* 4 *
Los tres días siguientes a su visita a La estrella negra, Dante no pudo dejar de pensar en aquella joven pelirroja, semidesnuda y hermosa con la que había podido hablar por un buen rato. Pensó que al día siguiente, luego de aquella experiencia, podría entablar una conversación con Priscila, o tan siquiera decirle hola. Pero no, la voz no le salió cuando la muchacha pasó a su lado sin percatarse de su presencia.
Lucio le había escrito para preguntarle qué tal le había ido, y Dante no quiso admitir que no había sucedido nada sexual, así que respondió que todo salió como esperaban. Lucio le preguntó si volvería, y él le dijo que planeaba hacerlo pronto.
Por eso, esa tarde de jueves, se bañó y se vistió poniendo especial atención en su aspecto personal. Quería pasar un buen rato con Elsa, conversar un poco, y quizás animarse a besarla. Quería pedirle que le enseñara como hacerlo, para un día poder besar a Priscila y quedar bien con ella.
Cerca de las diez de la noche, se dispuso a salir. Su padre al verlo, frunció el ceño confundido. Su hijo nunca salía, y menos en la noche.
—¿A dónde vas? —quiso saber.
—A... a casa de un amigo —respondió Dante algo nervioso.
—Hmmm. ¿Y desde cuándo tienes amigos? —inquirió.
—Pues... desde hoy —respondió sin saber de dónde sacaba el coraje para responderle. Lo cierto es que le temía.
—Bien... no regreses tarde —dijo el hombre y Dante salió lo más rápido que pudo.
Su padre era una persona estricta y distante, y aunque vivían bajo el mismo techo, casi nunca hablaban o cruzaban más de dos palabras.
Dante llegó a La estrella negra y se bajó de su vehículo. De pronto se preguntó si acaso Elsa estaría libre, pero decidió que no perdía nada con intentarlo, y que si no era así, volvería a su casa.
—¡Dante! —saludó Isa al verlo—. ¿Cómo te ha ido? —Tenía especial facilidad para recordar los nombres y los gustos de los clientes.
—Bien... yo...
—Sí, ya sé lo que quieres, grandulón —bromeó Isa—. ¿Con Elsa de nuevo? ¿O quieres probar otra...
—No, con Elsa, con Elsa —dijo apresurado Dante antes de que ella terminara de hablar.
—Bien, ella está terminando con un cliente, ¿la quieres esperar? —inquirió.
—Sí... la esperaré —asintió Dante algo nervioso.
Se sentó en un costado de la sala de espera y observó a un par de hombres entrar y salir, estaban elegantemente vestidos y parecían personas importantes. Un joven apuesto salió de la habitación número ocho y Dante supo que había estado con Elsa.
Era un chico bien parecido y joven, Dante se preguntó por qué tendría alguien como él que buscar ayuda en una prostituta.
—Elsa ya está libre —avisó Isa—, dale unos minutos para que se prepare para ti —añadió.
Dante asintió y pensó en la muchacha. ¿Qué clase de vida llevaría? ¿Qué haría en las mañanas? ¿Por qué trabajaba allí? ¿Acaso le gustaba hacerlo? ¿No era peligroso? ¿Por qué alguien con su belleza tenía que hacer aquello? ¿Cómo se sentiría de estar con uno y luego con otro?
—Puedes pasar —dijo Isa sacándolo de sus pensamientos.
Dante se levantó y caminó pesadamente. Entonces abrió la puerta número ocho e ingresó. Elsa estaba sentada en la cama, su cabello pelirrojo caía en ondas sobre sus hombros y al chico le pareció que sus ojos se iluminaron al verlo.
—¡Dante! —saludó con emoción—. Pensé que ya no vendrías —admitió.
—Te dije que volvería —susurró el muchacho con nervios. Al fin de cuentas, todavía no se acostumbraba a eso de hablar con otras personas.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó Elsa y se acercó hacia él.
—Bien, igual que siempre... —dijo él encogiéndose de hombros.
—¿Has hablado con la chica? —quiso saber Elsa.
—No... no he podido hacerlo —murmuró con vergüenza.
