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La gruta tenebrosa

Era un día con mucho brillo.
El sol nos acariciaba con suavidad, ya que el viento soplaba fuerte. Era gracioso ver cómo niños y adultos corrían divertidos en busca de sus gorros. Creo que hasta el viento se mandaba alguna carcajada cada vez que alguno parecía tener a mano a su gorro pero él lo elevaba nuevamente, con fuerza, y lo hacía revolotear por el aire, hasta dejarlo caer con suavidad en manos ajenas. Las risas llenaban la playa casi desierta.
A unos trescientos metros de donde habíamos hecho nuestro gran campamento, las grutas parecían invitarnos a visitarlas.
Calzamos nuestras chinelas y partimos hacia ellas. En el camino, los seis niños fueron encontrando tesoros, tales como una muela de ballena, huevos de caracol, piedras de todos los tamaños, conchas erosionadas que parecían estar esculpidas por una mano profesional. Así, entre idas y venidas de los pequeños, llegamos a la entrada de la gruta.
Estaba muy oscura pero se veían los restos de una sala bailable. Nos rodeaba una roca grande que parecía llorar.
Tomi y Maia se prendieron a las piernas del tata porque sintieron miedo.
Los más grandes, Isa, Luli, Apa y Bauti no estaban muy cómodos tampoco, ya que en las paredes había dibujos de rostros terroríficos.
Solo la iaia estaba tranquila y feliz, instándolos a entrar, pues sentía que allí mismo estaba Akito, protegiéndolos de todos los males.
La tía Xime caminaba delante con la linterna del celular, que más que alumbrar, le daba al lugar un aspecto más terrorífico aún.
El tío Leandro sacaba fotos, muchas, demasiadas, tantas que se ligó un rezongo de la iaia.
-¡Cuidado!, gritó Xime de pronto, ¡aquí hay un pozo con agua!
-¡Vengan todos conmigo!, llamó el tata.
-¡No tengan miedo!, insistió la iaia. ¡Llamemos a Akito!
Fue así que todos a la vez gritaron
-¡Akitooo! ¡Akitooo! ¡Akitooo!
Las voces retumbaron en toda la gruta y desde la roca el agua comenzó a caer con más fuerza, salpicándonos a todos.
-¡Yo me quiero ir de acá!, dijeron los más pequeños, asustados.
La iaia les explicó que esa agua eran las lágrimas de Akito, ya que no podía venir pues había gente que no creía en él.
-¡Yo no lo conozco y me quiero ir!, dijo enojado Tomi.
- A mí Akito no me guta poque no e dozado, dijo Maia.
A este comentario, la iaia le dijo:
-Akito es del color que uno quiera, Maia.
-¡A mí me gusta verrrde!, dijo rápidamente Tomi, pronunciado fuerte la r.
- ¡A mí dozado!, insistió Maia.
Mientras tanto, los más grandes investigaban la gruta y se hacían sus propias historias, asustándose entre ellos.
La iaia, que según Luli, es adicta a las fotos, pidió foto, foto, foto.
Como fondo dejamos una fea cara llena de dientes filosos. Y en ese mismo momento sentimos un rugido tan grande que hizo temblar a toda la gruta. Todos quedamos mudos, se sentía el latir de nuestros corazones.
Tic tac, tic tac, tic tac, cada vez más rápido.
Nos quedamos quietitos, parecíamos parte de una foto de la película de los locos Adams.
De uno de los pozos de agua empezó a aparecer una enorme cola rosada con vetas verdes. El piso temblaba pero todos quedamos tranquilos. ¡Era Akito!
La cola se fue extendiendo por toda la gruta y los gurisitos se empezaron a trepar en ella. Era como un tobogán gigante y ¡vivo! Cuando llegaban a un extremo, Akito hacía un movimiento y los mandaba al extremo opuesto. ¡Las grutas se llenaron de risas!
Al sentir tanta algarabía la gente se fue arrimando y Akito se fue. Los niños siguieron jugando y riendo como si todo siguiera igual, así que la gente extraña se retiró y Akito regresó, ahora enterito, no solo la cola.
Estaba vestido de rosado, verde, violeta y celeste. Sus orejitas estaban más chiquitas que nunca pero mostraba una gran sonrisa.
Cuando se agachó, todos nos subimos al lomo y nos llevó a dar un paseo, sobrevolando toda la playa. La gente sentía los gritos y las risas, pero aunque miraban hacia el cielo, no veían nada
-¡Parece cosa e' mandinga!, decían.
Pero no era nada de eso, Akito con su magia nos había hecho invisibles a todos.
Lo más divertido fue cuando pasábamos junto a la gente y le quitábamos los gorros. Ellos pensaban que era el viento, pero ahí éramos nosotros que se los llevábamos lejos y los hacíamos correr.
Después de un buen rato, volvimos a la gruta. Akito se fue luego de abrazarnos a todos con su enorme cola y le dijo a la iaia que la próxima vez vendría con sus hijos.
Se fue despacito y todos lo saludamos con un:
-¡Hasta pronto, Akito!

9/1/2022

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