cuando la gira, algo en mí se alivia al mirar a Lía con Jacob.
—Están aquí, en una de las habitaciones de la planta baja —informa—. Lo suficientemente cerca como para cumplir mis amenazas si intentas pasarte de listo.
Recorro la habitación con la mirada, hay un par de teléfonos desechables en una de las viejas y desgastadas mesas, la computadora está en el mismo sitio y además del arma que Russell me quitó, no parece haber ninguna otra.
—No intentes hacer nada estúpido —advierte Russell apuntándome con el arma—. O no contendré mis ganas de darte un disparo en la frente.
—Hazlo y te quedas sin tu dinero —mascullo con una sonrisa ladeada—. Me necesitas vivo.
Sí, debería aprender a mantener la boca cerrada en situaciones en las que no tengo ventaja.
Se acerca hasta mí y golpea mi rostro, no con su puño, sino con la empuñadura del arma. El dolor explota en el costado izquierdo de mi cabeza, la visión se vuelve borrosa en segundos y luego su puño golpeándome la boca del estómago me arrebata el aire.
Me inclino hacia adelante, tanto como las ataduras en mis manos lo permiten y la cuerda, o lo que sea que las mantiene sujetas, quema contra mis muñecas. Siento un líquido caliente brotar del costado que ha golpeado, no se detiene, vuelve a golpear mi rostro y el aturdimiento se intensifica.
—Vivo, o casi vivo —dice apartándose. Toso intentando recuperar el aliento, mis pulmones arden y cierro los ojos con fuerza mordiéndome el interior de la mejilla para no gemir del dolor.
—Déjalo —la voz de Renata se cuela por mis oídos, combinándose con la sensación de dolor—. Necesitamos hacer algo antes.
Solo cuando ambos se marchan me permito soltar una maldición, la camisa se ha manchado con la sangre que se desliza desde mi frente cruzando por todo el rostro, hasta caer sobre la tela.
Me remuevo contra la silla y solo en ese punto me doy cuenta de que el celular sigue en mi bolsillo.
—No son tan listos como parece —murmuro soltando un suspiro, el dolor persiste en mi cabeza, y parece hacerse cada vez mayor conforme los minutos avanzan.
Las cuerdas, ahora estoy seguro de que son cuerdas, están demasiado sujetas así que todos mis intentos por librarme de ella son inútiles.
No sé cuánto tiempo pasa, pero es probable que sea cerca de una hora hasta que la puerta se abre con un chirrido.
Renata ingresa con un par de gasas y alcohol en mano. Me lanza una mirada antes de dejar todo en la mesa y tomar un par de gasas junto con un algodón.
—Quédate quieto —ordena mientras acerca el algodón a mi frente. Me quejo cuando presiona con nada de sutileza la herida y limpia el rastro de sangre de mi rostro.
No hablo, permanezco en silencio mientras ella se concentra en limpiar la herida y colocar una gasa.
—Russell es un idiota impulsivo —dice más para ella misma—. Va a arruinar todo.
—¿Él fue el de la idea? —inquiero consiguiendo que me mire.
—No, fui yo —dice deshaciéndose de los algodones manchados—. Para que te dieras cuenta de que no puedes arrebatarme todo y creer que ganaste.
La miro por un segundo, no parece demasiado convencida de lo que dice. Así que lo deduzco, no es ella quien planeó todo esto.
—¿Sabes algo? Russell subestima tu capacidad —murmuro y la miro apretar los puños—. Él fue quien ideó todo, ¿no es así? Quien te convenció de que hicieras todo lo que hiciste.
—Fui yo.
—No —respondo—. No fuiste tú. ¿No te das cuenta? Por él perdiste todo. Fue por su culpa que tú y yo nos separamos, ¿o no? Ahora mismo serías la esposa de un millonario, serías la señora Lombardi. Pero no, él te convenció.
Se detiene, dándome la espalda por varios minutos en los cuales no hace absolutamente nada.