—No te preocupes, ya lo harás —prometió—. ¿Qué quieres que hagamos hoy?
—Yo... —Dante quiso decirle que quería que le enseñara a besar, pero no se animó a hacerlo, así que solo se encogió de hombros.
—¿Has pedido el servicio completo? —preguntó Elsa y él asintió—. ¿Y hoy sí quieres que suceda o solo quieres hablar?
—Hablar estará bien —dijo Dante con seguridad—. Además, imagino que estarás cansada, acabas de...
Elsa se encogió de hombros un poco apesadumbrada, era la primera vez que alguien se preocupaba por su cansancio.
—Supongo que estoy acostumbrada...
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Dante con algo de temor.
—Lo que quieras, pero ven, siéntate.
Elsa se sentó en la cama y Dante, aunque dudó, esta vez la acompañó, sentándose a su lado, aunque no demasiado cerca. La chica era pequeña y parecía frágil, él parecía demasiado rudo para ella.
—Dime...
—¿Cómo lo haces? ¿Cómo estás con una persona y con otra? —preguntó y vio que la muchacha bajó la vista apesadumbrada—. No tienes que responderme, Elsa...
—Quiero hacerlo... —respondió—. Es decir, quiero responderte —añadió con premura para que no malinterpretara la frase—. Lo hago por necesidad, Dante, y esto es algo de lo que no se puede salir tan fácilmente. Cuando estoy con un hombre, lo único que hago es desconectarme de mi propio cuerpo, me desenchufo y voy a un lugar al que llamo un sitio seguro en mi interior, allí no pienso en nada, imagino que vuelo en libertad, que nada de lo que le están haciendo a mi cuerpo me afecta en realidad...
—¿Cómo se desconecta uno de su propio cuerpo? —preguntó Dante confundido.
—Es algo que he hecho desde muy pequeña, no sé cómo explicarlo, supongo que es una reacción de evasión o algo similar.
Entonces ambos quedaron en silencio.
—Yo lo que hago cuando me siento aturdido, es comer —admitió Dante—. Sé que no es la salida, pero siempre ha sido así para mí... La comida llena todos mis vacíos... Supongo que es mi sitio seguro...
Elsa sonrió al ver el esfuerzo del chico por hacerla sentir mejor.
—¿Qué es lo que más te gusta comer? —preguntó la muchacha.
—Pasta, carne... como lo que sea —añadió él encogiéndose de hombros—. Mi papá me dijo que debo meterme a algún programa para bajar de peso o acabaré como mi madre...
—¿Qué le pasó? —preguntó Elsa.
—Murió de un ataque cardíaco, tenía sobrepeso, diabetes... bueno, todo lo que trae consigo la obesidad mórbida.
—Deberías cuidarte entonces —dijo Elsa y él se encogió de hombros.
—La verdad es que no me importa mucho...
Elsa no dijo nada, ella entendía esa sensación de dejadez, de abandono a uno mismo.
—¿Sabes? El otro día entré en Google y puse Dante y videojuegos, quería ver lo que haces —comentó.
—¿Y me encontraste? —inquirió el muchacho.
—No sabía que fueras tan famoso, y... además eres muy chistoso —dijo la joven con una risita traviesa—. Aún me cuesta creer que te sea difícil hablar con la gente...
—Bueno... todos conocen al personaje —admitió él—, es fácil ponerse máscaras y ocultarse tras una pantalla.
Elsa asintió, ella también tenía un personaje tras cual se escondía todas las noches.
—Crear personajes es peligroso —añadió—, un día no sabes quién es quién, dónde está tu verdadero tú y dónde empieza el personaje...
—Supongo que tú también tienes el tuyo, ¿Elsa? —inquirió él sabiendo que ese no era su nombre real.
—Así es... aquí —dijo ella señalando la habitación—, soy Elsa... y Elsa no es como yo...
—¿Cómo eres tú? —quiso saber Dante.
—Yo... solía tener muchos sueños, esperanzas. Imaginaba un futuro, esperaba recibirme de enfermera, conocer a alguien, enamorarme locamente, casarme... Ya sabes, una vida común y corriente. Sueños infantiles, tal vez...
—¿Y ya no lo esperas? —Elsa negó.
—Nadie querría casarse con una prostituta. Nadie, Dante —afirmó.
—¿Pero esperas dejar de hacer esto en algún momento? —quiso saber Dante.
—Sí, cuando termine mi carrera... Estoy cansada y cada vez es peor, hay más riesgos, enfermedades y cosas así —admitió.
—Lo imagino... ¿Cuánto te falta? —preguntó.
—Un año...
—Y entonces podrás cumplir tus sueños, ¿no lo crees? Estoy seguro de que tendrás a muchos chicos enamorados rogándote porque te cases con ellos —bromeó.
—No, o bueno... siempre he tenido a hombres proponiéndome cosas —admitió—, pero... soy yo la que no me considero digna de uno luego de esta vida... No me considero digna de amar ni de ser amada. Este trabajo, Dante, se ha llevado mi dignidad... y eso no se puede recuperar.
—No estoy de acuerdo —dijo el muchacho—. Pienso que eres una gran persona, y que tu dignidad no depende de lo que hagas aquí, o de lo que Elsa haga aquí.
—Eres muy dulce, Dante —dijo Elsa con una sonrisa tierna—. Pero el mundo real no es así, los hombres no son así.
—Prométeme que me invitarás a tu boda —pidió Dante y Elsa se echó a reír.
De nuevo las risas comenzaron y ambos empezaron a divagar imaginando cómo sería la boda.
—Quiero casarme en la playa —dijo Elsa—, de día, frente al sol, observando la inmensidad del océano —añadió—. Nunca he estado en el mar...
—No sé si podré asistir, me da miedo salir y menos a la playa —dijo Dante, Elsa lo miró y él se echó a reír—. No seré un buen espectáculo en traje de baño. Ahuyentaré a tus invitados.
—¡Deja de decir tonterías, Dante! —dijo Elsa acercándose al chico.
Entonces, se arrodilló tras de él y comenzó a hacerle pequeños masajes en el hombro, Dante sintió todo su cuerpo tensarse ante el tacto suave de la muchacha.
—Podrías hacer ejercicios, ¿sabes? Los hombres bajan más rápido que las mujeres, estoy segura que si bajas unos kilos te verás guapísimo, y sobre todo, te sentirás mucho mejor, Dante.
—¿Lo crees? No sé, no creo poder —admitió—. Pero prometo intentarlo unos meses antes de tu boda —dijo entre risas.
—Me haces reír, ¿sabes? —dijo la muchacha—. Y nadie logra eso —afirmó.
—Y tú me haces sentir alguien normal —añadió él—. Y nadie logra eso.
—Para mí eres normal, Dante... —dijo ella dándole un dulce beso en la mejilla.
El chico sonrió. La idea de que una chica lo viera como a cualquier chico le resultaba extraña, increíble, imposible, pero a la vez agradable.
—¿Sabes para qué soy bueno? —inquirió Dante y ella negó.
—¿Para jugar videojuegos?
—Además de eso —admitió—. Soy bueno dando masajes en los pies, siempre se los hacía a mi madre. ¿Quieres uno?
—¿Masajes? —inquirió Elsa—. Pero se supone que soy yo la que debe... darte algunos... —añadió.
—No esa clase de masajes —dijo él volviendo a hacerla reír—. Déjame ayudarte a relajarte un poco y a olvidar a Elsa por unos minutos...
Catrina sintió como si su corazón latiera de prisa, Elsa era quien se escondía en la oscuridad y le daba paso a ella cuando estaba con Dante.
El chico le pidió que se recostara en la cama y se pusiera cómoda, él le sacó los tacos y acarició sus pies con una mezcla perfecta de habilidad, fuerza y dulzura. Catrina cerró los ojos y disfrutó sin necesidad de esconderse en ningún lugar seguro.
Esa noche, Catrina supo, que Dante era un lugar seguro.
—Catrina... ese es mi verdadero nombre... puedesllamarme Trini —murmuró antes de quedarse dormida.
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