36.- Los desastres llevan nombre.
Ángelo
Observo mi reflejo en el espejo, convenciéndome de que puedo hacerlo. Por alguna razón el lazo de la corbata se siente sofocante, tomo con ligereza el cuello de la camisa y tiro de el hacia adelante, como si pudiera aligerar la sensación de ahogamiento.
—¿Estás listo? —la suave voz de Daphne me hace voltear. Lleva un bonito vestido en color crema, su cabello se encuentra recogido en una coleta alta, y un par de tacones a juego la hacen lucir más alta.
Está preciosa, más que preciosa.
—Lo estoy —respondo mirándome una última vez en el espejo—. Estoy listo, pero también estoy aterrado, Daph.
El sonido de sus pasos resuena por la silenciosa habitación, camina hasta llegar frente a mí, extiende las manos hasta tomar la corbata y ajustarla de nuevo.
—Has hecho bastante llegando hasta aquí —dice acariciando mis hombros—. Has hecho todo lo que se te pidió, las pruebas, los testigos, has seguido todo al pie de la letra. Las acusaciones han desaparecido, cariño, no tienes nada que manche tu nombre ahora.
—No me ha dejado verlas, Daph, ¿qué tal si las convenció de algo? —inquiero con el temor impreso en la voz—. ¿Qué tal si son ellas las que no quieren verme?
—Escucha —sus manos se posicionan a los costados de mi rostro, acunándolo entre sus palmas —si de algo pude darme cuenta en el tiempo que estuve con ellas, es que te aman, te quieren tanto, Ángelo. Un mes no es tiempo suficiente para borrar esos sentimientos, no es tiempo suficiente para conseguir eliminar un sentimiento tan sincero.
Deja de hablar por un par de instantes, como si estuviese considerando lo que dirá a continuación.
—Ahora, debes concentrarte en ser tan fuerte como puedas, ¿de acuerdo? Ellas merecen que luches con todas tus fuerzas, van a volver a casa —sonríe con suavidad, en un gesto que me reconforta, que consigue traerme de vuelta a la realidad y eliminar todos los pensamientos aterradores de mi mente.
—Van a volver a casa —repito.
Daphne asiente, entrelaza los dedos de nuestras manos y luego tira de mi hacia la puerta, me obligo a seguirla, a abandonar la calidez de mi hogar para sustituirla por el frío clima del exterior.
El auto ya se encuentra esperando por nosotros, abro la puerta para permitirle el acceso y luego entro detrás de ella. Le envío un par de mensajes a Franco para avisarle que estoy en camino, normalmente viajamos en el mismo auto, sin embargo, en esta ocasión sería algo diferente.
Durante los veinticinco minutos de trayecto intento por todos los medios mantenerme tranquilo, me repito una y otra vez que puedo hacerlo, que soy capaz de presentarme de nuevo ante ese juzgado y convencerlo de que soy perfectamente capaz de cuidar a mis sobrinas.
Franco nos espera afuera del gran edificio, parece aliviado de vernos aparecer. Antoni llega apenas unos momentos después y tenerlo aquí me hace sentir menos solo.
—Acabo de enterarme de esto —dice Franco deteniéndome a mitad del pasillo—. El juez llamó a tus sobrinas, a Bella y Antonella a declarar.
—¿Qué?
—No tengo los detalles, pero es probable que pasen al estrado —forma una mueca en los labios—. Preparé algunas preguntas rápidas, te juro que no mencionaré nada que tú no quieras.
Sacudo la cabeza, ¿por qué estarían aquí?
—No se supone que deban pasar por esto —musito—. ¿Hilary está de acuerdo?
Él suspira.
—No tengo idea, no sé si fue sugerencia del abogado de Hilary, o si fue el juez quien lo solicitó —admite—. Quiero confiar en que ellas no han sido manipuladas por su abuela, y que podrán responder las preguntas de manera verás.
—¿Crees que algo como eso pueda pasar? Quiero decir, que ellas digan...
No consigo terminar la frase, considerar que Hilary hubiese conseguido colocarlas en mi contra era una posibilidad, pero ahora, ahora se vuelve una probabilidad muy grande.
Las grandes puertas de madera se abren, y Franco mira sobre su hombro, volviendo a su postura firme y segura.
