32.- última batalla.
Ángelo.
—¿Sabes que le dirás? —inquiere Daphne mientras el auto aparca justo en la entrada de la casa de Renata.
Había pasado las doce horas de vuelo pensando en lo mismo, ¿Cómo le diría la verdad a Jacob? ¿Cómo podría mirarlo a los ojos y decirle que no era mi hijo?
Lo eres.
Una voz en mi cabeza me lo repite constantemente, repite que he sido su padre desde el momento en el que lo sostuve en mis brazos. No he hecho las mejores cosas, no me he comportado como tal, pero Jacob es mi hijo.
Él también es mi familia.
—No le diré —musito mirando la casa—. No a él.
—¿Entonces...?
—Hablaré con Russell —Daphne parece desconcertada—. Nunca he hecho nada fuera de la ley, y tal vez la extorsión sea lo suficientemente grave para enviarme a la cárcel, pero...
—Ángelo...
—Tengo documentos con su firma y la firma de sus padres —murmuro—. Documentos en blanco, Daph. Una sola cifra imposible de pagar, caería en embargo, podría recuperar mi despacho, podría ir él a la cárcel, pero lo único que quiero, es convencerlo de solicitar una prueba de paternidad ante el juez, sin intervenciones de Renata. De ese modo, podré comprobar que Jacob no es mi hijo, y el proceso de explicarle a él será mucho más sencillo.
—¿Harás algo ilegal? —inquiere con incredulidad.
—No precisamente, siempre he sabido que desea proclamarse como el padre de Jacob, él no lo llama de ese modo, siempre se refiere a él por su nombre, y sé que en el fondo esto le molesta tanto como a mí.
Ella permanece en silencio.
—Si todo sale bien, entonces cuando la prueba se realice, y se demuestre que no es mi hijo, los demandaré por daño moral y perjuicios premeditados —en mi cabeza era un plan excelente—. Si gano, entonces se anularían todas las acusaciones en mi contra, podré recuperar a mis sobrinas y tal vez solicitar la custodia de Jacob, me ha visto como su padre así que para un juez no será tan extraño que lo solicite.
—Parece un buen plan —susurra Daphne—. Pero, ¿y si no acepta?
—Si no acepta entonces le llegarán los documentos con una cifra millonaria, y seguiremos todo el proceso, pero de la forma desagradable.
Ella cierra los ojos, se apoya contra el respaldo del asiento y niega.
—Ángelo esto es...
—Es la única manera —susurro—. Si no lo hago así, es imposible que ellos acepten.
—Pero Russell parece estar de acuerdo con eso, ¿no has pensado que tal vez fue el quien convenció a Renata de hacer todo eso?
—Russel podrá ser muchas cosas, pero sus padres son importantes para él. Y quiero pensar que Jacob también.
Extiendo la mano hasta tomar la carpeta negra, con los documentos que Franco había llenado la noche anterior, un extenso documento con una cuantiosa deuda con los casinos "Maximous".
—Si nada de esto resulta, entonces solo me quedará confiar con que el juez no encuentre nada en su investigación, y me permita tener a mis niñas de vuelta.
Abro la puerta del auto, Daphne baja conmigo y sé por la expresión que tiene en el rostro, que esto no es de su agrado.
—Estaré esperándote aquí —dice y asiento.
Tomo una inhalación antes de atreverme a caminar hacia la entrada, de la casa y tocar el timbre.
Afianzo el agarre en la carpeta que sostengo debajo de mi brazo y aguardo, la puerta se abre y la chica del servicio aparece.
—Hola —saludo—. Necesito hablar con Russell...
—No están en casa —informa—. ¿Desea que le deje algún recado?
Aprieto la mandíbula, grandioso, lo único que faltaba.
—No, necesito hablar personalmente con él —estoy por marcharme, pero me detengo—. ¿Jacob está en casa?
La chica asiente, me permite el acceso a la casa y me indica que él está en su habitación. Subo las escaleras, aún con la carpeta en mano y voy hacia la puerta que me ha indicado.
