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* 6 *

Durante las siguientes semanas, la vida no presentó ninguna diferencia en la rutina de Trini, salvo la emoción que la embargaba cada vez que Dante venía a verla. La amistad entre ellos crecía con velocidad, y ambos se sentían a gusto en la oscuridad de aquella habitación número ocho, contándose secretos que nunca antes habían compartido con nadie más, riendo sin parar de cualquier cosa, o bien, durmiendo unas horas.

La vida de Dante tampoco tuvo cambios significativos, todavía seguía casi todo el día encerrado en su casa, en su habitación, salvo por las noches en las que iba a ver a Trini y los días que tenía clase en la universidad.

Pero un día, el profesor de Cálculos, dio una tarea para hacer de a dos, y como las parejas fueron elegidas por orden de lista, a él le tocó con Priscila. No le quedaría más opción que hablar con ella.

Con los nervios a flor de piel, aquella noche, Dante se preparó para ir a ver a Trini. Tenía que contarle aquello y pedirle un consejo, sentía que cuando tuviera a Priscila en frente, la lengua se le paralizaría, el corazón le saldría del pecho y el sudor lo haría quedar en ridículo. Y a pesar de ser bueno en aquella materia, estaba seguro de que toda la información se le borraría del cerebro con solo la presencia de la muchacha.

Trini, lo escuchó relatarle aquello mientras lo veía caminar de un lado al otro de la habitación. Su sola presencia trasmitía todos los nervios de los que estaba siendo presa en aquel momento.

—No podré hacerlo, quedaré como un estúpido, ¿comprendes? ¡No puedo quedar como un estúpido con ella! —explicó.

—A ver... Detente —pidió la muchacha a lo que Dante dejó de caminar y la observó—. Ahora, ven aquí —dijo haciéndole un espacio en la cama.

Dante se sentó a su lado, ya hacía varios días que lo hacía. Trini se arrodilló detrás de él y comenzó a hacerle masajes en el hombro con mucho cariño.

—Estás muy tenso —susurró y él solo asintió—. Y no tienes por qué ponerte así, Dante —dijo la muchacha.

—Pero...

—Entiendo todas las cosas que me has dicho, sé que tienes miedo de que pase lo peor y que ella huya de ti, pero eso no sucederá —afirmó—. En el mejor de los casos, se dará cuenta de lo buena persona que eres, y en el peor, igual debe hacer la tarea, ¿no es cierto? —preguntó.

Dante sonrió. ¿Cómo era que Trini lograba calmarlo de aquel modo?

—Sí... bueno, en eso tienes razón.

—¿Entonces? ¿Qué es lo peor que puede suceder? —preguntó la muchacha—. ¿Qué te pongas a sudar o que te olvides de todo lo que sabes?

Dante asintió.

—O que... no me salgan las palabras y comience a tartamudear —añadió.

—Bien. Asegúrate entonces de que el sitio donde harán el trabajo sea un lugar con buena ventilación, que haya aire acondicionado o un buen ventilador —dijo Trini sin dejar de masajear los hombros del chico—, lleva una ropa cómoda y una toalla que te permita ir al baño a secarte si sientes que tu cuerpo te traiciona. ¿Está bien?

Dante asintió.

—Sudar es algo normal, Dante, todos lo hacemos...

—Claro, pero lo mío es...

—No quiero que digas la palabra «asqueroso» —pidió interrumpiéndolo—. No eres asqueroso, siempre estás limpio y hueles bien —admitió la muchacha—. No pienses en que estás sudando, no pienses en el exterior. Enfócate en todo lo que tienes dentro, Dante. Cuando la tengas en frente, no pienses en ella viéndote como tú te ves a ti mismo, no creas que te encontrará esos defectos que tú te ves, ni que se fijará en tu gordura. Tú enfócate en que ella vea las otras cosas que tienes.

—¿Otras cosas? —preguntó Dante sin comprender.