—Es hora —me hace un gesto, sacudo la cabeza con discreción intentando eliminar las recientes dudas que mi amigo ha sembrado, y lo sigo.
La corbata vuelve a sentirse como un nudo que me ahoga, sin embargo, tolero la sensación. Hilary ingresa un par de minutos después, la sigo con la mirada, observando con detenimiento cada uno de sus movimientos, intentando descifrar que es lo que ha hecho.
Volteo por algunos segundos buscándola entre las personas que han asistido, Daphne me sonríe a un par de metros, elevando los pulgares y dedicándome un guiño.
Mis comisuras tiemblan, quisiera tenerla aquí a mi lado, desearía que estuviese sosteniendo mi mano durante todo el tiempo que la audiencia dure, y me siento ridículo de necesitarla tanto.
Volteo, fijando la atención al frente y cuando el juez entra, la rigidez se apodera de mi cuerpo. Sé exactamente lo que sigue, he estado en muchos juicios cuando ejercía mi profesión de abogado, debería sentirme familiarizado con lo que sucede a mi alrededor, con las presentaciones que hacen, con cada uno de los protocolos.
Pero contrario a eso, me siento fuera de balance, como si no consiguiera encontrar ni una sola gota de estabilidad en este momento, y eso es agobiante.
Cuando me llaman al estrado, empleo toda mi fortaleza para caminar hacia el frente aparentando que no estoy a punto de sufrir un colapso nervioso.
—Hemos recibido la notificación de que los cargos acusatorios sobre abuso y maltrato hacia el señor Lombardi han sido retirados, ¿eso es correcto, señor Lombardi?
—Es correcto, su señoría —el asiente mirando los papeles.
—Así como también ganó una demanda por difamación, lo que hace que las acusaciones de la señora Dorian, sean desestimadas —tomo una inhalación, sintiendo mis músculos relajarse tan solo un poco.
—Su señoría, si me lo permite...—el juez hace una seña para que el abogado de Hilary continúe—. A pesar de que las acusaciones han sido desestimadas, la preocupación de la señora Dorian aún permanece, son tres niñas bajo el cuidado de un hombre que nunca ha tenido niños bajo su tutela. ¿Cómo puede un hombre que nunca ha tratado con niños cuidar adecuadamente de tres niñas?
—De la misma manera en la que un padre primerizo cuida de sus hijos —respondo con firmeza—. ¿O es que el hecho de nunca haber cuidado a un niño, me hace incapaz e incompetente para la tarea?
—¿Usted cree que ha hecho un buen trabajo, señor Lombardi? —inquiere el abogado acercándose.
—Lo creo absolutamente, no tengo ninguna duda de que lo he hecho.
—Bueno, eso no es lo que las sobrinas del señor Lombardi dicen —mi cuerpo se tensa, el abogado camina hasta apoderarse de una de las carpetas—. ¿Cree que la palabra "desastre" es adecuada para emplearla en una niña de seis años?
—¿Qué? —sacudo la cabeza levemente—. Eso es...
—¿Cree que es una palabra adecuada? —insiste.
—Es una palabra de cariño —objeto—. Las he llamado así desde que llegaron a casa. A ninguna le molestó, así que no intente sugerir que llamo desastres a mis sobrinas de manera despectiva, porque no es así.
—¿Les ha preguntado alguna vez si es de su agrado? —inquiere—. ¿O simplemente asume que así es?
—Es ridículo que sugiera que llamo a mis sobrinas de una forma despectiva, nunca lo haría, nunca usaría una palabra que pudiera dañarlas.
—Tengo una pregunta más para usted —dice—. ¿Por qué estaba tan seguro de entregarlas al inicio? ¿Qué cambió?
—Como lo he dicho, la muerte de mi hermano era reciente y nos tomó a todos por sorpresa, no consideré que estaba en mi mejor momento para cuidar de ellas. Pero bastó una demanda de la señora Dorian para saber exactamente lo que debía hacer, y eso fue cuidar de las hijas de mi hermano, cumplir con la petición de Jenna.
—¿Está seguro de que Jenna Dorian en verdad quería que sus hijas se quedaran con el hermano del hombre que abusaba físicamente de ella?
No estaba preparado para escuchar eso en el juicio, Franco me hace un gesto para que no pierda el control, niega levemente y por la mirada que me dedica, sé lo que quiere, sé lo que debo decir.