La que supongo es su niñera se encuentra conmigo en el pasillo, cuando le digo quien soy me conduce hacia la habitación y habla a Jacob.
—Tu padre está aquí —dice.
Espero ver la sonrisa entusiasmada, el grito emocionado, y la mirada iluminada pero cuando Jacob voltea, no hay nada de eso.
—Hola, campeón —saludo abriendo los brazos—. Ven aquí.
No viene, permanece en su sitio mirándome con seriedad.
—Hola...Ángelo.
Algo en mí se contrae con furia cuando me llama por mi nombre.
—¿Cómo que Ángelo? —inquiero intentando mantenerme en calma—. Soy papá, ven...
—No, no es cierto —dice y la mirada recelosa que me lanza me golpea con furia—. Eres malo, mamá dijo que eres un mentiroso.
Me toma unos pocos segundos entender lo que ocurre.
Entender que lo sabe, que Renata se lo ha dicho.
Retengo la respiración, intentando sonreírle.
—Eso no es verdad —susurro—. Soy tu padre, yo soy...
—Russell es mi papá —asegura y el alma se me desgarra—. No tú.
Las náuseas me invaden, una sensación sofocante de ira me llena por completo. La rabia hace que mi pecho se hunda, que el corazón lata hasta un punto crítico, hasta el límite.
Cierro los ojos, evitando las lágrimas y trato de ignorar el dolor punzante en mi pecho.
—Jacob...
—Me mentiste, mamá tenía razón, tú eres malo. ¡Muy malo!
Una discusión abajo capta mi atención y luego el sonido de mi celular. Lo tomo, leyendo el mensaje de Daphne.
"Ellos han vuelto a casa"
Miro a Jacob, ya no hay la mirada ilusionada ni las sonrisas emocionadas, ya no parece mirarme como si me quisiera tanto.
Y eso me desgarra. Siento que lo he perdido de nuevo, el mismo sentimiento que me consumió cuando ella dijo que no era mi hijo.
—Yo siempre voy a ser tu papá —susurro con un nudo en la garganta.
—Largo de mi casa —La voz de Renata me obliga a recomponerme, me limpio el par de lágrimas con el dorso de la mano antes de girar hacia ella—. Vete ahora, Ángelo.
—¿Russell está abajo? —inquiero, y por la mirada que me dedica, sé que es así.
Salgo con rapidez de la habitación, la ira me consume, me ciega por completo.
Esta vez no dejaré que vuelvan a destruirme.
—Ahora él sabe la verdad —es lo primero que Russell dice cuando me mira—. Te lo dije...
—Te daré una solución —mascullo interrumpiéndolo—. Una que va ahorrarte muchísimos problemas.
—Por lo que sé, los problemas los tienes tú —dice con aire socarrón.
Sonrío, extendiendo la carpeta hacia él. Russell la toma con confusión, lo miro sostener la carpeta por algunos segundos antes de abrirla. Y cuando lo hace, palidece por completo.
—Tengo que informarte que tienes una deuda de dos millones de dólares con el casino Maximous —murmuro—. Mis abogados dicen que no has pagado, así que, si no lo haces en el lapso de un mes, me veré en la necesidad de presentar una demanda por embargo.
—¿Tú...tú realmente lo hiciste?
—Oh, y en las hojas siguientes están las deudas de tus padres —su rostro se contrae—. Como verás, tu madre firmó un pagaré que no ha sido cubierto y los intereses han sobrepasado los límites. Y en el último documento, tu padre...
—¡Eres un hijo de puta! —lanza la carpeta contra una de las paredes.
—Te dije que, si volvías a joderme, iba a ser un completo hijo de perra —la ira vuelve, tan fuerte como nunca—. Y cumplo mis amenazas, Russell.
—Ángelo...
—O, puedo librarte de todas tus deudas —informo—. Solicitando una prueba de ADN delante del jugado familiar, una para demostrar que eres el padre de Jacob.
—Eso no va a pasar —Renata interviene—. Perdiste la batalla en el segundo en el que le diste tu apellido, es un Lombardi después de todo.
—No abandonas tu manía de jugar sucio, ¿verdad?
