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* 2 *

Dante bajó del auto y caminó hasta el local. Desde afuera solo parecía una casa vieja, pero un enorme cartel con luces de neón rezaba La estrella negra. Vestía un pantalón de Jeans viejo y roto, una remera negra con el diseño de un control de Playstation en el medio y unos zapatos deportivos. Se había bañado, se había perfumado y se había peinado con ahínco, sin embargo, las manos, las axilas y los pliegues entre su piel ya le sudaban copiosamente.

Tambaleó antes de subir el primer escalón. Se detuvo y miró hacia los costados. Sintió que la oscuridad lo tragaba y que el aire comenzaba a faltarle. Le daba miedo salir a la calle y lo hacía en contadas ocasiones. Su papá ya estaba preocupado por ello, y le había dicho que era hora de acudir a terapia. Dante no quería hacerlo. ¿Cómo iba a hablar de sus miedos con un desconocido si ni siquiera podía hablar con las personas más cercanas a él?

Subió otro escalón y sintió que las rodillas le flaqueaban, no sería un buen espectáculo que cayera de aquellas finas escaleras. Un paso más, la madera vieja chilló bajo sus pesados pies. Dante negó con la cabeza y pensó que sería mejor retirarse. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?

Ya lo recordaba. Un amigo virtual le había dicho que fuera allí, que lo ayudarían a tratar con las chicas. Le había recomendado el lugar y le había dicho que le dijera a Isa que él lo enviaba y que le diera a la chica más dulce y paciente que tuviera.

Dante se sentía mal por hacer aquello, pero Lucio había insistido tanto y le había contado con énfasis cómo le había servido a él para poder tratar con el sexo opuesto. Y Dante estaba enamorado, necesitaba poder esbozar algunas palabras cuando viera a Priscila, necesitaba aunque sea poder hablarle.

El amor te hace hacer cosas impensadas, pensó Dante para sí y subió el último escalón. Colocó su regordeta mano sobre el picaporte, y cuando estaba por abrir, alguien salió de allí. Era un hombre mayor vestido de traje.

—P-perdón —se disculpó Dante con torpeza por tapar el camino del hombre.

—Vaya, ten cuidado de no aplastar a ninguna chica —bromeó el hombre antes de salir.

Dante estuvo a punto de dar media vuelta y volver a su camioneta. Aquel comentario había hecho surgir todos sus demonios, pero una mujer alta, esbelta y de cabello negro largo sujetado en una coleta alta lo detuvo.

—A ver, galán. ¿En qué te podemos ayudar? —dijo acercándose.

—Bueno... y-yo... Yo...

—Ya sabemos lo que deseas —dijo la mujer con voz acaramelada—. ¿Tienes alguna chica en especial?

—No... yo... En r-realidad mi amigo Lucio me dijo que usted podría ayudarme. Dijo que le d-dijera que v-vengo de su parte y que... que... me diera a una chica paciente y dulce...

—Lucio, hmm, ya sé de quién hablas —dijo la mujer frunciendo los ojos en un gesto pensativo—. Déjame ver quién está libre.

La mujer observó la pantalla de su computadora mientras Dante se movía inquieto sobre sus pies. Quería echar a correr, pero ya era tarde, no había vuelta atrás.

—¡Elsa! —gritó la mujer y Dante se sobresaltó.

De atrás de una cortina de satín rojo, una muchacha joven, de tez clara y cabello rojo salió con una sonrisa que a Dante le pareció fingida. Se veía casi tan tierna como una niña, no era en nada parecido a lo que en la imaginación de Dante era una prostituta.

—Ven aquí —llamó la mujer a la joven y le susurró algo en el oído. La muchacha asintió y luego se acercó a Dante.

—Ven conmigo —dijo y lo guio por unos pasillos hasta la habitación que marcaba un número 8 en color blanco dentro de una estrella de color negro.

Dante ingresó sin saber bien qué hacer. La muchacha cerró la puerta tras de él y lo observó.

