* 28 *
A Dante le costaba mucho dejar de pensar en Trini, dejar de preguntarse cómo y dónde estaría. Si tendría dinero para vivir, si estaría de nuevo en el burdel, si habría conseguido un empleo. Estaba enfadado con ella, consigo mismo, con la vida, con todo lo que había sucedido, y ni siquiera lo acababa de entender.
Priscila se había acercado cada vez más a él en todo ese tiempo, pasaban mucho tiempo juntos, y aunque se divertía con la chica, no se sentía completo. La muchacha le dio indicios de que quería algo más, pero Dante no cruzaba la línea. No se sentía seguro.
Esa tarde, Priscila llegó a la casa con un videojuego nuevo que había comprado su hermano. Quería jugarlo con Dante, y así lo hicieron, pasaron horas de diversión. Pero cuando acabó, él solo recordó aquella tarde en la que le había enseñado a Trini a jugar sus videojuegos.
—¿Qué es lo que sucede, Dante? Desde que regresaste de ese viaje has estado extraño —dijo Priscila observándolo—. Pensé que regresarías feliz, orgulloso de ti mismo. ¿Qué ha sucedido?
—No lo sé, no me siento muy bien —admitió.
—Puede ser por los cambios de alimentación que estás iniciando, eso a veces hace que uno se sienta un poco triste —mencionó—. Me suele pasar cuando hago dietas... Pero te ves bien, has perdido mucho peso y el gimnasio está dando sus resultados —dijo la chica para levantarle el ánimo.
En un mes, Dante había perdido diez kilos, parecía mucho, pero en su cuerpo en realidad no se notaba todavía. Había ido al gimnasio por recomendación de la nutricionista, le había costado, le daba vergüenza iniciar en un sitio donde todos parecían esculpidos por los dioses griegos. Sin embargo, pensó en Trini, y en todo lo que lo alentaría a hacerlo, a vencer ese miedo, y con su imagen en la mente, se adentró en ese mundo.
Allí conoció a Santiago, su entrenador, que lo trataba con mucho respeto y que le impulsaba a dar lo mejor de él. Dante comenzó a amar el gimnasio, porque allí sacaba esa sensación de enfado, tristeza, desesperación, que el resto del día lo agobiaba. Había sido una prueba de fuego para él no recaer en las comidas, sobre todo en esos días que se sentía tan deprimido. Pero era Priscila la que le daba fuerzas, era ella la que lo ayudaba a mantener su dieta.
—Dante, puedes confiar en mí... —dijo la muchacha.
—Creo que... extraño a Trini —admitió él.
Le había comentado algo a Priscila cuando llegó, pero solo le había dicho que ella decidió alejarse. La muchacha no entendió, pero no pudo sacar más información.
—¿Por qué no la llamas?
—Porque me pidió que me alejara...
—No la entiendo, si eran como hermanos y tú la habías ayudado mucho y ella a ti, ¿por qué querría alejarse? —quiso saber la chica.
—No lo sé, tampoco lo entiendo. La última vez que nos vimos dijo que necesitaba un cambio en su vida y me dio a entender que conmigo no podría lograrlo —comentó con tristeza. Nunca hablaba del tema y no quería hacerlo con Priscila, pero todo el sentimiento se le estaba pudriendo adentro.
—Dante, yo no sé mucho de ella y no entiendo bien cómo nació esa relación, pero nunca he creído en la amistad entre el hombre y la mujer —musitó—. ¿Estás seguro que eran tan amigos que parecían hermanos?
Dante no respondió, uno no tenía relaciones sexuales con su hermana.
—Es probable que ella haya estado enamorada de ti —continuó Priscila—, es la única manera por la que una chica se alejaría de un chico como tú.
—No lo creo —dijo Dante, pero la observó con cuidado.
—Sé que crees que nadie puede enamorarse de ti —añadió Priscila—, sé que piensas que te ves feo y todo eso, eres inseguro y tu autoestima es casi nula... Yo la vi, es hermosa, y es probable que tú no creas que alguien como ella podría enamorarse de ti, pero yo no lo veo así. Por si no te has dado cuenta, yo me he enamorado de ti —admitió con naturalidad.
—Pris...
—No queda más que admitirlo, ya que has venido rechazando todas y cada una de mis indirectas —dijo con una sonrisa un poco triste—. Al principio pensaba que tú me querías igual, pero luego entendí que no era así, y pues, ya no hay nada que perder, ¿no?
—Claro que sí, Priscila, me gustas, siempre me has gustado... Si es por eso que he conocido a Trini...
—¿Cómo?
—No me animaba a hablarte y... alguien me recomendó que hablara con ella, que podría ayudarme a tener un poco más de confianza en mí mismo y a poder hablarte sin trabarme e invitarte a salir.
—Entonces, ¿por qué no avanzamos? —dijo la muchacha—. Fui yo quien te invitó a salir, fui yo la que te dio nuestro primer y único beso... Te he dejado más que en claro que me agradas y quiero probar a ser algo más que amigos, y tú... parece que no lo ves —susurró.
—Yo...
Priscila tenía razón, ¿por qué él no había avanzado si era todo lo que siempre había querido? Se sentía confundido.
—¿Quieres ser mi novia, Pris? —inquirió entonces.
—Sabes que la respuesta es un sí, Dante, podemos intentarlo —admitió la muchacha y se acercó a él.
Dante la abrazó y la besó, fue un beso tierno, dulce, cargado de agradecimiento y cariño, pero a Dante le faltaba algo más, esperaba que con el tiempo, las cosas tomaran otra intensidad.
—Con respecto a lo que hablábamos antes —dijo Priscila cuando se alejó de él—. Pienso que deberías buscarla, aclarar las cosas con ella.
Dante no respondió, ¿y si estaba enamorada de él? ¿Y si por eso se había alejado? Esa idea lo inquietaba más de lo que podía admitir.
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