—Le dije la verdad en el segundo en el que Jacob dijo que quería irse a vivir a Italia contigo.
La daga se incrusta un poco más, porque él realmente quería ir conmigo. Pese a la forma tan miserable que me siento, me las arreglo para fingir que no me afecta en lo más mínimo.
Aun cuando por dentro me siento morir.
—Y te dije que, si intentabas alejarlo de mí, le diría la verdad.
—Y recuerdo haberte dicho que, si lo hacías, tu amado esposo sufriría las consecuencias.
Giro hacia Russell.
—Tienes los documentos, si en dos días no recibo el citatorio del juez para la prueba de ADN, me veré en la necesidad de embargar tus bienes y...—hago una mueca de pesar—. Tal vez demandar a tus padres. ¿No será eso mucho para el corazón de tu madre? Enterarse de una deuda tan grande...
—Nada de eso va a hacer que Jacob vuelva a verte como su padre —sisea—. Me llamará papá a mí, como siempre debió de haberme dicho desde el inicio. Puedes hacer lo que quieras, Ángelo, pero al final quien se quedó con todo, fui yo.
Aprieto la mandíbula, tanto que mis dientes duelen.
—Ni siquiera podrás recuperar a tus sobrinas, ¿qué diría Lucca de todo esto? ¿De todo lo que quieres hacer?
—Diría que te lo tienes más que merecido —espeto—. Y que probablemente deba romperte la cara. Ya que al parecer no harás nada de lo que he pedido, entonces supongo que enviaré a mi abogado con tu madre —hablo con tanta firmeza como me es posible—. Y tal vez debas considerar darle un puesto a tu padre en el despacho, porque será un desempleado pronto.
—No te atrevas a meter a mis padres en esto —dice dando un paso en mi dirección.
—Puedes joderme todo lo que quieras, Russell, pero no esperes que esta vez, no te responda el golpe.
Doy un paso al frente, acercándome.
—Será un placer destrozarte en los juzgados.
No preveo el golpe rápido que lanza contra mi rostro, la ola de dolor explota en el costado izquierdo de mi cara, mientras me tambaleo hacia atrás. Un golpe en la boca del estómago me arrebata el aire, y caigo.
Russell empuja mi cuerpo hacia atrás, siento su puño golpear de nuevo contra mi rostro, pero esta vez lo golpeo de vuelta.
Gime cuando mi rodilla se incrusta en una de sus costillas, giro, colocándome sobre él y siento la rabia explotar por dentro.
Me ciega por completo, me deja en un estado de furia cruda que no puede ser controlada, que no quiero controlar.
Lo golpeo, una y otra y otra vez mientras mis nudillos se impregnan de sangre.
—¡Déjalo en paz! —el grito de Renata me perfora los oídos—. ¡Ángelo vas a matarlo!
—¡Papá, no! —solo en el segundo en el que escucho su voz aterrada, me detengo. El puño queda en el aire mientras elevo la vista y lo miro.
Jacob me observa aterrado, de una forma que consigue desgarrarme.
—Jacob...
La palabra queda en el aire en el segundo en el que siento el cristal estallar contra la parte trasera de mi cuello.
El dolor me ciega, la visión se vuelve borrosa y la mente se me nubla.
—¡Ángelo! —reconozco su voz en el instante en el que la escucho.
Mi mente parece desconectarse, mis sentidos se anulan y solo soy capaz de sentir mi cuerpo caer sobre la losa.
—Daph...—su rostro es apenas visible, poco a poco mi visión se oscurece a tal grado de ser completamente nula.
El dolor en mi cabeza aumenta, tanto que me escucho gemir ante la sensación dolorosa.
Y luego, casi tan rápido como todo lo que acaba de suceder...todo se apaga.
Daphne.
Franco dijo que algo como esto podía pasar. Y tan pronto como lo llamé al llegar al hospital, me dijo lo que tenía que hacer.
—Daphne, presentarán cargos por agredir a Russell, eso no es bueno para Ángelo, así que escúchame bien, esto es lo que tienes que hacer...
