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Bonmouth era una de las avenidas más alborotadas en el reino, debido a las actividades comerciales que allí se concentraban.
El cielo se mostraba nublado, cubierto por niebla gris como desde hacía años cuando el rey Aletzander subió al poder, las nieblas, se decía, eran enviadas por él mismo, utilizadas como método de vigilancia, así pues, Edere llevaba tiempo sin sentirse como un reino en libertad. Pero la niebla no estaba en todos lados, no, muchos criminales o incluso grupos opositores se reunían en los puntos ciegos, el rey estaba plagado de enemigos.
Hacía frío, eran tempranas horas de la mañana pero la gente allí llevaba despierta mucho tiempo. Adara no había olvidado beber su taza con agua caliente para preparar sus sentidos pero con las zuelas tan finas de sus zapatos comenzaba a tiritar de frío, el suelo estaba helado, así lo sentía ella.
Se concentró en seguir a Lady Estrevea, en circunstancias normales incluso la habría rebasado pero en aquella ocasión llevaba consigo tres cajas enormes y pesadas como si guardasen en ellas varios kilos de piedras. Adara disminuyó el paso, fue entonces cuando Celestine la notó, como era típico de ella, le ofreció ayuda.
—Puedo sola —afirmó—. No se preocupe por mí.
Celestine frunció el ceño, decidida, no tomó una caja sino dos.
—Querida, te ves como una más del servicio –—dijo su madre entre dientes, parecía avergonzarse. Celestine aceleró el paso, dejando a Adara con una caja y Lady Estrevea andando, se sintió repentinamente incómoda y afectada por la ausencia de la muchacha.
Adara llevaba un poco más de dos años trabajando como criada en la casa Estrevea, una conocida familia de aristócratas cuya reputación se mantenía intachable a pesar de los siglos. La historia de Edere estaba llena de nobles de aquella casa, luego de Astadian, el apellido de la familia real, podría decirse que ellos llevaban el apellido más importante.
Finalmente habían llegado al carro estacionado al final de la cuadra, esperó a que las nobles subieran, el conductor sujetaba las dos cajas que Celestine había tomado pero se las dio de nuevo en cuanto ella subió, Adara las tomó sin objeciones, después de todo, era parte de su trabajo y no podría reclamar a aquel hombre aquella falta de caballerosidad, sobre todo porque a ella le daba igual pero ciertamente le molestaba cuando le convenía.
El viaje de vuelta había transcurrido en silencio mas no fue incómodo, Adara atribuyó esto a la presencia de Celestine, quien siempre parecía suavizar las cosas.
Finalmente habían llegado a la mansión, la arquitectura de la residencia lucía algo anticuada, sin embargo Lord Estrevea prefería llamarlo clásico.
—Dile a Diana que suba a mi habitación, tendrá que ayudarme con algunos vestidos —habló lady Estrevea sin siquiera saludar.
—Sí, mi lady —respondió la criada y se dirigió a su encomienda.
Otra empleada se acercó a Adara y tomó una de las cajas, ella supuso que aquella caja en cuestión le pertenecería a la gran señora, no lo sabía pues las damas de asistencia tenían prohibido ingresar a las tiendas junto a sus empleadoras, casi siempre porque estas no les tenían confianza, las veían como husmeadoras y envidiosas, esta era una sospecha que Adara comprendía, después de todo sí había llegado a envidiar a aquella familia, pero eso no significaba nada, ella tenía principios propios que respetar.
Dejó las cajas sobre una de las reposaderas junto a la cama de Celestine, esta profirió un suspiro ahogado y se dejó caer sobre el colchón, dirigió su mirada a Adara.
—No tengo la fuerza suficiente como para quitarme este corsé pero tampoco puedo seguir aguantando con él —inhaló, Adara se acercó.
—Voy a ayudarla.