—Lo único que sé, es que la firma de Jenna estaba en el documento en donde me establecen como el tutor de sus hijas —respondo en tono firme—. No me consta lo que dice sobre mi hermano, no estuve enterado de sus situaciones privadas, de haberlo hecho, hubiese hecho algo para ayudar.
—¿En serio? Porque todos sus amigos, y todos sus familiares coinciden en que usted tenía al difunto Lucca Lombardi en una especie de altar, el más admirado por la familia, ¿realmente va a decirnos que no sabía lo que su hermano hacía? ¿Qué no era consciente del maltrato que ejercía?
—Nunca supe de eso, estuve años viviendo en San Francisco, así que evidentemente no pasaba mucho tiempo con él.
—Y por lo que sabemos, tampoco lo hizo al volver. ¿Cuántas veces visitó a sus sobrinas en los cinco años que pasaron desde su regreso a Italia? ¿Fueron más de cinco veces al año?
Me tardo en responder.
—¿Fueron acaso dos? —continúa—. ¿O solamente las veía en las celebraciones navideñas?
—Eso no...
—¿Cómo espera, señoría, que un hombre que nunca estuvo interesado en mantener contacto con sus sobrinas, ahora quiera cuidarlas como un padre?
—No pretendo ser su padre —la paciencia comienza a desaparecer—. Sé bien que no lo soy, y lo que hice antes...
—Lo que hizo antes, el no estar interesado en conocer e interactuar con las hijas de su hermano, es señal suficiente para saber que no eran importantes para usted, señor Lombardi. Dijo que las llama desastres, ¿qué persona llama desastre a una niña de cinco años? ¿A una niña que dice querer?
—¡Si! ¡Las llamo desastres! ¡Pero son mis desastres! —exploto—. Las quiero tanto aun cuando enlodan mi sala o hacen berrinches, las amo, con todo mi corazón. Sé que no soy su padre, que nunca lo seré, pero mi hermano me confió lo que más amaba en el mundo. Me quedé con ellas porque no deseaba separarlas, porque sé lo importantes que son los hermanos en la vida.
Tomo una inhalación, armándome de toda la valentía que poseo.
—No me arrepiento de tenerlas conmigo, no me arrepentiré jamás. No soy el mejor hombre y cometí errores, probablemente más de los que me gustaría, pero no me importa gastar toda mi fortuna en procesos legales con tal de recuperarlas.
El abogado permanece en silencio por algunos segundos y luego, dice aquello que nunca creí escuchar.
—Señor Lombardi, ¿y si le dijera que las niñas no quieren volver con usted?
Cada musculo de mi cuerpo se tensa, mi espalda queda rígida, obligándome a erguirme. La boca se me seca, mi fortaleza se esfuma en un segundo.
—Eso no es posible, ellas no...
—¿Y si lo fuera?
Mi corazón se estruja, se retuerce de una manera dolorosa, tan fuerte que me sofoca, que me arrebata el aliento al grado de no poder respirar.
—En ese caso, solo me gustaría saber el motivo —hablo con la voz tan estable como puedo.
—Si hubiera un motivo, si ellas tuvieran uno, ¿las dejaría ir?
Quiero decir que no, que no sería capaz. Que deseo tenerlas conmigo, pero en realidad, si ellas no desean volver, si ellas realmente tienen un motivo, no las retendría. Desvío la mirada intentando encontrar fortaleza en donde evidentemente no la hay.
—¿Las dejaría ir, señor Lombardi?
—Si ellas tienen un motivo, si es un motivo verás, un motivo justificable, entonces las dejaría ir. Porque las amo tanto que no las retendría en un lugar en donde no son felices, las amo tanto como para aceptar que, si son felices en otro sitio, entonces ahí deben de estar, incluso si eso significa tenerlas lejos de mí.
Tomo una corta inspiración que me proporciona un ápice de valor.
—Amo a mis sobrinas y probablemente no fui el mejor demostrándolo, pero no voy a obligarlas a volver a un sitio en donde no desean estar. Si ellas quieren estar conmigo, lucharé con todas y cada una de mis fuerzas, con todos los recursos que poseo, pero si no es de ese modo...—mi voz tiembla— entonces las dejaré ir.
