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Capítulo 21

- ¡Te voy a matar, Marcel! ¡He tenido tres mini-infartos en menos de cinco minutos! - me gritó Maverick una vez estuvimos solos - ¡¿Si querías suicidarte para qué nos hemos recorrido media Alemania?! ¡Tenías un puente muy bonito en Dinant desde el que saltar!

Salí del baño secándome las manos con la toalla.

- Maverick, estamos en desventaja y vamos a morir de todas formas. 

- Pero tampoco hay que ser estúpidos. 

Devolví la toalla a su sitio y me apoyé en el marco de la puerta.

- No ha salido tan mal. - le dije.

- Hablo en serio, Marcel.

- Y yo también.

Entonces vi que le estaba sangrando la nariz.

- Oye, te está sangrando...

No tuve que decírselo, se llevo la mano directamente a la nariz para limpiarse la sangre con la manga de su jersey.

- ¿Estás bien?

- Sí, últimamente me ocurre bastante.

Lo miré con preocupación. Sabía que a él le molestaba que lo hiciera, pero no podía evitarlo.

Entonces llamaron a la puerta.

- Intenta no cabrearlos, por favor. - me pidió.

- ¿No vienes?

Negó con la cabeza. Siempre que lo hacía era que le empezaba a costar respirar.

- ¿De verdad que te encuentras bien?

Asintió. Por supuesto que no estaba bien, pero era demasiado orgulloso para admitir la verdad.

- Si necesitas ayuda, puedo...

- Vete. - dijo como pudo.

Le toqué el hombro y me marché. Nada más cerrar la puerta lo escuché empezar a toser.

- Si empeora, avísame. - le dije en alemán al hombre que custodiaba nuestra puerta.

Él no me respondió, sólo me miró con desprecio, pero sabía que me había entendido.

Bajé las escaleras siguiendo a la mujer que había llamado a la puerta. Me guió hasta el comedor donde estaban Gretel y Scheidemann sentados a la mesa.

- Perdón por la espera. - me disculpé.

Noté en sus caras que estaban impacientes, en eso y en que Gretel miró su reloj. Sabía que no era por cenar, sino por saber qué era lo que quería proponerles, pero supuse que también ayudaba el olor que desprendía la comida.

- Tu alemán es muy bueno. - me felicitó Scheidemann con una calmada sonrisa.

- En Bélgica hay tres lenguas oficiales, entre ellas el alemán. - expliqué mientras me sentaba - Me avergonzaría no saber hablarlo después de haberme pasado años estudiándolo desde el colegio. Aunque en realidad, casi nadie habla en alemán. 

- ¿También hablas neerlandés? - preguntó mientras se servía.

- Y valón, y escocés, e inglés, y estoy aprendiendo italiano. - me serví yo también sin esperar a que me diesen permiso - Me gustan las lenguas, a más raras mejor.

- El italiano no es que sea muy...

- ¡¿Podemos ir al grano de una maldita vez?! - gritó Gretel.

Estaba visiblemente enfadada, tanto como para no tener en cuenta que había interrumpido al gran Friedrich Scheidemann.

- ¡Te recuerdo que este tío hace nada me estaba apuntando con una pistola! - le dijo a Scheidemann.

- Si no me equivoco, tú me habías apuntado primero. - sonreí.

Ella me miró con odio.

- Friedrich. - lo llamó.

- Está bien. - por su tono de voz, sabía que después de la cena tendrían una discusión - Hable, señor Peeters.

Intenté pensar como empezar, pero no se me ocurrió ninguna forma. Lo había ensayado innumerables ocasiones en mi cabeza, pero ahora, que lo tenía delante, no se me ocurría que decir. Empecé a frotarme las manos con cierto nerviosismo, y al final me decanté por hacerle una pregunta:

- ¿Qué sabes de mí?

- Poco, únicamente lo que Kevin me contaba, aunque hablaba más de Günther Necker. Me parece que su nombre real es Axel Healy, ¿me equivoco?

- No.

- Me dijo que estabas perdido en una isla del Caribe, que te habías ido para no volver. Pero parece que se equivocó. - hizo una pausa - No sé si te has enterado, pero falleció.

- Sí, estoy al tanto. Yo mismo lo hice.

