Parte VI: Ochenta meses después.
Siento mi cuerpo entero entumecido. Muevo mis dedos con lentitud sientiendo las articulaciones quejarse debido al movimiento.
Lo último que recuerdo son las luces de aquel coche. El dolor expandiéndose por mi cuerpo. Mis últimos pensamientos.
Entreabro los labios para respirar mejor. Me muevo con lentitud. No me duele nada, no siento heridas, aunque recuerdo principalmente el dolor punzante de mi pierna.
Me siento ligera, débil.
Abro los ojos lentamente. El brillo de las paredes blancas me ciega de manera momentánea. Parpadeo repetidamente antes de acostumbrarme a la luz.
Estoy en una habitación, en un hospital. Hay una flor de plástico en un florero de vidrio. Escucho los ruidos provenientes de la calle. Alcanzo a ver una rama de un árbol. Me extraña darme cuenta de que no hay nieve sobre ella y hay demasiadas hojas secas colgando de ella.
Frunzó lentamente el seño y llevo la mano que no está conectada a una máquina hacia mi cabeza y entonces noto que mi cabello está demasiado largo. La última vez que lo corté fue sobre los hombros, una semana antes de accidente.
Comienzo a sentirme cada vez más ansiosa, cuando entra una enfermera.'
— Oh querida, ¡estás despierta! — dice en un fluido inglés.
Parpadeo rápidamente.
Intento decir algo pero mis cuerdas vocales no responden. Siento como las alarmas en mi mente brillando con fuerza. La enfermera parece notarlo cuando las lágrimas se acumulan en mis ojos, porque se acerca rápidamente con un vaso de agua, que llevaba en la mano pero no había notado hasta ahora.
— Tranquila. Todo estará bien. Toma esto, cariño.
Le hago caso, controlando mis sensibles sentimientos. El agua se desliza por mi garganta, suavizando la sensación seca que tenía hasta ahora.
Las palabras parecen salir más fácilmente luego de esto, aunque mi voz suena extremadamente ronca.
— ¿Qué... qué día e-es hoy? — mi cerebro parece trabajar con lentitud.
La enfermera, que se llama Agata según la placa que lleva en el uniforme, parece incómoda con mi pregunta.
— Llamaré a un doctor para que hable contigo, querida. Espera un momento.
Sale por la puerta y las preguntas comienzan a acumularse en mi cerebro.
Está claro que ha pasado más tiempo del que creía al despertar. Es probable que haya entrado en un coma. La ansiedad crea un nudo en mi garganta.
El nombre de Christian relampaguea en mi mente y siento las lágrimas volviendo. Esta vez las dejo caer, sin importarme cuando el doctor entra alarmado en la habitación.
— Señorita Grey... Emery, sé que estás asustada, sé que no confías en mí, pero realmente necesito que te calmes.
Sus palabras de alguna forma me tranquilizan, a pesar de que esté hablando conmigo como a un niño.
Asiento, secándome las lágrimas con el pañuelo que él me tiende, antes de observar al hombre de ojos castaños que me observa con amabilidad. Entonces comienza a hablar y siento como el mundo se me cae sobre los hombros.
— Luego del accidente, te trajeron aquí. Hicimos todo lo que pudimos, pero entraste en un coma, Emery. Han... han pasado seis años y diez meses desde que llegaste al hospital.
Siento como mi respiración se detiene, mientras el mundo cae sobre mis hombros.
Casi siete años. Christian. Yo le prometí que no lo dejaría. Lo hice. Oh dios mío.
— No... ¿no escucharon sobre alguien llamado Christian? — las lágrimas continúan derramándose pero los sollozos no aparecen.
El doctor me mira con curiosidad.
— No... Nunca escuchamos sobre él. ¿Es tu familia?
Bajo la vista.
— Lo era. No sé si sigue siéndolo.
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