Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

* 1 *

La alarma sonó justo a las dos de la tarde, Trini había dormido un poco más porque esa mañana no tuvo clases. Abrió los ojos y suspiró: un día más. Eso era lo que se recordaba a sí misma siempre, hacía mucho tiempo que había dejado olvidados en algún cajón de su alma la idea de pensar en un futuro, o lo que otras personas llaman esperanza. Lo único que deseaba era sobrevivir a un día más. 

Se incorporó en su habitación y se levantó. Era un cuarto pequeño, un monoambiente en el cual apenas cabía ella con sus fantasmas. Ingresó al cuarto de baño y se dio una ducha que duró unos diez o quince minutos. Ese era su tiempo sagrado, el tiempo en el cual se reconciliaban su cuerpo y su alma. Se lavó los cabellos y se enjabonó el cuerpo, se frotó la esponja hasta dejar un halo rosado sobre toda su piel. Y al salir de allí, envuelta en una toalla de color rosa claro. Se lavó los dientes con ahínco, para borrar todo rastro de la noche anterior y así poder vivir al menos una hora sintiéndose limpia.

Mientras se secaba el cabello, observó su imagen en el espejo. Era una mujer hermosa, o eso es lo que siempre solían decirle, su cabello era naturalmente pelirrojo y cargado de bucles, sus pómulos estaban bañados con pecas y sus labios sobresalían en su tez blanca, como si se los hubiese pintado recién. Se sonrió. Ella no podía verse hermosa, ella no podía amar su cuerpo, ella no lograba encontrar aquello que sus compañeras de trabajo tanto envidiaban.

—Lo que yo daría por tener ese pelo y ese cutis —decía casi a diario Carmiña.

—Y yo quisiera tener tu figura. Puedes comer una vaca entera y no engordas. ¡La vida no es justa! —bromeaba siempre Lulú a la hora de la cena.

En lo único en lo que ella coincidía era en que la vida no era justa. Y vaya que no lo había sido nunca para ella.

Aquel pensamiento la llevó a recordar a su abuela y observó su reloj de pulsera. Ya iban a ser las tres y media y ella seguía dando vueltas en el baño. Apresuró el paso y se vistió de manera casual, se puso unos jeans y una camiseta de color naranja. Puso la cafetera mientras guardaba sus pertenencias en la bolsa grande que llevaba al trabajo. Eligió sin pensar demasiado, unas bragas negras de encaje y un camisolín trasparente haciendo juego. ¿Qué caso tenía entretenerse con eso si al final no duraría con aquello puesto ni cinco minutos?

Sacó la taza de café del aparato y lo tomó de un sorbo, casi quemándose la lengua. Guardó sus enceres personales, cepillo para el cabello, algunos maquillajes, cepillo de diente y perfume. Cerró el bolso y salió de su casa cerrándola con llave. Bajó las escaleras casi corriendo y salió a la calle, para llegar a la parada del bus que la dejaría cerca del asilo de ancianos.

Caminó las cuatro cuadras con la cabeza gacha. Nunca la levantaba, sentía que si lo hacía, las personas sabrían de su secreto, podrían leer en su mirada, o en los rastros de su piel. Imaginaba a toda la ciudad riéndose de ella. Había tenido pesadillas en donde un grupo de desconocidos se burlaba de ella en medio de un supermercado o en algún teatro, sus ropas caían al suelo y la gente podía verla totalmente desnuda. Las mujeres murmuraban y la señalaban, mientras los hombres pasaban a manosearla sin reparo, o le gritaban obscenidades.

Sabía que aquello era estúpido. Era una ciudad grande y cada quién andaba metido en su propia vida, en sus propios problemas. De vez en cuando algún joven le arrojaba algún piropo por las calles, a lo que ella hacía oídos sordos. Y en mejores ocasiones, algún chico la invitaba a salir o a tomar un café. Todos decían que su belleza era asombrosa, pero ella no lo sentía así.

Algunas veces deseó salir con un chico, una cita normal. Se había imaginado varias veces haciéndolo. Algo sencillo, caminar por las calles tomados de la mano, llegar a un café y ordenar malteadas, reír de cualquier tontería, conversar por horas. Imaginaba al chico mirándola como solía ver a los enamorados mirar a sus novias, y se imaginaba a sí misma acariciando un mechón de cabello del joven, con suavidad y ternura.