Si quería ganar tiempo, si quería que al menos Franco tuviera oportunidad de rastrear el celular, si es que lo hacía, debía hacer lo que fuera para mantenerme tan íntegro como pudiera.
Jugar el viejo truco de poner a los aliados en contra.
—¿Y qué te ha traído eso de bueno, Renata? Me jodiste, por cinco años te saliste con la tuya y yo, a pesar de lo que hiciste, solo me hice más exitoso. ¿Quién crees en realidad que salió perdiendo?
—Cállate, Ángelo.
—Sabes que digo la verdad.
Un nuevo silencio se instala en la habitación. Pasa una mano por su cabello y luego gira hacia mí.
—Casi lo conseguías, me creí el cuento de que Jacob era mi hijo, lo creí por meses, y tú conversación con Russell lo arruinó. Ese día, ¿fue él quien te llamó?
—Cierra la boca, no me obligues a bajar con Lía.
—No, tú no le harás daño a Lía —aseguro—. Es una bebé, tu instinto maternal no te lo permite. Es Russell quien puede dañarla, ¿no es verdad?
—No sé a qué estás jugando, Ángelo, pero detente. Esto es simple, una llamada a tu familia, obtenemos el dinero, y listo. Vuelves a casa con tu sobrina ilesa. No intentes jugar conmigo, sabes bien que no me agrada que la gente intente pasarse de lista conmigo.
—¿Y no es eso lo que Russell hace? —inquiero cuando está por marcharse—. Jugar contigo, creer que no eres lo suficientemente lista. ¿Si sabes que la policía no sospecha de él? Su plan, es perfecto para que, si algo sale mal, tú seas la que pague el precio.
—No sabes...
—¿Dónde está ahora? ¿A caso fue a la casa? ¿A fingir que está tan preocupado por Jacob? ¿Sabes que le dijo a la policía? Que estabas loca, que eres una mujer fuera de control, estaba ahí cuando dijo te acusaron de secuestro, y no dijo nada para intentar limpiar tu nombre.
—Mientes.
—No —sonrío—. Puedo ser muchas cosas, pero no un mentiroso. Y tú lo sabes bien.
Bueno, ahora estás mintiendo porque Russell nunca le dijo eso a la policía. Pero ella no tiene que saberlo.
—Diseñó todo esto para quedarse con el dinero, seguramente tiene una coartada, fue a ti a quien grabó la cámara de vigilancia, fue a ti quien mis empleadas vieron, ¿quién crees que va a ir a la cárcel? Aun cuando yo no diga nada, aun cuando mantenga la boca cerrada, la policía va a buscarte. Piénsalo por un segundo.
La duda se siembra en ella, y sé que lo conseguí, al menos en una pequeña parte. Se mueve por la habitación, su rostro está contraído por una expresión de molestia, toma el celular con rapidez y marca un número, no consigo escuchar nada porque sale de la habitación con rapidez, pero deduzco que ha llamado a Russell.
¿A quién más sino?
—¡Vuelve aquí! —el grito traspasa las paredes—. ¡Deja de limpiar tu trasero y vuelve! ¡Te necesito aquí!
Ingresa de nuevo a la habitación y cierra la vieja puerta en un movimiento fuerte que ocasiona que está casi caiga.
—Tuve razón, ¿o no?
Lanza el celular contra la mesa y camina hasta colocarse frente a mí.
—Eres un idiota ingenuo —dice apretando los dientes—. Pero eres por mucho mejor que él.
—Lo sé —sonrío.
Ella resopla apartándose. Si Lía está abajo como dice, debería escuchar algo, un llanto, una risa, lo que sea. Pero no hay nada.
—¿Le has dado de comer a Lía? —me mira cuando pregunto eso—. Ha pasado tiempo. ¿Hace cuánto que me tienes aquí?