La lista de instrucciones se grabó en mi mente, quedaron impresas en mi memoria, y mientras observo a Ángelo inconsciente sobre la cama de hospital, decido que las llevaré a cabo, exactamente al pie de la letra.
—Realmente no sabes la clase de hombre con la que estás —una molestia se instala en mi pecho tan pronto reconozco la voz de Renata.
—¿Qué haces aquí? —inquiero—. Según sé, la habitación de tu esposo está muy lejos de aquí.
Ella ignora mis palabras y se adentra al cuarto, mira a Ángelo por unos cortos segundos antes de volver la atención hacia mí.
—Solo vine a decirte que no te extrañes si algún oficial de policía viene —dice—. Porque planeamos presentar cargos por agresión.
Es posible que Renata quiera presentar cargos.
Esa fue una de las primeras instrucciones de Franco. Así que elevo el mentón y digo exactamente lo que él dijo en la llamada.
—Sí, lo supuse —murmuro acercándome a ella—. Era un movimiento totalmente predecible.
Ella se encoge de hombros.
—Ángelo se colocó el mismo la soga al cuello —dice con frialdad—. Él fue a mi casa, y agredió a mi esposo, yo actué en su defensa. Mi hijo podrá confirmarlo.
—¿Planeas hacer que un niño de cinco años declare contra su padre?
—No es su hijo.
—¿Tienes idea de lo que hiciste? —mi pecho se contrae con furia—. ¿Sabes lo que le has hecho? ¿A Ángelo? ¿A tu hijo? —su mirada vacila cuando menciono a Jacob—. Presenció cómo le estrellaste un florero al hombre que consideró su padre, ¿tienes idea de lo que eso le hace a un niño? Él ama a Ángelo, lo ama realmente y no sé qué le dijiste para quitarle eso.
—No es tu asunto.
—Se convierte en mi asunto cuando le estrellas un florero en la cabeza a mi novio —espeto con firmeza—. Franco ahora está trabajando en una demanda de daño moral y perjuicio, además de comenzar con un juicio de impugnación de paternidad. Y ya que has decidido decirle a Jacob la verdad, Ángelo podrá solicitar una indemnización por los perjuicios que le han causado en estos cinco años. Y vaya que tendrá forma de probarlos.
Renata contrae el rostro.
—Russell y tú recibirán la notificación del juez pronto. Y ¿sabes algo? Decir la verdad le ayudará más a Ángelo de lo que crees, porque con eso, todo tu teatro se cae, todas las mentiras que dijiste sobre él desaparecen y me pregunto, ¿un juez decidirá que eres la mejor opción para Jacob?
—No te atreverías.
—Si creías por un solo instante que Ángelo estaba solo, te has equivocado. Tal vez él sea demasiado bueno para hacer algo en tu contra, pero la señora Lombardi está dispuesta a proceder por los daños causados a los demás miembros de su familia, como daños secundarios.
Un silencio se instala en la sala.
—Si presentas esos cargos, se incrementará la lista de daños y perjuicios así que mi recomendación, es que no lo hagas.
Ella tensa la mandíbula, aprieta los puños y es la reacción exacta que Franco describió.
—Daph...—el susurro débil de Ángelo me llena los oídos. Volteo por un corto tiempo antes de volver a mirar a Renata.
—Fuera de aquí —empujo su cuerpo fuera de la habitación, y antes de cerrar la puerta vuelvo a hablar—. Ángelo te lo advirtió, Renata, ojalá lo hubieses escuchado.
Cierro la puerta, tomando una larga inhalación antes de voltear y caminar hacia la cama.
—Cariño —susurro, Ángelo parpadea, parece un poco perdido hasta que me enfoca—. ¿Cómo te sientes?
—Me duele la cabeza —se queja—. ¿Qué paso? ¿Por qué...?
Algo parece activarse en su mente, la enfermera entra en ese instante y al mirarlo despierto, dice que llamará al doctor.
Le hacen los exámenes correspondientes, me mantengo apartada aun cuando lo único que deseo hacer es correr hacia él y envolverlo en un abrazo.