—Tu sonrisa, por ejemplo —dijo Trini con sinceridad—. Es hermosa, tienes una dentadura perfecta y cuando ríes... alegras toda la habitación —añadió.

Dante se sintió incómodo con aquella especie de piropo.

—No pienses en que ella es Priscila, trata de pensar que es tu amigo Lucio, con el que sueles hablar de juegos o cosas de informática. Que ella se dé cuenta que tú sabes mucho, sin alardear, claro —agregó—. Si piensas que se te trabará la lengua, sucederá. Tú simplemente imagina que soy yo y que estás hablando conmigo.

—¿Crees que funcionará? —preguntó Dante y la muchacha asintió.

—Antes del encuentro revisa tus apuntes de esa materia, lo que necesitas saber para el trabajo. De manera que te asegures que lo tienes fresco en la mente.

—Gracias, Trini —dijo él en medio de un suspiro—. Eres la única persona en el mundo que logra calmarme.

La muchacha sonrió y se recostó en la cama.

—Acuéstate aquí —dijo dejándole un espacio.

Dante nunca lo había hecho, pero en ese momento se sintió realmente agotado luego de tanto nervio, y lo hizo. Ambos quedaron observando el techo.

—¿Cómo va la escuela? —inquirió Dante.

—Bien... aunque hay un profesor que me pone bastante nerviosa —comentó—. No te lo había contado antes, pero es un cliente... Es el único, además de ti, que sabe mi nombre y eso no me agrada.

—¿Te ha dicho algo? ¿Ha sido descortés? —preguntó Dante.

—No... De hecho, salvo el primer día, que noté que se había puesto nervioso, no volvió a venir por aquí, y tampoco me ha hablado. Me dijo que lo mantendríamos de manera profesional y que no me preocupara.

—Quizá sea cierto, Trini, relájate —dijo Dante y ella asintió. Después de todo ya llevaba varias semanas en clase y el profesor no había hecho ningún comentario extraño.

—El semestre que viene debo hacer pasantías, no sé cómo podré con todo —murmuró y cerró los ojos agotada.

—Deberías... deberías buscar otro trabajo, Trini —dijo Dante con un poco de temor al exteriorizar aquel pensamiento. Ambos quedaron en silencio.

—No sé hacer otra cosa... —susurró al fin ella.

—Pues puedes aprender...

—Tengo miedo...

—¿Cómo fue que comenzaste en esto? —quiso saber el chico.

—Una relación tóxica. Yo tenía solo... catorce años —admitió—. Me enamoré de un chico de casi veinticinco...

—Vaya...

—Sentía que lo amaba y daría cualquier cosa por él. Las cosas en casa no estaban bien, mi abuelo había fallecido recientemente y mi abuela estaba en depresión. Tuve que hacerme cargo de mi casa, de los gastos de la abuela que comenzaba a enfermar, él me propuso ayudarme con los gastos, me dijo que a cambio solo debía bailar...

—Oh...

—Sí... comencé bailando en un cabaret donde él trabajaba. Me consiguieron documentos falsos, ya que era menor de edad, y salía por las noches a escondidas de mi abuela, que además estaba medicada y no se enteraba de nada. Al principio tenía mucho miedo, los hombres que frecuentaban ese lugar siempre estaban borrachos o drogados. Se suponía que algunas éramos exclusivas y no podían tocarnos sin nuestro consentimiento. Él me prometió protegerme, me dijo que nada me sucedería...

—¿Entonces?

—Entonces él me empezó a presionar para que estuviera con hombres. Me dijo que solo sería con algunos, los más importantes o adinerados. Que él se encargaría de que yo estuviera a salvo y que ganaría mucho dinero.

—Qué basura de persona —murmuró Dante con enfado.

