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21.- Bajo su poder.


Ángelo.

Observo a Antoni pasearse por la cocina. Lleva una lata de gaseosa en una mano mientras sostiene un trozo de pan dulce en el otro.

—¿Puedo preguntar por qué ahora pasas tanto tiempo en mi casa? —inquiero—. Y no me digas que, por las niñas, que no visitabas a Lucca jamás.

Mi hermano le da un sorbo a su lata de soda, permanece dándome la espalda por un par de minutos antes de girar.

—Porque tal vez quiero pasar tiempo con mi hermano —admite y sonrío.

—Ah, sí, claro —musito—. Sobre todo, eso. Hablo en serio, Antoni. ¿Qué te trae por aquí?

—¿Realmente me estás cuestionando por qué te visito? —inquiero—. A Lucca no lo cuestionabas.

—Porque el siempre venía —respondo con obviedad—. En cambio, tú nunca aparecías, hasta ahora.

Lo escucho suspirar, abandona el trozo de pan sobre la encimera y se deshace de la lata antes de volver a mirarme.

—Solo quiero pasar más tiempo con mi hermano, después de lo de Lucca...—se detiene por un par de instantes, desvía la mirada hacia el jardín y se mantiene en silencio— creo que quiero aprovechar el tiempo con mi familia.

Me apoyo contra la barra de la cocina, hay algo distinto en la manera en la que se mueve.

—Pasa algo más, ¿verdad? —inquiero—. ¿Qué es?

Antoni resopla, y por el gesto que coloca sé que tengo razón.

—Ashley me ha dejado —dice—. Hace dos meses.

—¿Ashley quién es? —Antoni me observa con incredulidad—. ¿Qué?

—¿Es en serio, Ángelo? ¿No sabes quién es? —inquiere.

—¿Tú novia? ¿O es que te casaste y no lo supe?

Mi hermano maldice, pasa una de sus manos por su cabello con frustración y gira hasta darme la espalda.

—A esto me refiero, Ángelo. Somos hermanos y no tenemos una jodida idea de la vida del otro, me he enterado por Bella que estás intentando tener algo con Daphne, y tú no sabes que mi novia de hace tres años me ha dejado.

—¿Bella te lo dijo? —inquiero con molestia—. Esa niña no sabe mantener la boca cerrada.

—Es una niña —me reprende—. Evidentemente va a decir todo lo que le cause emoción. Pero ese no es el tema aquí. Dejaré mi tragedia amorosa para preguntar, ¿es cierto? ¿Qué quieres algo con Daphne?

¿Qué caso tenía mentirle?

—Sí. Ahora mismo quiero todo con ella.

Antoni arquea una de sus cejas, mirándome con algo de incredulidad.

—Vaya, eso es nuevo en ti. Que quieras algo formal es tan difícil de creer.

Una leve molestia se presenta en mi pecho cuando habla en ese tono.

—Me alegra, hermanito. Realmente, es hora de que tomes las riendas de tu vida, y Daphne es una excelente chica, me agrada.

—Sí, bueno, me tiene sin cuidado que te agrade o no —respondo con indiferencia—. Y he tomado las riendas de mi vida desde el segundo en el que volví.

—Sí, se notó —me molesta más el tono de diversión que emplea.

Pese a que quiero gritarle, solo le doy la espalda y camino hacia la sala. No valía la pena discutir con él.

—Ángelo...

—No sé porque vienes tanto a mi casa y no voy a prohibirte que lo hagas, pero no creo que podamos pasar ese tiempo de calidad entre hermanos, que dices querer.

—Ángelo por favor, ¿realmente seguirás actuando como un maldito adolescente? —reprocha.

Me detengo justo a la mitad de la sala, girando hacia él.

—¿Te parece que actúo como un adolescente? —inquiero—. Solo soy realista, Antoni. Por mucho que nos cueste admitirlo no tenemos la relación más unida de hermanos.

—Porque nunca has querido, porque Lucca siempre fue tu hermano favorito, ¿o no?

La mención del nombre de nuestro hermano me enoja más de lo que debería.