—Pero primero, déjame mostrarte el vestido —se levantó con más energía, tomó la caja más grande y desenrolló el nudo dorado que lo aseguraba—, es el que llevaré puesto mañana —rodó los ojos mientras lo decía. Adara tomó asiento a su lado.
—¿No quiere ir? —preguntó, no por curiosidad sino porque la conocía lo suficiente como para saber que ella quería hablarlo.
—No —reconoció—Que quede claro que solo voy para dar el gusto a mis padres No está en mis planes perseguir a un rey – agregó.
Adara lo comprendió. Lord Estrevea llevaba años intentando convencer al rey de la conveniencia entre un matrimonio entre él y la joven hija noble de una de las familias con mayor relevancia en el reino de Edere. En opinión de Adara, el lord exageraba en confianza, sin importar el puesto que este ocupase en la aristocracia, el monarca no era llamado El Rey Oscuro en vano, era temido debido a las habladurías que lo rondaban, sin contar que en cuatro años de reinado, no se había mostrado ni una sola vez ante su reino, solamente los miembros de su gabinete y personal del palacio habían conocido su rostro, era un hombre misterioso y esto, a pesar de haber despertado sospechas en muchos también había despertado el interés en otros, especialmente en las damas románticas dentro de la clase alta. Las personas de clase baja no se permitían ni siquiera soñar.
Las pocas ocasiones en las que se había hablado de una aparición, habían llegado actores interpretando el papel del monarca, podría decirse entonces que el rey gobernaba desde las sombras, literalmente, pues aquel era su don.
—No creo que aparezca —dijo finalmente Adara.
—Padre dice que esta vez sí lo hará —miraba al techo—. De todas formas, no parece un hombre interesado en conseguir esposa.
—Pienso lo mismo —concordó mientras se ponía en pie —. No se preocupe demasiado, inclusive si el rey va, probablemente no sean más de unos minutos —dijo dedicándole una sonrisa sincera.
Celestine sacó el vestido de la caja, Adara contuvo el aliento, era hermoso, uno de los vestidos más hermosos que había visto.
Tenía escote en forma de corazón y mangas sueltas como si se tratara del vestido de un hada, la tela parecía fina pero el tul que lo cubría era lo que le agregaba el toque de princesa.
—Es hermoso —dijo Adara —. Sin dudas, usted será quien más llame la atención – ella en verdad lo creía.
—¿Te gustaría ir? —preguntó Celestine, su curiosidad era genuina. Adara no pudo evitar reír.
—No sé qué podría hacer ahí — sentenció con el semblante aun más serio —, no me gustan los bailes.
— Comprendo pero este será un evento diferente —disminuyó la distancia que las separaba—. Si en verdad el rey planea asistir y mostrarse por primera vez ¿No te gustaría verlo? Al menos por curiosidad, después de todo, ha estado en el trono durante años ¿No sientes curiosidad por saber si al menos es guapo?, se supone que es joven
—Eso no va a servirme de nada— interrumpió Adara —. Olvida que ni siquiera me han invitado. Además, estaré ocupada a esa hora .
Celestine no parecía creerle.
—¿Cuál es tu plan entonces? — Celestine la tomó por los hombros, justo como siempre hacía cuando quería persuadirla de algo— Te llevaré como mi dama de asistencia pero te aseguro que no necesitaré de tus servicios así que tendrás tiempo para divertirte.
Adara se apartó, no quería ser dura pero en verdad no tenía ganas de ir y no quería ilusionarla con eso. Si iba se sentiría fuera de lugar, las personas adineradas la hacían sentir inferior con sus miradas cargadas de desprecio, no solo por su posición social sino también por su falta de dones. Adara era una humana más entre tantas, a pesar de que estos ya no vivían en esclavitud como antes, continuaban siendo los más ignorados dentro de la escala social.
