4.- Me agradas.
Daphne.
Observo la dirección escrita en el pequeño papel, y luego elevo la mirada. La impresionante construcción frente a mí casi me roba el aliento. El taxi detrás de mí acelera, volteo mirando sobre mi hombro observando al auto alejarse.
Tomo una inhalación y me encamino hacia la entrada de la gran casa.
Daphne, ¿en qué punto pensaste que ofrecerte como niñera era buena idea? Los niños te detestan, no tienes paciencia, y es evidente que no cuidarías al ser más tranquilo del planeta, me bastó una mirada a las niñas de Ángelo Lombardi para darme cuenta de que no serían unos ángeles.
—Maldito Henry —maldigo a mi padre y a la gran cantidad de deudas que dejó al decidir que era buena idea mudarse con su amante a San Diego, fue un alivio que se fuera, pero cuando murió, un par de meses después, las deudas se hicieron presentes. Estaban a nombre de mi madre, y desde que se fue, no volvió a pagar así que, a su muerte, fuimos notificadas de sus innumerables deudas bancarias.
Me detengo en la reja, presiono el botón del intercomunicador y la luz roja se enciende, una voz por la bocina se deja oír, preguntando mi nombre y el motivo.
—Daphne Lennox, vengo por el trabajo de niñera —hablo. La voz del hombre al otro lado dice algo y luego, un sonido extraño y la reja se abre.
Tomo una inhalación mientras avanzo por el camino empedrado que conduce hacia la entrada de la mansión, cuando estoy en la puerta, coloco la mejor de mis sonrisas justo en el momento en el que la puerta se abre.
Sin embargo, desaparece en cuestión de segundos cuando me doy cuenta de lo que ocurre dentro. Los gritos agudos, el llanto de un bebé y una adolescente vestida como si estuviese en un ataque zombi.
—¡Bella deja de grita! —el imponente Ángelo Lombardi se encuentra con una bebé en brazos, intenta detener los llantos de la niña que está haciendo una rabieta en el piso y dándole miradas reprobatorias a la adolescente que está en el borde de las escaleras.
La familia Lombardi era conocida por la cadena de exitosos y excéntricos casinos, los mejores de toda Italia. Grandes famosos solían asistir y gastar exuberantes cantidades de dinero, Pietro Lombardi, el fundador consiguió hacerse de una fortuna cuando los creó, luego su sucesor, Paolo Lombardi y ahora, su nieto, Ángelo.
¿Cómo se todo eso? Fácil, Google tiene todas las respuestas. ¿Quieres saber algo? Consúltalo en Google. Él te dirá todo.
Tenía que asegurarme quien era el hombre al que tuve la brillante idea de presentarme como niñera.
—¡Fue solo una fiesta!
—¡No llegaste a dormir! —reclama—. ¡Ve a tu habitación, tienes prohibido salir hasta que lo diga!
—¡Eres lo peor! —la chica da un par de pisotones antes de subir las escaleras. Nadie parece haber reparado en mi presencia, así que cuando la amable señora que me permitió la entrada habla, él parece sobresaltarse.
—Señor Lombardi, la señorita Lennox está aquí.
Tiene el cabello desordenado, la camisa hecha un desastre y ojeras apenas visibles, pero sigue siendo tan apuesto. Mandíbula marcada, barba perfectamente recortada y los ojos de un azul claro. Un par de risos caen por su frente, y al verme, se planta con firmeza.
—Señorita Lennox, creí que no vendría —habla—. Ahora...
Un nuevo grito se deja oír, y bajo la vista hacia la niña que se abraza a uno de sus pies, la bebé ha suspendido su llanto y ahora mantiene su pequeño pulgar dentro de su boca.
—¡Bien, te llevaré al parque, pero silencio! —exige. —Santo Dios, van a acabar conmigo—. Se queja.
La niña se incorpora, limpiándose las lágrimas y sonríe.
—Eres un pequeño demonio —masculla entre dientes. Luego gira hacia la mujer que aún permanece con nosotros—. Señora Wilson, ¿podía llevarlas a su habitación? Necesito hablar con la señorita Lennox.
—Claro, señor —la mujer toma a la bebé en brazos y tras un par de palabras a la más grande, la conduce hacia las escaleras.
Se aclara la garganta, se acomoda la camisa y luego pasa una mano por su cabello para ordenarlo.
—Sígame —se da la vuelta y me permito admirar por un par de segundos la perfecta retaguardia que posee.
Sacudo la cabeza con discreción y lo sigo hacia las escaleras, aferro las manos en la correa del bolso mientras el sonido de nuestros pasos es lo único que se escucha en la casa.
Abre una de las puertas y me permite la entrada antes de seguirme.
—Bien, supongo que ya ha visto a lo que va a enfrentarse —me hace una seña con la mano para que tome asiento, y luego él se acomoda del otro lado del escritorio.
—¿Son sus hijas? —google no decía nada sobre hijas.
—Son mis sobrinas —informa—. Antonella, Bella y Lía, tienen dieciséis, seis y un año de edad.
—Las edades más complicadas —expreso. Una sonrisa tira de sus labios mientras asiente con ligereza.
—¿Ha tenido experiencia con niños antes?
—No.
—¿Estudió algo relacionado con infantes? ¿Pedagogía? ¿Educación?
—No, en realidad estudié comunicación —él arquea una de sus cejas—. Pero soy buena con los niños.
Primera mentira.
—¿Buena con los niños? —inquiere—. ¿Cree que podrá atender a un bebé, a una niña de seis y lidiar con una adolescente que cree que controla el mundo?
—Creo que seré capaz.
Segunda mentira.
Parece observarme detenidamente. Como si quisiera asegurarse de que digo la verdad y me siento inquieta porque evidentemente no lo estoy haciendo.
—Bien, en ese caso...—tamborilea los dedos sobre el escritorio—. No será entrada y salida, podrá irse el sábado en la noche, y volverá lunes antes de que las niñas entren a la escuela. Ocupará una habitación en la casa, no tendrá necesidad de uniforme y estará al pendiente de mis sobrinas en todo momento.
Toma un pequeño cheque del cajón, y escribe algo en él.
—Si acepta, cobrará el primer cheque hoy —informa, y luego lo desliza hacia por el escritorio.
—¿Este es el sueldo?
—¿Le parece poco?
Me parece demasiado, pienso, pero no soy tan idiota como para decirlo, así que niego.
—No quiero errores, el mínimo descuido con ellas y estará despedida. ¿Tiene alguna duda?
Niego.
—Perdieron a sus padres, así que Bella suele...suele llamar a su madre por las noches —la firmeza en su rostro se esfuma, pero no aparta la mirada—. Hace berrinches, como pudo darse cuenta, y le cuesta aceptar lo que pasó. Así que solo sea buena con ellas.
—Lo seré.
Asiente levemente y se incorpora, así que yo lo hago también.
—Puedes empezar desde mañana, para que puedas venir con las cosas que necesites —expresa.
—Gracias, señor Lombardi —coloca una sonrisa y rodea el escritorio.
—La acompaño a la salida.
Salimos del lujoso estudio y caminamos en silencio.
—Mi chofer la llevará hasta su hogar —expresa cuando nos encontramos en el exterior—. Nos vemos mañana, a las siete de la mañana.
—Así será. Gracias.
Me sonríe una última vez y luego me da la espalda, el hombre me abre la puerta del auto y cuando subo, miro la casa una última vez.
¿En qué lío me he metido?
Mi madre parece estar aliviada al darle la noticia de que he encontrado un empleo.
—Será temporal, ¿cierto? —inquiere—. Cielo, estoy feliz de que hayas encontrado un trabajo tan bien pagado, pero tienes una carrera, y no deseo que te estanques en ese sitio para siempre.
—Solo mientras salimos de las deudas —le recuerdo—. No puedes estar desgastándote tanto, ma. El sueldo como niñera será suficiente.
—Te echaré de menos, solo te veré un día. ¿Es un sitio seguro? ¿Estarás segura en esa casa?
—Lo estaré, mamá —sonrío levemente para intentar tranquilizarla—. No tienes nada de qué preocuparte, estaré bien.
Mi madre extiende las manos para colocarlas al costado de mi rostro.
—Estoy tan orgullosa —susurra—. Vamos a salir de esta, mi niña. Te lo prometo.
Su mirada se cristaliza, sé cuánto desea que sea así. Cuando desea que yo sea algo más que una simple niñera.
Pero es lo que hay, las deudas con el banco no serían fáciles de pagar, los intereses han corrido demasiado, nos llevará años cubrirlas. Así que la esperanza de poder salir, estaba muy lejana. Pero estaba ahí.
—Lo sé, ma. Vamos a salir.
