Capítulo 13
- ¿Te parece bien?
- Sí, ese era el trato.
Prim me abrazó.
- Gracias por entenderlo.
Los últimos rayos de sol se reflejaban sobre las aguas de la playa de Portobello. Las gaviotas todavía graznaban y los restaurantes empezaban a llenarse de gente con ganas de cenar.
Prim quería salir con Brent. Obviamente no me estaba pidiendo permiso, sólo informando. Me alegraba por ella, pero no podía evitar sentir una especie de pesar.
- ¿Nos descalzamos y nos metemos en la arena? - sonrió juguetona.
- No, el traje es nuevo. - contesté.
- Qué amargado.
Ella se descalzó y saltó a la arena. Al final decidí hacer lo mismo y seguirla, aunque me dio pena ver cómo se ensuciaba el bajo de mis pantalones.
- Brent me contó que el otro día fuiste a nadar. - comentó.
- Sí.
- ¿Quieres hablar de ello?
- No.
Los recuerdos empezaban a despertarse y yo no quería eso.
- A tu tía le hubiera gustado que...
- No quiero hablar de ello. - reafirmé.
- Está bien.
Se sentó en la arena y me hizo un gesto para que hiciera lo mismo. Refunfuñé, pero terminé sentándome a su lado.
- ¿Vas a ir a la boda de Jerry y Eli?
- Casi prefería hablar de mi tía... - reí - No, no iré.
Ella asintió. No iba a tratar de hacerme cambiar de opinión. Sabía que si yo iba, todo sería muy incómodo y que había una posibilidad de que la boda terminase en bronca.
- ¿Qué tal está Alice? ¿Arregló las cosas con Elliot?
- Prim, ¿estás intentando deprimirme o qué? - reí - Pues ya han hecho las paces. Creo que hoy salían a cenar.
- Eso está bien. - dijo mientras se levantaba.
Tenía el vestido sucio y preferí no mirarme porque sabía que si lo hacía me podía dar algo al verme cubierto de arena. Salimos de la playa y la acompañé hasta su coche.
- Avísame si hay noticias de Willow. - me pidió.
- Sí.
Ella sonrió y se montó en su coche. Después yo me marché a casa.
Al abrir la puerta vi a Alice bajando las escaleras. Se estaba poniendo una bata rosa.
- ¿Pero no os habíais ido a...?
- Hubo un cambio de planes. - me interrumpió - Visita sorpresa.
- ¿Qué...?
No me dio tiempo a terminar la pregunta.
- ¿Marcel? - dijo mi madre desde la cocina.
- Oh no... - susurré para mí mismo.
Había cuatro platos sobre la mesa. Estaban todos terminados salvo el de Alice, que era muy lenta comiendo y que por eso supe que la cena había consistido en sándwiches de pollo y de jamón y queso.
Mi madre se levantó y quiso darme un beso en la mejilla. Yo me aparté bruscamente, pero finalmente me dejé besar de mal gusto. Mi padre me estrechó la mano.
Me invitaron a sentarme en mi propia silla. Tanto Alice como yo tomamos asiento.
Me dijeron que hacía mucho tiempo que no me veían y que había cambiado mucho. Tampoco es que ellos hubieran puesto de su parte.
Ellos sólo hablaban francés, y la pobre Alice parecía desesperada. Mi hermano tenía cara de estar de muy mala hostia y probablemente por eso no hubiera actuado de traductor.
- ¿A qué se debe vuestra visita? - pregunté.
- Siempre tan agradable. - resopló mi padre.
- Venimos a convencer a tu hermano de que se vuelva a Dinant. - contestó mi madre.
Me empecé a reír como un loco.
- ¿Vuelves al campo, hermanito? ¿A la casa de "Maman et Papa"? - me burlé de él - ¿Vuelves a la granja?
- Él puede quedarse en Dinant, por supuesto. No tiene por qué volver a la granja. - explicó mi madre - Pero ahora que viene el nieto, hemos pensado que va a necesitar ayuda, y que mejor si nos tiene a menos de una hora de distancia. Además, ¿qué mejor lugar para criar a un niño que el campo? Bélgica es un país precioso, Alice será muy feliz allí.
A juzgar por la cara confusa de Alice, a quien sus clases de francés del instituto no le habían servido más que para aprender a saludar y pedir la hora, no, no iba a ser muy feliz allí, por lo menos al principio.
- No es mala idea. - vacilé a mi hermano - Volveré a tener la casa para mí solo.
- También creemos que tú deberías volver. - dijo mi padre.
Mi risa se esfumó.
Claude Peteers era una persona muy seria, un hombre de campo que había ganado todo lo que tenía a base de trabajo duro y esfuerzo. Mi padre intimidaba, no sólo por su tamaño, sino por aquellos ojos grises que tenía y que parecían poder leer la mente.
¿Volver al campo? ¿Yo? Ni de broma. Estaba muy bien sin ellos, en Edimburgo, con mis negocios. Me había ganado aquella ciudad, no iba a volver a Dinant.
- Ni de coña. ¿Por qué debería volver? - pregunté, muy serio y a la defensiva.
- Sabemos que estás muy solo aquí. - dijo mi madre - Edimburgo no es un lugar para alguien como tú.
