12
Arem parecía un sujeto amable, Adara llevaba apenas un día fijando sus ojos en él y sin embargo ya le agradaba. Trataba al personal de servicio con amabilidad, no los ignoraba como otros guardias hacían, todo lo contrario, se daba el tiempo de almorzar entre ellos inclusive.
Su cabello era negro y rizado, Adara había cruzado miradas con él en varias ocasiones y debía decir, él tenía ojos hermosos, verdes y brillantes, pero estos al contrario de los del rey, transmitían alegría, confianza.
Apenas parecía mayor que ella, tal vez tendría la misma edad de Aletzander, se dijo. En Edere, aunque su rostro era desconocido, todos sabían que había cumplido los veintiún años, ni siquiera había llegado a la mayoría de edad cuando asumió como líder del reino hace ya cuatro años.
Era muy entrada la noche, ella sabía que debió haber ido a la cama hace horas pero allí estaba, siguiéndolo. No podía negar que una parte de ella se alegraba de tener una oportunidad para salir de aquel lugar que comenzaba a sentirse como una jaula pero también estaba temerosa por lo que pudiese encontrar afuera.
Él no parecía estar escondiendo nada, Adara sospechaba que iría a encontrarse con alguien, caminaba relajado en dirección a las zonas residenciales cerca de Bonmouth, Adara aprovechó la poca iluminación para esconderse entre las sombras, se aseguró de que sus pasos no se oyeran sobre la grava, recordó ese trayecto como el que utilizaba para volver a la casa Estrevea, ni siquiera había pasado un mes desde que su vida dio un giro completo.
Adara lo vio girar a la izquierda, en la intersección entre dos conocidas avenidas, esperó unos segundos e imitó su recorrido. Pero fue ingenua, entonces dos manos fuertes la sostenían por los hombros.
—¿Qué estás haciendo? —habló Arem en la oscuridad. Era la primera vez que cruzaban palabra y fue porque él la descubrió siguiéndolo. Ella guardó silencio, su mente se quedó sin una respuesta creíble, lo único que se le ocurrió fue forcejear— ¿Es Aletzander quien te envía a seguirme? —bramó— No puedo creerlo —soltó su agarre de ella—. ¿Qué más te pidió que hicieras? —soltó, tenía una mezcla de confusión y rabia en el rostro.
—No sé de qué hablas —respondió, era lo único que se le había ocurrido, jugar el papel de desentendida.
—Pues qué mal —bajó el tono de su voz—, porque... —sea lo que sea que haya querido decir, no pudo terminar la oración, un grito lo interrumpió, un grito que sonaba desesperado.
Se miraron confundidos, ambos corrieron en dirección de donde venía el sonido, la oscuridad no les estaba ayudando en nada pero tampoco los había detenido.
—Por ahí —dijo Arem señalando uno de los callejones del otro lado de la avenida, tenía la respiración entrecortada, parecía tenso. Al acercarse notaron un bulto tirado en el suelo, Arem se acercó para examinarlo.
—Es una chica —dijo casi en un susurro—, está inconsciente.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Adara, más para sí misma. Arem le revisó el pulso, pareció analizar la situación y tras unos segundos, la tomó en sus brazos.
—La llevaremos al palacio —dijo él con la voz temblorosa por el esfuerzo— Mamá sabrá qué hacer.
—¿Qué creés que haya pasado?
—Probablemente la atacaron —Arem parecía ir con prisa. Adara se fijó en la muchacha, su cabello pelirrojo cubría su rostro.
—¿Has revisado si está herida?
—No lo está —fue lo último que dijo él.
No entraron al palacio, en lugar de eso Arem llevó a la muchacha a una cabaña detrás en la zona trasera del jardín, Adara le seguía el paso.
—Toca —le pidió Arem a ella, Adara comprendió segundos después, se refería a la puerta. Tras dar dos golpes, esta se había abierto, Cinthya la miró con sorpresa, entonces reparó en su hijo y soltó un grito ahogado.
—¡¿Qué pasó?! —exclamó.
—Te contaremos al entrar —dijo él con tranquilidad, su madre se hizo a un lado y Arem ingresó con la chica en brazos. Adara lo vio dirigirse a otra habitación.
—Dime que no tienen nada que ver con esto —Cinthya parecía horrorizada.
—Cinthya...
—La encontramos en uno de los callejones —la interrumpió Arem, apareciendo de vuelta— Nosotros tampoco sabemos lo que pasó —Cinthya se acercó a Arem, ambos tuvieron una conversación en voz baja, Adara no quiso mirar, pues sintió que aquello era muy personal.
—Aletzander debe saber esto —ella soltó, ambos la miraron con sorpresa. Adara quiso morderse la lengua, no se había dado cuenta de que lo llamó por su nombre —Iré a buscar al rey —dijo en voz baja.
—No —la detuvo Arem—, si él viene, solo hará preguntas. Preguntas que ni tú ni yo podremos responder -dijo con dureza.
—¿Crees que...
—Será mejor que no se entere —volvió a interrumpirla. Ella lo reconsideró, a decir verdad, Aletzander no confiaba en nadie, si algo había descubierto en su corto tiempo sirviéndole era que él sospechaba de todo el mundo. A veces, inclusive parecía paranoico.
—Iré a verla —dijo Cinthya y los dejó solos.
Tras unos segundos, Arem pareció más calmado.
—Ni siquiera sé tu nombre —habló. Ella estuvo a punto de responder: Adara pero recordó que aquella chica ya no existía, para el reino entero había muerto.
—Aureen —dijo con desánimo.
—Estoy seguro de que ya conoces el mío.
—No importa —sonó nostálgica— Debo irme.
Arem la siguió hasta la puerta, gesto que ella encontró innecesario pero no dijo nada al respecto.
—No creas que olvidaré que me estabas siguiendo.
—Mis explicaciones no servirán de nada, seguirás creyendo lo que quieras —dijo sin dejar lugar a réplicas.
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Una vez en su cuarto, Adara se dio cuenta. Ahora compartía un secreto con Arem, el chico al que debía vigilar. Peor aun, le ocultaba algo al rey.
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Al día siguiente, las cosas parecían ir más tranquilas.
Cinthya hizo como si nada hubiese ocurrido y no fue hasta la hora del almuerzo que finalmente se permitió hablar de lo sucedido la noche anterior.
—Dijo que no recordaba nada —contó— Arem le preguntó todo tipo de cosas y ella solo respondió que no recordaba nada.
—¿Y qué hará entonces? —Adara frunció el ceño con preocupación. Cinthya dio unos sorbos a su bebida, luego respondió:
—Honestamente, no lo sabemos. Arem está preocupado, él cree que tal vez tuvo algo que ver con el asesino de últimamente... —Adara ya no pudo escuchar, se había trasladado a otro lado, su corazón latía con fuerza y quiso tirarlo todo al piso. Si fue así, estuvo tan cerca del asesino de su hermana, era imposible no sentirse impotente.
—¿Aureen? —Adara volvió a la realidad, se encontró con la mirada preocupada de Cinthya.
—Lo siento —susurró—, solo recordé algo -intentó sonreír. Cinthya no preguntó, Adara se alegró por ello.
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Tras el almuerzo, se dirigió al despacho de Aletzander, segura de que lo encontraría allí. Como todos los días, habían guardias apostados en la entrada del palacio, pero notó que algunos de ellos llevaban el traje gris oscuro, en lugar de negro. Se preguntó qué significaba aquello. Subió presurosa hasta el segundo nivel, un guardia (uniformado de negro) se encontraba parado frente a las puertas del despacho también.
—Su Majestad me ha mandado a llamar —mintió ella.
—El rey está ocupado ahora mismo —respondió él, su semblante muy serio— Tendrá que esperar.
—¿Quién está con él ahora?
—No tengo permitido decirlo, por favor retírese o espere —respondió el hombre con tono calmado. Adara no discutió, supuso que los temas a tratar allí abarcarían mucho tiempo, entonces prefirió irse, apenas había bajado tres escalones cuando chocó con un cuerpo.
—Lo siento —dijo, sin siquiera mirar quién era, dio un paso más pero sintió que alguien la detenía, observó, una mano alrededor de su brazo.
—Me dejaste con la duda anoche —dijo Arem, la curiosidad se leía en su rostro. Adara pensó que sería ridículo intentar huir, prefirió enfrentarse a aquello aunque no estaba dispuesta a decir la verdad.
—¿No pensaste que tal vez fue una coincidencia? No sé a dónde te dirigías pero yo tenía planeado ir a ver a una amiga —habló sin titubear. Arem frunció el ceño, no estaba seguro de creerle.
—Entonces fue una gran casualidad. ¿A qué amiga ibas a visitar? —Adara se soltó bruscamente de su agarre.
—Eres un guardia —dijo, suavizando el tono—, no tengo porqué darte explicaciones —lo miró molesta.
—¿Y sí se lo explicarías a Aletzander? —replicó sarcásticamente. Adara se sintió repentinamente herida, pero se dio cuenta entonces, es lo que había dado a entender.
—No te conozco, no podrías interesarme menos —se asinceró.
—Entonces no vuelvas a hacer lo de anoche —fue lo último que dijo antes de continuar con su trayecto.
En aquel instante, oyó cómo las puertas del despacho se habrían. Dos hombres, ambos vestidos del gris más oscuro posible salían de la habitación, uno de ellos llevaba el uniforme lleno de insignias de distintos colores, este último cargaba un aire temerario consigo.
Adara no pudo evitar bajar la mirada cuando estos pasaron frente a ella. Posteriormente oyó sonidos parecidos al cristal rompiéndose, provenían del despacho de Aletzander, Adara no dudó en ir a averiguar lo que ocurría, pero el guardia frente a las puertas la detuvo.
—¿No lo sabe acaso? —preguntó molesta— Soy la elegida del rey —se sintió estúpida mientras lo decía pero aquel comentario sirvió para distraer al guardia. Aprovechó su distracción y lo empujó. Lo que encontró una vez adentro la dejó sorprendida.
—¿Qué hacés aquí? —Aletzander parecía enloquecido.
Habían restos de cristales esparcidos en el suelo, Aletzander tenía un gran corte en la mano, como si hubiese apretado uno de los trozos en la palma. Adara hizo ademán de acercarse pero Aletzander la apartó.
—Vete -dijo, él estaba controlándose. Adara lo ignoró— ¡Necesito estar solo! —gritó.
—Voy a...
—Por favor —él susurró, tenía un aspecto tan frágil— Dejame solo.
Ella se fue, solo porque él se lo pidió.
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