—Así es... Me negué por varios meses, hasta que nos quitaron la casa. Mi abuelo había dejado deudas que mi abuela no podía pagar. Nos desalojaron, nos sacaron todo. Mi abuela tuvo un pico de presión y la tuvimos que internar, no podía pagar los medicamentos, ni los estudios que había que hacerle, no tenía donde dormir y él me permitía quedarme en el cabaret. Empezó a darme dinero, a ayudarme, pero al mismo tiempo la presión aumentaba. Me mostraba cuánto dinero ganaría y me decía que sería capaz de poder pagar todas las cuentas y mantener a mi abuela como se merecía.

—Y lo aceptaste...

—Terminé haciéndolo. No encontré otra salida, Dante —dijo como si se justificara.

Dante la tomó de la mano, era la primera vez que lo hacía, sentía la culpa en sus palabras y le pesaban tanto que hasta le dolían a él.

—Entiendo, Trini, no tuviste opción —dijo él de una manera tan empática, que la chica derramó un par de lágrima en la oscuridad. Él la entendía, él no la juzgaba.

—La primera vez fue con un hombre horrible, Dante —musitó—. Estaba sucio, su piel olía a cerveza y orín. Era como si no se hubiese bañado en días. Era un político importante. Me dio mucho dinero.

—No puedo imaginarlo —susurró dándole un apretón más fuerte en la mano.

—Vomité tanto, que creí que el estómago me había salido por la boca —admitió—. Hasta ese momento solo había tenido relaciones con mi novio, y aunque no me parecían gratas y me resultaba doloroso, pensé que era algo que debía suceder, y que en algún momento las cosas se normalizarían. Pero este hombre, me hizo daño... yo era una niña... y él... fue tan brusco, tan violento...

—¿Qué te dijo tu supuesto novio después de aquello? —quiso saber Dante.

—Me dijo que no me preocupara, que las cosas se normalizarían y me acostumbraría. Que incluso llegaría a gozarlo —admitió. Hablar de aquello era como sangrar, como dejar fluir penas y recuerdos que tenía anudados en el centro de su alma—. Me enfadé con él, le dije que no volvería a hacerlo y salí a la calle. No iba a quedarme más en el cabaret.

—¿Entonces?

—Entonces no tenía donde dormir, en el hospital no podía quedarme todas las noches, dejé la escuela, comía de la basura —admitió—. Buscaba restos de comida en la basura, Dante —repitió con un sollozo—. Conseguía algunas monedas en las calles, pidiendo limosna, y con eso compraba lo básico que necesitaba mi abuela. Ella nunca se dio cuenta de nada, ¿sabes? Yo guardaba en una bolsa plástica mi único vestido lindo, y cada vez que iba a verla, trataba de arreglarme, de peinarme y asearme para que no se diera cuenta de todo lo que estaba atravesando.

—Dios mío, Trini, eras solo una niña —exclamó él con desespero—. Tenías que habérselo dicho, para que ella hiciera algo. Yo nunca te pregunté esto, pero, ¿y tus padres? —quiso saber.

—No sé quiénes son, me abandonaron al lado de un basurero cuando tenía cinco o siete años, según me cuenta mi abuela. Yo... siempre fui eso, ¿lo ves? Basura —admitió con dolor algo que tenía muy dentro de sí.

—No digas eso, Trini, por favor —pidió el chico.

—La mujer a la que llamo abuela y su marido me adoptaron. Ellos ya eran mayores en ese entonces, pero lograron hacerlo por amistad con un juez o algo así. Y se los agradezco, me dieron todo lo que una niña puede necesitar, amor, educación, alimentación... Yo no podía no retribuirle todo eso a mi abuela, Dante. Le debo todo...

—Lo comprendo...

—Ella no iba a poder hacer nada por mí, si le contaba eso se pondría peor. Estaba tratando de salir adelante, escapar de su depresión y de sus enfermedades físicas para poder ir a casa. Aunque no teníamos una...

—¿Dónde pensaba ella que tú estabas viviendo?

—Con una compañera de la escuela... pero yo ya no iba a la escuela...

—¿Entonces regresaste al cabaret?

—Regresé para hablar con Ramiro, mi novio, para pedirle que me ayudara. No me había buscado en todos esos días, pero yo todavía creía en que él me amaba y cosas así... Y me dijo que me ayudaría, si aceptaba entrar al negocio.

