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14

Adara esperaba un plan violento y complicado viniendo de Aletzander, pero se había llevado una sorpresa, era en realidad algo muy sencillo, solo debían robar información.

Durante el día, el mercado de Bonmouth funcionaba como lo que era, un sitio al que cientas de personas acudían diariamente en busca de artículos de consumo. Sin embargo, por las noches, aquel lugar cobraba un sentido oscuro, se convertía en la guarida de los más peligrosos criminales y por supuesto, opositores a la corona. Aletzander lo sabía pero nunca había prestado demasiada atención a esos detalles, simplemente era demasiado soberbio.

El rey le había explicado que su don solo sería utilizado como recurso de emergencia, teniendo en cuenta que ella acababa de comenzar a comprender la naturaleza de sus poderes. Adara no tenía buenos presentimientos respecto a esto, temía que todo resultase en una catástrofe, pues el rey no parecía conocer aquel ambiente.

—Mi dulce sirviente, hay muchas cosas que no sabes de mí —dijo él con una sonrisa maliciosa.

A veces Aletzander se comportaba fríamente, en otras ocasiones parecía deleitarse fastidiándola. Adara encontraba cierto gusto en ignorarlo, era como si no le diese lo que él tanto deseaba: atención.

Tras haber oído su plan (e imaginar mil modos de morir en el intento de concretarlo) decidió gastar su tiempo libre en el jardín, en búsqueda de tranquilidad, por lo menos durante unos minutos. Arem se encontraba en la entrada, junto con dos guardias más. El muchacho le sonrió tímidamente, ella hubiese sonreído de vuelta si no le hubiese sorprendido aquel gesto, más aun, lo que aquello provocó en ella, una sensación de ardor en las mejillas. Deseó que el rubor no haya sido tan notorio, pues temía lo que Arem pensara sobre eso.

El cielo estaba gris de nuevo, las temperaturas eran bajas casi siempre, sin embargo aquel día el frío no era exagerado. El cielo estaba nublado pero la oscuridad del rey no parecía tener influencia en aquello. ¿Cómo lo sabía? Simple, las nubes no se arremolinaban en el cielo como solían hacerlo cuando habían sombras alrededor, por supuesto que estas eran más oscuras también, dejando al reino prácticamente en penumbra. La luz del sol se había convertido en un lujo que el rey no siempre tenía humor para dar. De todos modos había gente con poderes, gente capaz de reunir la luminosidad del astro rey en sus manos o que al igual que los Estrevea, pudieran manipular perfectamente la naturaleza. Allí todo era posible, inclusive vivir sin el sol.

Sintió una presencia a su lado, se giró y vio a Arem sonriente junto a ella.

—Lo siento, no pretendía asustarte —rio—. Solo te quería saludar.

—Ah —ella respondió—. Hola.

—Hola —él seguía sonriendo—. Disfruté mucho de nuestro paseo anoche.

—Bueno, igual yo. Pero espero que la próxima vez estés más abrigado —ese comentario provocó más risas en él. Ella sabía que había sido atrevida al asumir que habrían más encuentros pero era un riesgo que debía tomar, ya que había prometido ganar su confianza y para eso, debían acercarse más.

—Me agradas, Aureen —dijo él con sinceridad—. Sería un gusto pasear contigo cada noche.

Adara no supo cómo tomar aquello.

—Ah —fue cortante. Ella comenzó a caminar de nuevo y él la siguió.