—Deberá estar un par de horas en observación —dice el médico girándose hacia mí—. Solo para monitorear si hay alguna secuela del golpe, aunque hasta ahora, todo parece en orden.
—Gracias —le sonrío y el me devuelve el gesto, cuando nos quedamos solos, camino hasta la cama de Ángelo y me coloco tan cerca de él como es posible.
La mirada torturada que me dedica me deja saber que recuerda todo, y probablemente hubiese sido mejor que no lo hiciera.
—Ella se lo dijo todo —dice en un suspiro—. Me llamó por mi nombre, él nunca me ha llamado de ese modo, y dijo que soy un mentiroso.
—No lo eres.
—Claro que lo soy, le mentí todo este tiempo, Daph —susurra—. Le mentí desde el segundo el que lo tomé en brazos, no he dejado de hacerlo.
—Le mentiste porque creías que era lo mejor para él, porque buscabas su bienestar y te sacrificaste en el proceso. Podías haberte simplemente desatendido de él, podías haber ignorado su existencia, pero no lo hiciste, fuiste su padre.
—Un padre ausente, un padre al que veía una vez al año —dice con amargura—. Tal vez fue por eso que le resultó fácil dejar de considerarme como tal.
Hace una mueca cuando mueve el cuello.
Extiendo la mano, trazando una caricia a lo largo de su rostro y llegando hasta su cabello. La suavidad del mismo me hace sonreír y los mechones de cabello se cruzan entre mis dedos.
—Es un niño —susurro—. Apenas tiene cinco, a esa edad crees todo lo que mamá dice, aunque no sea cierto. Si ella dice que hay un monstro en el armario, le crees, si dice que un ratón vendrá por el diente que acabas de botar, le crees. Pero eso no significa que en serio haya un ratón que se mete por debajo de la almohada, ¿o sí?
—Supongo que no —admite.
—Lo que trato de decir es que...
—Oh, qué bueno que llego y has despertado —Franco ingresa a la habitación con prisa.
Joder, ¿Cómo es que ha llegado tan rápido? Han pasado ¿qué? ¿Seis horas desde nuestra llamada?
Bueno, tal vez un poco más. Ya que desde el instante en el que Ángelo decidió volar a San Francisco, le envíe un texto.
Sabía que no tenía motivo para hacerlo, pero estaba realmente preocupada de lo que Ángelo quería hacer y que todo resultara mal, y puede que al final, no me haya equivocado tanto.
—¿Qué haces tú aquí? —inquiere Ángelo.
—Daphne me llamó —dice y me mira.
Oh, no. Se suponía que él no tenía que saberlo.
—Me dijo lo que planeabas hacer, que querías venir a San Francisco así que, como tu abogado, decidí venir. Estaba apenas aterrizando cuando me contó lo que ocurrió en casa de Renata, así que fui a la corte y...
—Espera, espera —Ángelo lo detiene en ese punto y luego mira—. Daph... ¿Qué hiciste?
El corazón se me acelera, porque sé lo mucho que le molesta que intervenga en asuntos privados, y tal vez debí decirle a Franco que no dijera nada.
—Tu novia hizo lo correcto —pronuncia su amigo—. Me llamó, porque...hablo desde el punto de vista de tu abogado...tengo que saber estas cosas, tengo que saber cuándo planeas extorsionar a alguien.
Ángelo gruñe molesto.
—Lo tenía bajo control.
—¿A ti te parece? —cuestiona Franco divertido—. Te estrelló un florero en la cabeza, que, por cierto, anotaré eso en la lista de daños y perjuicios, tenemos una reunión con el juez en tres días para la impugnación de la paternidad, él ha dicho que...
—¿Qué? —un susurro confuso brota de Ángelo—. ¿De qué mierda hablas, Franco?
—De acuerdo, demasiada información —intervengo con una risa nerviosa—. Franco, ¿puedes darnos un momento?
Él asiente, mirando a su amigo y luego a mí.
—Haré un par de llamadas —dice—. Luego vendré y discutiremos los detalles.
Tan pronto se marcha, cierro los ojos con fuerza, sabiendo que estoy cerca de una bomba que está a punto de explotar.