—Es todo, su señoría.
Apenas y soy capaz de volver a mi sitio sin romperme, agradezco que el juez dicte un breve descanso, salgo tan rápido de la sala sintiéndome sofocado, sintiendo que no soy capaz de estar ni un solo minuto más en esas cuatro paredes.
—Ángelo...—la voz dulce que se hace escucha detrás de mí consigue detenerme. El frío me golpea, lo siento atravesarme la piel y me estremezco.
—¿Y si él tiene razón? —me giro hacia ella sintiéndome desesperado—. ¿Si realmente no quieren volver conmigo?
—No...
—Daph, ¿Qué tal si ya las he perdido? —el aire me falta, la visión se me nubla y pronto me siento tan malditamente vulnerable, tan frágil que me reprendo a mí mismo el haberme quitado la armadura.
Porque la necesito, la necesito más que nunca.
—Eso no puede ser posible, y si es así, debe de haber una explicación —asegura tomando mi rostro entre sus manos— hey, mírame —exige—. Debe de haber algo, porque ellas te adoran, ellas te aman tanto como tú a ellas.
—No puedo, yo...
—Ángelo, necesito que seas ese hombre que no se deja pisotear por nadie —pronuncia mirándome con intensidad—. Necesito que seas ese hombre que se coloca la armadura, y lucha.
—Daph...
—Una vez te dije, que hay ocasiones que ameritaban usar la armadura, ¿recuerdas? —asiento levemente—. Esta es una de esas ocasiones, ellas lo merecen, merecen que no te rindas.
Tomo una inspiración, recuperándome un poco. Cierro los ojos y siento el tacto cálido de Daphne en mi rostro.
—Aún puedes hacer una última lucha por nuestras niñas.
Me atrevo a mirarla, ella sonríe con suavidad, y el roce de sus manos contra mi piel alivian la tormenta en mi interior.
—Son nuestras niñas —repito y ella asiente.
—Lo son, y deben volver con su familia —solo en ese punto su mirada se cristaliza—. Así que ve y da todo.
Me acerco, envolviéndola entre mis brazos y apagándola a mi cuerpo, su aroma me envuelve, lo hace como tantas veces lo ha hecho antes, pero ahora se siente diferente.
—Ángelo...—la voz de Franco se escucha— debemos volver.
Me aparto, pasando las manos por mi rostro antes de conseguir mirarlo.
—¿Estás bien?
Miro a Daphne, y hago lo que ha dicho, hago exactamente lo que ha pedido.
—Lo estoy —respondo con firmeza—. Ahora lo estoy.
—Van a pasar —susurra Franco a mi costado— primero entrevistarán a Bella. Ángelo, sé que no las has visto en semanas, pero necesito que seas tan frío como puedas.
—¿Qué?
—No necesitan pensar que quieres manipularlas —expresa—. Solo mantente al margen, ¿sí? Sé lo que te digo.
De mala gana asiento, el juez comienza a explicar que habrá la presencia de dos menores en la audiencia, cuando hay niños, suele ser diferente. Las preguntas no suelen ser tan directas, y no se permiten interrupciones, se les da todo el tiempo del mundo para que puedan responder.
Cuando dicen el nombre de Bella, mi corazón da un vuelco furioso, sé que Franco pidió que me mantuviera al margen, pero al verla entrar con los brazos cruzados por delante y el ceño fruncido, quiero correr hacia ella.
Quiero abrazarla y decirle cuanto la eché de menos. Pero no lo hago, permanezco en mi sitio hasta que ella eleva la mirada, y me encuentra entre la gente.
—¡Tío! —intenta correr hacia mí, pero la mujer que la acompaña la retiene, Franco coloca una mano en mi hombro, impidiendo aparecer el instinto que tengo de moverme del asiento.
Solo puedo sonreírle desde los metros que nos separan, y ella lo hace también. Algo en mí se alivia el reconocer la emoción en sus ojos, al mirarla parecer tan entusiasmada de verme.
—Hola, Bella —Franco se posiciona frente a ella con una leve sonrisa. Mi sobrina responde el saludo y me enternezco ante la manera en la que balancea los pies de adelante hacia atrás debido a la altura del estrado.
El abogado de Hilary ya había hecho unas preguntas de rutina, y ahora es el turno de Franco.
