11. Golpes.
Subí a su casa. Tras media hora esperándole, me había extrañado no verla, y como no cogía el teléfono, preferí ir a ver si le ocurría algo. Viviendo sola nunca se sabe si podría haberse desmayado o algo y nadie se daría cuenta.
Me sorprendí al encontrar la puerta entornada. Entré apresurada.
Vi cómo su puño atravesaba el lienzo del cuadro que tanto nos había costado pintar. Lo tiró al suelo y golpeó con sus puños la pared, haciendo retumbar la casa. Me acerqué a ella.
–¡Ishtar! ¡Para! ¡Vas a hacerte daño!
Me ignoró. Me coloqué delante de ella, intentando evitar que se rompiera los puños.
Me lanzó al suelo quitándome de en medio. Me pegó dos puntapiés que me hicieron gritar de dolor. Se separó de mí y continuó golpeando la pared.
Sus ojos revelaban una furia inmensa, indomable. Parecía una fiera, un animal salvaje sin una pizca de razocinio. No era la Ishtar que yo conocía.
Me alejé de ella arrastrándome por el suelo hasta quedar apretujada en un rincón, por miedo a levantarme y que me golpeara uno de los objetos que ella lanzaba por todas partes.
Tras minutos interminables así, se dejó caer al suelo, con el rostro entre las manos. Parecía que le costara respirar. Golpeó el suelo con fuerza. Bufó. Se tumbó en el suelo, mirando al techo.
Me acerqué a ella temerosa. Cada fibra de mi cuerpo temblaba a una frecuencia desconocida antes para mí. Ishtar frunció el ceño al verme.
–¿Qué haces tú aquí?
–¿No recuerdas lo que acaba de pasar?
Miró a su al rededor.
–Me he enterado de que mi padre ha salido antes de tiempo de la cárcel y me he desquitado golpeando todos los objetos que me pillaban por delante. Sí. ¿Algo más?
–Sí. Uno de esos objetos era yo –contesté enfadada por su tono indiferente.
Ella abrió los ojos sorprendida. Me extrañé.
Se incorporó para sostener mi mano.
–Lo... Lo siento. No... no me he dado ni cuenta. Ay, lo siento mucho, amor. ¿Qué te he hecho?
–Me has tirado al suelo y me has dado varios puntapiés.
–¡Joder! –Se golpeó la cabeza con el suelo– Soy horrible. Lo siento, lo siento, lo siento mucho. ¿Dónde te he dado?
Me levanté la camiseta, donde se veían un par de enormes moretones.
–Dios... Lo siento, amor. –Abrazó mis piernas besando mi barriga– Lo siento mucho.
–Mira, Ishtar, te quiero. Pero yo no puedo seguir así. No es la primera vez.
–Lo sé... Lo siento. Estoy intentando cambiar, te lo prometo. Es que lo he pasado muy mal... Ya lo sabes. Y sólo aprendí a combatir las emociones así... Lo siento, lo siento mucho. No sé qué me ha pasado para pagarlo contigo. Soy muy impulsiva. Y no me he estado tomando las pastillas, lo que lo acrecienta más... Lo siento.
–¿Por qué no?
–No tengo dinero.
–¿Estás mal de dinero y no me habías comentado nada?
–Tampoco es mal mal... Tengo para pagar el alquiler, la luz, el agua, la comida, el tabaco... Es un sueldo bajo, pero es bastante para vivir.
–Deberías dejar el tabaco y comprarte esas pastillas, amor.
–¿Estás loca? ¿Alguna vez has visto a un drogadicto con abstinencia? Porque no te lo recomendaría. ¡Me volvería más agresiva todavía, Azu!
–Pues no sé, pero algo hay que hacer.
–Intentaré buscar otro trabajo complementario.
–E irás al psicólogo.
–Iré al psicólogo. Te lo prometo. Lo siento, amor.
–No es sólo por mí... –Acaricié su cabello– También por ti, no puedes seguir así.
Asintió dándome la razón. Me abrazó besándome.
–Gracias por apoyarme, Az. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. No sé qué haría yo sin ti. Eres mi vida.
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