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13.- ¿Somos amigos?


Daphne.

Ángelo Lombardi es un total misterio. Parece que el hombre está completamente decidido a esconder su vida privada del mundo. Ni siquiera Jodi con sus habilidades de FBI pudo encontrar algo más de lo que ya sabíamos.

Pero una cosa era segura, alguien tuvo que lastimarlo de una gran manera para que pudiera convertirse en el hombre que es hoy.

Sin embargo, pese a que mi curiosidad por Ángelo crecía, también tenía mis propios problemas de los cuales ocuparme, como por ejemplo, los pagos con el banco.

—Si, he pagado lo correspondiente a este mes —musito con molestia mientras sostengo el celular contra mi oreja. El banquero del otro lado repite lo mismo—. Si, entiendo que los intereses no han bajado, y también entiendo que si he comenzado a pagar, no hay ningun problema. ¿O si?

Resoplo con molestia cuando dice que ese no es el caso. Al parecer las deudas que mi padre adquirió eran más significativas de las que pensamos, con lo que ganaba apenas y conseguía cubrir parte de los intereses.

Señorita Lennox, debe ponerse al día con los pagos en intereses, de lo contrario, la deuda seguirá aumentando. No podemos permitir que eso ocurra.

—De acuerdo, lo resolveré.

Cuelgo la llamada con rapidez, me apoyo contra la barra de la cocina mientras cierro los ojos, al tiempo que un suspiro de frustración brota de mis labios.

No quería llamar a mi madre para informarle sobre esto, suficiente tenía con cubrir los otros dos prestamos, se suponía que este sueldo debía ser suficiente, tenía que serlo.

—Daphne —volteo cuando la voz de Bella se escucha, y me obligo a sonreír.

—¿Si, cariño?

—¿Puedes hacerme una malteada de chocolate? —inquiere—. He hecho los deberes.

Una sonrisa orgullosa se apodera de sus labios.

—Bueno, entonces la prepararé enseguida —un grito emocionado brota de ella—. Sube, te la llevo en un segundo.

La miro correr hacia las escaleras, y solo cuando se ha marchado me permito sentirme apesadumbrada otra vez.

Tal vez podría solicitar un aumento.

Tomo todas las cosas de la alacena para preparar la malteada, me había vuelto toda una experta en cocina para niños, sobre todo en las malteadas.

Bella ama las malteadas de chocolate, y Antonella las de fresa. Así que eran consumidas con frecuencia en esta casa.

No me demoro demasiado tiempo, coloco el líquido en el vaso preferido de Bella, y subo hacia su habitación.

Ángelo había tomado muy en serio las decoraciones, las paredes estaban repletas de princesas y figuras de unicornios, del techo colgaba una especie de candelabro dorado, que daba la impresión de estar dentro de un castillo.

Era curioso ver como abandonaba la figura imponente apenas veía a sus sobrinas. Parecía que después de todo, si era cuestión de tiempo para que se adaptara a ellas.

La pequeña recibe con encanto su malteada, Lía está lo suficientemente entretenida dentro de su cuna, así que me coloco en el sillón rosa que se encuentra en la habitación.

—Daphne, ¿por tío nos llama desastres? —la curiosidad llena su voz, y trato de retener la sonrisa.

—Creo que es su forma cariñosa de llamarlas —expreso—. ¿Te molesta?

Ella niega.

—Les dice así de cariño, tu eres desastre, Lía es pequeño desastre y Anto...

—¡Un desastre mayor! —dice con diversión y luego ríe. Lo hago con ella, siguiéndome imposible retener la risa.

—Sí, supongo que si —concuerdo.

—¿Tú también eres un desastre para él? —inquiere.

Lo pienso un segundo.

—No lo creo, creo que yo más bien soy como un dolor de cabeza —admito—. Aunque no estoy segura.

—Un dolor de cabeza es molesto, ¿tú molestas al tío Ángelo?

—En lo absoluto —ambas miramos hacia la puerta.

—¡Tío!

—Hola desastre —saluda y sonrío.

—¿Nos dices así porque nos quieres mucho?

Ángelo parece sorprendido ante la pregunta. Eleva la mirada y me observa, me encojo de hombros y vuelve la atención a la pequeña frente a él.

—Les digo así porque es lo que son —se inclina hasta dejar un beso en la frente de Bella—. ¿Han terminado los deberes? Porque la abuela Beatrice ha venido para llevarlas de paseo.

—¿Iremos con la abuela Beatrice? —Anto se asoma por la puerta que conecta las habitaciones.

—Así es, así que prepara tus cosas —indica con un gesto—. Daphne, ¿puedes preparar las mochilas de Bella y Lía?

—Por supuesto —Ángelo me dedica una sonrisa, intercambia algunas palabras más con Bella y luego sale.

Cuando se ha acabado la malteada, escoge una de las tantas mochilas que tiene y me la entrega. No me toma demasiado tiempo armar ambas mochilas, coloco todo lo necesario dentro de la de Bella y luego ordeno la de Lía.

Cuando bajo con la bebé en brazos y las dos mayores siguiéndome, la señora Lombardi está en la sala.

Es increíble que sea una mujer tan agradable dada la apariencia tan elegante que posee.

—¿Quieres que Daphne las acompañe? —inquiere Ángelo.

—No hay necesidad, cielo. Quiero pasar tiempo con mis nietas.

Antonella baja con una mochila colgando del hombro y como es habitual, con los audífonos puestos.

—¡Nos vemos luego! —la señora Lombardi sale con sus nietas siguiéndola, es una despedida rápida que apenas tengo tiempo de decir algo.

—Bueno, puedes tomarte la tarde libre —dice Ángelo a mi costado—. Porque volverán tarde.

—En ese caso, tomaré la oportunidad para tener un descanso —expreso. Le sonrío y él me devuelve el gesto.

No parece tener intensión de decir nada más, así que le doy la espalda, y subo las escaleras.

La habitación que ocupaba no era demasiado grande, ni lujosa. Sin embargo, sí reconfortante.

Le envío un par de mensajes a Jodi, y otro par más a mi madre. No le había informado sobre la llamada del banco, sabía que era poco probable que la deuda disminuyera pagando solamente el interés y un escaso porcentaje de lo adeudado, sin embargo, no planeaba darle más preocupaciones a mi madre de las que ya tenía.

Es poco más de media tarde y es sorprendente que Ángelo se encuentre en casa, la señora Wilson dice que desde que tiene a las niñas en casa, ha pasado más tiempo aquí.

No planeo pensar demasiado tiempo en mi jefe, así que intento hacer justamente lo que le dije que haría, descansar.

Sin embargo, estar acostumbrada a la rutina de dos niñas pequeñas, no me lo facilita mucho, así que termino bajando de nuevo a la sala.

—Se echan de menos cuando no están, ¿no es cierto? —Ángelo baja las escaleras.

Lleva puesto unos pantalones cortos, y una camisa sencilla que se ajusta perfectamente a su torso, carga una toalla sobre el hombro, y viene descalzo.

Me obligo a reaccionar, porque no quiero dejarme en evidencia sobre que le estoy prestando más atención de la debida.

—Así es —concuerdo con una pequeña sonrisa—. Creo que me he acostumbrado a ellas.

—Entiendo el sentimiento —una sonrisa ladeada aparece en su gesto—. ¿Vienes?

—¿A donde?

—A la piscina —dice—. Tienes la tarde libre, pareces aburrida así que, ¿vienes? No necesitas un bañador —aclara.

Miro hacia el jardín, el gran ventanal deja ver lo caluroso de la tarde, pero no estoy segura de si estar en una piscina con Ángelo, sea buena idea en realidad. Es decir, el hombre parecía un dios grecorromano, ¿Cómo podría retener la tentación de mirarlo todo el rato?

—¿Y bien?

—Sí —respondo con descuido—. Quiero decir, no.

Arquea una de sus cejas, mirándome con diversión.

—Puedo mantenerme con la camiseta, si te intimida demasiado.

—¿Pero a ti que te pasa? —reclamo y él suelta una risa.

—Solo bromeo, Daphne —aclara elevando las manos—. Bueno, iré afuera. Si te animas, vente.

Me da la espalda y lo miro caminar hacia el exterior. La piscina está a un par de metros del jardín, no sigo el mismo camino que él sino que camino hacia la ventana, en donde perfectamente hay una vista hacia la piscina.

Se coloca en el borde, deja a un costado la toalla y de un segundo a otro, se deshace de la camiseta.

Madre santa.

Los músculos de su espalda relucen con el sol pegándole, mueve ligeramente la cabeza y los hombros lo que hace que los músculos se tensen. No se gira, pero no hace falta que lo haga para saber que seguramente posee un abdomen de infarto.

No debería estar mirándolo escondida detrás de una ventana, pasan un par de minutos antes de que él se lance al agua, y no emerge de nuevo sino tras algunos minutos.

Y eso solo lo deja mucho más atractivo de lo que es.

Daphne contrólate.

Me aparto antes de que tenga la oportunidad de descubrirme observándolo. Muerdo la uña del pulgar, considerando la invitación.

¿Qué tan malo podría ser?

Antes de que siquiera tener tiempo para arrepentirme, camino con prisa hacia mi habitación. Claramente no tenía un bañador, pero tomo una blusa que me aseguraría que no se trasparentaría la ropa interior, y me coloco unos pantalones cortos.

Tomo la toalla y dejo los zapatos en la habitación antes de bajar con la misma prisa, obligándome a disminuir la velocidad de mis pasos para cuando salgo al jardín.

—Oh, vaya. Así que al final te animaste —Ángelo habla desde el agua, su cabello está completamente húmedo y me mira con los ojos entrecerrados por el sol—. Entra.

—No quiero que pienses que me estoy tomando más confianza de la necesaria —expreso dejando la toalla a un lado, e introduciendo uno de mis pies al agua.

Suelto un jadeo cuando la mitad de mi cuerpo está dentro del agua y lo frío me recorre.

—¿Demasiado fría? —inquiere.

—Solo un poco —me toma un par de minutos adecuarme a la temperatura del agua, el escalofrío inicial desaparece y pronto mi cuerpo se siente relajado.

—Respondiendo lo que dijiste antes, creo que sabes más que cualquier persona en esta casa, así que creo que hay confianza, más de la necesaria —expresa con una ligera sonrisa.

—¿Ah, sí? —me acerco un poco más, Ángelo asiente levemente y sacude el cabello con una de sus manos.

Los leves risos caen por su frente, las pequeñas gotas formadas sobre su rostro hacen que la piel brille por los rayos de sol que nos pegan casi de frente. Agradezco que el agua le llegue a los hombros, porque de no ser así, no creo ser capaz de seguir manteniendo mi autocontrol.

—¿Somos amigos entonces? —inquiero con una leve sonrisa.

Él ríe, se aleja moviéndose debajo del agua. Su figura se pierde cuando se sumerge por completo y lo miro acercarse, para cuando sale de nuevo, está a menos de medio metro de distancia de mi cuerpo.

Me alejo de manera instintiva ante la corta distancia.

¿Han visto alguna vez a esos modelos saliendo del agua? ¿Aquellos que lucen tan malditamente sexi con el agua corriendo por su rostro?

Bueno, esa es la imagen exacta de Ángelo Lombardi en estos momentos.

—¿Consideras que somos amigos? —inquiere.

—Yo hice la pregunta primero reclamo, tú debes de responder.

Soy consciente de la manera en la que me mira, sus ojos viajan de mis ojos por el cuello, y consigo que el agua me cubra poco más de los hombros cuando entiendo el camino de su mirada.

—Eres un pervertido —reprocho—. ¿Miras de esa manera a la niñera de tus sobrinas?

Una carcajada brota de sus labios, se acerca y retrocedo. Sin embargo, mi espalda choca con la barda que divide la piscina del lado más hondo, así que me imposibilita seguir avanzando.

—Bueno, eso es porque has decidido ponerte una blusa que deja ver el bonito sostén negro —señala el sitio con uno de sus dedos—. No me culpes.

No encuentro que responder, mis mejillas se calientan y maldigo mentalmente por lucir como una adolescente.

—Y respondiendo la pregunta, sí, somos amigos.

La forma intensa en la que me mira, es intimidante.

—Fue tu culpa por invitarme a la piscina —es todo lo que consigo responder.

Se acerca más y siento que la respiración me falta. La barba adopta un aspecto más atractivo teniéndolo tan cerca, la nariz perfecta y los labios...

