
Una noche que no termina...
El despacho de la mansión conectaba a la biblioteca, una pequeña estantería donde se apilaban las adquisiciones literarias de varias generaciones, si había un lugar de la propiedad D'fleur donde existiera algo de resguardo del mundo era ese
— Todos estos cuidados no son necesarios —dijo Le Vieux, incómodo en aquel saloncillo repleto de libros a medio acomodar, en el centro un par de sillones antiguos se acompañaban ante la luz del candelabro que Philippe encendió al entrar, y seguía sosteniendo
Superando el metro noventa Philippe solía ser el más alto en la mayoría de lugares, y en tales circunstancias estaba acostumbrado a fungir de porta velas
— ¿Y bien? —Richard fue a su sillón, tapizado en terciopelo rojo y acabados de plata tenía una apariencia elegante aun con su amplio respaldo de sobrada altura, extendiendo la mano pretencioso le exige a su visitante
— El duque pide la carta —alumbró Philippe
A la luz de la vela el jovial rostro del rubio adquiría unas lúgubres sombras que adelgazaron sus facciones marcandolas en tétrico aspecto
— Por supuesto —nervoso Le Vieux busco la encomienda en el bolsillo interno de su casaca—, el Rey me la confió personalmente, entre los caballeros reales soy en quien más confía —
Tan pronto dio con el alterado envío le entregó a su destinatario, por supuesto tanto el sobre como el sello mantenían una apariencia intacta, ya que puso a su mejor falsificador ha hacer el trabajo
— ¡Ah! ¿De verdad? ¡Qué honor! —más que incrédulo o cuestionante Philippe pareció interesado
Alentando a Le Vieux a seguir— Pero es obvio ¿No lo creen? Después de todo soy el caballero de la reina ¿No le confiaría únicamente al más cercano la seguridad de su mujer? —jactándose de ese hecho al fin tomó asiento
Richard repasó cada palabra con la atención debida, mientras tras él y aun de pie Philippe apenas daba una rápida lectura al escrito por sobre su hombro
— Y en este momento ¿Quién cuida a la reina? —
Sorprendido y desconcertado Le Vieux sonrió a su joven farol— Nuestro confiable capitán de la guardia, Sir Le Vera —
— Así que le vera un Sir, debería ser un Lord ¿No cree? —
Incluso si Le Vieux comprendía la preocupación del joven no pasó de su desconcierto— No, verá, cuando digo que Sir Le Vera la verá...
— Olvídelo, nunca lo entenderá —le interrumpió Richard, entregando la carta a su hermano para que este la lea a conciencia— Supongo que siendo el más cercano del Rey sabe usted el contenido de esta carta —
— Desconozco sus palabras, ya que su majestad las escribió en rigurosa soledad —aseguro Le Vieux, pues lo último era verdad—, pero creo saber la razón tras estas, la frontera con Bristol. No es secreto que desde el último enfrentamiento Lafitte ganó bastantes tierras, extendiendo nuestro territorio de manera notoria, sin embargo, según nuestros guardias fronterizos el ejército de Bristol ha comenzado a ocupar los poblados cercanos, de igual forma nuestro enlace diplomático se niega a dar una explicación y me temo que una invasión está en camino —
— ¿Dice que el Rey nos llama al frente para que dirijamos alguna brigada? —el rostro del Duque se iluminó con una ansiosa sonrisa, de tal forma que sus perlados dientes reflejaban la luz de la vela
— De ninguna manera —negó Le Vieux—, lamentablemente en este momento nuestra fuerza militar apenas si alcanza para delimitar nuestras fronteras, además armar a campesinos y darles entrenamiento tomaría mucho tiempo y dinero, la mejor estrategia en esta situación sería...
— Una alianza con el reino de Ciro —expresó Philippe, por lo bajo, con la mirada fija en la nada parece analizar o abstraerse en sus pensamientos—, fuimos aliados en el pasado, y su joven heredera no puede subir al trono hasta casarse—
Por un instante parece que incluso dejará el candelabro de nuevo en su mesita, pero su azules ojos se detienen en Le Vieux
Que turbado dudó en aguantar la mirada
— No, me rehusó, jamás serviré de peón en este juego sin sentido, no me casaría con la princesa Brigitte aun si su padre viniera a hincarse frente de mí —seguro de sí Richard se alzó en petulante postura, procurando que la luz del candelabro le bañarse desde la coronilla
— Tu ya estas casado Richard —le recordó su hermano, sonriendo ante su reacción
El Duque pasó levemente de un claro tono de piel apiñonado a un saturado rojizo— Bueno... entonces... me rehúso a enviudar brusca y repentinamente por el bien del reino, incluso si Anna decidiera ir al bosque y yo la acompañara de ninguna manera, y por ningún motivo se me ocurriría...
— Todos saben que las virtudes de Anna se extienden a la cacería —le detuvo Philippe—, además para nadie favorecerá una unión entre escándalos y rumores, su majestad Brigitte se vería afectada especialmente frente su pueblo —
La feroz mirada que el Duque dirigió hacía su hermano podría, en opinión de Le Vieux, cortar hasta la más dura mantequilla. y tal vez por eso encontró inquietante la estoica calma del joven rubio. En sus años de experiencia nunca conoció caballero o noble tan salvaje como para pasar de la seriedad a los juegos inmaduros en segundos, ignorando el protocolo y sus obligaciones con la corona, sin duda eso lo alarmó.
La posibilidad de ofrecerles una alianza en el futuro golpe de estado no tenía sentido, pues resultó obvio que ambos respondían a sus caprichos inmediatos, así que
— ¡Oh! por poco olvido un detalle —
Ante la abrupta expresión ambos jóvenes voltearon, intrigados
— Los antimonárquicos —continuo Le Vieux, con cierta consternación—, al dirigirse a la capital no deberán ir en sus acostumbrados carruajes de lujo —
— ¿Qué? ¿Por qué no? —le increpó Richard
— Ha habido ataques a diferentes nobles en los caminos que van a la capital, según informes de los guardias se ensañan de sobremanera con los carruajes, parece ser que más allá que robarlos los destruyen y prenden fuego con los pasajeros dentro, son dementes y bribones que se hacen llamar antimonárquicos, hijos o nietos de aquellos que decidieron no volver a Bristol, y ahora ante la posibilidad de guerra se dedican a saquear bajo la fachada de la revuelta, engañando a cualquier joven ingenuo con sus rencores hacia la nobleza —
— Si, he oido algo al respecto, la mayoría provienen de los pueblos fronterizos, sin embargo, un grupo violento que va constantemente agregando miembros debe llamar mucho la atención —
— ¿Cómo es posible que aún no los hayan capturado? Y más cuando atacan en cercanías a la capital, y precisamente a la nobleza —señala reclamante Richard, con toda soberbia
— Lamento no ser la persona indicada para contestar, mi labor es proteger a la reina, no cuidar los caminos — se defendía Le Vieux, medio sonriente—, sin embargo, he oído que quienes fueron encomendados a la investigación desaparecieron sin dejar pista, así que por prevención les aconsejo viajar de incógnito —
— ¿Por eso traes ese atuendo tan horrible? —señala Philippe
Para Le Vieux la ofensa era grande, su chaqueta fue hecha a la medida, con la nueva tela a rayas traída desde Italia, presente por su última visita con la reina. El contraste entre las líneas negras satinadas contra aquellas color granate era delicado, clásico, además los detalles bordados a mano en hilo de oro asemejando brotes de hiedra cerca los puños y botones le daban ese toque único que no a cualquiera le queda bien, por no decir que sus holgados pantalones bermellón son el furor en siam
— Esto es alta moda —repuso Le Vieux, mirando de arriba a abajo a ambos hermanos—, ya lo sabrán cuando lleguen a la capital —bromeo conciliador, después de todo no puede esperar mucho estilo de los nuevos ricos de campo
— Si todos visten así con razón les queman —reía Richard, más que divertido con la expresión de ofendido del mayor
Un golpe a la puerta sobresalto al dúo y siendo el más cercano fue Philippe quien atiende, aunque nadie lo esperaría de los otros dos
— El té, su alteza —con charola en mano la joven doncella reverencio al rubio con dificultad
— Perfect Timing, Coco —Philippe tomando la charola por la base, la equilibro con cuidado para que ni la tetera, las tazas o azucarera salieran volando
Pero antes de que vuelva a cerrar la doncella detuvo la puerta— Mi señora me mandó a deciros que la cena ya está lista, para cuando gusten —avergonzada la delgada joven da un paso atrás
—Perfect Timing ¿No cree usted? —consultando al invitado Richard se adelantó— Que sirvan y preparen todo, que esta cena sea de lo mejor, porque el viejo Le Vieux podría ser quemado de regreso a palacio —
Apartándose de su camino Coco asintió, con su metro sesenta la delicada jovencita es constantemente ignorada por el Duque, que suele chocar con ella en sus apuradas andanzas— Si, su alteza —estaba por irse cuando recordó volver por la charola de té, encontrándose con el sonriente hombre "mayor" de intensos ojos marrón— Disculpe —cabizbaja le cedió el paso, notando su pesada mirada sobre ella, más al verlo irse con el duque entró aliviada al despacho
Para su sorpresa Philippe seguía ahí, sentado en el escritorio mientras balanceaba sus pies sobre la duela, devorando un terrón de azúcar, la tostada piel de la risada pelinegra se salpica de rosado vibrante— Hoy yo seré el mayordomo —sonrió el altivo rubio, recogiendo su servicio al salir de la habitación
Riendo divertida Coco apagó las velas antes de seguir al joven noble.
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