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8

—Vamos, te llevaré a tu habitación, allí podrás vendarte —le dijo tras notar la sangre que manaba de la mano de Adara. Aunque lo había intentado, no logró disimular su sorpresa.

Una mujer mayor vestida de rojo la esperaba afuera del despacho. Le sorprendió la amabilidad con la que se dirigió a ella, por primera vez en días alguien volvía a tratarla como si fuera alguien normal. No tuvo que agarrarla de los brazos ni obligarla a caminar más rápido, simplemente se limitó a pedirle que la siguiera. Supuso que se trataba de una aristócrata pero entonces le explicó que su papel era el de encargada del servicio.

El palacio parecía vacío, no vió a ningún guardia en los alrededores, tampoco se encontró con nadie del personal de servicio, la mujer le contó que estos últimos tienen como principal norma mantener el mínimo contacto con el rey, este parecía mantener el misterio inclusive con quienes le servían.

—Su Majestad prefiere encargarse de sus propios asuntos —se veía un poco incómoda mientras lo decía—, algunos sirvientes ni siquiera llegan a conocer su rostro, eres afortunada, muchos quisieran tener el honor de servir personalmente al rey —le sonrió. Adara estuvo a punto de hacer una mueca. ¿Acaso aquella mujer sabía del trato? El rey Aletzander no parecía ser el tipo de persona que confiara en nadie, ella seguía sin comprender, sentía que dejaba de tener el control de su propia vida.

Descubrió que se encontraba en el segundo nivel del palacio, la mujer le indicaba el uso de cada habitación con la que se topaban. El palacio, por lo que pudo ver hasta el momento, parecía cubierto de un aire sombrío, tal vez era por la antigüedad del mismo o por el hecho de que lucía desierto, sentía que cada escultura con la que se encontraba la miraba fijamente, el pasillo parecía infinito y todas las cortinas de seda roja estaban completamente corridas. No muy lejos de ellas, se encontraban unas escaleras, Adara supuso que eran las mismas que había subido hace menos de una hora, alzó la mirada, el palacio parecía tener varios niveles, se mareó al pensar en la posibilidad de subir todos esos escalones, ella siempre había temido a las alturas.

—La habitación de Su Majestad está en el cuarto nivel, ningún miembro del servicio tiene permitido entrar—dijo con incomodidad—, a decir verdad tampoco sé si tú podrás—comenzaron a descender—, pero de todas formas es el que está en el cuarto nivel, en el fondo del lado izquierdo. La habitación en el que te encontrabas es sala de reuniones, allí recibe a los consejeros para tratar los asuntos más importantes del reino, te aconsejo no interrumpirlo nunca, bajo ninguna circunstancia. Sobre todo debes ser sumisa, no le respondas, limítate a obedecer —su tono de voz era estricto. Adara no objetó nada, sabía que de todas formas, no cumpliría con las órdenes del rey, porque a pesar de todo, ella no estaba dispuesta a ser moldeada a su gusto.

Siguieron caminando por la planta baja, había una enorme lámpara de cristal colgando del techo, sus pasos se ralentizaron al fijar sus ojos ante una pintura, era de una mujer danzando desnuda sobre un charco rojo ¿Cuál era el significado? En su distracción estuvo a punto de perder el paso de quien la guiaba.

Tras varios giros, se detuvieron frente una habitación en el fondo de un pasillo negro, la mujer abrió la puerta y le indicó que pasara. El cuarto era más grande que en el que había pasado los últimos días, lucía más acogedor también, al menos había un armario y una ventana más grande. Sobre la cama había ropa perfectamente doblada, era más bien un uniforme similar al que llevaba puesto la mujer a su lado, supuso que sería su atuendo de trabajo.

La mujer le indicó que se sentara al pie de la cama y tras rebuscar en el armario, se hizo con una pequeña caja y sacó de ella los vendajes. En ningún momento preguntó por lo sucedido, tal vez lo consideraba un asunto del rey o simplemente no le importaba. Se acuclilló frente a Adara y tomó su mano herida.

—Mi nombre es Cinthya. ¿Cómo te llamas? —preguntó mientras desinfectaba el corte.

—Soy... —no supo qué responder, ella no quería dar su nombre, no sabía si era lo correcto. Adara debía ser condenada, Adara había muerto— Mi nombre es Aureen —respondió. Cinthya sonrió de nuevo.

—Aureen, bienvenida al servicio del rey— habló de nuevo la mujer, sus ojos azules desprendían tanta ternura, su cabello castaño oscuro contrastando, probablemente acababa de llegar a los cincuenta años. Sin dudas Adara le hubiese correspondido si no estuviese tan confundida ¿El rey había planeado todo esto aun cuando ella ni siquiera había aceptado?—.  Comenzarás oficialmente desde mañana, tendrás muchas ocupaciones pero lo que te diferencia del resto, es que eres la única autorizada para tratar con el rey —continuó—. Esta será tu habitación desde hoy.

Adara dio un breve asentimiento, Cinthya terminó de vendarla en cuestión de segundos, se levantó con un poco de dificultad, parecía lista para retirarse, la miró con detenimiento y le dio un último aviso antes de salir.

—Por cierto, te recomendaría quedarte en tu habitación y descansar mucho por hoy, creeme cuando te digo que mañana estarás exhausta —dijo con un tono más serio. Esa era una forma bastante elegante de decir que no tenía permitido salir, ella lo comprendió al instante—. Y estoy segura de que lo harás bien— agregó casi en un susurro. La puerta se cerró con un leve sonido.

Se quedó sola de nuevo, miró alrededor, las paredes estaban tapizadas con diseños florales sencillos y pequeños cuadros colgados, había un espejo a la derecha del armario y se acercó a él, casi con miedo de ver su reflejo.

Se veía masacrada, siempre había sido demasiado delgada (tanto que había recibido burlas por eso) pero al menos se veía saludable, no estaba segura de poder decir eso ahora, era evidente que llevaba días sin dormir, tenía los labios secos y de un tono casi blanquecino, utilizó sus dedos en un inútil intento de peinar su castaño cabello, estaba demasiado enredado pues llevaba días sin ver un peine, tomó la tijera que Cinthya había utilizado para cortar los vendajes, ni siquiera lo pensó dos veces antes de cortárselo, su mano vendada sosteniendo las puntas, el corte fue bastante impreciso pero no le importó.

Su mano herida temblaba, el corte había sido profundo, tal vez dejaría cicatriz, a esas alturas ya no dudaba de la crueldad del rey, no debía subestimarlo y mucho menos confiar en él, pero Aletzander también se equivocaba, tampoco debía fiarse de ella. Se sintió como si estuviese participando en un engaño, en su garganta comenzaba a formarse un nudo, trabajar para aquel hombre tan manipulador solo podría traerle cosas malas, ella sabía que era inescrupuloso, inclusive si le daba su lealtad, él la traicionaría, pero no sería tonta, entre todos los destinos posibles, ella viviría, no le importaba lo que pasara con el rey, decidió ser egoísta.

Era eso o la muerte. Ella aún no estaba preparada para morir, el rey le había dado una oportunidad, aunque eso representase un gran peligro. Por el dolor se había estado sintiendo débil y sin embargo en aquel momento se sintió fuerte, porque tuvo la certeza de que ella lo lograría y hallaría venganza. Se volvería fuerte, deseaba ser temida.

Por Elise.

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