—¿Vas a querer el servicio completo? —inquirió.

—Yo... ehmmm, sí, sí —aceptó el chico.

La muchacha asintió y Dante buscó en su rostro algún gesto de repulsión, pero no lo encontró. Ella se acercó a él y tomó el borde de su camiseta para quitársela. Dante dejó que lo hiciera, pero al verse con el torso desnudo le dio vergüenza y se cubrió con sus brazos.

—¿Qué sucede? —preguntó la muchacha.

—Elsa, ¿verdad? —preguntó Dante y ella asintió—. ¿Podríamos apagar la luz? —inquirió.

—Claro —dijo la muchacha yendo hasta el interruptor para apagarla.

Elsa volvió a acercarse al chico y comenzó a acariciar su torso. Estaba lleno de sudor y a Dante le dio vergüenza.

—N-no tienes que hacerlo —susurró apesadumbrado apartándose—. Es asqueroso, lo sé... solo... esperemos un rato y te daré el dinero. No diré nada —añadió.

—No te preocupes —dijo Elsa algo sorprendida—. Estoy acostumbrada, no es asqueroso —agregó.

Dante no dijo nada y ella volvió a acariciar su enorme torso, pero él quedó inmóvil.

—¿Estás bien? —inquirió ella y él no respondió—. ¿Cómo te llamas?

—Dante...

—Dante... ¿No has estado con una chica antes? —inquirió Elsa al darse cuenta que el chico estaba tieso y nervioso.

—N-no... n-nunca —susurró luego de un rato.

—Bien, iremos con calma... Dime qué quieres hacer —susurró Elsa.

—Irme a mi casa —respondió Dante con sinceridad.

—Puedes irte si quieres —dijo Elsa sintiendo algo de pena por él.

—¿Cuánto te debo? —inquirió el chico.

—Nada... no me debes nada —dijo ella con una sonrisa volviendo a encender el interruptor.

—¿Segura? Te he hecho perder el tiempo y clientes —insistió él poniéndose su camiseta a toda velocidad.

—No te preocupes —volvió a repetir ella.

Caminaron hacia la puerta, entonces escucharon algunos gritos del otro lado.

—¡Quiero a Elsa! —insistió el hombre—. ¡Ella me dijo que estaría aquí hoy!

—Lo sé, Ramón, pero está ocupada —respondió Isa con la voz calma—. Si quieres puedes esperarla.

—¡Sabes bien que no puedo esperar, debo ir a mi trabajo! —exclamó el hombre golpeando la mesa de trabajo de Isa.

—Mira, Ramón. Elsa no está disponible, si quieres puedes estar con Ámber o con Lulú, pero Elsa hoy no será tuya —respondió Isa con más énfasis—. También puedes irte de aquí, si es lo que prefieres —dijo con un tono de voz potente y altanero.

—Me iré así puedes estar con ese hombre y no perder tu noche —dijo Dante apresurándose, pero Elsa lo detuvo.

—Por favor no te vayas —susurró—. No lo soporto, me hace daño, es... es grosero y me lastima —pidió—. Quédate, solo hablaremos, o haremos lo que tú desees —insistió—. No te cobraré, lo prometo.

Dante vio la desesperación en los ojos de la muchacha y asintió. La idea de hablar con una chica le parecía estupenda.

—Hablar... podemos hacer eso —dijo Dante.

Elsa sonrió y se sentó en la cama, haciéndole un gesto para que él se sentara al lado. Dante no quiso, y se sentó en una silla que estaba frente a la cama. Apenas cabía en ella, y se veía bastante incómodo.

Estuvieron en silencio por un buen rato, hasta que Elsa decidió comenzar.

—¿Por qué has venido? —inquirió la muchacha.

—Pues... yo... Ya te imaginarás que con este cuerpo no tengo mucho éxito con las mujeres —bromeó—, y pues... un amigo, Lucio, me dijo que viniera aquí, que podría practicar. ¿Sabes? Y-yo ni siquiera sé cómo hablar con las chicas...

—Pero ahora lo estás haciendo —dijo Elsa y Dante la observó.

Era cierto, estaba hablando con una chica.

—Bueno... supongo que no me ves como a una de tus amigas —añadió la muchacha con algo de tristeza en la voz—. Es comprensible...

—Y-yo... no tengo amigas —dijo Dante apresurándose a corregirla—. O sí, los tengo, pero son virtuales —añadió—. En realidad, tengo dificultades para relacionarme con las personas, no... no salgo mucho de mi casa.

—Oh, Dante —dijo Elsa sintiendo un poco de tristeza por aquel chico. En todos sus años ejerciendo la prostitución, nunca había hablado de esa manera con un cliente—. ¿Por qué?

—Pues... durante la infancia y la adolescencia lo he pasado bastante mal —contó el muchacho—. Ya sabes, en el colegio y cosas así. Siempre he tenido mucho sobrepeso, además de eso sudo mucho y soy... ya ves, un poco... asqueroso —añadió.

Elsa lo observó, era gordo, muy muy gordo, tenía el rostro lleno de pliegues y el cuello le desaparecía entre los rollos de grasa, la barriga flácida se le caía sobre el pantalón y sus piernas eran anchas y pesadas. El cabello oscuro lo traía bien peinado, y a pesar de que había sudado mucho, tenía olor a perfume.

—Lo siento mucho —dijo ella mordiéndose el labio—. Me imagino lo feo que debe ser...

—No creo que te puedas imaginar, la gente me dice cosas en la calle, no puedo subirme al trasporte público, los niños me miran y se burlan...

Elsa no respondió, claro que podía imaginarse, sabía lo que era que la gente te catalogara por tu cuerpo.

—La gente es estúpida —añadió y Dante la observó contrariado.

—¿No crees que soy asqueroso? —inquirió.

Elsa no respondió.

—Lo sabía...

—Oye, yo no he dicho nada —dijo la muchacha con premura.

—El que calla otorga —respondió el chico.

—No, solo estaba pensando.

—¿En qué? —quiso saber Dante.

—En que no me pareces asqueroso... en que he estado con otros hombres que me han dado tanto asco que luego tuve que ir al baño a vomitar —añadió—. Pero tú no me das náuseas.

—Eso es porque no has estado conmigo —dijo Dante—. Antes de entrar un hombre me dijo que tuviera cuidado de no aplastar a ninguna chica...

—Ese era un idiota —dijo Elsa y se echó a reír.

Dante la observó por unos minutos, sus ojos se curvaban de una forma tan graciosa que le daba a todo su rostro la sensación de luminosidad. Sus pecas parecían moverse en el fondo claro de su piel, y sus labios rojos se veían dulces y sabrosos. Por un solo instante, deseó haberse atrevido al menos a besarla.

Elsa siguió riéndose, lo que contagió a Dante que también comenzó a hacerlo. Unos minutos después, ambos lograron calmar el ataque de risa.

—¿Sabes hace cuanto que no me río así? —inquirió entonces Elsa. Dante negó—. Por lo menos ocho años —añadió la muchacha.

—Yo no suelo reír tampoco —dijo él—. Pero veo que es divertido —admitió—, me siento un poco más liviano —dijo y entonces volvió a reír—. ¿Liviano? ¿Yo? —añadió.

Elsa siguió riendo y ambos terminaron exhaustos.

—Es bueno, reír de uno mismo hace bien —dijo Elsa al recostarse en la cama y luego tomó una bocanada de aire.

—¿Elsa es tu nombre? —inquirió el chico.

—No, es un apodo... de trabajo —respondió.

—¿Cómo te llamas? —quiso saber.

—No te enojes, Dante, pero mi nombre real no se lo doy a los clientes —dijo la muchacha con algo de vergüenza. Nunca nadie le había preguntado su nombre—. Es que... mantiene alejado el trabajo de la vida real...

—Es curioso —añadió él—. ¿El trabajo no debería ser parte de la vida real?

—No este trabajo —dijo ella y cerró los ojos.

—Mmmm... Si te sirve de consuelo, el mío tampoco lo es —musitó él.

—¿En qué trabajas? —quiso saber Elsa.

—Soy gamer —dijo el muchacho.

—¿Eso qué es? —quiso saber ella sentándose en la cama para verlo.

—Bueno... tengo canales en redes sociales y pues, juego video juegos todo el día...

—¿Eso es un trabajo? —inquirió con el ceño fruncido.

—Sí... al menos para mí lo es. Fui uno de los primeros, así que... tengo muchos seguidores y... las redes sociales me pagan, también algunas empresas, para promocionar sus juegos y jugarlos en línea.

—Oye, eso sí que no sabía —dijo la muchacha asintiendo con curiosidad—. ¿Ganas bien?

—Sí... bastante —sonrió él—. Y lo mejor es que no necesito salir ni socializar, estoy en casa todo el día —explicó.

—Por eso dices que te aleja de la vida real, ¿no? —inquirió.

—Sí... tengo amigos virtuales, otros gamers como yo y algunos seguidores, pero no tengo relaciones reales...

—¿No estudias nada? —quiso saber Elsa.

—Sí... voy a clases de programación, pero no hablo mucho con nadie...

—¿Y te gustaría hacerlo?

—Sí... sobre todo con ella, Priscila —suspiró.

—¿Quién es?

—Una chica, una compañera de clases —explicó—. Pero nunca me he animado a decirle ni una sola palabra.

—¿Miedo al rechazo? —inquirió Elsa.

—Sí... supongo. Además, creo que no tengo nada que ofrecerle. No creo que alguien como ella se fijaría en un chico como yo —admitió.

—¿Por qué no? —quiso saber Elsa.

—¿Acaso tú lo harías? —preguntó Dante y la muchacha no respondió—. ¿Ves? Por lo mismo que tú.

—Oye, Dante... Yo no podría fijarme ni en ti ni en nadie —añadió Elsa—. No por ser tú, no por cómo eres, sino porque yo no estoy hecha para eso.

—¿Por qué lo dices? —inquirió el chico.

—¿Quién se fijaría en alguien como yo? —preguntó la muchacha. Él frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? Eres hermosa, pareces un ángel caído del cielo —dijo sorprendiéndose hasta a sí mismo por aquel rústico piropo, Elsa sonrió—. Lo sé, muy básico.

—No, muy dulce —dijo ella—. Pero ¿no te das cuenta? Soy una prostituta, Dante. Soy una chica para un rato, no para toda la vida —musitó con tristeza.

Dante observó como la luz de sus ojos se apagaba tras aquella afirmación.

—Creo que no somos tan distintos tú y yo —continuó la muchacha—. Tú crees que das asco y que eres repugnante, yo pienso lo mismo de mí. Ningún chico me elegiría para compartir la vida, no después de todo lo que... lo que hago —afirmó.

Dante no respondió.

—Ves, sabes que tengo razón —añadió la muchacha.

—No, solo pienso que es muy triste que pienses así de ti misma —dijo Dante.

—Pues... ahí coincidimos, yo pienso lo mismo de ti —respondió Elsa.

Quedaron en silencio por un buen rato hasta que alguien golpeó la puerta.

—Se acaba el tiempo —dijo la muchacha—, si te quedas más tendrás que pagar toda la noche...

Dante se levantó y sacó unos billetes de su bolsillo.

—Toma —se los pasó.

—No me merezco esto, no he hecho nada, pero debo tomarlo o tendré problemas con Isa —dijo Elsa.

—Te mereces esto y mucho más, Elsa —dijo Dante—. ¿Puedo volver?

—Cuando quieras —murmuró la muchacha con una sonrisa.

Por primera vez en tantos años, deseaba volver a ver a un cliente. 

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