Me abrazo a su cuerpo, aferrándome a ella y a la sensación de bienestar que me proporciona, creyendo en sus palabras, y en las mías también.
Luego de eso, me concentro en terminar la pequeña maleta con ropa para una semana, solo llevo conmigo lo necesario.
Al día siguiente mi madre se ofrece a llevarme en su auto, un modelo antiguo pero que, según ella, cargaba con un gran valor sentimental.
Nos despedimos justo en la entrada de la casa, y esta vez las puertas se abren tan pronto me planto delante.
La señora Wilson, como recuerdo que se llama la mujer, me recibe con una sonrisa. Me enseña la habitación, un bonito cuarto que parece ser demasiado elegante, me pide dejar las cosas y acomodarme y luego ir al estudio del señor Lombardi.
Es tan raro llamar de esa manera a un hombre tan joven.
Hago lo que pide, guardo las prendas en el interior del pequeño armario, coloco los zapatos debajo y luego, camino hacia el estudio.
Tomo una corta inhalación antes de tocar la madera, un "pase" se escucha del otro lado así que lo hago.
—Daphne —saluda con una sonrisa—. Me alegra que vinieras y no huyeras con el cheque.
—No planeaba hacerlo.
Se incorpora, me hace un gesto con la cabeza y lo sigo hacía de nuevo hacia afuera.
—Te presentaré con mis sobrinas —informa—. Están ahora en el patio trasero.
Lo sigo hacia el sitio que ha mencionado, ellas reparan en mi presencia casi tan rápido. La mayor tiene a la bebé en brazos y me mira como si quisiera analizarme por completo.
—Ella es Daphne. Será su niñera a partir de hoy —informa—. Antonella se respetuosa, por favor.
—Lo intentaré—. Ángelo resopla.
—Ella es Bella —dice señalando a la niña de cabello rubio—. La pequeña Lía, y la mayor, Antonella.
Tan pronto dice eso, Antonella me entrega a la bebé. La acomodo en brazos, rogando porque no decida que es buena idea ponerse a llorar.
—Supongo que te has instalado, así que te dejo. Si necesitas algo, llama a la señora Wilson, ella te dará lo que necesites.
—Gracias.
Cuando se marcha, vuelvo la atención a las niñas frente a mí.
—No pareces querer acostarte con mi tío —expresa Antonella—. Me agradas.
—¿Qué?
—Todas las que han venido, solamente quieren meterse en su cama. Parecen más interesadas en él que en nosotras. Tú no.
Bueno, no podía negar que el hombre era apuesto. Demasiado. No soy ciega así que perfectamente pude notar que Ángelo Lombardi no pasa desapercibido, podría estar con un saco de patatas, y seguir viéndose como un dios.
—Bueno, estoy aquí por el empleo —aseguro con una leve sonrisa.
—Suerte con eso entonces —dice señalando a sus hermanas.
No me permite decir algo más porque cruza por mi lado, marchándose al interior de la casa. Acomodo a la pequeña en brazos, y luego miro a su hermana jugar sobre el césped.
Ambas son bellísimas, como pequeñas modelos.
—Bueno, Daphne, ya estás aquí así que solo hazlo lo mejor que puedas —susurro para mí misma—. Y todo va a estar bien.
Me acerco a la pequeña, quien está demasiado entretenida con sus muñecas como para mirarme.
—¿Qué es una niñera? —inquiere con curiosidad.
Me dejo caer a su lado, acomodo a la bebé en una de mis piernas, mientras observo a su hermana.
—Una niñera es alguien que cuida de ti cuando los padres no pueden —expreso.
—Pero mis papis si pueden —dice y me mira. Sus ojos son del mismo color que los de Ángelo—. Solo que tío dice que no van a venir. ¿Tú sabes por qué?
Ay no, ¿qué se supone que debería decir?
—No, Bella. No lo sé.
—¿Tu nos cuidarás mientras ellos vuelven?
Un nudo se presenta en mi garganta, ella me mira con esperanza así que sonrío.
—Lo haré mientras pueda —respondo.
—Si Anto dice que le agradas, a mí también —sonríe elevando la barbilla—. Y Lía también piensa igual.
Se acerca hasta su hermana quien ríe cuando Bella roza su nariz contra la de ella.
—Nos agradas a las tres.
—Bueno, me alegra saber que me han aprobado —Bella se aparta y sonríe.
Vuelve la atención a su juego, y yo permanezco a su costado, tal vez después de todo, es verdad que no soy tan mala con los niños.
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