3.- Ley de vida.
Ángelo.
Hay una ley de vida, nunca preguntes si algo puede ir peor, porque definitivamente lo será.
Isabela baja del auto dando un portazo que me hace plasmar una mueca.
—¡Adiós, Isa! —grita Antonella—. Un gusto conocerte.
Ella no se vuelve para devolver la despedida, por el contrario, se adentra al complejo de lujosos departamentos sin siquiera mirarnos.
—Para ser alguien tan fina, es tan mal educada.
—Tu hermana le arruinó un vestido de cientos de dólares —le recuerdo encendiendo el motor del auto y avanzando hacia la avenida.
—¿Cómo sabes que es de cientos de dólares?
—Porque yo se lo compré —mascullo.
—Mi meta es conseguir un novio que... —se calla en cuanto nota la mirada que le dedico por el espejo retrovisor— que me regale vestidos de cientos de dólares —finaliza.
—¿Hay alguien de quien deba saber? —le cuestiono—. Porque no quiero chicos en mi casa. Regla número uno.
Antonella rueda los ojos mientras acomoda a su hermana sobre sus piernas.
—Eres peor que papá —expresa. Le dedico una rápida mirada, mantiene la vista fija en la ventanilla y me concentro de nuevo en la carretera.
—Lucca siempre fue el mejor de los tres —admito—. Creo que, al ser el mayor, se llevó todo lo bueno.
—Si ustedes eran tan unidos, ¿por qué no ibas a casa? ¿Por qué solo nos veíamos para las celebraciones?
Afianzo el agarre en el volante. Sé exactamente por qué. Porque fui yo quien se distanció de todos, fui yo quien cometió error tras error y causó el conflicto familiar. Fui yo quien arruinó todo.
Lucca fue la única persona que confió en mi otra vez, pero nunca dejé de sentirme culpable por romper la relación con nuestro padre. No me sentía, ni me siento, merecedor de convivir con su familia.
Y ahora me arrepentía, me arrepentía tanto de haber desperdiciado tanto tiempo porque ahora él ya no estaba, y no lo estaría nunca más.
—Lo siento, no debí de preguntar eso. No tienes que responderme.
Permanezco en silencio, debatiéndome sobre si es buena idea responder o no.
—Porque fui un idiota —expreso—. Porque de los tres, yo soy el Lombardi que menos decisiones acertadas toma.
—¿Quedarte con nosotras también formará parte de esa lista de decisiones? —inquiere con suavidad.
—Anto, te aseguro que no quieren estar conmigo —me detengo cuando el semáforo cambia a rojo—. No soy una persona que pueda hacerse responsable de tres niñas. No es que no quiera, yo solo...no puedo hacerlo.
Un nuevo silencio se instala en el auto, la observo afianzar el agarre en su hermana menor antes de extender la mano, y tomar la de Bella.
Bella es la única que habla durante todo el camino, cuando volvemos a casa el personal de limpieza aún se encuentra dentro así que cada quien va a su habitación.
La salida no resultó como esperábamos, claramente. Y ahora tenía que encontrar a una nueva niñera que me asegurara que mi sala no terminaría hecha un desastre otra vez.
Me dejo caer contra el colchón, cerrando los ojos al mismo tiempo que tomo una profunda inhalación. Retengo el aire en mis pulmones por algunos segundos antes de liberarlo de a poco.
—Esto es una mierda.
Llamé a mi madre para informarle del incidente con la niñera y para cuestionarle por qué dejó a las niñas de manera tan rápida con alguien a quien apenas conocen.
Antoni llegó un par de horas después, y la manera en la que él congeniaba con nuestras sobrinas solo me hacía confirmar que yo era el del problema.
—Mamá me habló sobre lo que planes hacer —expresa antes de darle un pequeño sorbo al vaso de cristal.
—¿Tú también crees que es mala idea?
—Lucca no lo hubiese querido —me mira por algunos segundos—. Lo sabes.
—No, no tengo idea de que es lo que él hubiese querido —mascullo derrotado—. Lo único que sé es que todos esperan que sea capaz de quedarme con ellas, de cuidarlas y hacerme cargo, pero es algo que no soy capaz de hacer, Antoni. Lo sabes bien.
—No soy yo quien está diciendo eso. Escucha, Ángelo, si Lucca fue a ti, si estableció todo fue por algo, fue porque sabía que eres capaz de hacerlo. Estoy seguro de que ahora mismo debe estar revolcándose en su tumba al ver lo que haces.
Sonrío levemente.
—Fue su culpa por escogerme —suspiro con pesar—. Necesito una niñera pronto. Y parece que la agencia no está dispuesta a enviar a alguien más.
—¿Por qué...?
