Capítulo 14
Willow parecía muy tranquila. Estaban a punto de cargar las cajas de botellas de "Batman".
- Va a ser grandioso, Marcel. - sonrió, orgullosa.
- No esperaba menos de tí, Will. - sonreí.
En el puerto empezaba a soplar algo de viento frío. Estábamos sólo Willow y yo. Los demás (Kevin, Prim, Ernest y Axel) estaban en la boda de Elisabeth y Jerry. No sentía ni una pizca de arrepentimiento: las cosas habían cambiado.
Entonces escuchamos un tiro y uno de los subordinados de Willow cayó al suelo. A aquel tiro le siguieron muchos más.
- Mierda... - dijo ella.
Sacó dos pistolas de los bolsillos interiores de su abrigo y me lanzó una de ellas.
- ¡Ponte a cubierto! - me ordenó.
- ¿¡Qué está ocurriendo!?
No hizo falta que me contestase: vi como dos de nuestros atacantes sacaban una caja del palé y se la llevaban. Nos estaban intentando robar la mercancía.
Ella disparó a uno de ellos en el talón y el hombre cayó al suelo con la caja. Dos más empezaron a dispararnos desde detrás de unos contenedores.
Yo estaba paralizado y fue Willow la que me tuvo que empujar para que me escondiera detrás de una caja metálica.
- ¡Si se acercan a tí, no dudes, dispara! Pero si disparas, sabrán tu posición, así que no lo hagas a no ser de que sea estrictamente necesario.
- ¡Esto no entraba en mis planes! - grité.
- ¡¿Te crees que en los míos sí?!
Ella salió corriendo para buscar una posición mejor desde la que disparar. Yo miré asustado el arma en mis manos. Nunca había visto una de cerca...
Cada vez eran más y como mínimo, ya se habían llevado seis cajas. Tanto nuestros atacantes como los hombres de Willow iban armados, y me encontraba envuelto en un tiroteo. No podía moverme sin arriesgarme a recibir un tiro. Mientras unos cargaban a toda prisa el barco, otros los cubrían y protegían la mercancía que quedaba, pero Willow ya había perdido tres hombres.
Entonces un todoterreno llegó al puerto y de él bajaron varios encapuchados, uno de ellos con una metralleta. Escuché pasos a mi espalda y, aunque intenté disparar, no me dio tiempo antes de recibir un golpe en la cabeza y quedarme inconsciente.
_____
- ¡Marcel! - Willow me estaba sacudiendo - ¡Esto se está poniendo muy feo, tenemos que irnos!
Me costó ponerme en pie.
- Tenemos que dividirnos. Ve por allí, por detrás de esas cajas. Yo iré por el otro lado. No pueden pillarnos juntos. - explicó - ¡Corre, la policía se acerca!
- ¡He perdido la pistola! - miré a mi alrededor.
- ¡Tú corre!
Obedecí y me puse en marcha. Corrí de escondite en escondite lo más rápido que pude. Al fondo todavía se escuchaban los disparos y estos empeoraban mi dolor de cabeza. Willow tenía razón: se acercaban sirenas.
Ya veía mi coche cuando me crucé con un grupo de encapuchados que parecían más preocupados por llegar a su furgoneta que por mí. Esperé detrás de una grúa pequeña a que pasasen. Cuando creí que ya habían pasado todos, salí de mi escondite. Entonces me choqué de frente con un chico que se acababa de quitar la capucha y caímos al suelo. Era muy joven aunque las drogas le habían marcado y por ello parecía mayor de lo que realmente era. Además, todavía estaba más asustado que yo.
Nos pusimos en pie casi al mismo tiempo y nos miramos el uno al otro. Levanté mis manos, intentando demostrarle que no iba armado, pero él estaba tan alterado que me lanzó un tajo de su navaja al lateral del abdomen y salió corriendo detrás de sus colegas.
Observé horrorizado como mi ropa se empezaba a empapar de sangre. Ahogué un alarido de dolor y deseé dejarme caer al suelo, pero ahora tenía que llegar al coche sí o sí y conducir hasta casa. No podía ir al médico sin acabar en la cárcel. El hospital no era por tanto una opción.
