2.- Un desastre.
Ángelo.
—Esa Hilary nunca me agradó —masculla mi madre con reproche—. Mira que irse a media noche y dejar a Antonella sola, no es correcto. Me alegra saber que las niñas están contigo y...
—No por mucho tiempo —la interrumpo—. Hilary se hará cargo.
—Por Dios, Ángelo —reprende—. ¿Se las darás a esa mujer? —inquiere.
—Por favor, Beatrice. Sabes que no puedo tenerlas conmigo, y Antoni no sería la persona ideal para cuidar de ellas, y tú estás constantemente de viaje. No sé en qué estaba pensando Lucca al dejar...
—Tú firmaste, ¿lo has olvidado? Tu hermano confió lo suficiente en ti como para pedirte que cuidaras de las niñas, Ángelo, no vengas con que no sabías lo que eso significaba.
—No pensé que muriera —susurro—. Creí que solo quería prevenir, él dijo que solo eran formalidades. Nunca imaginé que pudieran morir ambos.
Un nudo se instala en mi garganta, mantengo las manos sobre el volante, y la mirada fija en la carretera.
—Él quería que estuviesen contigo, sabes que esa mujer nunca se ha preocupado por Antonella.
La mayor de las niñas fue fruto de un matrimonio fallido de mi hermano, la madre de Antonella había renunciado a la custodia apenas se enteró que no obtendría ni un peso de la familia Lombardi. Lucca siempre dijo que el embarazo fue un método de obtener dinero, un apellido importante y muchos beneficios. No volvimos a saber de esa mujer, luego Lucca conoció a Jenna, y pareció que la historia se repetiría, excepto que Jenna nunca exigió ni un solo peso por Bella.
Aunque evidentemente Hilary tenía otros planes.
—No podemos arriesgarnos a que la madre de Anto vuelva —me recuerda mi madre.
—Mamá, no necesito más preocupaciones, con tener a las niñas en casa tengo suficiente —objeto—. Así que, por favor, déjame conducir tranquilo.
—A pesar de tus malas decisiones, él siempre confió en ti —me tenso al instante—. Cuando ocurrió...
—No te atrevas a decirlo —advierto—. Eso no tiene ninguna relación con eso.
—Claro que la tiene, Ángelo —responde con reproche—. Tu incapacidad para tomar decisiones sensatas. Ya ha quedado demostrado en más de una ocasión.
Afianzo el agarre sobre el volante, centrando mi atención en la carretera.
—Entonces estarás de acuerdo conmigo en que ellas estarán mejor con alguien más —expreso con molestia.
Mi madre no responde, me limito a conducir en completo silencio de vuelta a la casa. Tenía que tomar un vuelo a Florencia esta noche, y no podía irme dejando a mis sobrinas solas en casa.
—Llamé a la agencia de niñeras —informo apenas ingresamos a la casa—. Enviarán a alguien mañana por la mañana, ¿puedes hacerte cargo?
Beatrice asiente.
—Me quedaré con ellas esta noche —responde—. Puedes viajar tranquilo, que parece ser lo único que te preocupa.
Retengo la tentación que tengo de responder, y solo me encamino hacia las escaleras.
Parece que la familia Lombardi no olvida con facilidad los errores, o tal vez solo los míos permanecen en su memoria. La ropa que separé antes de ir en búsqueda de mi madre aún se encuentra sobre la cama, perfectamente doblada.
Saco la maleta del armario, estaría en Florencia un día y una noche, así que no necesitaba tantas prendas más que un par de camisas formales, pantalones, y ropa cómoda para dormir.
Me aseguro que todo quede perfectamente ordenado, y tras corroborar que tengo lo necesario, bajo las maletas del colchón.
Llevaba apenas un par de días con las niñas en casa, un par de días desde la muerte de Lucca e intentaba convencerme de que todo estaría en bien, que todo resultaría como estaba planeado.
Parecía que todos buscábamos sumergirnos dentro de nuestras propias ocupaciones para no pensar demasiado en lo horrible que había sido perder a dos integrantes de nuestra familia de manera tan imprevista.
Mi madre parecía llevarlo bien, Beatrice siempre se ha caracterizado por ser una mujer fría, verla destrozada en el hospital y durante el funeral fue una de las pocas veces en mis veintisiete años de vida, que la he mirado de ese modo.
Pero parecía que la frialdad había vuelto a ella, o tal vez era su método de protección ante el dolor, así como el mío era volar a Florencia y ocuparme de las reuniones de negocio para no pensar en la muerte de mi hermano.
Le envío un par de mensajes a Isabela, informándole sobre mis horarios de vuelo y el día en que debería de estar de regreso. Ella responde prácticamente al instante y sonrío con ligereza al notar los emojis que llenan el chat.
Isabela Russo es hija de uno de los accionistas mayoritarios de los casinos "Maximous", nos conocimos en una de las reuniones anuales celebradas para todos los empleados y sus familias, fuimos amigos por unos meses antes de terminar enrollados en una cama.