—¿Qué hiciste, Daphne?
Tomo una inhalación, reuniendo el valor suficiente para girarme hacia él otra vez.
—Cuando dijiste que ibas a venir a San Francisco, le llamé a Franco. Le dije que traías algo en mente y el supuso que usarías el plan que le dijiste en su última conversación. Me dijo que tomaría un vuelo un par de horas después que nosotros y que, con suerte, llegaría poco después que nosotros.
Retuerzo las manos sobre mi regazo.
—Fue todo lo que hablamos en ese momento, pero supongo que él comenzó a idear algo, porque cuando ocurrió el incidente en casa de Renata, él sabía exactamente qué hacer.
—¿Y eso es...?
—Impugnación de la paternidad —el rostro de Ángelo se contrae—. Franco dijo que tu querrías hacerlo, dijo que haría los documentos y que al aterrizar haría los trámites necesarios. Y lo hizo, por lo que veo. Es más sencillo que extorsionar a alguien.
Cierra los ojos y observo su pecho subir y luego bajar cuando suelta el aire.
—No servirá de nada, Renata seguro presentará cargos por...
—No lo hará, porque le dejé saber lo que haríamos. Franco dijo...
—¿Hablaste con ella? ¿Le dijiste todo esto?
—Franco dijo...
—¡Joder, Daph! —grita y me sobresalto—. ¿Tienes idea de lo que hiciste?
Parpadeo, intentando comprender a que se refiere.
—Ahora esa mujer hará lo que sea para perjudicarte, Daphne...—parece demasiado frustrado con la idea—. Renata no es alguien que reciba amenazas y se quede de brazos cruzados, amenazaste con joderle sus planes, ¿crees que no hará algo al respecto?
—No me interesa —aseguro—. Te estrelló un maldito florero y...
—¡Voy a resolverlo!
—¡No lo harás! —grito perdiendo la paciencia—. ¡Porque era seguro que ahora mismo estuvieses esposado a la cama! ¡Con una orden de arresto tal vez!
La desesperación explota en mi pecho, arde de una forma tan fuerte que no puedo controlarla.
—Así que te defendí, lo hice. Defendí tu nombre y le dejé saber que no estás solo. Que esta vez vas a defenderte, vamos a defenderte. ¿Crees que una orden como esa te beneficiaría? ¡Hubieses perdido la custodia de las niñas de inmediato!
—¡Ese no es tu asunto! —brama.
El silencio que le sigue a su grito me hela la sangre.
—No necesito que te involucres en asuntos que no te corresponden, Daphne —dice bajando la voz e incorporándose levemente de la cama—. Son mis problemas, así que quiero que te mantengas lejos.
—¿Hablas en serio? —inquiero en un hilo de voz.
Él no responde de inmediato, cierra los ojos y suelta un suspiro.
—Esta es mi lucha, no quiero que termines involucrada —responde conectando la mirada con la mía—. No quiero que salgas perjudicada en todo esto.
—Eso no significa que tengas que alejarme —susurro entendiendo el rumbo que la conversación comienza a tomar.
—Soy tu novia, no me alejes —su mirada vacila, y vuelvo a acercarme—. No tienes que enfrentar esto solo. Estoy contigo, somos un equipo.
—No...
—Sí —la firmeza envuelve mis palabras—. Lo somos, cariño. No tienes que enfrentar esto solo.
Sus ojos se humedecen, cada músculo de su cuerpo está tenso, y soy capaz de ver la forma en la que intenta contenerse.
—No tienes que enfrentar esto solo —repito una vez más.
—No lo entiendes —su voz brota en un sonido torturado—. Una vez que el juicio para impugnar la paternidad comience, no habrá vuelta atrás. Renata va a defenderse y usará cualquier cosa que tenga a su alcance para dañarme. Arruinó mi reputación, ¿qué te hace pensar que no arruinará la tuya? ¿Qué no te envolverá en un maldito torbellino?
Permanezco en silencio.
—En el hospital te pedí un tiempo, te pedí que esperaras hasta después del juicio —su mirada se ensombrece—. Y voy a pedirte lo mismo ahora.