—Nunca me dices nada, nunca recurres a mí. Para todo fue Lucca. No tenemos una relación unida de hermanos porque nunca quisiste, porque pasas meses sin llamarme y si no te visito, es imposible que tú lo hagas.

—Oh, ¿ahora vienes a mi propia casa a echarme eso en cara? Discúlpame por no recurrir a ti, pero ¿Cómo hacerlo con el poco apoyo que me das cuando lo paso mal? ¿O tengo que recordarte la manera en la que dijiste que merecía todo lo que Renata me hizo?

La culpa atraviesa su mirada.

—Ángelo, vamos. Eso fue hace años —dice—. No era el mejor dando consejos.

—No fue solo esa ocasión, Antoni. Es que nunca has estado para mí, así que no planees que actúe como hermano agradecido cuando solo te apareces en los momentos buenos.

—¡Es que nunca dices nada! —grita con molestia—. ¡Ni a mamá, ni a mí! Solo te encierras en tu maldita faceta de hombre autosuficiente. Y todos te compran esa imagen, menos las personas que realmente te conocemos.

—Debes irte.

—No tengo una maldita bola de cristal —objeta—. No soy un adivino para saber cuándo las cosas están mal. Tienes que decirnos, Ángelo.

—Lo hice, vaya que lo hice. Pero no quisiste escuchar, nadie quiso escuchar. Solo Lucca.

—Lamento mucho que tu hermano favorito esté muerto.

Es una fracción de tiempo en el que la ira me ciega, y solo termino lanzando mi puño hacia él. Mi hermano se tambalea hacia atrás por el golpe, llevando una mano hacia el costado de su rostro que he golpeado.

—Ángelo, pero ¿qué haces? —no sé en qué momento Daphne ha aparecido, se coloca entre nosotros y posa las manos en mi pecho, haciéndome retroceder.

—Largo de mi casa, Antoni —mascullo—. No quiero verte.

La sangre brota de un costado de sus labios, y se limpia con el dorso de su mano.

—Por mucho que te moleste, esa es la verdad. No solo tenías un hermano —me reprocha—. Me tienes a mí, ojalá pudieras darte cuenta de eso.

—Ojalá lo hubieses demostrado —la ira arde en mi pecho—. Siempre apareces cuando todo va bien, pero cuando las cosas se van a la mierda, eres el primero en darme la espalda. Así que perdón, hermano, pero no puedo confiar en ti.

Antoni niega, no dice nada más y solo nos esquiva para salir de la casa. Cuando se ha marchado y volteo, miro a Antonella en el segundo piso. La culpa me atraviesa por haber tenido una discusión en medio de la sala, suspiro con pesadez antes de apartarme, pero Daphne no lo permite.

—No preguntaré si estás bien, porque es evidente que no lo estás —dice acercándose.

—Escucharon todo, ¿verdad?

—Tal vez solo la última parte —acaricia mi brazo, en un gesto que me resulta reconfortante.

Antonella ya no está cuando vuelvo a mirar. Si escuchó nuestra discusión es probable que tenga que hablar con ella, pero evidentemente ahora no estaba en mi mejor momento para hacerlo.

—¿Crees que deba hablar con ella ahora?

—Si quieres hacerlo, sí —dice con comprensión—. Si no deseas hacerlo, entonces no tienes qué.

—Hablé de su padre, yo creo que debería de hacerlo.

—Entonces hazlo.

Tomo una inhalación antes de decidir hacerlo ahora, ¿qué más daba hacerlo en este momento o posponerlo?

Daphne me sigue por las escaleras, e ingresa a la habitación de Bella y Lía mientras yo sigo unos pocos pasos más hasta la habitación de Antonella.

—No vengas a disculparte —dice apenas abro la puerta—. Dijiste la verdad.

Eleva la mirada apartándola del cuaderno frente a ella.

—¿No estás enojada? —ella se encoge de hombros.

—¿Por golpearlo cuando dijo eso de papá? No, el tío Antoni es demasiado molesto a veces.

Sonrío levemente, tomando la silla del escritorio y colocándola frente a la cama.

—No suelo golpear personas —sentencio—. Solo perdí un poco el control cuando mencionó a tu padre.

Anto asiente, cierra los cuadernos y los aparta para conseguir poner toda la atención en mí.