Entonces, tanto Gretel como él, se pusieron en tensión, como un tigre a punto de saltar sobre su presa.

- ¡¿Qué?! - dijo él.

- ¡¿Cómo te atreves a pisar esta casa?! - dijo ella, al borde del llanto, una vez superado el shock - ¡¿Cómo te atreves?!

- Era un asunto personal entre él y yo.

- Y Necker. - añadió Scheidemann entre dientes, rabioso.

- Sí.

Si hubieran estado armados, no hubiera podido decir una sola palabra más.

- Era mi amigo. Un buen amigo. - matizó.

- También lo fue mío hace mucho tiempo.

Nos quedamos en silencio un rato.

- ¿Qué quieres de nosotros, Marcel? - dijo Gretel - Porque de momento lo que parece es que quieres que te metamos una bala entre las cejas.

- Quiero matar a Axel, y si hay alguien que lo odie más que yo, sois vosotros.

- ¡Tú le ayudaste a conseguir el móvil de Kevin! ¡Le diste la llave de todos los secretos de nuestra empresa! ¿Y esperas que confiemos en tí? - me gritó ella.

- ¿Qué móvil? - pregunté.

Ese era un dato que desconocía.

- ¿Crees que Necker iba tras el dinero? ¿Tras venganza? - se le escapó una lagrimita - Eres estúpido si te creíste eso. Él sabía que su móvil tenía todos nuestros secretos. Hackearlo no le resultó difícil. Eso era lo que de verdad estaba buscando Necker.

- No le vi cogerlo.

- Pues lo hizo. No sabes cuanta gente ha muerto por culpa de eso.

Ella se levantó de la mesa bruscamente, tanto que casi tira su silla. Se marchó por las escaleras.

- ¿Por qué ese repentino interés en matarlo, Marcel?

- Porque trató de asesinarme.

Eso era cierto, aunque no el motivo de más peso. Que me abandonase a mi suerte en el hotel Stern y el ataque de Dinant me daban un poco igual. Lo que hacía que desease espachurrarle el cráneo hasta la muerte era que hubiese entrado en mi casa e intentado asesinar a mis padres, a mi mujer y a Arnaud.

- No somos amigos, pero ambos tenemos el mismo objetivo. - dije - Tampoco soy muy bueno disparando, pero estoy dispuesto a morir en el intento. Tanto como para venir a vuestra casa, aun habiendo asesinado a vuestro socio, para pediros ayuda.

Él me observó en silencio, como decidiendo que hacer conmigo. Finalmente se puso en pie y me dijo:

- Acompáñame.

Bajamos al sótano y puso su mano sobre el pomo de una puerta. Antes de que pudiese abrirla, pregunté:

- ¿A dónde vamos?

- Tranquilo. - me respondió.

Sabía que preguntar no me iba a servir de nada, al fin y al cabo estaba en sus manos, pero lo hice por instinto.

Finalmente abrió la puerta y accedimos a su interior.

- Apartaos. - ordenó a sus hombres.

Obedecieron, y entonces pude ver al hombre que estaban rodeando. Estaba atado a una silla y tenía la cabeza gacha, cubierta de sangre. Scheidemann lo agarró por los pelos y pude ver su rostro: Jerry.

- Lo atrapamos anteayer, cuando intentaba coger un barco a Edimburgo.

Tenía la cara tan hinchada de los golpes que le costó abrir los ojos. Cuando lo hizo, no era capaz de creer lo que estaba viendo, igual que yo.

- Creo que ya os conocéis. - rio con crueldad.

Asentí, pasmado. Tiró un poco más por sus pelos, sacándole un gemido de dolor.

- Este mequetrefe se niega a decirnos donde se esconde Necker.

- No... lo.. sé... - dijo casi en un susurro.

Scheidemann soltó su cabeza con una fuerza excesiva intencionadamente.

- Averígualo. - me ordenó antes de dejarnos a solas.

Cerró la puerta de un portazo y se escuchó el ruido de un pestillo.

- Marcel...

Jerry se desmoronó, empezó a llorar como un crío.

- Por favor, tienes que sacarme de aquí, ¡te lo ruego!