Después de aquello, iban hasta la casa de ella, y el chico se despedía con un beso tierno. Ella subía cargada de emoción por aquella cita, casi cantando y bailando por las escaleras de su edificio. No tenían sexo, porque Trini creía que el sexo alejaba al amor.

Había compartido con Isa esa fantasía una vez, pero ella le había dicho que dejara de ver películas o de leer novelas. Le dijo que eso no existía, que los hombres no se enamoraban, que solo querían sexo y que fingían todo ese romanticismo hasta conseguirlo. Que a veces se quedaban mucho rato con una misma mujer, pero tarde o temprano se aburrían e iban por una nueva conquista. Le había dicho que esa era la naturaleza del hombre, conquistar y ganarse a la chica, hacerla suya y luego buscarse otra. El romance era para Isa un producto más del marketing era necesario para vender desde peluches hasta películas, desde anillos hasta casas, el amor era una industria que vendía muchísimo.

—¿Pero no te asusta un futuro lleno de soledad? —preguntó Trini una vez cuando hablaban de aquello.

—No pienso en el futuro.  —Dijo Isa mientras se ponía sus pestañas postizas—. Hay personas que solo tenemos el presente... Y es mejor así, el futuro genera ansiedad y las cosas nunca salen como se planean. Soy más feliz viviendo solo el hoy. Y tú deberías hacer lo mismo —aconsejó—. Después de todo, piénsalo de este modo, tenemos lo mejor de los hombres y no tenemos que soportarles —bromeó y cerró aquella conversación con una sonrisa triste.

Desde ese día, Trini no volvió a contarle a nadie sobre sus fantasías de amor adolescente, no volvió a preguntarle a sus amigas si alguna vez se habían enamorado, si creían que un día alguien las amaría. Al principio, dentro de sí, siguió creyendo en el amor, en el futuro, en el romance. Le gustaba mirar a las parejas más jóvenes besarse en los parques hasta quedarse sin aliento, a los más adultos perseguir a sus hijos en medio del supermercado, o a los ancianos caminar lento y de la mano. Ella lograba encontrar amor en varios rincones de la ciudad. Pero el tiempo parecía demostrar que Isa tenía razón, que el amor no existía, o bien, no era para todos y ella no había sido sorteada. Era mejor olvidar todas esas ilusiones y enfocarse en el ahora.

Subió al colectivo y se sentó al lado de un joven de su edad, iba sumido en la música que escuchaba en sus auriculares. Lo miró de reojo y lo vio mensajear con alguien a quien solo tenía anotado como un corazón azul. Le decía que iba en camino, que no podía esperar a verla de nuevo.

Trini cerró los ojos y se imaginó recibiendo un mensaje así, pero luego sacudió la cabeza y envió aquel pensamiento a otro lado. Bajó del colectivo y caminó dos cuadras, dobló a la mano derecha y alguien la tomó con fuerza del brazo.

—Elsa —saludó y ella se mordió el labio—. ¿Eres tú?

Trini trató de zafarse, pero el hombre no la soltó. Ella era delgada y de baja estatura.

—Hola —dijo al fin.

—Qué gusto verte por aquí —saludó el hombre que olía a alcohol—. ¿Quieres ir conmigo a pasear un rato? —inquirió.

—No, no estoy trabajando ahora, no puedo —respondió la muchacha con los nervios a flor de piel.

Odiaba encontrarse a los clientes en la calle. Algunos fingían no reconocerla, sobre todo si estaban con sus mujeres, y ella agradecía aquello. Pero también estaban los que creían que solo podían tomársela y llevársela, y siempre le asustaba la posibilidad de que un día lo hicieran y ella no pudiera defenderse.

—Tengo mucho dinero —dijo el hombre sacando un fajo de billetes de su bolsillo—. Te pagaré el doble de tu tarifa y no le diremos a Isa que nos hemos visto —propuso.

—No, es en serio, le agradezco mucho, pero debo ir a ver a mi abuela que está enferma —añadió ella.

—¿Quieres que te acompañe? Así después me acompañas tú —insistió el hombre.

—No... Por favor suélteme —pidió casi suplicando—. Si desea estar conmigo, puede buscarme desde las once de la noche en La estrella negra —añadió—. Lo estaré esperando.

—Está bien, corazón, iré por ti esta noche. Desde que estuvimos juntos, no he podido dejar de pensarte —susurró casi en su oído.

Trini se alejó e intentó zafarse del inminente beso que el tipo quiso plantarle. Las náuseas recorrieron su cuerpo. Odiaba que los hombres no la respetaran, como si ella no tuviera decisión propia, como si ella no pudiese elegir si quería o no besarlo. Podía entender que cuando pagaban ella debía brindarles el servicio por el cual pagaban, pero no así en la calle, en un momento cualquiera.

—Me gustan las chicas que se ponen difíciles —murmuró el hombre antes de soltarle el brazo—, sobre todo las zorritas como tú, que fingen serlo —añadió.

Zorra, puta, perra, eran las palabras que más escuchaba, los adjetivos que la gente usaba para definirla, ya no dolían, estaba acostumbrada a ellos. Y además, tenían razón, ¿no? Era mejor aceptarlo y seguir.

Caminó hasta el asilo e ingresó. Su abuela estaba sentada en su silla de ruedas esperándola en el pórtico, siempre lo hacía, tarde tras tarde.

—Mi pequeña frutillita —dijo al verla.

Trini corrió ante ella y se refugió en su abrazo. Las lágrimas comenzaron a salir a borbotones de sus ojos y su abuela no entendió.

—¿Qué sucede, frutillita? —inquirió acariciándole los cabellos—. ¿Has tenido un mal día?

—No te preocupes, abuela, todo está bien —dijo la muchacha—. Solo... solo tuve un susto antes de llegar aquí.

—Tienes que cuidarte cuando andas sola por la calle —añadió la anciana—, las noticias dicen que las calles están peligrosas y no quisiera que te pasara nada, corazón —dijo besándola en la frente.

—No te preocupes, abuela, estoy bien —añadió la muchacha secándose las lágrimas del rostro—. Mejor cuéntame, ¿cómo ha estado tu día?

—Bien... hoy nos ha visitado la maestra de yoga y luego hemos hecho manualidades con papel reciclado. Ha sido un día lleno de actividades —dijo sonriendo.

Trini manejó la silla de ruedas hasta el lugar en el que siempre compartían, justo debajo de una enredadera llena de flores de jazmín.

—¡Qué bueno, abu! —murmuró la muchacha—. Me encanta que te diviertas.

Hablaron por un buen rato sobre las clases que habían hecho en el día, sobre lo que habían comido, sobre la escuela de Trini y sobre el trabajo ficticio que su abuela creía que ella tenía.

—¿Ya vas a ir al hospital? —dijo cuando vio a su nieta mirar su reloj.

—Sí, ya está siendo la hora en la que debo ingresar —respondió Trini acostumbrada a aquella mentira.

—¿Sabes? Le he contado a don Evelio que mi nieta trabaja en un hospital y que ya está a punto de recibirse de doctora. Pero sigo pensando que deberías cambiar a un horario diurno.

—Enfermera, abuela, enfermera —corrigió Trini—. Y no puedo cambiar de horario, por las mañanas debo estudiar y a la tarde debo venir a verte.

—Bueno, la enfermera es igual de importante —añadió la abuela Cata—, aquí mi enfermera se llama Sofía y es buenísima, un día te la presentaré.

—Todavía me queda un año —sonrió Trini—, todavía falta, abu —susurró y luego se levantó. Le dio un beso en la frente y se despidió.

—Deberías conseguirte un novio médico —añadió la abuela—. Te vendría muy bien el amor, hijita, estarías menos rezongona —bromeó.

Trini sonrió, su abuela sí que creía en el amor, había estado casada por cuarenta años con su abuelo Tomás que había fallecido hacía ya diez años. Pero eso no era todo, además, Trini estaba segura que tenía alguna amistad especial con don Evelio, un anciano del asilo que estaba en el pabellón de los hombres, ella nunca lo había visto, pero que su abuela no dejaba de mencionarlo en cada encuentro al menos una vez.

—Te veré mañana, abu —prometió Trini.

—Nos vemos, frutillita —dijo la abuela viéndola partir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro