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10.- ¿Qué es más importante?


Daphne.

Cuando vuelvo el lunes por la mañana, la casa está sorpresivamente en silencio.

—Daphne, buenos días —la señora Wilson me saluda con una sonrisa.

—¿Por qué hay tanto silencio? —inquiero quitándome la chaqueta.

—La señorita Isabela llevó a las niñas al colegio —expresa.

—¿Se llevó a Lía con ella? —la señora Wilson asiente.

—Es extraño que de pronto sea tan amable —admite—. Pero si va a estar cerca de las niñas, creo que es lo mejor.

—¿Ángelo e Isabela son pareja?

Me observa con una ceja arqueada.

—Simple curiosidad —aclaro encogiéndome de hombros.

—No son exactamente una pareja, pero es lo más cerca que el señor tiene —informa—. Es la hija de uno de los amigos del padre del señor.

Asiento levemente, no quería que pensara que estaba metiéndome en asuntos que no eran de mi incumbencia.

—Iré a arreglar la habitación de las niñas —señalo las escaleras—. Aprovechando su ausencia.

No me sorprende encontrar la habitación de las dos menores hecha un desastre. Hay juguetes de Lía en el suelo, colores de Bella por toda la alfombra y las camas desordenadas.

La de Antonella está aceptable, así que durante el resto del tiempo que tengo, ordeno tanto como me es posible.

Cerca de una hora después, los llantos de Lía resuenan por la casa. Abandono la habitación para encaminarme hacia la planta baja, estoy en el borde de las escaleras cuando localizo a Isabela, ingresando con la bebé en brazos.

—Oh, por Dios, ¿qué acaso no se cansa de llorar? —inquiere con molestia.

La pequeña extiende los brazos apenas me ve e Isabela prácticamente me la entrega con desdén.

—Es una bebé, lloran todo el tiempo —expreso, me mira por un par de segundos antes de acomodarse la ropa.

—Sí, bueno, creo que calmarla es tu trabajo —dice con una sonrisa de fingida amabilidad—. No volveré a hacerle un favor a Ángelo.

Creo que habla más para ella misma que para mí, se da la vuelta y no se molesta en dar una despedida, el sonido de sus pasos resuena por la sala hasta que se marche.

—Oh, mi cielo, ya, ya —acomodo a Lía entre mis brazos—. ¿Por qué lloras de esa manera?

Vuelvo hacia las escaleras, el llanto de Lía se detiene justo cuando ingresamos a la habitación.

—Bueno, acabo de limpiar, pero no importa —exclamo colocándola sobre la alfombra.

Sonrío cuando da unos pequeños pasos, sujeta de mi mano. Se tambalea levemente y cae sobre la alfombra. Voltea el rostro y me mira, una diminuta sonrisa aparece en su pequeño rostro, y me enternezco.

Hago la rutina acostumbrada, Lía tenía horarios específicos para cada cosa, según Ángelo. Una lista que me entregó en el primer día y que ahora me sabía de memoria.

Nos entretenemos gran parte de la mañana, hasta que llega el momento para ir a recoger a Bella y a Antonella del colegio. El señor Bruno ya se encuentra esperando por mí justo en la entrada, y tras acomodar a Lía en el asiento para bebés, nos ponemos en marcha.

Primero pasamos por Bella, ella ya se encuentra aguardando justo en la entrada con la mochila en los hombros.

—¡Daphne! —saluda con entusiasmo dando un par de brincos.

—Hola, cariño —le sonrío a la maestra encargada de asegurarse que los niños se vayan con personas que conocen, y luego subimos al auto—. Te extrañé.

—Yo igual las extrañé —respondo acariciando su cabello—. ¿Fue un buen día hoy?

Bella comienza a hablar sobre lo que hizo en el día, al mismo tiempo que intercalo la atención entre ella y la salida de la escuela para esperar a Antonella.

—Cariño, siento interrumpirte, pero... ¿viste a tu hermana?

Llevamos diez minutos aguardando en la salida, ambas iban al mismo colegio, así que la hora de salida era la misma.

—Sí —dice arrugando la frente—. Pero dijo que no lo dijera.

—¿Qué?

—No puedo decirte —se cruza de brazos y niega.

—¿Cómo que no puedes...? —me callo, acomodo a Lía entre mis brazos mientras tomo el celular.

Evidentemente no responde, y comienzo a impacientarme.

—Bella, ¿en dónde está tu hermana? —inquiero—. Debes decirme.

Niega y eso me hace resoplar. Me aparto intentando mirar entre los estudiantes que salen en ese momento, pero no parece estar por ningún sitio.

No aparece, sino hasta cerca de veinte minutos después, de la mano de un chico.

—¿Se puede saber por qué nos has hecho esperar? —inquiero—. Te he estado llamando.

—No fui a ningún sitio —expresa rodando los ojos.

—¡Anto tiene novio! —grita Bella elevando los brazos, luego mira al chico—. ¿Tú eres su novio?

Arqueo una de mis cejas, Antonella luce apenada y dice algo tan rápido antes de esquivarnos y subir al auto.

La sigo, ambas se acomodan en sus asientos y cuando dejo a Lía en la silla para el auto, miro a Antonella.

—¿Nos hiciste esperar por un chico? —inquiero con diversión.

—No. Solo me retrasé por la clase —expresa sin mirarme.

—Bueno, espero que tu tío esté enterado. No creo que le haga gracia que lo llamen del colegio.

—Mi padre no tenía problema, él tampoco debería.

Me mira molesta, y luego vuelve la atención a la ventana.

Se mantiene en silencio todo el camino de regreso, Ángelo solía estar en casa a veces cuando volvíamos, pero esta no es una de esas ocasiones.

Anto se encierra en su habitación al llegar, y luego de dormir a Lía, me concentro en ayudar a Bella con sus deberes.

A la hora de la comida, Anto no nos habla. Incluso Bella parece sentir que su hermana está enojada porque no le hace sus habituales preguntas. Para cuando terminamos y me aseguro que Lía estará bien sola por un corto tiempo, voy hacia la habitación de la mayor.

—¿Todo en orden? —inquiero.

—Sí —se quita uno de los audífonos, y me observa por un rato antes de volver a centrar la atención en el cuaderno.

—Si quieres hablar sobre algo, cualquier cosa...estoy aquí —no me mira de inmediato, sin embargo, luego de un par de instantes se quita los audífonos y cierra la libreta.

Esa es mi señal para acercarme, tomo asiento en el borde del colchón y la miro.

—Los echo de menos —dice y se inmediatamente a quienes se refiere—. Realmente los extraño.

—Es un proceso normal, Anto. Que los eches de menos es algo completamente entendible.

—No es mi novio. Pero...pero papá quería conocerlo. Antes de morir me prometió que lo invitaríamos a cenar, él era tan bueno. Y no entiendo porque ambos tuvieron que irse en el mismo momento.

—Bueno, a veces la vida nos pone en situaciones que no conseguimos entender, y nos hace seguir caminos que no imaginamos —sonrío levemente—. Pero todo tiene un porqué, cariño. No te diré que lo entiendo, ni que se cuál es esa razón, porque eso es algo que descubrimos con el tiempo, puede no tener mucho sentido, pero con el tiempo lo sabrás.

Me sonríe, parece un poco más aliviada y menos tensa.

—Realmente me agradas —dice.

—Me alegra escuchar eso —aseguro—. Puedes confiar en mí para lo que necesites, seré una tumba.

—Gracias, Daphne. —me incorporo cuando el monitor suena, y ella ríe—. Ve que los desastres te requieren.

—¿Oh, tú también las llamas desastres? —inquiero—. Creí que era solo cosa de tu tío.

Antonella ríe.

—Es que definitivamente lo son, ¿o no?

—No quiero averiguarlo —admito en medio de una risa.

La miro una última vez, luce más relajada y me siento tranquila por eso, así que sin más salgo de la habitación para hacerme cargo de las dos más pequeñas.

Me muevo inquieta de un lado al otro de la habitación. Lía llora entre mis brazos y su rostro ha obtenido una rojez que no estaba ahí antes. 

Hace cerca de media hora que me percaté de que la pequeña no tenía una temperatura corporal normal, y tras usar el termómetro, solo lo confirmé. Fue tan repentino, que no sabía con exactitud que hacer.

—No tenemos medicamentos para una bebé —expresa la señora Wilson—. Pero podemos intentar con unos remedios para bajarle la fiebre.

—¿Ha llamado a Ángelo? —inquiero.

—No le agrada que lo molesten —dice.

—Pero es sobre su sobrina, eso no es...—dejo de hablar cuando entiendo la manera en la que me mira—. De acuerdo, no lo llamaremos.

Son cerca de las once y media de la noche, no es como que esté siempre pendiente de la hora de llegada del señor Lombardi, pero a esta hora el ya solía estar en casa.

La señora Wilson se encarga de Lía, salimos de la habitación para que su llanto no despierte a Bella, pero Antonella permanece con nosotras, al pendiente de su hermana.

Sin embargo, un par de horas más tarde, nada resulta.

—Deberías ir a dormir, es tarde y mañana hay colegio —Antonella niega—. Entiendo que quieras estar al pendiente de tu hermana, pero nos haremos cargo.

—¿Dónde está mi tío? —dirijo la mirada al reloj, son casi las dos de la mañana.

—No lo sé, pero no te preocupes por eso.

No me mira convencida, y cuando los llantos de Lía aumentan de intensidad, sé que no va a irse.

—La fiebre sigue en cuarenta grados —dice la señora Wilson—. Y no ha bajado desde que la revisé por última vez.

—Bien, no me importa si le agrada o no que lo interrumpan, pero llamaré a Ángelo.

Me aparto, dejando a Lía bajo el cuidado de la señora Wilson y tomo el celular. No lo había llamado por su indicación, aun cuando Ángelo me pidió que lo hiciera por cualquier motivo que involucrara a sus sobrinas.

El buzón de voz se deja escuchar y suelto una palabrota.

—Vamos, responde —musito.

Tres intentos después, la respuesta sigue siendo la misma. El buzón de voz.

—¿No toma el teléfono? —Anto me mira preocupada.

—Debe estar ocupado.

—¿Qué puede ser más importante que nosotras? ¡Papá estaba ocupado y siempre atendía el teléfono!

—Cariño, tranquila, ¿sí? —inquiero colocando las manos a los costados de su cuerpo—. Tu hermana estará bien.

—Tal vez debamos llevarla a urgencias —expresa la señora Wilson—. No tenemos medicamento, la fiebre no baja y parece tener dolor.

Los llantos de Lía me desesperan, y maldigo en voz baja antes de intentar una última vez llamar a Ángelo.

Ahora si toma el teléfono.

Daphne, que quieres —su voz está agitada, pero ignoro ese detalle porque necesito decirle que tiene que volver por Lía.

—Ángelo, escucha se trata de Lía...—un gemido ronco me interrumpe, y me horrorizo al entender lo que ocurre del otro lado de la línea.

No puedo hablar ahora, atiéndelo tú —dice, y cuelga.

¡Y cuelga el maldito teléfono!

Bien, si para él coger con su novia era más importante que sus sobrinas, lo resolvería por mí misma.

—¿Tienen un auto para que conduzca hasta el hospital? —inquiero.

—No, pero tenemos chofer —expresa Antonella—. El señor Bruno puede llevarnos.

—Bien, llamémoslo entonces.

Nos toma menos de diez minutos estar fuera de la casa, cuando Antonella intenta subir, la detengo.

—Tienes colegio...

—Necesitarán un familiar. Eres la niñera, no te darán informes —dice con los ojos cristalizados—. Si estoy ahí pueden decirme, debo ir.

—Bien, de acuerdo.

Subimos al auto, Lía ha dejado de llorar, pero aún mantiene ligeros respingos, y la temperatura elevada.

El auto avanza a velocidad.

—Él no quiso venir, ¿verdad? —inquiere Antonella.

—Anto...

—Porque no somos importantes para él —dice con recelo—. No vamos a serlo.

—Anto, probablemente tiene cosas que hacer, es un hombre ocupado y...

—¿Qué cosa es más importante que la familia? —inquiere con los ojos húmedos—. ¿Qué cosa es más importante que eso?

Mira a su hermana, y luego voltea. No tengo una respuesta y no pretenderé que soy capaz de entender.

Porque para mí, la familia era primero.

Pero para un hombre como Ángelo, que escondía a su propio hijo del mundo, tal vez había algo más importante que eso. 

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¡Hola, hola! 

Tal vez mañana les tenga nuevo capítulo. 

¡No se olviden de votar y comentar! Significa mucho para mí

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