—Cuatro horas, estuviste cerca de tres inconsciente —informa—. Y sí, tienes razón, no soy una inhumana. Claro que le di de comer. Parece adorarme, no ha llorado ni un poco.
Camina hasta el computador y lo gira, Lía duerme en una especie de colchón, por el fondo reconozco que si están en el mismo edificio. Las mismas paredes con humedad, el mismo suelo polvoriento.
—Bueno, siempre fuiste una buena madre.
Arquea una de sus cejas cuando digo aquello.
—¿Halagándome para que te suelte? No soy tan estúpida —toma asiento de forma despreocupada en uno de los bancos.
—Bueno, lo intenté —me encojo de hombros y ella sonríe.
Bien. Sigue así.
—No intentes pasarte de listo, Russell está cerca. En menos de diez minutos llegará. No te equivocaste, fue a tu casa, pero solo para conseguir la información que necesitamos.
Una idea me asalta, ¿debería fingir que tengo una secuela del golpe? Eso es las películas siempre funciona. Si Russell está lejos y solo ella está en el edificio, puedo salir. Aún siento las llaves del auto en mi bolsillo, y tengo el celular, solo necesito hacer que me suelte.
No parece haber rastro del arma así que no hay riesgo de que me dispare. O al menos, eso quiero pensar.
Bien, hora de demostrar tu talento en la actuación, Ángelo.
Suelto un quejido y consigo su atención, cierro los ojos por un par de segundos y muevo el cuello.
—¿Demasiado dolor para ti?
—Tu esposo me golpeó tres veces en la cabeza —le recuerdo—. Podría estar sufriendo un derrame cerebral ahora mismo y morir antes de que tengas la oportunidad de matarme.
Ella resopla.
—No tienes un derrame.
—¿Cómo sabes? —Se incorpora nuevamente, camina hasta donde me encuentro y extiende la mano hasta acariciar mi rostro.
—Tengo métodos para comprobarlo —dice. Sus manos viajan hasta los botones superiores de la camisa y los desabrocha.
—¿Qué haces? —inquiero cuando va por la mitad—. Renata...
—No he olvidado lo bueno que eres en el sexo.
—¿Qué...? —cuando sus manos llegan a la hebilla del cinturón y lo abre, sé lo que va a hacer—. Quita tus manos de mí, ahora.
Sonríe, evidentemente no va a hacerlo.
—¿Lo ves? No tienes un derrame —dice deshaciéndose por completo del cinturón. Toma el botón del pantalón y lo abre.
—Renata hablo en serio, detente —me remuevo en la silla y ella ríe—. Quita tus manos de mí.
Su mano se pierde en el interior del pantalón y mi cuerpo se pone rígido.
—¿No quieres disfrutar un poco? Recuerdo lo mucho que te encantaban mis...
—Quita tus manos de mí —repito—. Renata...
Retengo la respiración cuando hace presión.
—¿Ya no te gusto lo suficiente? —inquiere.
Daphne.
Mi mente solo puede pensar en ella. Joder, Ángelo.
—Detente—mi voz brota firme, tanto que ella parece molesta por eso.
No hace lo que le pido, por el contrario, se acerca más y se coloca justo encima de mí. Su rostro se acerca al mío y volteo.
—Oh, vamos, ¿realmente vas a resistirte? —inquiere. Abre la camisa, deslizándola por los hombros y en cuanto sus labios tocan la piel del cuello, me estremezco—. ¿A caso no querías que te suelte? Vamos, diviértete conmigo.
Tiro de la atadura de mis muñecas y la cuerda quema en ellas, sus labios recorren la piel de mi cuello y una sensación incómoda me recorre el cuerpo. No hay deseo, no hay excitación, solo unas malditas ganas de gritarle que se aparte de mí.
—Quítate de encima —mascullo con los dientes apretados.
—¿Qué diría tu querida novia si viera esto? —inquiere y sonríe.