Los Estrevea eran capaces de manipular la naturaleza, este era el motivo por el que sus cultivos se mantenían tan bien cuidados, sin embargo el líder de la casa había perdido esa habilidad hace años al heredársela a su primer hijo, era Elian quien se encargaba de eso ahora, el heredero de la casa Estrevea y futuro diplomático. A Adara le agradaba pero conocía los sentimientos de Celestine hacia ese tema, mientras que Elian se ocuparía de las propiedades y los negocios de la familia, ella tendría que buscarse un marido como si de eso dependiese su vida. Lo peor era que sus padres ni siquiera la dejarían elegir, estaba entre sus planes casarla con el rey de Edere, convertirla en una reina sin poder, una adquisición más en la colección de aquel misterioso hombre. Pero Adara no creía que él se mostraba interesado, parecía más bien renuente.
—Agradezco su buena intención —dijo Adara luego de un breve silencio—, pero no me agradan ese tipo de eventos, no tengo lugar allí y no quiero ser dura pero agradecería mucho que dejara de insistir —endureció el semblante.
Celestine asintió. Repentinamente se echó a reír, Adara la miró confundida.
—Entiendo —dijo entre risas — Ahora... ¿Podrías dejar de tratarme como si fuese tu superior? Madre ya no está al acecho.
Adara se mantuvo seria.
—Debo preparar su baño —dijo finalmente.
Las horas transcurrieron lentamente para Adara, no ocurrió nada interesante en el resto del día. Cuando llegó el momento de irse, se despidió cortésmente de la señorita y los lores, Lord Estrevea había vuelto hace horas.
Se topó con el joven Elian en el camino, inclinó la cabeza en modo de saludo pero esto no pareció suficiente para él, se acercó a ella con paso seguro.
—Me agrada verte de nuevo — parecía sincero. Ella deseó no haberse sonrojado pues la manera en que la miraba la intimidaba.
—Mi señor —saludó con una leve reverencia, optó por la seriedad.
—Me gustaría creer que te alegras de verme también —le sonrió, Adara evitó fruncir el ceño, después de todo ambos no habían tenido demasiados encuentros como para tratarse con ese nivel de familiaridad así que prefirió no dejarse llevar —. ¿Me dejarías acompañarte? — preguntó.
—Lo agradezco pero solo le haría perder el tiempo, supongo que usted tiene muchas cosas que hacer —respondió Adara deseando que realmente fuese así.
La mirada de Elian se oscureció, tal vez era el rechazo, pensó Adara, él era un hombre poderoso y codiciado, no creía que estuviese acostumbrado a que alguien le negara algo. Elian asintió como muestra de resignación y se marchó.
Adara siguió su camino. Llegó a su pequeña cabaña en poco más de media hora, Elise ya la estaba esperando, su rostro se iluminó al verla.
—Llegaste más temprano de lo que esperaba —la abrazó. Elise era menor que Adara pero ya la superaba en estatura.
—Eso no significa que haya trabajado menos —habló Adara mientras colgaba su saco en el perchero.
—No pero te he traído algo —volvió a sonreír, Adara percibió el entusiasmo en sus ojos.
Elise se acercó al perchero y sacó una tela gruesa de uno de los bolsillos de su abrigo, se lo ofreció a Adara.
—Es para ti —le dijo —. Lo he visto y pensé en lo bien que te verías con él —el entusiasmo en ella era notable.
Adara lo tomó con curiosidad, después de todo, no estaba acostumbrada a rechazar obsequios, mucho menos a recibirlos.
Era una daga. La empuñadora era de bronce y llevaba algo parecido a una perla incrustado en ella, parecía algo desgastada.
—Hace tiempo perdiste la tuya así que...
—¿De dónde la conseguiste? —la interrumpió Adara. A juzgar por la mirada de decepción en Elise, esta esperaba una reacción muy distinta en su hermana.
—Me la ofrecieron —respondió, evadiendo su mirada.
—¿Quién? —Adara subió un poco la voz
—Eso no importa —su voz casi como un susurro.
—¡Importa bastante! ¿No te había dicho que te alejes de Carosso? —preguntó con aflicción.
