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Capítulo 20

El doctor no me había perdido de vista en ningún momento. Supongo que era normal que si le llegaba una embarazada cubierta de golpes con un chico con la camisa llena de sangre sospechase, ¿pero de verdad no podía dejar de mirarme así después de haberle explicado lo ocurrido? No, ni él ni el resto de los médicos, pacientes y familiares que estaban en el hospital.

Él se acercó a mí sujetando una carpeta transparente en la que supuse que llevaba los resultados de las ecografías y demás pruebas a las que habían sometido a Alice.

- ¿Espero un poco para hablar con ella o entro ya?

- No lo sé, mejor pregúntele a ella. - contesté.

Llamó a la puerta de su habitación y entró. Yo seguía esperando en el pasillo, sujetando un cubo de hielo contra la mandíbula y los nudillos. Aún por encima me dolía el corte por el puñetazo de mi hermano, y sospechaba que quizás hubiera vuelto a sangrar un poco. Tampoco importaba mucho: ya tenía la camisa bañada en rojo.

Al poco salió el doctor y entré a ver cómo había ido todo.

- Está bien, no le ha pasado nada al bebé. - dijo con la voz rota.

No soportaba verle la cara así, hinchada como una pelota.

- Deberías denunciarle. - dije.

- Marcel, vete.

- Él no...

- Quiero estar sola, vete. - me interrumpió.

Mientras me iba la escuché empezar a llorar.

Paseé un buen rato por los pasillos del hospital. Nunca me había gustado, con todos aquellos enfermos y gente llorando, pero lo peor sin duda era el edificio en sí: viejo, lleno de humedades y de colores deprimentes. Ni siquiera la terraza era agradable, ya que el hospital estaba rodeado de edificios de viviendas baratas y que parecían caerse a cachos.

Tras pasar un rato allí fuera, volví a entrar. Un grupito de personas observaba a los recién nacidos a través de una ventana. A mí no me llamaban la atención ni lo más mínimo todos aquellos bebés llorones y moqueantes, pero todavía fue peor pasar por geriatría, con aquellos ancianos a los que se le caían las babas y que seguro que no recordaban ni su nombre. Nacemos siendo vegetales y morimos siendo vegetales, triste pero cierto.

Las paredes estaban empapeladas con carteles recordando a la gente que había un teléfono contra el suicidio, que la vacuna para la gripe ya estaba disponible y que deben usar anticonceptivos. Mis pies me llevaron hasta el ala pediátrica, pero me tuve que ir de allí corriendo: los niños lloraban al ver mi camisa.

Paseé por urología, cardiología y ginecología. En esta última, una madre discutía a todo volumen con su hija gritándole que era una irresponsable mientras la adolescente lloraba y un chico la miraba fijamente pero sin hablar. Harto de dar vueltas sin ningún rumbo, bajé a la cafetería.

Me senté a comer un sándwich de jamón y queso. Estaba deseando poder irme, pero sentía que debía quedarme por Alice. El doctor me había dicho que le darían el alta al día siguiente.

- ¿Marcel?

Una mano se posó sobre mi hombro, asustándome. Me giré y vi que era la madre de Kevin.

- Hola, señora Davis.

Ella se sentó en la silla que tenía enfrente.

- ¿Qué tal estás? - me preguntó.

- Bien, ya sabe, como siempre. - contesté sin muchas ganas - ¿Y usted?

- Han operado a Grace. - suspiró.

- ¿Y eso?

- Se le necrosó la pierna, y hubo que...

- Entiendo. - suspiré yo también.

- Kevin se acaba de marchar, tenía una cita, pero no se separó de ella ni un momento antes de la operación.

- ¿Puedo preguntar con quién? Si no es indiscreción.

- Con una chica muy guapa... Willow creo que se llama.

Sonreí. Qué dos. Las personas que menos me tenían pinta de poder acabar juntas saliendo. Ella, con la fuerza que tenía, saliendo con un amargado y deprimente como Kevin.

- ¿Quieres ir a ver a Grace? Seguro que la alegras un poco.