El jardín era hermoso, al menos en la entrada, recordó su paseo nocturno con Arem y los arreglos sencillos en la parte trasera del palacio, como si fuese menos importantes, como si de todas maneras nadie le prestase atención, evidentemente no era una zona que muchos visitarían, después de todo, estaba destinado a los sirvientes. Pero Adara debía confesar algo, el jardín de sus antiguos señores le había resultado más bello en su momento, sin embargo el del palacio era más llamativo, tenía aires de misterio con aquellas estatuas de seres con alas que parecían llevar siglos en el mismo lugar, algunas de ellas estaban enmohecidas, otras parecían mirarla, Adara sabía que aquello era producto de su imaginación. Había algo que no comprendía en aquello y era el placer que le generaba temerles, como si estuviese esperando que los demonios que dormían adentro de ellas la atacasen en cualquier momento. No había una gran variedad de colores en las flores que adornaban el lugar, la mayoría presentaba distintas tonalidades del rojo y si no eran rojas, eran blancas. Al parecer no habían querido jugar mucho con la paleta de colores.

—Lo siento —dijo ella—. Lo que pasa es que no he tenido muchos amigos.

—Te comprendo —respondió él rápidamente.

—Lo que quiero decir, es que también me gustaría —ella lo miró—, pero no creo que sea lo más conveniente, no me gustaría ser el foco de más habladurías —él volvió a reír.

—Claro —se detuvieron frente a frente—. No te preocupes, espero que tampoco malinterpretes mis intenciones. Solo pretendo hacer amistad contigo —respondió más serio.

—Agradezco eso, es todo lo que necesito —dijo incómoda. Si la había elegido como amiga, definitivamente eligió muy mal.

Su conversación no expuso ningún punto interesante más, él le habló de su gusto por la música y ella sobre su pasión por los libros pero Adara se tuvo que retirar.

Cinthya seguía sin dirigirle la palabra, sin saber lo que debía hacer, decidió que esperar sería la mejor solución. Probablemente se le pasaría con el tiempo, se dijo.

Las horas no transcurrieron tan lentas como ella esperaba. No volvió a toparse con Aletzander en el resto del día y ciertamente aquello le alegraba un poco. Adara había pensado que descubrió una pequeña debilidad en él, pero entonces... ¿Qué hizo con los guardias? Los había asesinado. Podrías llegar a verlo como un muchacho caprichoso pero eso solo servía para esconder lo que era en realidad, alguien que solo pensaba en su conveniencia, un ser tan egoísta. No confíes en él, se repetía una y otra vez.

El joven rey le había entregado un conjunto de ropa, que consistía en pantalones flojos, una camisa que parecía vieja y un chaleco negro. En resumen, el tipo de atuendo que Dionysius hubiese vestido si continuase vivo.

Aletzander y ella habían quedado en reunirse frente a la librería en la que se vieron por primera vez, aunque él no parecía recordarlo. A decir verdad ella se sentía ridícula vistiendo ese atuendo, le quedaba bastante holgado y eso la incomodaba, sin embargo tuvo la sensatez de no quejarse por algo tan insignificante.

Recogió su corto cabello en un desprolijo rodete, se admiró a sí misma en el espejo. La holgadez del conjunto solo la hacía lucir más delgada, sin embargo la curva de sus pechos era apenas notable, probablemente aquella era la intención oculta tras esa elección de atuendos. Aquello la confundía, de todas formas sabrían que es una mujer.

Eran las diez de la noche, no solo llevaba la daga como arma sino también su valor. Hacía bastante frío afuera así que tomó una de sus capas de lana y se encaminó a su intrigante destino, pues no sabía qué esperar de aquella noche.

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Aletzander no había querido lucir sencillo aquel día, de todos modos, muchos grandes señores acudían por lo que no sería raro ver allí a un hombre bien vestido. Los colores oscuros eran sus predilectos, llevaba pantalones grises y zapatos negros que brillaban tanto que si los miraba, podría verse reflejados en ellos. Como abrigo,  tenía puesto un tapado negro que le llegaba casi a las rodillas, sin embargo no era suficiente, aún sentía el frío colarse en su cuerpo.

Pudo divisar una silueta acercándose en la distancia. Él prefería ocultar que se sentía nervioso. Si bien era cierto que llegó a conocer perfectamente los suburbios (uno de los primeros sitios que se permitió visitar en cuanto obtuvo la libertad) él llevaba un buen tiempo sin frecuentar aquel lugar, lo que lo convertía de nuevo, en un destino casi desconocido.