—¿Él tenía razón? ¿Papá era tu hermano favorito?

Sonrío levemente.

—Sí —respondo sin dudar—. Lo era.

Ella asiente, la miro tomar una inhalación y cuando vuelve a mirarme, sé que la conversación que viene es una que he estado posponiendo por largo tiempo.

—Lo echo tanto de menos —dice en un hilo de voz—. Y a mamá también. Desearía que nunca se hubiesen ido de esa manera, tan rápido. Sin podernos despedir.

—A veces la vida nos arrebata las cosas por razones que no conseguimos entender. Yo también echo de menos a tu padre, muchísimo. Él era un gran apoyo para mí, siempre lo fue.

—¿Por qué no querías que nos quedáramos contigo al inicio?

—No es que no las quisiera, Anto. Es que no me sentía listo para ustedes. Nunca consideré que tendría que cuidarlas de esta manera, no creí que tuviera que cambiar los pañales de Lía, o tolerar los berrinches de Bella, o que tendría que explicarte por qué salgo con alguien —ella ríe levemente—. No estaba listo para nada de eso.

Me tomo un poco de tiempo antes de seguir hablando.

—Pero ahora lo estoy, estoy completamente listo para cuidarlas. Para darles un hogar, porque son mi familia. Y te prometo que nadie va a separarlas, que no dejaré que nadie nos separe, ¿de acuerdo? Esta es su casa, lo va a ser siempre.

Sus ojos se cristalizan y me mira en silencio por largo rato.

—¿Somos una familia?

Asiento, colocando una sonrisa sincera en mis labios. Lo somos, claro que lo somos. Estaba cansado de huir, estaba cansado de negar eso.

—Lo somos. Le prometí a tu padre que cuidaría de ustedes, se lo prometí más de una vez, en todas las veces que él me lo recordaba. No era consciente de la responsabilidad que mi promesa traía consigo, pero ahora lo soy, y no voy a fallarle a él, y tampoco a ustedes.

No espero lo que hace a continuación, se incorpora con rapidez y me envuelve en un abrazo.

—Te queremos —dice cuando se aparta y algo estalla en mi pecho. Antes de que pueda decir algo, ella vuelve a hablar—. ¿Te digo un secreto de papá?

—Estoy ansioso por escucharlo.

—Tú también eras su hermano favorito —dice guiñándome un ojo.

Rio levemente, apartándome tan solo un poco.

—Eso ya lo sabía —me incorporo de la silla y la regreso a su lugar—. Pero gracias por decirlo.

Camino hacia la puerta y le dedico una última mirada.

—Y tú eres nuestro tío favorito —asegura—. Pero no se lo digas al tío Antoni, que no quiero que ahora él te golpee.

Una leve carcajada abandona mi cuerpo.

—Eso en definitiva no va a pasar —le aseguro—. Te dejo que termines lo que estabas haciendo.

Para cuando salgo de la habitación, me siento mucho mejor que al entrar, los sentimientos que provocó la discusión con Antoni han desaparecido, y ahora solo queda una absoluta sensación de bienestar.

Verano se acercaba, y eso me hacía saber que tenía que dejar todo listo para cuando Jacob viniera a casa.

Habíamos visto todos los detalles con Franco, todas las posibles causas por las cuales su madre impidiera que visita a Italia, y estábamos preparados. La llevaría a un juzgado y no descansaría hasta que me dejara pasar el tiempo debido con Jacob.

El único recurso convincente para alejarme de él, sería decir que Jacob no era mi hijo. Pero eso significaba que todo su teatro se caería, perdería toda credibilidad ante los juzgados, y el dinero correspondiente de la pensión.

Y Renata no toleraría jamás que algo como eso sucediera.

—Hola —Daphne abre la puerta del estudio, la miro aparecer con un conjunto de pijama adorable.

—Hola —me quito las gafas y cierro la carpeta para poder centrar mi entera atención en ella—. Qué bonita vestimenta.

—Las niñas quieren hacer una noche de películas en familia —dice con una leve sonrisa—. Y quieren que te unas.

Miro la hora, son cerca de las nueve de la noche y aún tenía trabajo por hacer. Trabajo que, si no terminaba hoy, se acumularía para mañana.

—Necesito terminar esto —señalo los documentos—. Pero intentaré darme prisa, diles que iré tan pronto acabe.

—Bien, les diré —sonríe una última vez y se marcha.

Tomo una corta inhalación y me coloco las gafas otra vez, si me daba prisa, probablemente terminaría en menos de una hora.

Así que eso hago, intento acabar con prisa todos los pendientes para poder ir hacia la sala de cine, sin embargo, el tiempo es demasiado corto como para acabar todo, a pesar de eso consigo avanzar lo suficiente como para hacerme decidir abandonar el estudio.

Cierro las carpetas y anoto en la agenda electrónica los pendientes que quedaron, cuando vuelvo a la habitación me cambio por una ropa mucho más cómoda y voy hacia la sala acondicionada como cine.

—Creí que no vendrías —dice Daphne mientras se incorpora levemente de los almohadones que han colocado en el piso. Lía a su lado está dormida, Bella y Antonella se mantienen adelante, con la atención fija en la película.

—Dije que lo haría —tomo una de las almohadas y me coloco justo al lado contrario de Daphne. El pequeño cuerpo de Lía es lo único que nos separa, Daphne vuelve a acomodarse y Antonella nos da una mirada de advertencia cuando me nota.

—Parece toda una mamá, ¿verdad? —inquiere Daphne divertida—. ¿Quién lo diría?

—Ni que lo digas, en eso es igual a su padre.

Hay comida a los costados, y algunas latas de gaseosa, excepto con Bella quien mantiene su vaso preferido a su lado.

En un impulso, cruzo el brazo hasta conseguir rozar la espalda de Daphne. Ella se acomoda, permitiéndome rodearla y me apego, Lía queda justo en medio, en un espacio que no parece incómodo.

Cuando Daphne voltea y me sonríe, sé que esperaba que hiciera algo como eso.

No continuamos hablando porque Antonella parece estar en toda la disposición de regañarnos, como si la sala le perteneciera, así que centro mi completa atención en la película que se reproduce.

Aunque al cabo de unos minutos, fracaso terriblemente porque no puedo dejar de pensar en la chica a mi costado. La miro de soslayo, Daphne se mantiene con la vista fija al frente, sonriendo levemente en las escenas graciosas, y pese a la oscuridad de la sala, puedo mirarla con total perfección.

Bella no es una palabra que use para describirla, ni siquiera bonita, o linda. Daphne era más que hermosa, Daphne Lennox es preciosa.

Completamente sublime.

Sublime como aquello que te hace feliz, pero no puedes describir. Sublime como esa sensación en el pecho, que arrasa contigo y te conduce al mismo paraíso.

Como aquello que produce tanta felicidad, pero no es posible de explicar.

Daphne es enteramente sublime, y ante una mujer así, es imposible no perderse.

—¿Qué ocurre? —pregunta suavemente cuando nota la mirada sobre ella.

—Nada. Solo pienso en lo mucho que me gustas —confieso, extiendo la mano que tengo libre para tomar la de ella.

Nunca había creído eso de que cuando conoces a la persona indicada, el tiempo no tiene absolutamente ninguna relación con lo que sientes por ella. Siempre pensé que era una locura, que era imposible desarrollar sentimientos por alguien cuando apenas se conocen.

Pero hay conexiones instantáneas, pequeñas redes y nudos que nos unen, de tal manera que cuando las personas se encuentran, el tiempo solo pasa a ser un factor más, uno sin importancia.

Y lo compruebo ahora. Porque sentir esto, querer hacer absolutamente todo con Daphne, desear que las cosas funcionaran con apenas un par de meses de conocernos, puede ser catalogado como la mayor de las locuras.

Y yo como el hombre más demente del planeta.

Pero no importaba. Justo ahora, eso no tenía la más mínima importancia.

—Usted igual me gusta muchísimo, señor Lombardi —y juro que, de no tener al menor de mis desastres justo en medio, la hubiese besado hasta acabarnos el aliento.

Así que solo sonrío, y con eso le dejo saber que definitivamente, ya me tiene bajo su poder. 

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Nos leemos el lunes, ¡Gracias por todo el apoyo!

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