Raíces en la Tierra
El sol se filtraba con suavidad a través de las cortinas de encaje de la casa colonial en El Viejo San Juan. Los rayos dorados se deslizaban sobre las paredes de colores vibrantes, destacando las texturas y detalles de los murales que contaban historias de la isla. Karina Rodríguez se despertó al canto del gallo, un sonido familiar que siempre había asociado con el comienzo de un nuevo día en su hogar. Su madre, Irma, ya estaba en la cocina, sumergida en la preparación del desayuno con la destreza que solo una madre puede tener.
"¡Buenos días, mija!" Irma gritó desde la cocina, su voz rebosante de calidez. "Hoy es un día especial, ¿lo sabías?"
Karina estiró lentamente en su cama, su mente aún nublada por el sueño. Se puso de pie y se dirigió al baño, donde se lavó la cara con agua fría. Luego se vistió con su camiseta de la Universidad de Puerto Rico, que llevaba el logo de la institución con orgullo. Aunque estaba entusiasmada por la fiesta de San Juan, su mente estaba ocupada con las lecturas y ensayos que tenía que completar.
Al entrar en la cocina, encontró a Irma sirviendo un plato de papas fritas con huevos y un vaso de Coca Cola. La mesa estaba dispuesta con esmero, y el aroma del café recién hecho llenaba la habitación.
"¿Qué tiene de especial este día, mamá?" preguntó Karina mientras se sentaba a la mesa.
Irma le entregó el plato y sonrió. "Hoy celebramos la Fiesta de San Juan. Es una de nuestras festividades más importantes. La gente celebra la liberación de la isla de la opresión y da la bienvenida al verano. Se dice que saltar las olas en esta fecha trae buena suerte y protección para el año que comienza."
Karina asintió con una sonrisa. Aunque siempre disfrutaba de las festividades, había algo en el aire hoy que parecía diferente, un sentimiento de anticipación que no podía explicar. Tal vez era la promesa de un día de diversión o quizás algo más profundo y significativo.
"¡No te olvides de ir a la playa!" insistió Irma mientras Karina tomaba su primer bocado. "Tu abuela solía decir que las olas te abrazan y te llenan de energía. Es una tradición que debes mantener viva."
Karina terminó su desayuno y se preparó para salir. Se despidió de su madre y salió de la casa, que estaba ubicada en un barrio histórico lleno de calles empedradas y casas coloridas. La brisa marina y el bullicio de la fiesta eran inconfundibles. Las calles estaban adornadas con banderines y luces, y el aroma a comida típica llenaba el aire.
Caminó hacia la playa de Isla Verde, donde la fiesta estaba en pleno apogeo. La música de la bomba y la plena se mezclaba con las risas y los gritos de alegría de los asistentes. Karina se unió a sus amigos, Luis y Alondra, que ya la esperaban cerca del mar.
"¡Karina, por fin llegaste!" exclamó Luis, dándole un abrazo. "La fiesta está increíble. ¡No puedes perderte la competencia de baile!"
Alondra se rió y asintió. "Sí, y también tenemos que saltar las olas. ¡No podemos romper la tradición!"
Karina se unió a ellos y pasó la mañana disfrutando de la festividad. El calor del sol y la vibración de la música creaban un ambiente alegre y energizante. Mientras se mezclaba con la multitud, comenzó a sentirse más ligera, como si la preocupación de sus exámenes y ensayos se desvaneciera con cada paso.
A medida que el día avanzaba, Karina decidió tomarse un momento para sí misma. Se alejó del bullicio de la playa y caminó hacia una sección más tranquila cerca del agua. El sonido de las olas rompiendo en la orilla era calmante y evocador. Se descalzó y sintió la frescura del agua en sus pies.
Mientras caminaba, su mirada se posó en algo brillante en la arena. Se agachó y lo recogió, descubriendo una antigua medalla de oro con un diseño intrincado. La medalla tenía un símbolo que parecía una combinación de un sol y una luna rodeados de olas, y su superficie estaba adornada con detalles que reflejaban la luz del sol.
Karina la examinó detenidamente, sintiendo una conexión inexplicable con el objeto. Era como si la medalla estuviera llamándola, despertando algo profundo en su interior. Justo cuando estaba a punto de guardarla en su bolso, un viento fuerte se levantó de repente, agitando las olas y creando un ambiente de misterio.
El viento parecía resonar con la medalla, que comenzó a brillar intensamente en su mano. Karina sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y se quedó paralizada por un momento. La sensación era tanto inquietante como emocionante, y la medalla parecía estar cargada de una energía poderosa.
"¿Karina, estás bien?" La voz de Luis la sacó de su trance. Karina se giró para ver a sus amigos acercándose con preocupación.
"Sí, estoy bien," respondió, tratando de esconder la medalla en su mano. "Solo encontré esto en la arena. No estoy segura de qué es."
Alondra se acercó y miró la medalla con curiosidad. "Es preciosa. Parece muy antigua. ¿Dónde la encontraste?"
Karina les mostró el objeto y les contó cómo lo había encontrado. Aunque sus amigos estaban intrigados, la medalla no parecía tener el mismo impacto en ellos. Luis y Alondra decidieron volver a unirse a la fiesta, mientras Karina se quedó en la orilla, reflexionando sobre el misterioso hallazgo.
El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo con tonos cálidos de naranja y rosa. Karina contemplaba la medalla en la luz del atardecer, sintiendo una mezcla de asombro e incertidumbre. Había algo más en esta medalla que no podía entender del todo, pero sentía que era un símbolo de algo importante, algo que iba más allá de la festividad y de su vida cotidiana.
Mientras la fiesta continuaba en la playa, Karina decidió que debía llevarse la medalla a casa e investigar su origen. La sensación de conexión con la isla, con sus raíces y con el legado de sus ancestros, era fuerte y palpable. Sabía que algo estaba a punto de cambiar en su vida, y que la medalla era el primer paso en un viaje que aún no podía comprender completamente.
Regresó a su casa, llevando la medalla cuidadosamente envuelta en un pañuelo. El ambiente en la casa era tranquilo, en contraste con el bullicio de la fiesta. Irma la recibió con una sonrisa, pero Karina se retiró a su habitación, ansiosa por examinar el objeto en detalle.
Sentada en su escritorio, Karina sacó la medalla del pañuelo y la observó bajo la luz de una lámpara. Los símbolos en la medalla parecían cobrar vida, y la energía que había sentido en la playa parecía intensificarse. Era como si el objeto estuviera esperando algo, como si tuviera un propósito que aún no entendía.
Karina se dio cuenta de que esta medalla no era solo un recuerdo de la fiesta, sino una clave para algo mucho más grande. Con la esperanza y la curiosidad en su corazón, se preparó para el viaje que estaba a punto de emprender, un viaje que la conectaría con la historia y el legado de su isla natal.
Mientras el sol se ponía sobre San Juan, Karina sintió que el destino había comenzado a desplegar sus alas para ella. La medalla era el primer paso hacia una aventura que desafiaría todo lo que conocía sobre sí misma y sobre el mundo que la rodeaba.
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