—Y lo hiciste...

Trini asintió con tristeza.

—Conocí a una mujer, su pseudónimo era Bridgit. Ramiro me la presentó cuando acepté entrar al negocio. Ella era la que tenía más experiencia. Me llevó a una habitación donde me dejó bañarme y me dio un plato de comida. Luego de eso, me bautizó como Elsa, me dijo que inventarse un nombre falso ayudaba a mantener la cordura, a no perder la esencia de quién una realmente era. Me advirtió que Elsa y Trini no eran amigas, y que nunca debía dejarlas interactuar al mismo momento, donde estuviera Elsa, no debía estar Trini y viceversa, o crearía un caos en mi propia existencia —admitió—. Me habló de cuidados, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados y... me contó del lugar seguro.

—Al cual vas cada vez que estás con un cliente...

—Exacto... Le dije que no sabía cómo lo haría, pues la única vez que lo había hecho me había sentido demasiado mal, entonces me explicó sobre su teoría. Me dijo que el cuerpo era solo el estuche del alma, y que cuando estábamos con un cliente, el alma no estaba involucrada. Me dijo que para ello, debía aprender a separar mi cuerpo de mi alma, y que Elsa era solo mi cuerpo y Trini mi alma. Me explicó que cuando llegaban a mi cama los clientes, debía adormentar a Trini, dejar que Elsa se encargara y enviar a Trini a algún sitio donde siempre hubiera querido estar... Mi mente se encargaría de recrear escenas positivas y bonitas, y olvidaría lo que estaba sucediendo en mi cuerpo, que estaría al mando de Elsa.

—Eso... suena extraño —admitió Dante.

—Sí, pero ha funcionado —respondió ella—. No fue fácil al principio, pero entonces... lo logré. Separo a Trini de Elsa y nunca están juntas en el mismo sitio, no son compatibles, no se llevan bien. Trini repudia a Elsa y lo que hace... Pero Elsa nos ha mantenido a salvo, hemos comido, hemos podido acabar la escuela e ingresar a la universidad... hemos salido adelante, nos hemos encargado de la abuela y sus necesidades sin tener que depender de nadie más.

—¿Qué pasó con Ramiro?

—Comenzó a tratarme mal, las cosas cambiaron entre nosotros. Él no separaba a Elsa de Trini, ¿sabes? Y... me maltrataba física y verbalmente. Comenzó a ver a otras mujeres y... acabamos por terminar con la relación.

—¿Fue sencillo? Tengo entendido que esos hombres no te dejan ir tan fácilmente.

—No lo hacen, pero... tuvo que hacerlo —admitió—. Conocí a Isa y me ofreció llevarme a su burdel, yo ya era mayor de edad. Él se negó, pero ella amenazó con demandarlo demostrando que yo era solo una niña cuando me reclutó. Lo planeamos todo, ella me ayudó y salí de allí. Desde ese entonces estoy aquí, en La estrella negra.

—¿Y cómo te tratan aquí?

—Bien... ella es una mujer fuerte, tiene sus reglas. Si las cumplimos estaremos bien. Me siento segura aquí, ella no deja que nadie se propase con nosotras o nos haga algo que no queremos, dentro de lo que se puede esperar en esta clase de cosas. Siempre cree en nosotras y no en los clientes, siempre sale a nuestro favor —admitió.

—¿Piensas... dejar esto alguna vez? —quiso saber Dante.

—Estoy ahorrando para hacerlo. Terminaré la universidad este año y con mis ahorros llevaré a mi abuela a vivir a un hogar de ancianos que hay en Luna Blanca.

—Eso queda lejos...

—Necesito empezar de cero, Dante. No podré hacerlo si me quedo aquí. Necesito dejar a Elsa aquí, ¿comprendes?

—Lo entiendo...

