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* 21 *

Trini y Dante regresaron al hotel y se despidieron de manera incómoda, él le dijo que ese día tendría muchas conferencias de prensa y reuniones, y que si no llegaba para la cena, se verían al día siguiente de nuevo para la caminata. Ella asintió y prometió divertirse en su recorrido por la ciudad.

Trini regresó a su habitación y se dio un baño. Se sentía confusa y desorientada, no entendía por qué Dante la miraba así, y cada vez con más frecuencia. Le asustaba, aunque también le agradaba, y no encontraba el punto medio ni las razones.

Dante, por su parte, se regañó a sí mismo, se sentía culpable y se odiaba por no poder controlarse, pero se le hacía difícil evitarlo, y no entendía qué era lo que le estaba sucediendo, se sentía un tonto.

Esa mañana, luego de desayunar, Trini y su abuela bajaron a la playa, ambas disfrutaron de un poco de sol, el silencio cómplice y un buen descanso. Trini cerró los ojos y durmió un rato, luego se dispuso a leer un libro y, por último, conversó con su abuela sobre la primera vez que Catalina había ido al mar.

—Estar en la playa con tu amado es hermoso —comentó—. Nosotros tuvimos la luna de miel más romántica —afirmó.
—Me imagino, abu —agregó la muchacha.

—Yo tenía miedo... En esa época no se hablaba de sexo —susurró—. Yo no tenía idea si sabría qué hacer o si sería doloroso, había escuchado que dolía mucho —añadió con picardía.

—Abuela —le regañó Trini, jamás habían hablado de sexo.

—Ay, hija... Ya somos mujeres, grandes —murmuró y le guiñó un ojo—. Debí hablar de esto contigo hace tiempo.

Trini temió que le preguntara por su vida sexual.

—No me dolió, él fue gentil, delicado, dulce... —añadió.

—Qué bueno, ha de ser bonito...

—¿Qué?

—El sexo... Con amor...

—Pues, sí, qué te diré —dijo la abuela y ambas rieron.

Trini quedó en silencio, preguntándose si alguna vez se animaría a estar con alguien físicamente una vez que renunciara a Elsa.

—Cuando estés con alguien de esa manera, te vibrará el cuerpo y el alma —añadió la abuela y Trini se preguntó si ella pensaría que no había estado con nadie aún, le dio tristeza imaginarse cuanta decepción sentiría su abuela si supiera.

Un rato después, decidieron ir a almorzar y luego Catalina subió dormir su siesta. Trini le dijo que saldría a caminar y volvería en la tarde.

Lo primero que hizo fue ir al museo, y luego de salir de allí, sintiéndose extasiada por todo aquello que había visto, camino sin rumbo por el centro de la ciudad, observando vidrieras y escaparates.

De pronto, un joven vestido de amarillo con un sombrero en forma de carita feliz, le salió al paso y le entregó un papel.

—¿Qué es? —inquirió Trini con curiosidad.

—Una invitación para el alma —respondió el chico—. Un café por una charla.

—¿Un café por una charla? —preguntó Trini—, ¿y de qué va?

—Si necesitas hablar con alguien, vas al café de la esquina, elijes entre uno de los que están sentados con estos sombreros —añadió señalando el suyo—. Son profesionales, psicólogos, terapeutas... Hacen un servicio gratuito como agradecimiento por sus trabajos y sus vidas. Solo vas, ellos te escuchan y tú les compras un café. Eso también es simbólico, si no puedes no hay problema. Lo único que debes hacer es sentarte y hablar... De lo que quieras o necesites.

—¿Y la gente se sienta a hablar con desconocidos? —quiso saber Trini, aquello le generaba curiosidad.

—La gente está muy sola últimamente, no te imaginas la ayuda que brinda esta gente. ¿Por qué no te animas?

Trini se encogió de hombros, le agradeció y siguió su camino, pasó frente al café y observó a siete personas con emoticones en el sombrero. Dos de ellos conversaban con otras personas mientras tomaban un café, el resto esperaba mientras veía su celular o leía.

Siguió su camino, pero entonces pensó que no perdía nada con intentarlo. Regresó al café e ingresó. Tres de los siete estaban ocupados, sobraban cuatro. Tres hombres y una mujer, ella tenía un emtoicón con ojos de corazón en su sombrero.

Trini se acercó a la mesa.
—¿Puedo? —La mujer se veía como de mediana edad, cabellos oscuros largos. Leía un libro de tapa amarilla y anotaba cosas en una agenda.

—Bienvenida —dijo la mujer regalándole una sonrisa y haciendo un gesto para que se sentara—. Mi nombre es Angélica, ¿y el tuyo?

—Soy Catrina —respondió— ¿Le puedo invitar un café?

—Un gusto, Catrina. Claro que sí —respondió y la muchacha llamó al camarero. Ambas ordenaron—. ¿Quieres hablar de algo en especial? Para que sepas un poco de mí, soy psicóloga y estoy de vacaciones por aquí, es en esta ciudad en la que crecí, pero ahora vivo en Mazclar.

Trini tardó en responder, miró a un lado y al otro sin saber por dónde empezar, entonces bajó la vista y pronunció.

—Soy prostituta —musitó—. Trabajadora sexual —añadió.

Levantó la vista para ver la reacción de la mujer, pero no había reacción en su rostro. La mujer esperó paciente a que ella continuara y Trini comenzó a relatarle su vida.

No sabía cómo ni por qué, pero en una especie de confesión desesperada, le comentó desde su abandono, su crianza, sus fantasmas y recuerdos borrosos de la infancia, hasta su experiencia con su primer novio y como llegó a la prostitución.

Le comentó sobre su manera de sentirse cuando estaba con hombres, le contó sobre Elsa, y también le informó sobre lo último que le había pasado. Le habló también de Dante y lo mucho que la había ayudado, le dijo que se sentía enamorada y que no sabía cómo comportarse con él. Y luego hizo silencio, probablemente habían pasado un par de horas, de pronto se sentía desnuda. Había hablado demasiado.

—Perdón... He hablado mucho —añadió.

—Has hablado lo que necesitabas —dijo la mujer.

Trini la observó anotar algunas cosas, se veía bella, tendría unos cuarenta y cinco o cincuenta años, pero no lo aparentaba.

—¿Cuáles son tus objetivos en la vida, Catarina? ¿Tus sueños? —preguntó.

—Yo... Tengo sueños tontos, inocentes. No quiero que se ría... —dijo la muchacha con algo de vergüenza.

—No me reiré a menos que me cuentes un chiste —respondió la mujer con una sonrisa dulce.

Catrina lo pensó. No tenía nada que perder, no volvería a ver a esa extraña jamás.

—Quiero terminar mi carrera, conseguir un bien trabajo, salir de la prostitución y... enamorarme, casarme y ser feliz en una casa frente a la playa... —Se cubrió el rostro con las manos—. Me da mucha vergüenza, ¿sabe? Solo Dante sabe de mis sueños, sé que son tontos, más aun hoy en día, que las mujeres sueñan otras cosas.

—Ningún sueño es tonto, Catrina, deja de echarte abajo. ¿Crees que los puedes cumplir?

—Lo creía, pero antes de este viaje, luego del suceso, lo puse en duda. Ya no le encontraba el sentido... En realidad estaba muy triste y no tenía ni siquiera ganas de levantarme...

—Ahora qué piensas, ¿los quieres cumplir? —inquirió.

—Sí —respondió Catrina—. Estos días son como una muestra gratis de mis sueños...

—Lo comprendo, pero estos días acabarán y necesitarás tomar acción. ¿Qué puedes hacer para acercarte a ellos?

—Pues... No sé por dónde arrancar. Enamorada ya estoy, pero no me sirve si no es correspondido. Y sobre el trabajo... No lo sé, no sabría dónde buscar empleo. No tengo experiencia, si cuento lo que venía haciendo es probable que no me contraten...

—Bueno. Lo de enamorarte es algo que no puedes controlar, al menos por el momento. Sin embargo, creo que empezar por el trabajo es una buena idea. Eso es algo que sí puedes intentar —dijo la mujer con una sonrisa.

—Sí... Pero si el pago es muy bajo, no podré costear los gastos de mi abuela... Y no puedo exigir un pago alto si no sé hacer nada...

—Estoy segura que sabes hacer muchas cosas. Si consigues un trabajo que te deje la paga que necesites y te permita seguir estudiando, ¿renunciarás?
—Sí —respondió Catrina.

—Entonces, ese me parece el mejor paso para iniciar. Apenas regreses, ponte a buscar algo, pero no te desanimes, sé que lo hallarás. En medio de eso, necesitas ver lo del enamoramiento...

—¿Cómo? —preguntó con una sonrisa— ¿A qué se refiere?.

—Entiendo que estés enamorada de Dante, pero no sabes si es amor de verdad. Las cosas se mezclaron mucho en tu vida y en la suya, y es probable que te sientas muy agradecida, o que nunca antes hayas tenido una relación así. Eso, sumado a tus enormes ganas de sentirte amada y especial, puede hacer que todo sea confuso. Lo que necesitas, Catrina, es enamorarte de ti misma. Necesitas gustar de ti, de tu compañía, de pasar tiempo a solas contigo, de hablarte a ti misma e ir conociendo a la nueva Catrina, a la que tú sueñas y en la que te quieres convertir. Para eso, tienes que aprender a aceptarte y quererte cómo eres, y cuando logres eso, recién allí podemos ver otras opciones de enamoramiento —sonrió—, pero eso lo hablaremos mañana, si deseas regresar.

—¿Puedo? —preguntó la muchacha con entusiasmo.

—Me quedo aquí por dos semanas y vengo todas las tardes, puedes regresar cuando quieras. Si estoy con alguien solo aguarda —dijo la mujer.

—Yo... Volveré mañana —anunció Trini con una sonrisa.

—Trae un cuaderno o una agenda contigo —pidió la mujer.

—Lo haré... Muchas gracias —dijo Trini levantándose.

—Gracias a ti por el café y la charla —añadió la mujer.

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