Los llantos provenientes de la habitación de Bella nos sobresaltan, me incorporo del sillón para encaminarme hacia el cuarto que mis sobrinas ocupaban y ver lo que ocurre.
La señora Wilson sostiene a Lía en brazos, mientras que Antonella intenta hablar con Bella quien permanece sobre la alfombra.
—La has roto tú. No seas una niña malcriada, Bella.
—¡No soy malcriada!
—¡Claro que eres...!
—Hey, hey —Antoni me esquiva para ingresar a la habitación—. Le mie principesse, ¿por qué pelean?
—¡Se ha roto mi muñeca! —exclama en un grito.
—Bueno, compraremos otra —doy un par de pasos para acercarme—. Eso no es...
—¡No quiero otra! —plasmo una mueca ante el grito agudo—. ¡Quiero mi muñeca!
—¡Pero la has roto! ¡Deja de llorar!
—¡Quiero a mamá! —Antoni y yo compartimos una mirada—. ¡Llama a mamá!
—¡Mamá no volverá! —Antonella grita hacia su hermana quien se encoge—. ¡Entiéndelo de una vez, ella no va a volver! ¡Ninguno de los dos va a volver!
La voz se le rompe, el silencio que le sigue a eso es tan intenso, que parece que ninguno respira. Luego el llanto de Bella, el de Lía y, por último, Antonella quien sale de la habitación con rapidez.
—Iré al jardín con la pequeña —expresa la señora Wilson—. Tal vez debería ir con la señorita Antonella.
—No soy bueno tratando con adolescentes.
—No piense en ella como una adolescente —responde—. Piense en ella como su sobrina.
Cruza por mi lado llevándose a Lía con ella, mi hermano parece tener a Bella bajo control, así que hago lo que la señora Wilson dice.
No me cuesta demasiado trabajo encontrar a Anto, se encuentra en la biblioteca, o lo que se suponía era una, abrazando sus rodillas contra su pecho, con la mirada fija en el ventanal.
—¿Estás bien?
—¿Cómo es que de pronto estás tan interesado?
Me acerco, asegurándome de cerrar la puerta detrás de mí antes de avanzar hacia donde ella se encuentra.
Me coloco en el sillón que está justo al frente y la miro por un par de segundos.
—Sé que no debí gritarle de ese modo, es apenas una niña, pero...
—No tienes que hacer la función de madre —respondo con suavidad—. Tú también eres una niña, Anto. Ese rol no te corresponde.
—¿Y entonces a quién? —cuestiona con aire desesperado—. No tenemos a nadie. Nuestros padres fallecieron, y Bella no deja de llamar a mamá, se despierta en las noches llamándola y he intentado explicarle, pero es tan difícil.
Su voz se rompe, apoya la frente contra las rodillas mientras un sollozo brota de su cuerpo.
—Dijeron que no tardarían, ellos dijeron que solo serían un par de horas —continúa—. Pero mintieron.
—Anto...
—¿Qué se supone que haga? Debo cuidar de ellas. Debo hacerlo.
—No, no es tu responsabilidad —aseguro—. Son tus hermanas, pero no eres responsable. No tienes que cargar con eso tú sola. Bella es pequeña, no entenderá tan de prisa lo que ocurrió.
—Al menos Lía es pequeña, y no entiende lo que ocurre.
—Escucha, Anto, buscaré a alguien que cuide de ustedes, ¿de acuerdo? Te prometo que será una buena niñera, e intentaré solucionar lo de Bella. Pero no tienes que llevar esa carga tú, no te corresponde.
Se limpia las lágrimas con la manga del suéter.
—No eres tan malo como parecía. —sonrío.
—No te acostumbres tanto —advierto—. La señora Wilson dijo que no ocupas la habitación que te di.
Niega un par de veces, acomodándose en su asiento.
—Prefiero dormir en donde ellas lo hagan —susurra.
—Bien, en ese caso, acondicionaremos una habitación más grande para ustedes tres —expreso—. Prométeme que dejarás de preocuparte.
Asiente levemente. Me incorporo de mi asiento, mirándola por un par de instantes más como si tan solo con eso pudiera asegurarme de que está diciendo la verdad.
—Ellos no te mintieron —susurro—. De haber podido, hubiesen vuelto. No fue su culpa.
Sus ojos vuelven a humedecerse y me mira con algo parecido a esperanza.
—Tus padres jamás las hubiesen abandonado —aseguro—. Jamás.
—Gracias, tío —murmura.
Me limito a dedicarle un asentimiento, y le doy la espalda.
Eso no era una mentira, Lucca jamás las hubiese dejado a propósito. Él las amaba tanto, era un padre orgulloso. Él era todo aquello en lo que yo esperaba convertirme.
Y solo esperaba ser capaz de corresponder, todo lo que había hecho por mí.
Observo con incredulidad a Franco.