Desde entonces estamos saliendo, y si bien no es algo formal, porque esa fue la primera advertencia que dejé en claro, la pasaba bien. La exclusividad fue su requisito que contra atacó al mío de no poseer ningún título, así que llegamos a un acuerdo.
Solía acompañarme a los eventos de la cadena de casinos, a reuniones familiares, y se quedaba en casa algunas noches. Pero no había sentimientos. No hablo por las dos partes, pero no podía ofrecer otra cosa más que mi compañía y ella era más que consciente de eso.
Y no parecía tener objeción, tenía libertad de usar una de las tarjetas de crédito que siempre contaba con fondos, y supongo que eso era lo único que importaba.
Cierro el chat y le envío un par de mensajes a Franco. Según informó tendría una reunión con el abogado de Hilary para debatir algunos términos, y aseguró que me mantendría al tanto de absolutamente todo.
A media tarde bajo, Bella está en la sala, Antonella se encuentra en uno de los sillones con los audífonos puestos y mirando al celular, Lía se encuentra sobre el regazo de mi madre mirando a su hermana jugar con las muñecas y por breves instantes, tengo la tentación de acercarme.
Termino por hacerlo, camino hacia la sala, el sonido de mis pasos capta la atención de mi madre, y también la de Bella.
—¡Tío! —exclama y sonrío.
—Hola, Bella —saludo—. ¿Se divierten?
Ella asiente, incorporándose y caminando los pasos que nos separan.
—¿Has llamado a papá? ¿Cuándo viene por nosotras?
El silencio que le sigue a eso es escalofriante, elevo la mirada hacia mi madre. Suspira con pesar antes de incorporarse con Lía en brazos, y acercarse a donde estamos.
—Bell, cariño, ya hablamos sobre esto —susurra Beatrice con dulzura—. Tu abuela Hilary lo explicó también. ¿Recuerdas lo que hablamos?
Bella me mira como si yo fuese el encargado de dar una respuesta diferente.
—Quiero a mamá —expresa formando un mohín.
—Hey, ¿por qué no miramos las caricaturas? —no sé en qué punto Antonella se ha incorporado y quitado los audífonos.
—Anto, quiero a mamá —repite—. Tío, llama a papá y dile que queremos volver a nuestra casa.
Tenso la mandíbula, la forma en la que me mira me hace maldecir, y termino diciendo algo que ni de chiste, debió de salir de mi boca:
—Tus padres no vendrán, Bella. —respondo con firmeza—. Ellos no volverán.
Sus bonitos ojos grises se cristalizan y me siento un imbécil. Cuando ella cruza corriendo por mi lado, sé que lo arruiné.
—Cada día entiendo menos porque te eligió a ti —masculla Antonella antes de cruzar por mi lado.
Cuando se ha ido detrás de su hermana y me quedo con mi madre, ella me observa con desaprobación.
—¿Qué se suponía que le dijera? —inquiero—. Parece ser que todos coincidimos en algo, en que Lucca definitivamente se equivocó porque no puedo hacerlo.
—Evades la responsabilidad como siempre —la voz de mi madre se cuela por mis oídos—. Culpar a los demás, eso es lo que siempre haces. Culpas a tu hermano por elegirte, pero no asumes la responsabilidad de que sabías lo que estabas firmando, y aun así lo hiciste. Y ahora quieres resolver todo, y que los demás lo resuelvan por ti.
—No vas a olvidarlo nunca, ¿verdad? —mi voz sale tranquila, a pesar de que internamente me siento explotar—. Lucca sabía lo que hacía, y tal vez me escogió, porque fue la única persona que volvió a confiar en mí. Algo que parece ser ninguno de ustedes volverá a hacer.
—Ángelo...
—Y es por eso que voy a echarlo tanto de menos —interrumpo—. Porque fue el único que no dudó de mis capacidades, el único que me devolvió la confianza, y lo perdí. Así que no te sorprendas si no me siento capaz de cuidar de sus hijas, porque la única persona que me hacía sentirme capaz de todo, ha muerto.
—Cuidar de sus hijas es lo menos que puedes hacer por él.
—Lucca no hubiese querido que las cuidara solo por compromiso. No puedo ofrecerles una vida como se merecen y no hablo del dinero porque eso no siempre va a solucionar todo, Beatrice. No puedo ofrecerles lo que necesitan, no soy capaz.
No le permito contestar, le doy una última mirada y cruzo por su lado, sin inmutarme ni volver ante la forma en la que repite mi nombre.
Si pensé tan solo por un instante que viajar a Florencia me ayudaría a distraerme, no fue así.
Todo salió mal, absolutamente mal. Los negocios que debieron de haberse cerrado no lo hicieron, y los términos que habíamos conseguido que se aceptaran, fueron rechazados usando como excusa la muerte de Lucca.
Yo soy el encargado, yo soy el maldito dueño, la muerte de Lucca no tenía absolutamente nada que ver ahí.
Bajo del auto, no me molesto en bajar las maletas e ingreso a la casa. Y claro, como buen recibimiento, obtengo un segundo maldito desastre.
—¿Cómo te haces llamar niñera? —inquiere Antonella sosteniendo a su Lía en brazos—. ¡Ni siquiera le has dado de comer!