Sus manos recorren los músculos de mi torso, muerde su labio inferior y baja la vista, apartándose un poco. Me siento aliviado cuando se incorpora y su peso desaparece de mis piernas, sin embargo, no ha pasado demasiado tiempo cuando noto sus intenciones, tan pronto se pone de rodillas entre mis piernas.
—No te atrevas —advierto—. Renata, basta. Detente.
—¿No quieres comprobar que sigo siendo buena con la boca? —una sonrisa divertida se apodera de sus labios mientras sus manos se dirigen al pantalón.
—Renata estás loca, déjame en paz —me remuevo en la silla, pero es inútil. Las ataduras me mantienen el torso sujeto a la silla así que no puedo hacer mucho—. ¡Qué me dejes en paz! —bramo—. ¡Quita tus manos de mí!
—La que tiene el poder aquí soy yo, Ángelo —masculla—. Y si no quieres que baje con Lía y te demuestre cuan inhumana puedo ser, coopera.
—Eres una maldita...
—Anda, habla sucio y prometo que me esforzaré.
Antes de que pueda decirle toda la serie de insultos que se me cruzan por la mente, la puerta se abre con brusquedad.
—¿Renata que mierda? —grita Russell—. ¿Te dejo sola una hora y ya quieres tener sexo con él?
Nunca pensé decir esto, pero bendita sea la presencia de Russell. La tensión en mi cuerpo desaparece tan pronto como ella se incorpora y se aparta.
¿Realmente estuvo a punto de hacerlo? Me estremezco de solo considerarlo. Joder, esta mujer está más loca de lo que pude imaginar.
Se enfrascan en una discusión en la cual solamente soy el espectador, en cierto punto él la toma del brazo para sacarla de la habitación, pero aún con la distancia, los gritos traspasan las paredes.
Duran varios minutos y luego el silencio, no ha pasado demasiado tiempo hasta que escucho después de varias horas, la primera señal de que Lía realmente está aquí.
Pero desearía no haberlo hecho, porque llora. El sonido de su llanto me desespera y me remuevo, deseando poder liberarme de las ataduras en mis manos, poder ir con ella y sacarla de este maldito lugar.
Dirijo la vista a la pantalla de la computadora, Jacob está con Lía, pero también Renata, y me aterra que ella en realidad cumpla su advertencia.
Y si no quieres que baje con Lía y te demuestre cuan inhumana puedo ser, coopera.
—Ahora ya has confirmado que ella está aquí —Russell entra, camina hasta donde la computadora se encuentra y la cierra—. La policía sospecha de tu desaparición, por tu inoportuno amigo. ¿Le dijiste a dónde ibas?
—No. Pero tal vez lo supuso cuando no volví.
Toma el teléfono desechable y se acerca.
—Dame el número de Antoni —ordena—. Comenzaremos con esto.
—¿Puedes dejarme estar con mi sobrina al menos? —inquiero.
—Oh, sí e intentarás escapar.
—Tienes un arma, Russell, no soy estúpido —mascullo—. Si lo intento sé que no dudarás en dispararme. Solo quiero estar con ella, ¿sí?
—Primero dame el número. Y luego depende de la respuesta, lo consideraré. Oh, y si mencionas mi nombre, eres hombre muerto y nadie vuelve a saber de tu sobrina.
No tengo otra opción más que dárselo, el anota el número de teléfono y luego marca. Se aleja algunos pasos, pero permanece en la habitación y un par de segundos después, sonríe.
Le han tomado la llamada.
—Hola, Antoni —emplea un tono frío, uno que deja ver cuán superior se siente—. Llamo para negociar la libertad de tu hermano y sobrina.
Camina hasta acercarse a mí, extiende el celular y hace un gesto con la cabeza.
—Habla.
—¿Ángelo? ¿Hermano estás bien? ¿Tienes a Lía contigo?
—Hola, Antoni —mi hermano maldice—. Estoy bien, y Lía está aquí pero no la tengo conmigo.