—Bella, háblanos de tu tío Ángelo, ¿puedes pequeña? —ella asiente—. ¿Cómo es que él te llama?
—Nos dice desastres —responde con una sonrisa que enseña los dientes.
—¿Y eso te molesta?
Niega con frenesí, consiguiendo que sus coletas se muevan levemente.
—Así nos dice porque nos quiere, Daphne dice que es una palabra cariñosa, y me gusta.
—¿Y él cuida de ti?
—Sí, siempre está con nosotras, me lee cuentos para dormir y va a mis presentaciones de Ballet, el otro día... ¡llevó flores! —dice y hace un ademán para darle énfasis a sus palabras—. Nos lleva al parque, y de vacaciones, ¿verdad tío Ángelo?
Centra la atención en mí y me mira ilusionada.
—Así es —respondo sonriendo, sintiendo una nueva emoción llenarme el pecho.
—Bueno, me alegra escuchar eso, ahora dime ¿qué hace cuando está enojado? ¿Te ha asustado alguna vez?
—No, pero cuando se enoja queda rojo como un tómate —una ligera risa colectiva se deja oír—. Él es muy bueno, nos quiere mucho.
—Bella, si tuvieras que elegir entre vivir con tu tío Ángelo, y tu abuela, ¿con quién te gustaría ir?
—Con el tío Ángelo —responde sin dudar—. No me gusta viajar sola en aviones, ni me gusta la casa a la que la abuela nos llevó.
Le dedico una rápida mirada a Hilary, ella aprieta los puños sobre la mesa.
—¿A qué casa te llevó, Bella? ¿No a la casa del bosque?
—Viajamos en avión, mi hermana Anto, Lía y yo —dice y su voz comienza a bajar.
Mis manos se forman en puños sobre la tela del pantalón, por eso no podía verlas, porque ellas no estuvieron aquí.
—¿Viajaste en avión? —inquiere Franco—. ¿Y tú abuela fue con ustedes?
Bella niega.
—Oh, bueno, señora Dorian —mi amigo se gira hacia la mujer que parece no saber que responder—. ¿Así que envió a sus nietas a Londres? ¿Aun cuando se le dijo que las niñas son podían abandonar Italia?
No hay una respuesta, Franco eleva el mentón en un gesto que evidencia su satisfacción, gira sobre su eje, mirando a Bella otra vez.
—Bella, así que ¿prefieres estar con tu tío Ángelo? ¿Esa casa te gusta? ¿Eres feliz ahí?
—Sí —dice y siento que recupero fuerzas—. Quiero volver. Lo extraño mucho.
Parece olvidar que le pidieron que permanezca sentada, se baja del estrado con un brinco y esquiva con rapidez a Franco, apenas y registro que viene hacia mí. La mujer que la acompaña intenta detenerla, pero consigue escabullirse, hasta donde me encuentro.
Abro los brazos, recibiéndola al instante en el que se lanza contra mí. La estrecho contra mi pecho, cierro los ojos por una fracción de tiempo porque, joder, las he extrañado, tanto como nunca imaginé que lo haría.
—Tío, ¿podemos ir a casa? —inquiere mirándome con suplica—. Quiero ir a casa contigo.
—Tengo que...—no puedo terminar de hablar, cuando nota la presencia de la mujer detrás de ella, lanza un grito y se aferra a mi cuerpo.
La sostengo contra mí, sus brazos se envuelven alrededor de mi cuello, y la tela se arruga bajo sus pequeños puños.
—Bella, tienes que ir...
—¡No quiero! —grita y su voz se rompe—. No quiero ir, quiero quedarme contigo.
—Bella...
—¡No! —tan pronto la mujer intenta apartarla, su llanto se escucha.
Eso es más de lo que puedo tolerar, coloco las manos en su espalda, pidiéndole con la mirada a la mujer que nos dé un par de minutos.
—Aparta las manos —La voz autoritaria de Franco se escucha.
—¿Qué? ¿Cómo voy a...?
—Haz lo que te digo —insiste— para que vean que no las retienes, aparta las manos.
Bella se aferra más a mi cuerpo cuando siente que aflojo el agarre, llora contra mí y no soy capaz de hacer lo que Franco pide. No puedo soltarla, no cuando parece necesitarme tanto.