—¡Ni siquiera sabes si es él!
—Esto solo pudo ser obra suya, no soy tonta y me duele que no me hayas hecho caso.
—Olvidas que me cruzo con él todos los días —replicó con fastidio.
—Pues podrías evitarlo — respondió más calmada —¡Eres tú la que olvida algo! ¿No nos hizo suficiente daño ya?
—Pasó hace años.
—¡Pero yo no lo olvido! —gritó Adara, Elise se retiró como si la hubiesen echado, en aquel momento, la hermana mayor no se encontraba de humor para ir tras ella.
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Eran ya altas horas de la noche y Adara seguía sin concebir el sueño, se sentía rara, repentinamente su cama se había vuelto incómoda y sus pensamientos habían viajado a años anteriores.
Cuatro años antes habían sido tres. Dionisyus era el protector, el hermano mayor, había sido su familia aunque no compartiesen la misma sangre.
Adara tenía quince años pero lo había visto todo. Los azotes en las plazas eran utilizadas no solo como advertencia sino como entretenimiento para las más morbosas mentes. Los gritos de Dionisyus la perseguirían por el resto de sus días.
—¡Huye! —fue lo último que este le dijo cuando fue atrapado.
Ella lo sentía tanto.
Dionisyus la había adoptado. Eran dos huérfanos hambrientos cuando ella llegó a sus vidas, probablemente Adara no habría sobrevivido sin ellos. Ahora ella cuidaba de Elise, había hecho esa promesa, al final de cuentas, era lo último que le quedaba.
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Todos los días eran iguales para Adara. Despertaba, se preparaba y se dirigía a la casa Estrevea para iniciar sus labores diarias.
Encontró a Elise ya sentada en uno de los taburetes de la cocina.
—Buenos días —saludó sin entusiasmo.
—Hola —respondió Elise con el mismo estado de ánimo— Lo siento...
—Está bien —respondió Adara rápidamente— También estuve mal anoche así que estamos a mano —esto provocó una sonrisa en su hermana menor, reduciendo la tensión en el ambiente.
—Me agrada que seas rencorosa con medio mundo excepto conmigo —la sonrisa radiante de Elise provocó que Adara se sintiera de mejor humor.
—Creeme que algún día voy a cansarme.
La casa Estrevea quedaba de camino al mercado en donde Elise trabajaba así que ambas hermanas se acompañaban en el camino. Se despidieron con un abrazo una vez llegaron al punto en el que se separaban y Adara se preparó mentalmente para el día que le esperaba.
Aquel día prometía ser ajetreado, todos los empleados de la residencia se movían de un lado a otro ordenados por Lady Estrevea. En sus primeros tiempos trabajando allí, Adara no comprendía porqué la señora no quería que la llamaran por su nombre, entonces Celestine le explicó que su madre se llamaba Concordia y que esto le resultaba sumamente vergonzoso. Celestine rio mas ella no pudo, encontraba triste que alguien pudiese llamar así a su propio hijo.
—Mi querida Adara —la saludó la muchacha con pronunciado entusiasmo, cualquiera hubiese esperado que debido al día luciera desanimada y sin embargo allí estaba, radiante—. Padre no irá —susurró—, al parecer todos los que conozcan el rostro del rey tienen prohibido asistir.
—¿Tal es su obsesión por permanecer en el anonimato? —preguntó Adara.
—Tampoco pude creerlo al principio pero eso solo me beneficia —dijo sonriente— Si padre no va no me sentiré presionada.
—Pero su madre...
—A ella no le interesa en lo absoluto —replicó cortante —Ni siquiera lo conoce, nadie lo hace, puede que ni siquiera aparezca, ciertamente mi madre parece resignada.
La señorita Celestine lucía demasiado contenta así que Adara prefirió guardar silencio aun cuando presintió que su padre no se quedaría con los brazos cruzados, probablemente ya estuviese tramando otro plan.