Aletzander tenía la costumbre de escaparse por las noches, aquel era el motivo por el que ocultaba su rostro, pues eso le permitía pequeñas libertades, aunque las ocasiones para hacerlo habían disminuido con el tiempo, podía decirse que él extrañaba aquellos momentos.

Adara estaba allí, a unos pasos de distancia de él. Su capa apenas dejaba entrever el atuendo que le había elegido, sin embargo supuso que se vería algo raro en ella.

Aletzander estaba tan acostumbrado a sus burlescas referencias que esperaba que ella hiciera una en aquel momento. No lo hizo, entonces él habló, su voz casi era un susurro.

—Aquí solo soy un simple muchacho —su mirada era inexpresiva—. Desde ahora solo puedes llamarme Zander —Adara pareció entender. No era conveniente, no cuando era el nombre del rey y menos aun cuando nadie conocía su rostro.

Aletzander sacó un par de antifaces de sus bolsillos, estos eran de tela negra, muy similar a la gamuza. Él le tendió una a la muchacha, quien la tomó confundida, aquella era una parte de la que él no le había hablado. Ella no parecía muy contenta de estar allí y realmente eso le provocaba cierto placer, puesto que a pesar de todo, encontraba disfrute en fastidiar, más aun tratándose de ella.

Todo lo que esperaban hacer aquella noche era conseguir información, tendrían que ir escuchando de voz en voz pero sin importar los métodos que debían utilizar, alcanzarían el fin propuesto. Lo que se traducía en que, al menos Aletzander estaba dispuesto a matar. Lo peligroso del plan radicaba en que ahora él tenía a alguien pisándole los talones, tampoco sabían con lo que iban a encontrarse, ni lo que se verían obligados a hacer.

Comenzaron a andar. Los suburbios eran un sitio para los indeseables, un lugar en el que se reunían los inadaptados, los inconformistas. Aletzander y Adara podían fácilmente unirse a ellos, en los únicos sitios en los que encajaban eran en los espacios más oscuros del salón.

El rey disfrazado se sentía intrigado. ¿Conocía Adara aquellas zonas? Tal vez en su pasado como criminal lo había frecuentado también, pensó en aquel momento que tal vez tenían varias cosas en común, sacudió sus pensamientos. De todos modos, aquello no importaba.

Inclusive lo que se conocía como las zonas peligrosas eran en realidad solo una fachada, los verdaderos suburbios no se comparaban en peligrosidad. Habían rebasado ya ese territorio, Adara lucía más tensa a medida que avanzaban, él confirmó entonces que ella desconocía aquellos niveles, no debería sorprenderle pues estos eran sitios casi desconocidos, prácticamente exclusivos para temerarios y traidores. No había nada temerario en una ladronzuela, creía. Tampoco podría ser lo otro, teniendo en cuenta el pacto que habían hecho.

Llegaron a una zona en la que no parecía haber nada más que callejones oscuros, el momento había llegado. Aletzander dio un giro a la izquierda de forma tan repentina que Adara casi ni se había dado cuenta. Ambos estaban rodeados de negrura, la chica probablemente creía que se habían adentrado a un sitio sin sentido, entonces tendría razón. Aquí era donde las cosas comenzaban a verse raras.

Estaban a oscuras, aunque Aletzander podía vislumbra, pues no le afectaba casi nada de lo que tenía que ver con las oscuridad, él supuso que ella no podría notarlo. Antes de ponerse a pensar sobre aquello, la tomó de la muñeca y la guió a través de la penumbra. Era evidente que su tacto le desagradaba a la muchacha pero aquello solo lo incitaba a continuar, él tenía grandes esperanzas de que ella llegase a odiarlo, así le facilitaría no tener que lidiar con el cargo de consciencia después.

Aletzander se detuvo, tenían la sensación de que no habían avanzado ni un poco, pero él sabía que se encontraba frente a la entrada a una guarida de serpientes. Adara parecía contener la respiración, él ni siquiera titubeó antes de dar un golpe en la nada, un golpe, luego dos que resonaron como ecos en donde se encontraban.

Aletzander se colocó el antifaz y le susurró a ella que hiciera lo mismo, obedeció a regañadientes.

Oyeron un sonido parecido al de una verja abriéndose, entonces una grieta en la oscuridad se había abierto, ambos entraron. La puerta se cerró de nuevo tras ellos.

Lo primero  que vieron del otro lado fue a un sujeto con un parche negro en el ojo, este estaba sentado en las escaleras y escrutaba atentamente a Adara, quien al darse cuenta no pudo ocultar su incomodidad.  Aletzander por otro lado, se sentía muy seguro, su personalidad se mantenía impetuosa. Ambos acapararon miradas al ingresar, la iluminación no era muy buena, el sitio se veía cubierto de un filtro verde, no había sufrido grandes cambios. Las figuras de culto a los demonios seguían en los mismos lugares, cerca de la barra. Algunas frases de invocación demoniaca estaban escritas en las paredes, la caligrafía era horrible, la pintura marrón estaba desgastada y las mesas estaban casi pegadas la una a la otra.

Aletzander conocía la afición de los asistentes hacia los entes oscuros, por supuesto que los consideraba insensatos. Durante mucho tiempo había creído que estos eran ignorados, sin embargo allí estaba, buscando respuestas entre indeseables. Tal vez finalmente habían sido escuchados, puede que supieran algo.

El sitio estaba atestado, el resto de los presentes también llevaba el rostro cubierto de algún modo, todo para proteger sus identidades. Allí no importaba la clase social a la que pertenecías, era más conveniente para los lores que nadie supiera que frecuentaban ese tipo de lugares, pues podría ser considerado una traición al rey.

El humo de los cigarros llenaba el lugar, Aletzander apostaba que Adara odiaba ese aroma, estaba seguro. Él la miró de reojo, se veía menos temerosa, de hecho tenía la mirada puesta en un punto fijo. Aletzander se sorprendió cuando ella pasó junto a él y se dirigió decidida hacia una de las mesas que estaban ya ocupadas por tres sujetos, quienes llevaban puestos antifaces muy similares a los de ellos. Estos la miraron sorprendidos, él se acercó, aunque no lo suficiente, temiendo que ella echase a perder el plan.

—¿Hay suficiente espacio para mí? —ella preguntó con una sonrisa falsa. No se había molestado en ocultar la agudez de su voz, aquello daba igual, pues en Edere era muy común encontrarse con mujeres que utilizaran atuendos que, al menos en otros reinos, se consideraban “tradicionalmente masculinos". Por supuesto que esto se veía como un acto de vulgaridad en las clases más altas, pero al menos entre las clases baja y media, aquello no importaba, era una norma de la que prácticamente se burlaban.

Los hombres se miraron entre ellos. Estos no parecían intimidados, sino más bien intrigados. Un asiento le fue cedido a Adara, quien se sacó la capa y la colocó sobre el respaldo de la silla. En cambio Aletzander, un poco tenso se dirigió a la barra de bebidas.

Era una taberna pero no una taberna cualquiera, evidentemente la gente que lo frecuentaba era bastante extraña, algunos eran seres deseosos de poder, otros en cambio, disfrutaban haciendo daño a quienes consideraban más “débiles". Ya oía las discusiones hacia el fondo, no tardarían en llegar a los golpes.

Del otro lado de la barra, un hombre mayor se encargaba de preparar las bebidas, este no llevaba el rostro cubierto, ya que esta era la forma en la que diferenciaban a los trabajadores de los clientes. Ni siquiera miró de reojo al muchacho frente a él, obviamente no lo había reconocido, pero Aletzander jamás podría olvidar a Ezra, uno de los pocos “amigos" que había logrado hacer. Recordaba sus charlas, a veces lamentándose de la edad y otras siendo nostálgico, él decía amar su trabajo pero el dolor en sus ojos se reflejaba cada vez que hablaba de arte. Aletzander se aclaró la garganta, consiguiendo así la atención de aquel hombre.

—¿Qué va a desear? —preguntó él, educadamente.

—Una copa de salvia dulce —respondió Aletzander, lo miró a los ojos esperando alguna leve señal de reconocimiento. De todas formas, sabía que era imposible, él estaba disfrazado y la última vez que se habían visto fue hace poco menos de un año. Sin embargo notó algo parecido a la curiosidad en él, el hombre rápidamente apartó la mirada y se dispuso a preparar la bebida.

La salvia dulce era una combinación de vino blanco con zumo de frutos negros, algo parecido a una manzana, aunque negra e ilegal porque era considerada una droga, exquisita y si no se tenía cuidado, adictiva.

Él, por supuesto, solo repudiaba esos frutos en su faceta como rey. No eran naturales, estas solo crecían con la influencia de un manipulador de la naturaleza, como los Estrevea. Tenía efectos alucinógenos, su consumo exagerado en una persona normal, podría provocar la pérdida del gusto o inclusive la ceguera, pero Aletzander no era un humano común, ser un Astadian no era lo que lo hacía especial, era la sangre de demonio que se combinaba con su parte mortal, producto de un pacto que él no había decidido hacer.

Aletzander estaba compuesto de oscuridad porque esta lo había inundado, él mismo era su propio infierno y a menudo se preguntaba si tendría salvación, porque no pretende cambiar, ya es tarde, se dice a mismo.

El hombre dejó la copa frente a él, quien pretendía no estar mirando a Adara pero ciertamente lo hacía, debía controlar que la muchacha no metiese la pata.

Parecían estar ensartados en una conversación interesante. Un mesero se acercó a la mesa en la que estaban, los sujetos debatían lo que pedirían a continuación, Adara en cambio, ni siquiera miró en su dirección. Él se llevó discretamente la copa a los labios y probó un sorbo, en Aletzander esa bebida no ejercía efecto alguno, sin embargo disfrutaba del sabor agridulce, le agradaba el picor en su garganta. Transcurrieron unos minutos, apenas había llegado a la mitad de su trago cuando Adara se levantó, uno de los sujetos de la mesa yendo tras ella. Aletzander dio un último sorbo a su bebida antes de seguirla, sin embargo la multitud obstaculizaba su paso y no le permitía diferenciarla bien, casi sin darse cuenta la había perdido de vista. Controló su molestia, odiaba los contratiempos y aquello definitivamente era uno, la buscó con la mirada durante varios minutos hasta que cayó en la cuenta de que lo más lógico era que hubiese ido a los sanitarios. Se dirigió allí con paso decidido.

La iluminación era mucho peor cerca de esos sectores, por lo que no le sorprendió oír jadeos provenientes de la oscuridad, prefirió ignorar aquello aunque de algún modo, le resultaba estúpido.

Unos cuantos pasos más y chocó con Adara, quien parecía estar huyendo.

—Te estaba buscando. ¿Ocurrió algo? —preguntó él, con interés disimulado.

—Un sujeto intentó tocarme —no se molestó en ocultar su asco—. No pienso disculparme por haberme defendido.

Aletzander la soltó y se dirigió al lugar de donde ella venía, la puerta del baño estaba abierta, dejando entrever a un hombre en el piso, el mismo que se había levantado tras Adara. Aletzander podía sentirla a sus espaldas, estaba tensa pero sabía que ella no se arrepentía. Aletzander observó la daga clavada en un costado de su abdomen, el sujeto seguía consciente, apoyado contra la pared de concreto y profiriendo quejidos de dolor, su camisa se había teñido de rojo en la zona de la herida. Sin dudas, aquello no era bueno pero también podía verlo como una oportunidad, si iba a morir de todos modos, primero pensaba sonsacarle todo lo que sabía. 

Aletzander, con un gesto con la cabeza le indicó a Adara que entrara, ella lo hizo aunque parecía dudar. Cuando la siguió, cerró la puerta de madera tras él con los candados. El sujeto en el piso lo observó asustado, se había quitado el antifaz, su cabello era largo, marrón y lacio hasta los hombros, no parecía sobrepasar los cuarenta años.

—¿Qué te había dicho sobre usar dagas? —preguntó Aletzander al observar la sangre en el sucio piso.

—Lo haría de nuevo si él volviera a intentarlo —respondió ella sin apartar la mirada del sujeto.

Aletzander alzó una ceja, viniendo de ella que lo había desafiado en tantas ocasiones, no debería sorprenderle, pero había un poco de malicia en la chica junto a él y ciertamente eso le complacía. Ella parecía disfrutar del miedo de aquel hombre. Asqueado, él posó su mirada en el herido durante unos segundos, este parecía estar a punto de llorar, el rey se acercó con pasos lentos, lo tomó del cuello de la camisa y con la otra mano lo abofeteó, tan fuerte que su saliva terminó en el piso, su labio estaba sangrando levemente, parecía estar confundido y definitivamente muy temeroso. Lo soltó bruscamente.

—Quería que esto fuera tranquilo, pero en vista de que las circunstancias han cambiado —dijo él, sonando desinteresado. Entonces se agachó junto a él y lo observó durante unos segundos, él había comenzado a lagrimear. Aletzander tomó la daga de Adara y sin cuidado alguno la sacó del abdomen del hombre, provocando que más sangre brotara de la herida, el sujeto gritó de dolor, aquello le prometía una muerte muy lenta. Sabía que ella estaba presenciando aquello pero a decir verdad, no creyó que le molestara. Fingió escrutar el filo del arma.

Para efectos más dramáticos" pensó. Entonces, en un movimiento sorpresivo hundió la daga en el muslo izquierdo del hombre, quien soltó un alarido de dolor.

—¿Es uno de los opositores? —le preguntó a Adara sin mirarla. El hombre se echó a llorar.

—Lo es —ella respondió inescrupulosa, Aletzander soltó una risita.

—Bien, eso hará las cosas más fáciles —dijo con frialdad—. No voy a matarte si hablas, solo voy a cortarte las manos  —continuó, la tranquilidad en su voz era perturbadora. El hombre rompió en llanto y él le tomó la cara—. Si me dices lo que sabes de Zamael, te dejaré en paz —por su reacción, era evidente que tenía conocimientos del tema— ¿Es él quien anda tras los últimos asesinatos? —preguntó con frialdad— ¡Te he hecho una pregunta! —gritó, pues no le había respondido.

Todo lo que Adara y Aletzander oyeron fueron los lamentos del sujeto, sin embargo esperaron pacientemente. Aunque en realidad no tenían tanto tiempo para perder, en cualquier momento el sujeto podría caer inconsciente. Al menos Aletzander podía tener la seguridad de que no los interrumpirían, aquel sitio era tan horroroso que las discusiones violentas eran comunes, nadie se extrañaría de encontrar a alguien herido, pero por supuesto que descubrir al rey allí sería un gran inconveniente, sin mencionar que incluso si no lo descubrían, era evidente que ambos no estaban ahí por ser exactamente uno de ellos.

—No sé... —habló el hombre finalmente, se interrumpía a sí mismo intentando elegir las palabras adecuadas, su llanto no había cesado pero parecía más controlado— Solo sé que planea matar al rey —cerró los ojos.

—¿Y luego? —insistió Aletzander.

—Lo que él quiere es la corona — respondió a la defensiva—. Eso es todo lo que sé, por favor déjeme ir.

—Me gustaría pero no creo que eso sea todo. ¿Realmente lo es? —se atrevió a mirar a Adara, quien parecía tener los pensamientos en otro lado— ¿Qué crees que deberíamos hacer? —él le preguntó a ella con fingido desinterés— Adara — llamó, la muchacha salió de su estupor.

—Lo único que nos queda —ella respondió como si fuese lo más obvio—. Mátalo —continuó, su voz sonaba maliciosa . El sujeto no dejaba de llorar desconsoladamente, prácticamente rogando. Aletzander observaba aburrido, lo tomó del cuello y con tristeza fingida volvió a hablar.

—Me hubiese gustado que cooperaras —el miedo en los ojos de aquel hombre lo golpeó, sin embargo tuvo que disimularlo. Él se había preparado para algo como aquello, por supuesto que eso no significaba que lo había deseado, aunque por otra parte, lo tenía merecido.

—Ppor favor —titubeó.

—Te daré una última oportunidad —insistió Aletzander, el hombre volvió a romper en llanto—. Habla.

—¿Quiénes son ustedes? —inquirió él, hecho un mar de lágrimas— ¿Por qué hacen esto? —gritó.

—No finjas que no lo mereces —atacó Adara sin ocultar su enojo—. Eres un asqueroso.

—Definitivamente lo es —dijo Aletzander—. ¿Quieres morir o no?

El sujeto se contuvo, durante unos segundos todo fue silencio, repentinamente se echó a reír como si fuese un maníaco. Aletzander lo miraba con asco, no podía negar que comenzaba a desear matarlo, era desagradable y aquello ya lo cansaba.

—¿Tú eres el rey? —preguntó con aparente diversión— ¿Un niño? —volvió a echarse a reír. La mirada del chico se oscureció, estaba decidido a no dejarlo con vida— Él quiere tu corona y la tendrá —y luego agregó casi en un susurro— Morirás pronto —y luego se echó a reír. Aletzander se levantó, se preguntó si había logrado disimular su sorpresa, pues odiaba mostrar puntos débiles.

—Igual que tú —respondió él, con la voz ronca y de sus manos brotó la oscuridad.











Aaaa, son las 05 de la mañana acá jajshs, no podía dormir entonces decidí seguir escribiendo.

Hey, en realidad me costó mucho escribir este capítulo, ya que hace poco ingresé a un concurso y una de las reglas es que no se puede editar un capítulo luego de su publicación :(

Entonces tenía que sentirme bastante conforme, lo siento, por eso me atracé.

¿Qué te pareció este capítulo?

Si estás leyendo esto: ¡Muchas gracias! Es tu apoyo lo que me anima a seguir, bueno, mi amor por Aletzander y Adara también, ellos son producto de tantos años de ideas que rondaban en mi mente jajsjs
Si te gusta esta historia, te agradecería muchín que la compartieras😭💖 o dejaras votos o no , me gustaría interactuar más con ustedes <3
Se siente lindo decirlo ahre
Esperen que les digo algo más: HAY una canción que me recuerda bastante a Aletzander, ay cómo le amo, no lo pienso negar pero es que es mi hijo😭

Bueno, les dejo el link chiques
Muchas gracias por llegar hasta acá💖

Link al audio oficial:

https://youtu.be/so8V5dAli-Q

Link a la letra traducida:

https://youtu.be/Anz5AmSrorY

Pd: seguro hallaron en capítulos anteriores algún que otro guión corto, quiero disculparme ya que no por qué cuando yo estoy escribiendo el capítulo, utilizo el guión que se debe pero al publicarlo aparece el guión corto, es muy molesto pero no si ocurra lo mismo con este capítulo así que más vale asegurarse de aclararlo, solía editarlo luego de la publicación, por eso en algunos capítulos sí aparece el (—) pero por reglas del concurso ya no puedo así que disculpen :(

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