Monté en el coche y conduje lo más rápido que pude, a la vez que ejercía presión en la herida. Estaba perdiendo mucha sangre y el tráfico no ponía de su parte. Cuando llegué a mi casa estaba tan mareado que casi no podía caminar. Abrí la puerta como pude, pero las escaleras ya fueron demasiado.
Estaba dejando un reguero de sangre tras de mí, pero necesitaba llegar hasta el botiquín que tenía en el baño. Un peldaño, otro, otro... Eran interminables. Cuando ya casi estaba llegando me mareé y caí varios peldaños. Entonces la puerta se abrió.
- ¿Marcel?
Era Elliot, que acababa de llevar a nuestros padres al aeropuerto. Yo no había querido despedirme de ellos.
Se acercó a mí e intentó ayudarme a levantarme.
- ¡No me toques! - le grité.
- ¡Déjate de tonterías!
Elliot me odiaba, pero supongo que no lo suficiente como para dejarme morir desangrado en las escaleras.
Me sentó y vio el corte en mi camisa.
- Tienes que ir al médico.
Lo agarré con la poca fuerza que me quedaba por el cuello de su camiseta.
- No.
- Marcel, esto...
- ¿"Sin preguntas", recuerdas? - él asintió.
Aquello era lo que solía decir mi hermano cuando le veía hacer una cosa mala. Yo no preguntaba y me quedaba calladito. Pues eso mismo le estaba pidiendo ahora.
Me agarró por los hombros y tiró por mí hacia arriba. Se me escapó un quejido de dolor. Elliot me ayudó a subir las escaleras y al llegar al baño me sentó en el vater. Estaba mareado y empezaba a ver borroso.
- Elliot... - murmuré.
- ¡Ya voy! ¡Ya voy! - estaba buscando en botiquín.
- En el cajón de la derecha... - dije agotado.
Me sacó la chaqueta y rompió mi camisa para no perder más tiempo. Me estaba desangrando y la herida tenía un aspecto horrible.
- Toma, - me dio una gasa - presiona la herida.
Yo obedecí mientras él buscaba en el botiquín el material.
- ¿Algo de esto tiene látex? - preguntó al recordar mi alergia.
- Sí, me encanta tener con qué suicidarme por la casa. - dije con ironía.
- ¿A que te cauterizo la herida? - contestó con otra ironía.
Tras ponerse los guantes, me lavó el corte con agua, lo desinfectó y lo examinó. Cada vez sangraba menos.
- Parece que no hay ningún órgano dañado. Has tenido suerte, porque es una herida bastante profunda.
Yo apenas escuchaba. Tenía la cabeza apoyada en la pared y sentía que me iba a caer en cualquier momento.
- Necesitas puntos.
- ¿Cómo...?
- Me he metido en muchas reyertas. - me interrumpió - Sé cómo coser una herida. ¡Joder! - los nervios lo estaban traicionando - Estás muy pálido. Deberías ir al hospital, puede que necesites un transplante de sangre. ¿¡Pero qué puedes haber hecho tú para no poder ir!? - hablaba muy aceleradamente a la vez que me cosía la herida.
Quise contestar, pero me fallaba el habla. Notaba como un sudor frío me caía por la frente.
- Esto ya está.
Me vendó y yo hice lo que pude por no desmayarme.
- Si me pongo muy mal, llévame al hospital. Sólo si ves que me voy a morir.
- Eso lo veo desde hace un buen rato. - gruñó.
- Si me muero, en el cajón de...
- ¡Cállate! - me gritó - ¡Qué no te vas a morir!
Yo no estaba tan seguro.
Él cargó conmigo hasta la habitación con mucho cuidado. Allí me tumbó en la cama.
- Ibuprofeno. - pedí.
- ¡Eso no te va a hacer nada!
Se fue y volvió con una pastilla de a saber qué.
- Elliot, no...
Me obligó a tragarla y me quedé dormido.
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