A decir verdad la gran señora lucía decepcionada, Adara no se atrevió a dedicarle más que un leve asentimiento. No había imaginado lo importante que era para los grandes señores el poder, ella sabía de varios muchachos interesados en la bella Celestine, todos de familia noble pero ninguno parecía ser suficiente para lo que tenían planeado para su hija: convertirla en reina. Inclusive para la propia muchacha parecía mucho, ella no lo deseaba. Adara se ponía en su lugar, tal vez ella lo intentaría si el rey no andase con tantos misterios, eso lo volvía (en opinión de Adara) en un hombre aun más peligroso, sin mencionar que un monarca era temible de por sí.
El rey Aletzander, según se decía, podría ahogarte en sus sombras con un chasquido de sus dedos, podría convertirte en una, inclusive dejarte ciego inundando tus ojos con completa oscuridad. De él se decían muchas cosas pero definitivamente nada bueno, nadie podría defender al asesino de su padre, nadie podría defender al hijo de una bruja, mucho menos a alguien con sangre de demonio en las venas, el rey poseía todas aquellas características, lo que lo convertía en un hombre odiado por todo su reino.
Adara se estremeció, tal vez por eso no quería ser reconocido, probablemente temía un ataque... Pero eso no tenía sentido, él era el hombre más poderoso no solo en Edere sino en el continente entero, poseía una habilidad única, nunca nadie en su familia había manifestado ese poder.
En la habitación de la joven, Celestine le tendió un vestido.
—Lo usarás hoy —afirmó relajada.
—No
—Te pagaré si me acompañas— interrumpió Celestine apresuradamente— Madre no dirá nada, te lo aseguro.
Adara miró el vestido. Era negro y sencillo, tenía mangas largas y un escote en V que probablemente muchos considerarían demasiado pronunciado, a ella le agradaba. Tocó la tela, esta era suave como la seda pero parecía más gruesa, no supo reconocerlo.
—¿Te gusta? —preguntó Celestine.
—Es hermoso —susurró.
—¿Me harías el honor de acompañarme? —dijo Celestine e imitó a los caballeros que se proponían a las damas. Adara rio, por estos motivos a veces no lograba verla como su superior sino como su amiga.
—Lo haría pero definitivamente tengo planes para hoy.
—Dejaré de molestarte si me cuentas sobre ese plan —replicó molesta.
Adara pensó en Carosso vendiéndole un objeto prohibido a su hermana. No, no podría contarle eso.
—Un hombre —respondió finalmente —. Nada interesante.
—Suena demasiado interesante —se calló a sí misma cuando notó que había elevado bastante el tono de voz —Lo siento.
—No es nada pero ahora déjeme hacer mi trabajo.
Celestine no lo dijo pero se preguntó ¿Por qué a Adara le costaba tanto sonreír?
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Adara envió un mensajero a la panadería en la que Elise trabajaba.
Llegaré tarde esta noche, no me esperes.
Son asuntos de trabajo.
Addie.
Celestine pidió ayuda a una de las damas de asistencia de su madre, pues ella tenía muchas a su servicio.
La joven hija de la casa Estrevea lucía como lo que era, una noble, Adara no creía que alguien pudiese superarla en belleza. El vestido azul le sentaba a la perfección, combinado con su cabello dorado recogido y los delicados pendientes de diamante que parecían realzar sus facciones. El maquillaje era sutil pero esto solo le agregaba un aire de inocencia. Celestine tenía los pómulos afilados y los finos labios pintados de un color cálido, sus ojos verdes parecían brillar al ver su propio reflejo, era demasiado hermosa El rey solo la rechazaba porque no la conocía.
—Lo suficientemente bien —se dijo sarcásticamente. Adara rio.
—Ciertamente.
La noche parecía prometedora. Aquella noche una de las dos conocería al rey pero ninguna lo sabía. Porque la vida es impredecible, el monarca lo es.
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