Bella brinca de un lado al otro, con el rostro manchado de chocolate, y cuando me ve, corre en mi dirección.
—No, no, no...—mis intentos de detenerla son en vano, y un par de instantes después la tengo abrazada al pantalón, las yemas manchadas de chocolate terminan por ensuciar la camisa blanca, y suspiro resignado antes de inclinarme y cargarla.
—¿Se puede saber que ha ocurrido?
Antonella y la chica que no aparenta tener más de veinticinco, posan la atención en mí.
—Deberías preocuparte por buscar una niñera de calidad —espeta con molestia Antonella—. Y no a cualquier colegiala que solo quiere...
—Antonella —reprendo—. ¿Dónde está Beatrice?
—Se fue apenas la "niñera" llegó —informa haciendo comillas entre sus dedos—. Dijo que estaríamos en buenas manos, pero vaya que estaba equivocada.
—¿Quién eres? —giro hacia la chica.
—Danielle...
—Sí, bueno, ¿realmente eres una niñera? —inquiero—. Porque mi hogar es un desastre.
Recorro la sala con la vista, reteniendo la maldición porque sostengo a una niña en brazos.
—Apenas llegué —se excusa con una sonrisa—. Solo necesito acoplarme a ellas y...
—Fuera —mascullo—. No te preocupes por la paga que le haré llegar el cheque a la agencia.
—Pero...
—Es evidente que no podrás cumplir con el trabajo, quiero a alguien que sea eficiente desde el segundo en el que cruce la puerta —sentencio—. Estás despedida, por si no quedó claro.
La chica cruza por mi lado soltando una palabrota, el sonido de la puerta al ser cerrada con más fuerza de la necesaria retumba por toda la casa.
—Tendré que llamar a la agencia de limpieza —mascullo con molestia bajando a Bella—. ¿Hace cuánto que están solas con la niñera?
—Desde esta mañana —informa—. ¿Tienes una agencia para todo?
Sonrío levemente.
—Es más fácil. Una llamada y en menos de una hora hay alguien haciendo el trabajo por mí.
—Sí, papá decía que eras un perezoso —una risa brota de mi cuerpo.
—Tú padre no mentía.
Observo las pequeñas manchas cafés en la camisa y hago una mueca.
—¿Llamarás a una agencia para lavar la camisa?
—¡Volviste! ¡Cariño, que...! —la entusiasta voz se detiene, volteo, encontrando a Isabela tan despampanante como siempre. Trae un par de bolsas en las manos, y observa con desaprobación el interior de la casa—. ¿Qué es todo esto?
—Hola, Isa —saludo. La sonrisa vuelve a ella cuando me mira, sin embargo, desaparece tan rápido como volvió cuando se da cuenta de las manchas cafés en la ropa.
—Por Dios, Ángelo —reprende—. ¿Eso es comida en la ropa? Y ¿Por qué tu casa luce como si no hubieses hecho limpieza en días?
—Porque tal vez no he hecho limpieza en días —expreso. Se acerca, sus brazos se envuelven alrededor de mi cuello y un par de instantes después tengo sus labios apoderándose de los míos.
Un carraspeo nos recuerda que no estamos solos.
—Hay niños presentes —ruedo los ojos cuando Antonella habla.
—Isa, ellas son mis sobrinas. Antonella, Bella y la pequeña Lía —las presento—. Son las hijas de Lucca.
—Oh, realmente siento mucho lo que ocurrió —expresa Isabela con suavidad—. Me hubieses llamado, tal vez pude ayudarlas.
—Estamos bien, gracias —Anto se acerca a Bella, toma la mano de su hermana antes de mirarnos una última vez, y subir las escaleras.
—Esto es un desastre —manifiesta mirando la sala—. Tendrás que llamar a los de limpieza.
—Lo haré.
—Planeaba que saliéramos a comer, aunque creo que no será posible —expresa—. O quizá sí.
—¿Cómo?
—¿Por qué no les dices que salgamos a comer? —inquiere—. Se lo aburrido que puede llegar a ser esta casa, y con lo que han pasado, creo que les vendría bien salir.
Abandona las bolsas en el centro de la sala, hablando por lo bajo de un plan que acaba de formar.
—Isabela...
—Cámbiate esa camisa —ordena—. Ponte presentable, que nos llevarás a ese bonito restaurante de la avenida Vía Mazzini.
—No saldremos a ningún lugar.
—Oh, cariño, yo creo que si —murmura dedicándome un guiño y subiendo los escalones.
Permanezco ahí, sin moverme. Un par de instantes después el grito emocionado de Bella me hace echar la cabeza hacia atrás, y termino por ir hacia las escaleras también para conseguir cambiarme de ropa.
Una salida a almorzar era lo menos que necesitaba ahora, pero, ¿acaso podría acabar peor?
Realmente no quiero averiguarlo.
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1K de leídas tan de prisa, no me lo puedo creer ¡Mil gracias!
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PD: Actor que interpreta a Ángelo es Michiel Van Wyngaarden. (Luego subiré un apartado con los personajes)
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