- ¿"Edimburgo no es un lugar para alguien como yo"? ¡¿Y qué sabréis vosotros?! ¡¿Desde cuándo os preocupáis por mí?
- Siempre nos hemos preocupado por tí. - mi madre parecía sorprendida por mi reacción.
- ¡Oh, por supuesto que no! - contesté, riendo de lo que acababa de decir.
- No nos gusta verte sólo. Ahora que tu hermano se va, queremos que vuelvas tú también. - dijo mi padre.
- No me quedan amigos en Bélgica. - contesté.
- Por lo que nos ha contado Elliot, aquí tampoco. - contestó mi madre.
- ¿Y os vais a fiar de él? - reí de aquella pregunta que acababa de hacer- ¿Para qué preguntaré si ya conozco la respuesta?
Miré a mi hermano. Él seguía con el ceño fruncido. No sabía que le habría contado a nuestros padres: siempre salía con una mentira nueva. Sé que a los pocos meses de venirme yo a estudiar al Reino Unido, él mintió y dijo que se venía a hacerme compañía y estudiar, aunque en realidad no sé a dónde fue ni qué hizo durante varios años. Elliot sólo regresaba a mi vida cuando necesitaba dinero.
- No puedes negar que estás sólo, Marcel. - dijo mi madre - Además, no serás joven para siempre y deberías ir pensando en buscar pareja, y si es belga, mejor.
Entonces sí que me reí.
- Por favor, ¿no me estarás diciendo que se me pasa el arroz, no? - me reí con nerviosismo - "Maman", tengo 25 años, te lo recuerdo.
- Pocos más que esta chica, y ella ya va a formar una familia. - respondió mi madre.
- No voy a comentar lo que me parece su embarazo, más que nada por respeto a Alice, pero desde luego no es nada positivo. - me levanté de la silla.
- ¡Siéntate! - gritó mi padre.
- Ya no soy un niño. - respondí - Ya no puedes pegarme. - sonreí desafiante.
- ¡Marcel! - dijo mi madre, horrorizada.
- ¿Qué está ocurriendo? - preguntó Alice al ver que el volumen de nuestra conversación aumentaba.
- No volveré. - reafirmé.
Entonces nos quedamos en silencio, mirándonos.
- Sólo fue una vez. - se defendió mi padre - Estaba borracho.
- Me rompiste el brazo. Por tu culpa perdí fuerza para la competición nacional. Podría haber ganado, ¿sabes? No, no lo sabes. No vinisteis a verme.
- ¿Cuántas veces te tenemos que decir que lo sentimos? - suspiró mi madre.
- Hasta que me lo crea.
Me senté en el sofá y me froté los ojos.
- Podéis dormir en mi cama. Yo dormiré aquí.
Mi hermano salió de su silencio y desde el sofá escuché cómo le decía que, aunque lo sentía, no iban a acompañarlos de vuelta a Dinant.
- Pero no tienes hogar, ni trabajo, ni nada. ¿Por qué no vuelves? - mi madre le acarició la mejilla.
- Tengo cosas que hacer aquí. - contestó.
Estuvieron un rato más discutiendo los pros y los contras de volver a Dinant y después se marcharon a la cama. Mi hermano había logrado convencerlos de que iría más adelante, aunque yo no lo creía.
A eso de las tres, escuché unos pasos que bajaban las escaleras. Alice intentó no hacer ruido, pero sus pisadas pesaban demasiado sobre el parquet.
- ¿Qué ocurre? - pregunté.
Ella se asustó al escucharme.
- Tenía sed. - respondió a la vez que cogía un vaso y lo llenaba con agua del grifo.
Ella se sentó en la butaca que estaba junto al sofá en el que estaba tendido.
- ¿No puedes dormir? - me preguntó y yo negué - Elliot me ha contado vuestra conversación...
Esperé en silencio a que ella continuase.
- ¿Te pegaban, Marcel?
- Sólo fue una vez. Y la verdad es que yo había cabreado bastante a mi padre. Ni siquiera sé por qué he sacado el tema de nuevo.
- ¿Qué hiciste? - preguntó con timidez.
- Cogí un tren que iba a París sin decirles nada, ni siquiera pensé que fuesen a buscarme. Desgraciadamente ni pasé la frontera, los policías me atraparon en Bruselas. En aquel momento yo tenía diecisiete años, a punto de cumplir dieciocho, pero seguía siendo menor de edad. Era cuestión de tiempo que me encontrasen, y la verdad, ahora que lo pienso, creo que fue una tontería. - me reí de mis errores - Cuando llegué a casa, mi padre me dio la famosa paliza. Elliot no la presenció, por aquel entonces estaba en rehabilitación. - sonreí con amargura - ¿Y lo de Dinant? ¿Te gustaría ir?
- No lo sé, eso depende de Elliot.
Ella pareció recordar algo.
- ¿Te parece mal mi embarazo?
- Me parece que has cometido el error de tu vida. Aunque tampoco debe importarte mucho lo que yo diga.
Apoyé de nuevo la cabeza en la almohada y Alice subió las escaleras en silencio, probablemente dolida por mi comentario. No dormí nada, y cuando recibí la llamada de Willow a las siete, yo estaba despierto. El envío había sido un éxito mayor que el anterior, y nuestro siguiente destino sería Barcelona.
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