—¿Es por dinero? ¿Cuánto quieren? Joder, solo di una maldita cantidad y te la daremos.
Russell sonríe con satisfacción y retrocede.
—Tres millones de dólares por tu hermano, y dos por la dulce y adorable Lía.
Jodida mierda.
DAPHNE
Cinco millones de rescate, esa fue la cantidad que pidieron por Ángelo y Lía.
Hace dos horas que tuvimos la última llamada, y todo se sumió en un caos.
—¿Cómo permitiste que se vaya? —grito hacia Franco—. ¿Cómo consideraste que fue buena idea?
—¡No sabía que iría con ella! —grita de vuelta—. ¡No quiso decirme!
—¡Oh, y debo de suponer que no lo sospechaste!
—¡Basta! —el grito de Antoni nos manda a callar—. Cállense los dos de una maldita vez, que no necesito estar escuchando sus estúpidas discusiones. Ángelo se fue, y ahora esas personas los tienen a ambos, así que debemos hacer todo para darles lo que quieren.
—Por Dios, si les das el dinero lo único que van a hacer es matarlos —dice Franco con firmeza—. Una vez que el dinero esté en sus cuentas, no habrá vuelta atrás.
—La policía no pudo rastrear la llamada, seguramente fue desde un teléfono desechable —Antoni se mueve por la habitación—. El auto.
Gira hacia nosotros con rapidez.
—El auto de Ángelo tiene GPS —el par de oficiales que se encuentran en la sala voltean hacia nosotros—. ¿Pueden rastrear el auto?
—Es probable que ya lo hubiesen movido —dice uno de ellos—. Pero es más sencillo rastrear un celular.
—Por Dios, solo hagan algo —suplico—. Rastreen cualquier cosa, pero hay que encontrarlos.
Supe que algo iba mal cuando Ángelo no estaba en el estudio, cuando no lo encontré por ningún sitio, y solo lo confirmé cuando Franco llegó a mí con los documentos, diciendo que debía firmarlos.
¿Cómo pudo hacer algo como eso? ¿Cómo consideró que podría traer a Lía de vuelta el solo?
Cierro los ojos con pesar, sintiendo como a cada segundo que trascurre la desesperación se apodera de cada centímetro de mi cuerpo.
Los oficiales en la casa hacen su trabajo, pero aún con eso parecía que no hacían lo suficiente. Porque aún en este punto, no tenían absolutamente nada.
Ni una sola pista.
¿Cómo una mujer puede entrar en una residencia privada, llevarse a dos niños y no dejar ninguna pista?
Y ahora había un rescate de cinco millones de dólares que la familia de Ángelo debía pagar en menos de cuarenta y ocho horas.
Franco insistía en que pagarlo no era la opción, que de hacerlo estaríamos sentenciándolos, pero a mi parecer, esa es la única opción. Dinero es lo que quieren, siempre se ha tratado de eso.
—Tomará tiempo —dice Antoni volviendo—. Es mucho dinero, necesitan hacer varias transacciones, pero deberá estar listo mañana al medio día.
El detective a cargo ingresa a la casa, y la esperanza vuelve cuando se acerca a nosotros.
—Encontramos el auto de su hermano, abandonado cerca de Silicia —informa—. Ahora tenemos a varias unidades recorriendo el perímetro establecido, en búsqueda de algo sospechoso.
—¿Creen que se encuentre ahí? —inquiere Antoni.
—Es posible. Sé que quiere pagar el rescate, pero nuestra recomendación es que aguarde, si podemos localizarlo...
—¡Tenemos algo! —uno de los oficiales exclama—. El celular del señor Lombardi conectó en una de las antenas de Silicia, al norte de Mirabella, cerca de las bodegas abandonadas.
Todo ocurre tan rápido que apenas y lo proceso, los oficiales se incorporan, hablan por radios y las sirenas encienden.
—¿Qué ocurre? ¿Qué...?