—Ya he averiguado todo, mis ahorros me servirán para mantenerla en ese sitio por un par de meses, yo arrendaré un cuarto y buscaré trabajo. Si lo consigo, todo estará bien, saldremos adelante —susurró—. Es la última esperanza que me queda —admitió.

—Estoy seguro que lo lograrás —dijo él y ella suspiró. Esperaba que dijera algo así.

—El mundo en el que me muevo es un mundo sin esperanzas, Dante. Isa dice que el futuro no existe y que no es bueno planear porque nada sale como lo planeamos. Dice que el amor verdadero no existe, dice que no es bueno albergar esperanzas... Pero si no me aferro a esta idea, si no me atajo a lo último que puede sacarme de aquí, no lo lograré.

—Yo pienso que haces bien, Trini. Y estoy seguro de que lo lograrás... Lo sé —dijo el chico y ella se dio media vuelta para mirarlo.

Él la miró también, se veía tan bella y radiante como un ángel, le parecía tan inocente incluso disfrazada en aquellas prendas tan pequeñas que no dejaban nada a la imaginación.

—Mi lugar seguro es ese —susurró—. Yo recostada en las arenas de las playas de Luna Blanca, el sol radiante quemándome la piel, el mar turquesa abriéndose a mis pies, inmenso, imponente. El cielo enorme, sin límites, cobijándome. A veces vuelo, observo el mundo desde arriba, el mar, la gente, las familias divertirse en un día de playa. Cada noche, con cada cliente, pienso en ese sitio. Afianzo mis esperanzas y mis ganas de alcanzar mi libertad...

Dante no pudo evitar acariciar un mechón de su cabello rojo, sus lágrimas caían con delicadeza y él se encargó de secarlas con sus regordetos dedos.

—Estoy seguro que lo lograrás, Trini. Un día estarás en ese lugar, y estarás al fin a salvo —prometió.

Ella escuchó aquello y se puso a llorar con más énfasis. Él también creía en sus sueños, y no solo eso. La miraba con una dulzura inmensa, como si realmente deseara que ella alcanzara lo que anhelaba. No la miraba con lujuria, no la miraba con deseo, la miraba con ternura. Y nadie, nunca la había mirado así.

—Nunca había hablado de esto con nadie —admitió la muchacha en un débil susurro antes de cerrar los ojos—. Gracias por escucharme y sobre todo por no juzgarme.

Dante no respondió, la dejó dormir un poco, aún quedaban un par de horas hasta el final de la noche. Y desde hacía días él pagaba la noche completa, ese era su regalo para su pequeño ángel, aquel que le daba un poco de confianza en sí mismo y lo hacía relajarse.

Le hubiera gustado poder darle mucho más, sacarla de allí, llevarla a su casa, que durmiera una noche entera en una cama decente bajo cobijas limpias y con un pijama de gatitos, sin maquillaje, sin redes de nylon apretando su cuerpo. Le hubiese gustado cocinarle un desayuno de esos que tan bien le salían. Le hubiese gustado poder sacarla de esa vida que la tenía prisionera, pero no podía. Tenía dinero, sí, pero nada más. Vivía con un padre estricto que no sabía nada de él y de quien él tampoco sabía nada, ni siquiera se había animado a mudarse a vivir solo. Tenía miedo de respirar, ¿cómo iba a ayudar a alguien? ¿Cómo iba a salvar a alguien si ni siquiera era capaz de salvarse a sí mismo?

Lo único que podía era comprarle una noche, de vez en cuando, regalarle calma y tranquilidad, respetarla. Brindarle por unos minutos, un sitio seguro que no esté solo en su imaginación.

Esa noche, Dante decidió, que vendría a verla todos los días.


Espero que hayan pasado un buen comienzo de año. Por todas las cosas que están pasando en el mundo, parece que será un año difícil a nivel general. De todas maneras, a seguir para delante. 

Este año tengo varios proyectos, solo espero poder organizarme un poco con ellos. Espero tenerlos cerca, pronto haré el primer video del año.

Besos,

Ara

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