—Ángelo, hazlo ahora.
Soy incapaz de soltarla, incapaz de apartar las manos de su pequeño cuerpo que se aferra al mío.
Maldigo, aparto las manos de Bella y elevándolas a los costados de mi cuerpo, consiguiendo una mirada detenida por parte del juez.
—Bella...
—¡No quiero ir! ¡Quiero quedarme contigo! —cuando siente las manos de la mujer sobre su cuerpo, vuelve a gritar y se aferra con más fuerza—. ¡No dejes que me lleven otra vez! ¡Tío Ángelo!
Un dolor agudo me atraviesa, me hace cerrar los ojos y sentirlos arder.
No puedo mantener las manos lejos, así que la rodeo completamente, parece relajarse cuando siente mis brazos apegarla contra mi cuerpo, echo el cuerpo hacia atrás y la sostengo, colocándola sobre mis piernas.
—Desastre, ¿qué hablamos de los berrinches? —me obligo a olvidar que me encuentro en una sala de juzgado, ahora no soy un abogado, ahora mismo no soy un hombre que intenta luchar por ellas.
Ahora mismo soy su tío, y ella me necesita. Necesita saber que no voy a dejarla otra vez.
—No quiero que llores más, esta mujer...—señalo hacia adelante— ella va a cuidarte mientras termino aquí.
—¿Luego vas a llevarnos a casa? —inquiere.
—Tengo que resolver unos asuntos importantes, pero haré lo posible.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —acaricio su rostro, eliminando las lágrimas de sus mejillas—. Ahora ve.
Esta vez baja de mis piernas sin oponer resistencia, y toma la mano de la mujer.
—Te quiero, tío Ángelo.
—Y yo te quiero a ti, Bella —la miro caminar hacia la salida, antes de abandonar la sala por completo, gira y eleva la mano, haciendo un ademán de adiós.
Franco continúa con su intervención, y Hilary parece cada vez más nerviosa, como si no esperara esto, una parte de mí se regocija de verla tan nerviosa, tan ansiosa, de ver que está sintiendo exactamente lo mismo que to experimenté en la audiencia pasada.
Me repito que nada ha acabado, que aún faltan las preguntas a Antonella, y sé que ella me aprecia, sé que tengo su afecto, pero han pasado cuatro semanas, y con las palabras de Bella, no me cabe duda de que Hilary pudo usar cualquier cosa para convencerla de decir algo falso.
—Lo tenemos, amigo, falta poco —dice Franco palmeando mi espalda.
Antonella ingresa, acompañada por la misma mujer, y esta vez, el abogado de Hilary es el que habla.
Soy consciente de que mi sobrina no me mira, que apenas y consigue sostenerme la mirada, y eso me inquieta.
Cuando el abogado le pide que hable de nuestra relación, la duda se siembra en su mirada.
—¿Puedo preguntar algo antes? —inquiere con voz inestable, girándose al juez.
—Claro que sí.
—¿Mi tío corre riesgo de ir a la cárcel ahora? —Franco y yo compartimos una mirada confundida.
—Nadie irá a la cárcel —responde el juez—. Solo queremos saber si el señor Lombardi es una persona adecuada para cuidar de ti y de tus hermanas.
—Lo es —un débil susurro brota de ella—. Es una persona muy buena.
El rostro de Hilary se descompone con algo parecido a ira, Antonella deja de mirarla para observarme, y entonces ahí está la valentía de mi desastre mayor.
Esa fiereza de Lucca, esa valentía y crudeza, la manera en la que me mira me hace saber que aún la tengo de mi lado.
—Hilary Dorian no —la firmeza envuelve su voz y el juez parece desconcertado—. Dijo que tenía que mentir sobre mi tío, me dijo que, si no decía lo que ella quería, me separaría de mis hermanas. Me quitó mi celular, nos envió a Londres y no permitió que tuviésemos comunicación con mi tío.
—Eso es mentira su señoría —Hilary se incorpora—. Es una mentira, cielo, dile lo que me dijiste de tu tío... ¡cuéntale!
—Mi tío Ángelo es un hombre maravilloso. Cuida de Bella y a Lía muy bien, Nos quiere, mi hermanita adora sus cuentos antes de dormir y que vaya a sus presentaciones, nos quiere demasiado, tal vez incluso más que papá.