—Tenemos la ubicación del señor Lombardi —habla el hombre mientras toma la radio—. Realizaremos el operativo, tal vez deban ir a la estación, por seguridad.
—¿Ya saben en dónde está? —inquiero—. Antoni...
—Ve con las niñas —pide—. Quédate con ellas y si es necesario ve a la estación, yo te mantendré al tanto.
—¡No puedo! —exclamo sintiéndome desesperada—. Antoni si algo le sucede yo no...
—Si algo le sucede que espero no sea así, tú debes estar aquí, debes estar a salvo para cuidar de las niñas —me recuerda—. Te necesitan, están asustadas...
—Yo también lo estoy —mi visión se nubla—. No puedes pedirme que me quede sin hacer absolutamente nada, no puedes pedirme solo que espere aquí.
—Daph... —los brazos de Jodi me envuelven y me remuevo entre ellos—. Daph tranquila, los encontrarán, volverán.
—¿Qué ocurrió? —Russell aparece—. ¿Ya saben algo?
—Tienen...
—No —interrumpo a Antoni—. Aún no saben en donde se encuentran.
Antoni me mira, de hecho, todos lo hacen. Pero hay algo en Russell que me dice que no debemos confiar en él. Su repentina preocupación por Ángelo, sus constantes comentarios sobre Renata, como si no fuese aún su esposa.
Franco lo investigó, no ha habido un proceso de divorcio, ningún citatorio en el juzgado para la custodia de Jacob.
Él está mintiendo.
Y probablemente tiene más que ver en lo que ha ocurrido, pero hasta no estar seguros, acusarlo sería contraproducente, según Franco.
Me libero del abrazo de Jodi, dedicándole una mirada sin ser capaz de decir nada más.
—Mis niñas me necesitan —informo dándole la espalda al grupo de personas, y voy hacia las escaleras.
Camino hacia la habitación de Bella, está ahí, abrazada a una de sus muñecas y en cuanto ingreso, sus labios tiemblan.
—No llores —susurro acercándome—. No llores, amor.
—Daphne, ¿el tío Ángelo va a volver? —pregunta cuándo se ha refugiado en sus brazos—. ¿Él también irá a donde están papá y mamá?
La visión se me nubla y muerdo el interior de mi mejilla para retener el sollozo.
—No —mi voz sale temblorosa—. Él volverá. No irá a ningún sitio.
—¿Y si se va? —cuestiona con voz rota—. ¿Y si papá lo extraña y quiere que vaya con él?
No encuentro que responder, la desesperación estalla en mi pecho impidiéndome hablar.
—No pienses en eso, pequeña. Tu tío fue por Lía, fue a buscarla a ella y a tu primo Jacob, y va a volver —mi voz sale temblorosa—. Él va a volver, porque siempre lo hace, ¿no es cierto? Él no nos dejaría.
Niega, apegándose a mi cuerpo y repito esas palabras, las repito hasta que las clavo en la mente y soy capaz de creerlas.
—Él no nos dejaría.
__________________________________________________________________________________
Hola, hola.
Antes que nada, sé que los domingos no suele haber actualización y mucho menos tan tarde, pero han habido unos cambios en mi rutina, comienzo las clases en modo presencial (estaba en línea desde casa) y por lo tanto no podré hacer actualizaciones en el horario acostumbrado (4 pm), así que se mantendrán los mismos días pero corriendo la hora siendo las 10:30 pm la hora en la que subiré los capítulos en los días correspondientes.
Quise darles este capítulo hoy para que no tuvieran que esperar hasta mañana a las 10:30 para leer, mañana tendremos otro y de ahí hasta el miércoles, retomando los días establecidos para actualización.
Y bueno, eso era todo.
Ahora sí....¿Quién más está de los nervios con esto? ¡Espero no ser la única! (y eso que yo soy la autora pero estos muchachos se me revelan)
En fin, no se olviden de votar y comentar, ¡Significa mucho para mí!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro