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11


Habían transcurrido casi diez días desde que Adara inició su labor con el rey Aletzander, la herida en su mano sanaba rápidamente.

Su labor era como el de cualquier otro miembro de la servidumbre, ayudaba en la cocina, en la limpieza y de vez en cuando inclusive con la jardinería, la única diferencia radicaba en que si el rey pedía algo, era ella la única que podía entregárselo, Adara era la única que estaba autorizada para tener contacto con él, ella sabía que aquello era un disfraz, lo único que él pretendía en realidad era explotar sus dones. La relación entre ambos era estrictamente profesional, el único tema que trataban era la magia. A Adara el rey aún le desagradaba, sin embargo comenzaba a acostumbrarse a él.

A esas alturas ya había descubierto algunas de sus manías y gustos. Sabía por ejemplo, que odiaba atender a los aristócratas, los escuchaba en silencio y los despachaba con la promesa de que pensaría en sus propuestas. Era mentira, pero un punto a su favor era que mentía bastante bien.

Descubrió también que Aletzander odiaba las frutas cortadas en rodajas.

-Antinatural -había dicho él al ver un cuenco de frutas separadas en trozos.

Sin embargo existía una parte dentro de aquel hombre, que parecía oculta de todos los demás, algo que lo hacía menos confiable, sumado al hecho de que estando a su lado, se sentía rodeada por un nido de serpientes, como en peligro constante.

En esos diez días había avanzado un poco con el uso de sus poderes, su progreso era muy simple pero finalmente había logrado un mayor control de sus dones, descubrió que si exageraba con la fuerza de sus pensamientos, podría agotar el cuerpo de la otra persona, este fue el motivo de lo ocurrido aquel primer día. Aletzander parecía saberlo todo sobre su magia. Ella supuso que su madre tenía algo que ver en aquello pero evitó mencionarlo, después de todo, era un tema muy personal y a ella no debía interesarle lo que ocurría con él. La verdad sobre la muerte de los guardias aún le rondaba por la cabeza, no podía decir que se sentía culpable, simplemente estaba demasiado apenada, vidas apagadas para cumplir los planes del rey... La confundía, a veces él se comportaba como si fuese un humano más y sin embargo, era tan cruel.

De vez en cuando, Aletzander le hablaba sobre la historia de los siete reinos, aunque eran informaciones vagas, poco precisas. Tras la caída de las seres inmortales, Sverra se había separado en siete reinos, cada uno gobernado por un rey, sin importar que estos tuvieran descendencia inmortal o no, esto facilitó que por primera vez un humano ascendiera el trono, a quienes habían conseguido reinar se les llamaba Los Siete Soldados, pues estos llevaban años batallando contra las criaturas infernales que oprimían, no solo a los humanos sino también a seres mágicos de bajo rango.

-¿En qué me ayudará saber todo aquello? -ella preguntó.

-Aprender algo nuevo siempre es importante -replicó él, con aire distante.

Él la dejaba ir a las cuatro de la tarde puntualmente, todos los días, eran dos horas antes de lo que terminaba el resto de la servidumbre. Notaba algunas miradas envidiosas, había escuchado las habladurías que sobre ella rondaban. Que era en realidad la amante del rey, que buscaba manipularlo. No le importaba en lo absoluto, la verdad es que aquel era un juego de conveniencia.

Por supuesto que aquellas sesiones con el rey también habían funcionado como distracción, pero los recuerdos volvían por las noches, cuando no había nadie alrededor. Ella estaba acostumbrada a extrañar a Dionysius, pero la pérdida de Elise solo realzaba la sensación de soledad, ni hablar de que a menudo se había preguntado sobre el destino de Celestine.

Aquel día sus dudas se habían resuelto.

-Lord Estrevea -habló Aletzander, sentado en su trono. Adara tenía la cabeza gacha en un intento por ocultar su rostro.

-Su Majestad -hizo una reverencia exagerada.

-¿Acaso viene a hablarme sobre su hija de nuevo? -habló, su voz filosa como un cuchillo- Porque si es así, tengo asuntos más importantes que atender.

-Su Majestad -respondió, lucía sorprendido- Quería solicitar su presencia en la boda de mi hija -Adara estaba sorprendida, estuvo a punto de proferir un grito.

-¿A qué se debe el cambio brusco de opinión? -preguntó Aletzander, sarcástico- ¿Dejé de ser un buen partido? -Adara podía imaginarlo alzando una ceja.

-Para nada, Su Majestad -Lord Estrevea respondió con nerviosismo- Pero Celestine ya está en edad de casarse y a decir verdad, no podíamos arriesgarnos a perder mucho tiempo.

-Por supuesto -habló Aletzander-. Es comprensible.

-Por eso he venido a invitarlo personalmente.

-¿No cree que sería humillante ver a la mujer que pudo ser mi reina comprometiéndose con otro?

-Su Majestad, por favor, no pretendía ofenderlo -soltó temeroso- Mis intenciones son de las más buenas, deseamos contar con su bendición.

-Pues ya la tienen -la mirada de Aletzander se había tornado aburrida de nuevo-. Que sean los más felices esposos.

Lord Estrevea asintió y se retiró con resignación. El corazón de Adara latía presuroso, tras el miedo a ser descubierta. Luego de oír la puerta cerrarse, ella habló.

-¿No le interesa saber el nombre de su reemplazo? -su tono era serio.

-Para nada, de hecho estoy muy contento por ella -dijo con naturalidad.

-No debería -dijo ella casi en un susurro. Aletzander la miró, le sonreía maliciosamente.

-Sé que trabajabas para ellos -respondió. A Adara no le sorprendió que lo supiera- Y por supuesto, los chismeríos no son exentos a los oídos de un rey, sin embargo eso no me importa.

-No debería hablar de ese modo -le reprochó Adara-. No sea tan insensible ante las situaciones de otros.

-Como dije, las habladurías no son de mi interés. Y no es mi intención ser insensible, soy así naturalmente -su mirada se había vuelto glacial.

Adara no lo odiaba, simplemente prefería mantenerse lo más alejada de él posible.

Las sesiones en las salas del trono culminaban a la hora del almuerzo, entonces Adara se retiraba y comía con Cinthya y otros miembros de la servidumbre.

Aquel día, encontró a Cinthya conversando con un guardia en la cocina, él le resultó levemente conocido, saludó a Adara con una leve inclinación de cabeza y tras abrazar a Cinthya, se retiró.

-Es mi hijo -le respondió ella, una sonrisa iluminaba su rostro- Acaba de llegar de Kerar -se refería a uno de los siete reinos, ubicado al este de Edere.

-Comprendo -asintió-. ¿Y acaba de unirse a la guardia del rey? -Cinthya se vio espontáneamente incómoda. Adara se arrepintió de haber hecho esa pregunta.

-Aletzander era su amigo antes de convertirse en lo que ahora es -la interrumpió. Era la primera vez que se refería a él por su nombre-. Creo que Arem siguió siendo leal a él incluso cuando ascendió al poder. Incluso cuando se convirtió en otra persona -dijo eso último casi en un susurro.

Adara no quiso ahondar en el tema, no quería saber cómo había sido Aletzander antes de que el poder lo cambiara. Sentía que aquello influiría en la percepción que tenía de él, no quería creer que aquel hombre no siempre había sido tan frívolo, ese pensamiento la haría sentir compasión por él.

Tras culminar con su almuerzo, se dirigió a la biblioteca, Aletzander le había citado allí. Sus días, pensó, giraban en torno a él y sus ordenanzas.

-Has llegado tarde -le dijo él mientras hojeaba un libro viejo. Estaba apoyado en el escritorio, Adara no pudo evitar recordar la primera vez que lo había visto, en aquella librería en los suburbios de Bonmouth.

-Me he distraído -respondió ella.

-Está bien. ¿Estás lista para enseñarme tu dominio con la daga? -dijo en tono desinteresado. Adara no respondió -Intenta herirme, no te preocupes por la... -calló al notar la daga de Adara contra su garganta. Ni siquiera se había dado cuenta del momento en el que la empuñó. Adara se sintió eufórica tras esa inesperada demostración de su valía.

-He aprendido del mejor maestro -dijo ella, su voz sonaba áspera, sintió placer al notar la sorpresa en el rostro de Aletzander. Ella seguía abalanzada contra él.

-Ya veo -Aletzander susurró. Apartó la daga de su garganta suavemente y examinó el agarre de Adara en él- Debes aflojar un poco más el pulgar, pero tampoco demasiado -tenía una mano sosteniéndole la muñeca y otra ubicando correctamente los dedos de Adara- Te dará más agilidad en el combate -soltó su mano-. Siento que has mostrado una gran mejora, por lo que creo que estás lista, al menos para esta misión, es algo muy simple -parecía incómodo.

-¿Qué es?

Él se tomó el tiempo para responder, caminó hasta uno de los libreros de nuevo y fingió revisar los títulos.

-Ha llegado alguien ayer y no confío en esa persona -dijo pausadamente.

-¿Quién?

-Se llama Arem -su rostro se tornó severo-. Es parte de la guardia. Pero no creo que su lealtad esté conmigo.

-Ya lo he conocido -dijo Adara, el rostro de Aletzander se contrajo en una mueca-. Pero ¿Qué es lo que quiere que haga exactamente?

-Vigílalo -dijo con tono imperativo.

-Deme algo a cambio.

-¿Acaso no es suficiente? -preguntó molesto.

-No, esto no ayuda en nada -replicó aun más enojada- Si voy a hacerlo, más vale obtener algo a cambio.

-¿Qué deseas? -inquirió con resignación.

-Su permiso para entrar aquí cuando lo desee -dijo, refiriéndose a la biblioteca. Él fingió pensarlo-. Y que me comparta la información que tiene sobre el asesino.

La mirada de Aletzander se oscureció tras aquello, ella sabía que no cedería fácilmente por lo que preparó sus argumentos.

-Debo saberlo si planeo atraparlo.

-Por supuesto -respondió tras unos segundos, la escrutaba minuciosamente, parecía buscar una respuesta en los ojos de Adara- Espero que cumplas con tu trabajo.

Y por primera vez, fue él quien se había ido primero.

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