A pesar de todo lo que había pasado entre nosotros, no pude evitar sentir lástima. Él había sido mi mejor amigo durante muchos años, y verlo así, con la cara destrozada, me estaba desgarrando la moral.

- ¿Dónde está Axel? - pregunté con toda la seguridad que pude reunir.

Al escucharlo, se le esfumó cualquier esperanza que hubiese encontrado al verme.

- Marcel, por favor, tú no lo entiendes...

- No lo entiendo, dices... - reí - Me parece que lo entiendo perfectamente. Explícame: ¿por qué me dejasteis allí si no queríais que me muriese?

- ¡Pensé que estabas con nosotros, te lo juro! Tienes que ayudarme, Marcel.

Me incliné sobre él para intimidarlo.

- Dime dónde está Axel.

- ¡No lo sé!

- Sí que lo sabes, Jerry. A mí no me engañas.

- No lo entiendes, Marcel...

- ¡Vuélveme a decir una sola vez que...!

- ¡Axel me amenazó, Marcel! Matará a Elisabeth si te lo digo. A ella y al bebé...- su llanto se acrecentó.

- No sabía que tuvieras un hijo...

- Pues sí. Nació al poco de salir Eli de la cárcel.

Aquello era nuevo.

- No puedo decírtelo, Marcel. No puedo o los matará.

- ¿Y si se lo digo yo a Scheidemann?

Poco a poco levantó la cabeza. Sus ojos me miraron con un odio infinito.

- No serías capaz...

- ¿Tú crees?

- Lo creo.

- Escúchame bien, Jerry. No soy la persona que era hace años. Harías bien en decirme dónde cojones está Axel o te juro por Dios que iré a buscar a Scheidemann para decirle donde está Elisabeth.

- No sabes donde vive.

- Déjame adivinar: en aquella casita de las afueras que siempre le gustó, la que quería comprar con el dinero de Batman.

Por su cara, supe que había acertado de lleno.

- Puede que me equivoque, pero aún así, seguro que puedo ayudarle a dar con ella.

- No te atreves... - aunque no él parecía creérselo.

- ¡¿Qué no me atrevo?! ¿Sabes qué hizo Axel? ¡Envió un sicario a matarme, y después a varios más a matarme a mí, a mis padres, a mi mujer y a mi hijo! - me sorprendí a mí mismo llamando a Arnaud hijo - ¡Me atacaron en mi propia casa! ¡Con el niño delante! Haré lo que sea por asegurarme de que no les toque un pelo nunca más.

- ¿Tienes familia? - parecía sorprendido.

- Sí, la tengo. - se me pasó una idea por la cabeza - ¿Tú lo sabías? Lo del sicario.

- Sabía que había enviado a un asesino a por tí, pero no lo de tu familia. Te lo juro.

Me froté la muñeca.

- Dime donde está, Jerry. No perderé más el tiempo.

Él se quedó un rato en silencio. Finalmente, suspiró y me dijo lo que sabía:

- No sé dónde está Axel, en eso no miento, pero sí sé que tiene una nave muy grande en las afueras de Bremen donde produce la droga.

Me contó todo lo que recordaba de cuando Axel lo había llevado allí e incluso me habló de las medidas de seguridad. Me creí todo lo que me contó.

Ya me iba a marchar cuando Jerry habló de nuevo:

- Prométeme que no les dirás nada de Elisabeth. - rogó - Prométemelo.

Me acerqué a él.

- Jamás les hubiera dicho nada de Elisabeth. - susurré - Me decepciona comprobar que realmente me ves como un monstruo.

Llamé a la puerta y me abrieron. Scheidemann esperaba al otro lado.

- ¿Y bien? - preguntó.

- Sé dónde puede estar.

- ¿Dónde? - preguntó ansioso.

Negué con la cabeza.

- No lo diré a no ser que lo libereis.

- No estás en condiciones de negociar. - le temblaba el labio por contener la rabia.

- Puede, pero si muero, o Jerry muere, el secreto muere con nosotros.

Se quedó en silencio. Finalmente cedió.

- Está bien.

Obviamente él haría lo que le diese la gana, pero por lo menos podía decir que lo había intentado.

- Marcel, eso - señaló la puerta, refiriéndose a Jerry - es lo que le ocurre a la gente que juega conmigo. Procura no traicionarme.

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