—No...
—Daph, escúchame —pide tomando mi mano—. No me perdonaría si sales perjudicada de algún modo, te estoy librando de idas y venidas del juzgado, te estoy librando de tener que ver como tu vida se va por el caño por una mentira, porque no toleraría que ella use algo, hasta la cosa más insignificante sobre ti, y la vuelva una mentira gigantesca. Ya suficiente tienes soportando los titulares, como para añadirle que comiencen a relacionarte con alguien con mi reputación pasada.
—No me importa, porque son mentiras, Ángelo. Porque...
—A nadie le importa si son mentiras o no, Daphne. Ellos quieren vender, ellos quieren noticias que llamen la atención, ellos...—cierra los ojos y baja la cabeza— no quiero que pases ese tormento, le dije a tu madre que te quiero lo suficiente como para no permitir que se hable de ti.
—Pues no parece que me quieras tanto ahora —mascullo con amargura.
—Es porque te quiero tanto que debo alejarte de mí. Porque no soy bueno, porque no tengo un amor puro para ofrecer. Porque mereces flores y chocolates, mereces paseos por el parque, mereces un hombre libre de acusaciones, a alguien que te de paz, a alguien que no tenga guerras por enfrentar.
Estoy llorando ahora, tanto que me aparto. Imponente ante la idea de que él sea capaz de hacerme esto.
—Te amo, mia regina —sus ojos se humedecen y la voz le tiembla—. Pero ahora mismo no puedo darte el amor que mereces.
Sollozo, el pecho se me hunde con dolor, con uno que me arrebata el aire.
—¿Te estás rindiendo conmigo? —mi voz brota en un susurro aterrado.
—Te estoy librando de mí.
—Ángelo...
—No tienes que elegir batallas, porque no dejaré que pierdas el tiempo con eso, no voy a permitirlo, así que Daph...—su voz se quiebra en ese instante.
El corazón se me encoge a tal punto que me ahogo, porque sé lo que dirá. Mi pulso se dispara y la visión se me nubla.
—Tenemos que terminar.
—No...Ángelo...
—Debes irte —dice recuperándose—. Ahora.
—¡No te rindas con esto! —grito con desesperación—. ¡No seas un maldito cobarde!
—¡No lo soy! —su mirada se ensombrece en un destello de segundo—. Solo no quiero hacer esto, no quiero hacerlo más, Daph. No puedo hacerlo.
La respiración me falta, todo mi cuerpo parece estar a punto de desvanecerse.
—No tienes deudas ahora, puedes encontrar un trabajo de lo que amas hacer —susurra—. Puedes ir a cualquier sitio y hacer lo que siempre soñaste. Lo que siempre has querido, nunca quisiste ser niñera, y aunque estoy agradecido por lo que hiciste por mis niñas, no voy a retenerte.
Toma una inhalación y se aclara la garganta.
—Te haré llegar un último cheque —de un segundo a otro, vuelve a convertirse en ese hombre frío, vuelve a colocarse cada una de las piezas de su armadura.
Esa que costó tanto hacer desaparecer.
—Tenías razón ese día en el hospital —el dolor se impregna en cada una de mis palabras— esto iba a destruirnos.
Tomo la poca fuerza que me queda para caminar hasta donde mi bolso se encuentra, las lágrimas nublan mi visión, pero me niego a llorar de nuevo, al menos no frente a él.
—Daph...
—Fue un placer conocerlo, señor Lombardi —el dolor se apodera de su mirada, parece tener la intención de decir algo más pero no lo compruebo.
Solo salgo de ahí, con el corazón hecho trizas. Sintiéndome imponente, frustrada, triste. Sintiéndome tan furiosa con Ángelo por no atreverse a luchar por nosotros, por apartarme con tanta facilidad, como si no me quisiese tanto.
Hay batallas que sabemos que pueden arrebatarnos la vida, y aun así decidimos lucharnos.
Ángelo Lombardi fue mi peor y última batalla, porque nos arrebató algo que jamás en la vida, podremos volver a recuperar.
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¡Nos leemos mañana!
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