Sonrío, la visión se me nubla mientras intento mantenerme firme. Pero es imposible, porque me quiere, joder, ellas aún me quieren.
—Nunca grita, no nos ha levantado la mano ni una sola vez, desde que llegamos a su casa, él no ha hecho nada más que cuidarnos.
—Les contrató una niñera —dice el abogado de Hilary, como si ese fuese su último recurso.
—Sí, y se aseguró de que la que eligió, sea la mejor —su mirada viaja hacia Daphne—. Eligió a una que nos quiera, que cuida de mi hermanita como mamá lo hacía, que protege a Bella y tiene una paciencia del tamaño del cielo. A una que no solo es nuestra niñera, es nuestra amiga.
Volteo hacia Daphne, ella se limpia las lágrimas mientras sonríe.
—No importa que tan ocupado esté, mi tío siempre tiene tiempo para nosotras porque...
Toma una inhalación, conectando su mirada con la mía.
—Porque somos una familia, ¿verdad tío?
Me tallo los ojos, intentando recomponerme tan rápido como me es posible.
—Así es —musito—. Somos una familia.
No hay más preguntas, no hay más cuestionamientos y le permiten marcharse luego de eso.
—Lo tenemos —dice Franco con seguridad—. Amigo, lo tenemos.
Y yo solo podía rogar, con todas mis fuerzas, que tuviera razón. Porque ahora que sabía que ellas querían estar conmigo, ahora que era consciente del daño que Hilary les haría, no voy a detenerme, incluso si tengo que vivir de juicio en juicio, no descansaré hasta asegurar que ellas vuelvan a casa.
A su casa, con su familia.
Lucharé por ellas, aún si en esta guerra, se va hasta mi último aliento.
Ha pasado cerca de una hora desde que el segundo receso fue dictado, y en unos diez minutos, debemos volver adentro.
Al entrar, se dará la resolución. Sabré si las he recuperado, o si este es el comienzo de una incansable lucha legal de la cual no me dejaré.
—Estuvieron en Londres todo este tiempo —murmuro aún sin poder creérmelo del todo—. Por eso nunca me permitía entrar a la casa, porque de hacerlo, me daría cuenta que sus cosas no estaban.
—No puedo creer que intentara manipular a Antonella de esa manera, amenazar con separarla de sus hermanas...
—Eso debería de ser suficiente —dice Franco—. Amenazas y manipulación, además de que las sacó del país sin autorización y negó las visitas. Esta vez ella tiene todo en su contra.
—Sé que llevo la delantera, pero no quiero confiarme —un suspiro brota de mis labios—. Porque sé que, si me confío, y nada sale como esperamos, será un golpe del cual no me recuperaré con facilidad.
—Dejemos la negatividad a un lado —exige Daphne—. Ahora sabes que ellas te quieren, y desean volver contigo. Eso es todo lo que importa.
Sonrío levemente, tenerla a mi lado se sentía como esa vocecita que se encargaba de volverme a la realidad cada que amenazaba con perderme en la bruma de mi mente.
Esperaba ver a Bella y a Anto al salir, pero parece ser que no será posible, Franco dijo que tal vez estarían con la trabajadora social, y según lo que dijo, Lía también estaba con ellas.
Necesitaba verla, necesitaba ver a las tres. Decirles que intenté visitarlas, que no me aparté, dejarles en claro que no me di por vencido.
Los diez minutos parecen eternos, como si de pronto el tiempo decidiera detenerse en un punto, manteniéndonos en un mismo momento.
—Es hora —Daphne sonríe, dice un par de palabras y luego volvemos al interior de la gran sala.
Intento repetirme que debo estar tranquilo, que no tengo porque preocuparme. Que esta vez, todo va a salir bien para mí.
El juez comienza a hablar, y me obligo a prestar atención a cada una de sus palabras, a cada una de sus conclusiones, obligándome a mantener la ansiedad por debajo del límite.
—Ha sido un proceso largo de evaluar —admite el juez—. Pero al final, el jurado y yo hemos llegado a una conclusión.
Mi espalda se pone rígida, cada músculo, cada fibra de mi cuerpo se tensa mientras me preparo para lo que sea que viene a continuación.
—Hemos leído las conclusiones de los terapeutas, y analizado cada prueba presentada —el juez fija la atención en los documentos, y luego al frente—. Señor Lombardi, como se le mencionó con anterioridad, se realizó una investigación para asegurarnos de que las tres menores, estaban bajo el cuidado adecuado, agradecemos su cooperación con el proceso.
Vuelve la vista al frente, y se detiene por un par de segundos.
—Ante la falta de pruebas que establezcan al señor Lombardi como un riesgo para las menores, esta corte ha decidido que la tutela testamentaría, sigue bajo su poder, señor Lombardi.
Mi cuerpo se alivia, cada musculo tensado se relaja, me permito tomar una larga bocanada de aire que me dota del oxígeno suficiente como para reaccionar.
Para dejarme entender que las he recuperado.
—Señor Lombardi, la custodia y tutela de sus sobrinas, sigue siendo de usted —afirma el juez con una ligera sonrisa—. Ha demostrado ante este jurado lo mucho que ama a sus sobrinas, y no queda duda de que ellas le corresponden ese amor.
—Gracias, su señoría —respondo con la voz vibrando de emoción.
—Señora Dorian, debido a los sucesos presentados en esta corte, no se le quitarán las visitas que por derecho tiene a sus nietas, pero estas serán llevadas a cabo en la casa del señor Lombardi, no tiene permitido llevar a las niñas a ningún otro sitio, ahora, sin más...—el sonido del martillo contra la madera se siente como una campanada final— se levanta la sesión.
—¡Tío! —el grito emocionado que viene del pasillo me hace voltear—. ¡Tío Ángelo!
Bella corre hacia mí, liberándose del agarre de la mujer que viene con ellas y simplemente corre. La recibo en brazos, esta vez no hay nadie que me impida sujetarla con firmeza, ni dejar innumerables besos contra su mejilla que la hacen reír.
—¡Tío! —elevo la mirada ante el enternecedor sonido que viene de Lía.
—¿A caso ha dicho...? —Antonella asiente, acercándose con el rostro iluminado.
—Puede que se lo haya repetido tantas veces que acabó por aprendérselo —admite en una risa—. Cumpliste tu promesa.
Cuando tomo a Lía en brazos, estrechándola contra mí, sé exactamente a lo que se refiere.
—Te dije que no sería para siempre —susurro—. Ven aquí, desastre mayor.
Su mirada se cristaliza mientras elimina la distancia, se abraza a mi cuerpo y pronto tengo a mis tres desastres contra mí, y me siento tan malditamente feliz, tanto como no lo he sido en mucho tiempo.
Cuando se apartan y volteo, miro a Daphne, no dudo en extender una mano hacia ella y la emoción de Bella se desborda de nuevo cuando la mira.
—Ahora, definitivamente somos una bonita familia feliz —susurro mirándola—. ¿no lo creen?
—¡Sí! —un grito unísono se deja oír, llenándome los oídos y haciéndome vibrar el pecho con emoción.
Y ahora, teniéndolas aquí, rodeándome y sonriendo de una manera mágica, lo sé.
Hay sacrificios que valen la pena, no importan los dolores pasados, las heridas ni cicatrices, ahora, lo que importa ahora, es que las tengo conmigo.
Es que tengo a mi familia, al fin, después de tanto, tengo una familia.
Una a la cual protegería con mi vida, con todos mis recursos, una que no dejaría que volviera a ser separada.
Ellas llegaron a mi vida de manera inesperada, llegaron como un torbellino de emociones, como una señal de que los desastres no siempre son únicos, solitarios, sino que, en algunas ocasiones, en situaciones tan peculiares... los desastres vienen de a tres.
A veces los desastres tienen nombres, porque una vez que llegan a tu vida, la marcan para siempre, y no hay manera de escapar.
Ahora, escuchándolas reír, escuchándolas ser tan felices, sé que ellas fueron lo que siempre deseé, mi anhelo fue concedido desde hace meses, pero yo apenas y comenzaba a darme cuenta.
Apenas y comenzaba a darme cuenta de que esas tres niñas que adoro, y la mujer a su lado a la que amo tanto, me han cambiado la vida, en formas que ni yo mismo soy capaz de explicar.
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No se olviden de votar y comentar, significa mucho para mí. <3
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