El hueco del árbol...
Acá estamos, en nuestra sala de lectura preferida: ¡el baño!!!
Sí... Cada vez que uno de ellos va al baño, alguno me llama:"Iaia, vení a hacernos un cuento"
Y allá voy... Me siento con los dos más pequeños en mis rodillas, dos en el suelo y otro haciendo lo que fue a hacer...
- ¿Y qué cuento quieren? - pregunto
- Uno de cuando vos eras chiquita!!!
¡Siempre me piden lo mismo!!!
Y ahí empiezo...
Yo tenía seis años...
- Igual que yo, Iaia - dijo Apa emocionado.
- ¡Ah nooo, hacé uno de cuando tenías cinco como yo! - dijo Bauti empacado.
- ¡Basta gurises!!! - exclamó Luli, que se cree muy grande con sus apenas siete añitos. ¡La iaia cuenta lo que se acuerda!!!
Mientras, los más chicos, se bajaban de mi falda y agarraban todo lo que no podían agarrar...
¡Siempre pasa lo mismo!!!
- ¿Sigo?
- ¡Siii!!!, contestaron los tres grandes.
- Tenía yo entre cinco y siete añitos (todos quedaron contentos...)
Estábamos en el campo con papá, mamá y mis hermanos. La tarde estaba muy soleada y nosotros corríamos por todos lados. Empezamos a jugar a las escondidas y el que tenía que contar era el mayor de nosotros.
- ¡El tío Jorge!!! - gritaron
- Sí, el tío Jorge, dije
- Seguí, iaia, dale - dijo Luli.
Yo buscaba el mejor escondite pero no lo encontraba. ¡Jorge ya casi llegaba a cien!!! Cuando empezó a decir: "Punto y raya, el que no está se calla!!! Punto y coma...", ¡ahí me decidí!!! Había encontrado un enorme árbol ahuecado y allí me metí.
- En los huecos de los árboles hay víboras - dijo Bauti
- ¡Siii!!! Y te pueden matar si son venenosas- acotó Apa.
- ¿No te lo habían dicho tus padres?, preguntó Luli
- Sí, yo sabía todo eso pero tenía que esconderme y desobedecí - les comenté
Y ahí aprovechamos para hablar de cómo debemos atender a los mayores que quieren lo mejor para los niños.
- ¿Y qué te pasó, iaia?
- No había víboras... ¡No había nada!!! ¡Solo un pozo interminable!!!
Empecé a caer y caer y caer en ese hueco que no tenía fin.
- ¡Como Alicia!!! - dijeron los tres.
- ¡Siii!!! ¡Como Alicia!!! - les dije.
De pronto rodé suavemente en unos enormes y suaves brazos.
- ¡Akito!!! - volvieron a gritar, ahora emocionados.
- ¡Nooo!!! No era Akito pero era parecido a él
Miré a mi alrededor y vi una ciudad maravillosa. ¡No faltaba nada!!! Había calesitas, ruedas tremendamente gigantes, alfombras voladoras, autitos chocadores, y lo mejor de todo eran unos dinosaurios que paseaban a quienes quisieran. ¡Yo quise probar todo!!! ¡Y lo hice!!! Era una ciudad solo de animales y muchas plantas y árboles gigantes. También había un enorme río de aguas claras. El agua era tan pura que servía para beber.
Me sentía tan feliz que ni cuenta me di de que el tiempo pasaba.
De pronto sentimos unos pasos muy fuertes y pesados. Todos quedamos calladitos...
Y ahí mismo apareció mi amigo Akito.
Luego de abrazarnos y reconocernos, me tomó en sus brazos y comenzó a elevarse; me depositó en el hueco del árbol que ahora sí tenía un piso.
Me asomé despacito y al ver que mi hermano andaba buscándome, salí corriendo y piqué en la base, gritando: "¡Pica para todos los compañeros!!! "
Jorge me corrió hasta alcanzarme; y ya quería pegarme por haber librado para todos, pero pronuncié las palabras mágicas para evitarlo : "Estuve con Akito"
Y ahí les conté mi aventura...
Nos fuimos los tres al hueco pero no se abrió.
Entonces los empecé a pelear diciéndoles que no se abría porque Akito era más amigo mío que de ellos.
Volvieron a correrme para pegarme pero yo grité : "¡Papaaaaaaá!!! "
Y como yo era la nena de papá, los retó a ellos y a mí no...
- ¡Eso no vale, iaia!!! Vos empezaste a pelearlos - dijeron los tres.
Pero bueno... Era hora de salir de nuestra sala de lectura...
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