—No, esto tiene que ser una jodida broma.
—No, me temo que no lo es.
—¡Es ridículo!
—Son los términos.
—Unos términos de mierda —espeto—. La custodia de Bella y Lía, pero no la de Antonella. ¿Qué se cree esa mujer?
Paso una la mano por mi cabello en un gesto frustrado.
—Todos tienen razón sobre ella. Darle la custodia es un error.
—¡Grazie al cielo! —Franco exclama—. Estaba algo inquieto por la decisión que tomarías.
—Escucha, dejemos algo en claro. Una cosa es que no me sienta capaz de cuidarlas y otra muy distinta que no me preocupe por ellas. Esa mujer quiere separarlas, y no, no voy a estar de acuerdo con eso. Así que notifícale al abogado de la señora Dorian, que el proceso de cesión de custodia se cancela.
Mi amigo sonríe con orgullo.
—Es una buena decisión. Programaré una reunión para informales, es seguro que no estén de acuerdo con eso.
—Bueno, eso no me interesa. Y si intenta hacer algo, recuérdale quien tiene la custodia completa y que, si lo deseo, puede no volver a ver a sus nietas.
—Me agrada cuando eres un hijo de perra en las situaciones correctas —sonrío—. Procura sacarlo solo cuando sea necesario.
Ruedo los ojos, pero no aparto la sonrisa de mis labios. Cuando hace el ademán de marcharse, lo detengo.
—Franco, ¿de casualidad conoces a una buena niñera?
Él arque una de sus cejas, girándose de nuevo hacia mí.
—¿Qué acaso no tienes una agencia? —niego.
—Resulta ser que las niñeras que han enviado son un desastre. Van dos que parece que lo único que hacen, es dejar mi casa como un maldito basurero. Y Lía parece no querer a ninguna, la chica no toleró un par de horas con la bebé y Bella parece querer ser un pequeño demonio así que...necesito a alguien capaz.
—Soy abogado —me recuerda divertido—. No estoy en contacto con niñeras.
—Mantenía la esperanza de que conocieras a alguien.
—Lo siento amigo, no puedo ayudarte con eso —expresa—. Te mantendré informado sobre el asunto de la señora Dorian.
Asiento, él vuelve a tomar sus cosas y sale por la puerta un par de instantes después.
Me dejo caer sobre la cómoda silla, soltando un suspiro pesado mientras abro el navegador de la computadora, y coloco "niñeras en Milán".
Los resultados se despliegan y veo los cientos de ventanas con anuncios de niñeras y agencias.
Puedo cerrar tratos, dirigir una junta de negocios, intimidar a los accionistas, ¿por qué no podría encontrar entonces a una buena niñera?
No sería tan complicado. Estaba seguro de eso.
Como dije antes, nunca digas que algo puede resultar mal, porque definitivamente resultará como tal.
Conseguí el número de algunas agencias y de niñeras que ofrecían sus servicios, pero ninguna, absolutamente ninguna, duró más de un par de días.
Antonella decía que no eran niñeras en realidad.
—Te prestan más atención a ti, que a mis hermanas —expresó con molestia—. ¿Puedes creer que me preguntó si eres soltero?
No tuvimos éxito, perdí la cuenta de las chicas que pasaron por mi casa, y que Isabela desaprobó también como si ella tuviese conocimientos sobre niñeras, tantas que perdí la fe de encontrar a alguien adecuado.
Mientras tanto, todo iba peor. Bella parecía haber abandonado la actitud de "niña adorable" y pasó a la fase "niña que odia al mundo". Hacía berrinches, molestaba a Antonella, e incluso, me llamaron de la escuela.
Tiene seis, y ya estoy citado con el director, ¿Qué sucedería cuando llegase a los quince?
Y la pequeña Lía parecía extrañar a sus padres, la señora Wilson hacía todo lo posible e incluso mi madre había intentado métodos extraños, más de los que me agradaría admitir, pero nada de eso dio resultado.
Todo iba peor.
—Son un desastre —expresa Isabela.
—Son unas niñas —le recuerdo.
—Niñas que arruinaron el vestido que me obsequiaste para nuestro aniversario.
—Puedo obsequiarte otro sin problema —mantengo la mirada fija en el teléfono—. ¿Qué tan complicado es encontrar una maldita niñera?
—¿No se suponía que se irían con su abuela?
—Se suponía, pero la mujer resultó no ser una buena opción —expreso—. Necesito a alguien que cuide de ellas, sobre todo cuando tenga que salir de viaje.
—Es decir que... ¿se quedarán aquí?
Emito un sonido parecido a una afirmación mientras sigo deslizando la pantalla. Isabela toma el celular arrebatándomelo de las manos.
—Oh, por favor, Ángelo. No estarás hablando en serio —pronuncia—. ¿Tú cuidando de esas niñas? ¿De verdad?