¡Daphne contrólate!

—¿Ángelo? —Me sobresalto ante la voz, él por el contrario no le da importancia.

—Isabela —dice pero no se aparta.

—¿Desde cuando las empleadas comparten la piscina con los jefes? —inquiere con reproche mientras se cruza de brazos.

—Desde que las invito a entrar conmigo —responde Ángelo apartándose.

El silencio parece ser la mejor opción ante la mujer que me mira como si consiguiera asesinarme con la mirada.

Él nada hacia los escalones, y cuando sale por completo, me da una imagen mucho más caliente de él.

—Sigue disfrutando sin mí, Daphne —dice. Me guiña un ojo y eso parece irritar más a la chica, quien lo toma del brazos y lo arrastra hacia la entrada de la casa.

Echo la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos por el sol y me quejo.

—Debes dejar de pensar en lo atractivo que es —mascullo—. O vas a acabar despedida.


Son cerca de las dos de la mañana cuando un pequeño cuerpo se lanza sobre el mío.

—Daphne, Daphne —la voz de Bella se cuela por mis oídos y me despabilo.

—Hola, cariño. ¿Qué ocurre?

—¿Qué está haciendo el tío Ángelo? —inquiere.

Dirijo la mirada al reloj y me tallo los ojos.

—¿De que hablas, Bella?

Toma una de mis manos y me obliga a salir de la cama. Me arrastra hasta el pasillo y solo cuando estoy frente a la puerta de su habitación, lo escucho.

Me escandalizo ante los sonidos que provienen de la habitación de Ángelo.

—¿Mi tío está asesinando a alguien? —chilla con alarma Bella.

—Esta haciendo de todo, menos asesinar a alguien —Antonella sale de su habitación y forma una mueca—. ¿Por que grita de esa manera?

—Vuelvan a dormir, la privacidad de su tío no nos incumbe —reprendo empujando sus cuerpos hacia la puerta de sus habitaciones, pero ninguna entra.

—No vamos a conseguir dormir —expresa Anto.

—¿Qué están haciendo? —inquiere Bella otra vez.

Los gritos de placer, o de lo que sea, se intensifican y me irrito.

—Deben volver a dormir —casi ordeno.

Cuando consigo que Bella ingrese a su habitación, noto que Lía ha despertado seguramente por las voces de sus hermanas. Camino hasta la cuna y en el momento en el que la tengo en brazos, nuevos gritos se escuchan.

—Oh, esto es demasiado —camino hacia la habitación de Antonella, ella luce desconcertada cuando dejo a Lía al costado de su cama y luego salgo a prisa.

Conforme me acerco a la habitación de Ángelo, los sonidos se escuchan con mayor claridad.

—Vas a acabar despedida por esto —me digo a mi misma mientras me planto frente a la puerta, y golpeo con fuerza más de una vez.

Las voces y un par de palabrotas se escuchan, la puerta se abre y por un microsegundo, la imagen de un Ángelo sudoroso y agitado me llena la mente, que olvido porque estoy aquí.

—Daphne, ¿Qué quieres? —inquiere con molestia.

—Dile a tu novia que sea más silenciosa —espeto retomando la molestia—. Acaba de despertar a tus sobrinas.

—¿Es la niñera? —la voz de Isabella se escucha.

—¡Si, soy yo! —grito con irritación—. Ya no vives solo, Ángelo. Hay personas que intentamos descansar.

Su mandíbula se tensa, la molestia se apodera de su mirada y pronto, cierra la puerta con un movimiento que me hace retroceder.

—¡Eres un grosero! —grito con molestia.

—¡Y tú una entrometida! —espeta abriendo la puerta otra vez—. Me equivoqué, sí eres un dolor de cabeza, Daphne. Ahora largo y deja de molestarme.

—Dile que deje de gritar o vendré a molestar otra vez —advierto—. Hay niñas en esta casa, Ángelo. Sé respetuoso.

Le dedico una sonrisa, dándole la espalda y marchándome.

—¡Eres peor que un maldito dolor de cabeza! —brama cuando me he alejado varios pasos.

—¡Lo tomaré como un halago! —grito de vuelta.

Sí, Daphne, definitivamente vas a estar despedida. 

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