- Me encantaría, pero no sé si...

"A Kevin le parecerá bien", la mujer no me dejó terminar de hablar:

- Entonces ven, es la habitación 214.

Ella se levantó y empezó a andar. Kevin me mataría si se enteraba de que había ido a visitar a su hermana, pero era un riesgo que me pareció que debía correr. Seguí a la mujer hasta llegar a una habitación con un 214 en la puerta.

Ella entró sin llamar, pero yo avancé con más timidez. No sabía qué esperar.

La señora Davis se acercó a su hija, que parecía dormida, y le susurró algo al oído. Grace abrió los ojos y sonrió. Se quitó la mascarilla para poder hablar. Estaba más pálida que la última vez, pero su sonrisa seguía siendo igual de bonita.

- ¿Marcel? - su voz sonaba seca.

Me acerqué a su cama y su madre la ayudó a beber con una pajita.

- Grace. - dije.

- ¿Mamá, puedes dejarnos a solas un momento?

La mujer parecía sorprendida, pero se marchó.

Yo la miré. Bajo las sábanas, donde se suponía que debía estar su pierna izquierda, ya no había nada.

- No me mires así. - dijo - Estuve a punto de salirme con la mía.

Le di a entender, con mi rostro, que no entendía de que hablaba.

- ¿Recuerdas aquellas tres pastillas que me daban? Las escupí todas.

- Grace...

- Si nadie me ayuda a morir, tendré que hacerlo yo. Ya sabes que si fuera por Kevin y por mi madre me pasaría otros sesenta años en esta situación, y no quiero. Soy una carga para ellos y estoy cansada. No entienden el dolor que tengo que soportar, que a veces me hace desear gritar, pero que no lo hago para no atormentarla más. Papá era el único que me hubiera dejado escoger, pero él ya no está. - se lamentó - ¿Tú no querrás ayudarme, no?

Aquella petición me pilló por sorpresa.

- Tranquilo, no pasa nada. No te quiero poner en ese compromiso.

Ella me cogió la mano.

- Recuerdo cuando viniste a casa por mi cumpleaños cargado con una tarta enorme de chocolate. - sonrió - Estaba asquerosa, pero fue un detalle muy bonito.

- Sí, me salen mejor los gofres que las tartas... - me reí.

Ella me miró a los ojos.

- Si logro morirme, no dejes que mi hermano se amargue la vida. Ahora que por fin ha encontrado una novia no quiero que su vida se estropee.

- No creo que esté yo en posición de ayudar a tu hermano. Sabes que no quiere verme ni en pintura.

- Pero eres el único al que le puedo confesar abiertamente mis intenciones. Tú no eres como los demás, todo el día con el "saldrá bien", "te curarás", "tienes muchas cosas por las que vivir". No, tu callas, asientes y aceptas mi decisión.

En parte era porque yo también me había enfrentado a la muerte voluntariamente. Sabía que no era una decisión que se tomase a la ligera y que Grace lo tenía muy claro desde hacía mucho. Yo estuve a punto de suicidarme, pero ella no tenía cómo hacerlo.

- ¿Me prometes que no dejarás que mi hermano se pierda en la tristeza?

- Te lo prometo.

Ella sonrió.

- ¿Me das un beso?

Me acerqué a su mejilla, pero, cuando la iba a besar, ella giró la cabeza y terminé besándola en los labios.

- ¡Grace!

Ella sonreía. Yo notaba que me estaba sonrojando.

- ¿No pensarías que me iba a ir de este mundo sin besarte, no? - se rio - El karma me lo debía.

- Me siento engañado. - bromeé.

- ¿Otro más? - pidió.

La miré a los ojos sin saber que hacer.

- Venga, no le puedes decir que no a una moribunda.

- Sólo uno más.

Me incliné sobre su cama y la besé. Entonces su madre abrió la puerta y me aparté bruscamente de Grace.

- Perdón. - dije sin saber dónde meterme - Ya me iba ahora...

Grace reía, pero su madre parecía estar en shock.

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