Arrugo la frente, mirándola con confusión.
—¿Qué? ¿Crees que no puedo hacerlo?
—Cariño, ambos sabemos que los niños y tú no se entienden de la mejor manera. Además, creí que estabas convencido de que estuviesen con su abuela. Con el casino, los viajes, ¿Cómo esperas tener tiempo para ellas? Tal vez debas dejar que alguien más se haga cargo.
—Isabela, ¿recuerdas eso que te advertí cuando nos conocimos? —ella arruga el entrecejo—. No te metas en mi vida personal. ¿A caso lo has olvidado?
—Ángelo...
—Haré lo que yo considere mejor —sentencio incorporándome—. Y si no estás de acuerdo, sabes en donde está la puerta.
Me incorporo sin molestarme en esperar una respuesta y la dejo ahí a mitad de la sala.
Porque si algo odiaba en la vida, era que alguien dijera, que no era capaz.
—No lo necesitas —exclamo hacia Bella—. Tienes como diez de esas.
—Pero yo quiero la rosa —musita con un mohín.
—Bien, ponla dentro.
Estábamos en un centro comercial, porque al parecer, las niñas necesitaban más cosas de lo que siquiera pensé. Empujo el carrito mirando a Lía entretenerse con el pequeño oso, y le doy una rápida mirada a Antonella.
—La estas mal acostumbrando —expresa Anto—. Cuando digas que no, te hará un berrinche. Solía hacerlo con papá.
—La diferencia aquí, Anto, es que yo nunca digo no —aseguro.
Sonríe, se aleja algunos pasos y no entiendo hacia dónde va. Avanzamos por el pasillo mientras reviso la lista en el teléfono.
Un par de minutos después, Anto vuelve. Con algo entre las manos y cuando me lo enseña, suelto una palabrota.
Viene con una maldita caja de condones.
—¿Me los compras?
—Deja eso en donde lo tomaste —ordeno—. Ahora.
—Oh, vamos —una señora de mediana edad pasa por nuestro costado y nos observa escandalizada.
—Deja eso en donde lo tomaste —repito—. Estoy hablando en serio.
—Creí que nunca decías que no
—No dije esa palabra —sonrío—. Deja eso...
Lo lanza al interior del carrito, Bella repara en la caja y se estira hasta tomarlo.
—¡Globos!
Antonella ríe, me mira y se encoje de hombros antes de darse la vuelta. Maldigo otra vez apartándome para conseguir quitarle la caja de condones de la mano a la niña y giro con el propósito de dejarlas a un costado.
—Definitivamente necesito una niñera —musito para mí mismo.
Cuando giro, creyendo que no hay nadie detrás de mí, choco contra alguien.
—Lo siento —me disculpo.
La chica repara en la caja de condones en mi mano, pero no dice nada. Por el contrario, eleva la mirada y sonríe.
—Esto va a sonar extraño, pero si estás buscando una niñera, yo puedo ayudarte con eso.
Arrugo la frente.
—¿Tú? ¿Eres niñera?
—No
—¿Perteneces a una agencia de niñeras?
—No, pero...
—¿Entonces por qué habría de contratarte?
—Porque necesita una niñera, y yo puedo hacerlo.
Se planta con firmeza, eleva el mentón y no hay duda en sus palabras. Es joven, pero no demasiado y viste de manera casi formal. Sus facciones son finas, y los ojos color azul intenso me miran en espera de una respuesta.
—No parece una colegiala —expresa Anto a mi costado—. Me agrada.
Ignoro sus palabras y doy un paso hacia la desconocida.
—¿Cómo te llamas?
—Daphne Lennox —se presenta.
—Bien, señorita Lennox, si tan segura está de que puede ser niñera, preséntese mañana. ¿Tiene donde anotar?
La firmeza que antes estaba en ella parece esfumarse, la incredulidad se apodera de su mirada y arqueo una de mis cejas.
—¿Tiene donde anotar sí o no?
—Oh, sí, sí —rebusca algo en su bolso, toma una pequeña hoja de color rosa chillón y una pluma. Le dicto la dirección, ella apunta con rapidez y luego vuelve a mirarme—. ¿Por quién debo preguntar?
Sonrío.
—Ángelo Lombardi —ella parpadea.
Dejo la caja de condones en el estante que está a un costado y le dedico una sonrisa.
—Hasta mañana, señorita Lennox.
Le doy la espalda, y le hago un gesto a Antonella para que me siga y solamente nos marchamos de ahí.
____________________________________________________________________________
¡Hola, hola!
¿Qué les está pareciendo la historia hasta ahora? ¡El siguiente capítulo será narrado por Daphne ;)
¡No se olviden de votar y comentar! Significa mucho para mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro